Caminé sobre mi tumba
Por Ramón Sosa
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Ramón Sosa, un exitoso hombre de negocios y ex boxeador profesional, pensó que había encontrado a la mujer perfecta. El devoto padre de tres hijos, comprometido a reconstruir su vida después de su primer divorcio, conoció a Maria De Lourdes Sosa (también conocida como Lulú) mientras bailaba en un club de salsa en Houston, Texas. Ella lo dejó ano
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Caminé sobre mi tumba - Ramón Sosa
Prólogo
En esta esquina
La campana sonó, es el final de la segunda ronda... ¿o es esta la tercera? He perdido la noción del tiempo, mi alma está adormecida. Busc o en el perímetro del cuadrilátero… ¿Dónde está mi oponente? Tengo que mirar a los ojos de mi enemigo. Las luces son cegadoras, pero finalmente veo a mi rival; una siniestra sonrisa revela un rastro de placer diabólico. Es evidente que yo soy un jornalero, tengo las habilidades, pero no me mido con quien sea este.
La presión en mi cabeza aumenta y el zumbido a todo volumen es como una advertencia de tornado, notificándome de mi destrucción inminente. Escucho los sonidos de campana… tercera ronda… ¿o se trata de la cuarta?
Coño, ¿cómo llegué aquí? He sido reducido a un estado de combatiente de club. La vida se repetía en cámara lenta…
¿Que quieres bailar conmigo? —Gancho—. ¿Que quieres casarte conmigo? —Gancho al mentón—. Estoy celoso del viento que te pega —Gancho al hígado. Estoy contra las cuerdas.
Durante años entrené para convertirme en un gran peleador; estudié el arte, la dulce ciencia. Mis principios los construí basándome en los grandes del boxeo Boricua: Sixto Escobar, Wilfredo Benítez, Wilfredo Gómez, Alfredo Escalera, Edwin Rosario. El boxeo corre a través de mis venas; es mi vida. Yo permanecía en óptima forma física y practicaba diariamente la disciplina y la técnica de la mentalidad de un boxeador, sin embargo, nada me preparó para este combate. A diferencia de los campeones que admiraba y emulaba, este oponente no estaba interesado en la danza intrincada entre pugilistas disciplinados. La imponente figura quiere más que un campeonato. ¿La remuneración en esta pelea? Mi vida. Me estoy defendiendo de un enemigo que me quiere colgar de su cinturón de campeonato y usarlo.
La fatiga se establece; mis brazos caen a la izquierda, a la derecha; mi cabeza hace un chasquido hacia atrás con cada gancho. Estoy estupefacto, el golpe final es inminente. El enemigo amorfo, no identificable, se mueve a matar. Fragmentos de mi vida, una vez más, pasan por mi cabeza:
Sí lo hago —Derecha cruzada—. Papi, te extraño —Izquierda cruzada—. Sr. Sosa, estamos con el FBI —Un amplio golpe con el brazo.
Ya no es una pelea justa; se ha quitado los guantes, ahora se trata de una batalla sin guantes por la supervivencia: Mi supervivencia. He perdido el control, mi pecho está a punto de explotar, mis piernas duelen. ¿Dónde está el árbitro? ¿Dónde está la campana? ¿Dónde están los gritos de indignación fuera del cuadrilátero instando a alguien a detener la pelea?
Un feroz golpe, estoy abajo y escucho la cuenta —Uno... —. ¿Dónde está este tipo? —Dos —. ¿Quién eres? —Tres —. Empiezo a reconocer la cara de mi oponente —Cuatro —. No puede ser... —Cinco—. ¿Por qué estás haciendo esto? —Seis—. Tengo que levantarme —Siete —. Maldita sea, Ramón, levántate —Ocho —. Te amé —Nueve—. Esto no se ha acabado...El zumbido… la sirena… la alarma.
Espera, es la alarma, ¡levántate, es la alarma!
Me senté rápido, como si alguien me pinchara con una punta de ganado. Aún desorientado, me moví torpemente con mi teléfono, tratando de silenciar el sonido de la alarma. Puedo sentir mi corazón latiendo peligrosamente rápido; mi respiración viene en cortas explosiones. Miro alrededor, consciente de que mi oponente está cerca, peligroso, engañoso… hermosa, durmiendo plácidamente al lado de mí, pacíficamente. Veo su delgado cuerpo subir y bajar con cada respiración, suavemente muevo su cabello a un lado y corro un dedo por su mejilla; una inundación de memorias se viene sobre mí. Todo en lo que puedo pensar en tanto miro a esta mujer que una vez amé apasionadamente:
¿Cómo llegamos aquí?
¿Quieres bailar conmigo?
¿Quieres bailar conmigo?
Fue una petición directa. Algunos podrían decir que carecía de la elegancia y el romance que algunas mujeres esperan y aprecian, sin embargo, después de verla bailar por lo que parecía una eternidad con un hombre muy por debajo de lo que ella se merecía, después de verla caminar a través de la sala con mechones de su largo cabello negro descansando libremente sobre su mejilla y su blusa aferrada a su cuerpo, enmarcando cada curva de su forma escultural, después de que ella me quitó el aliento llevándose consigo toda la capacidad para formar una declaración estructurada en capas con cualquier grado de encantamiento, fue toda la delicadeza que pude reunir.
¿Quieres bailar conmigo?
Es curioso cómo funciona la vida. No sé cuándo los seres humanos dejarán la futilidad de confiar en el resultado de los planes mejor trazados. No importa qué tan a menudo caminemos sobre nuestros mismos pasos, volvamos a lo familiar o anticipemos la rutina, el universo siempre nos recordará que no estamos a cargo de nuestro destino.
Necesitaba salir de noche, necesitaba desahogarme. Después de horas de descifrar el código de la ciencia dulce, solo quería bailar.
2007:
El restaurante mexicano se encontraba en Woodlands, Texas; una comunidad de suburbio de lujo. Servían la comida típica durante el día y después de las diez, cuando la multitud de la cena se disminuía, ellos encendían la música latina en vivo. La confluencia rítmica de instrumentos de viento, cuerdas y percusión, mezclada con el olor de tequila y las muy calientes fajitas y frijoles refritos, era apropiada para mi gusto.
El lugar vino altamente recomendado y esta era mi primera visita. Era una tarde inusualmente fría, por lo menos para los estándares de Texas. Yo me enorgullecía de mi apariencia, especialmente para eventos sociales; cada aspecto de mi guardarropa era cuidadosamente considerado. Estoy convencido de que esta afición a la técnica y el equilibrio está directamente relacionada con mi apreciación del boxeo; es un proceso reflexivo, intencionado, que define mi vida y, sí, aun mi guardarropa. Finalmente elegí un suéter negro de Versace, uno de mis favoritos que compré unos meses antes en una tienda del mercado de accesorios; una ganga si tenemos en cuenta su calidad y atractivo. Estaba en excelente forma, me las arreglé para mantener el tono magro y muscular de un ávido boxeador. Algunos profesores tienden a centrarse más en lo académico
del deporte y se descuidan a sí mismos, no es raro encontrar a un entrenador de boxeo con una panza que delata lo poco que realmente este participa en un mano a mano en el aspecto físico del boxeo. Yo no estaba ahí todavía y cada vez que usaba ese suéter, siempre recibía toneladas de elogios. Tenía cuarenta y un años, padre divorciado con tres hijos… créeme, los elogios eran apreciados.
Un coro de música salsa me saludó en la puerta. El lugar estaba repleto y cualquier espacio en la pista de baile ya estaba tomado. Caminé hasta el final de la habitación y encontré el punto más alejado de la pista de baile; esto era mi gusto, mi hábito, y en cualquier lugar que me encontraba siempre me aseguraba de tener una buena vista. También tomé nota de todas las puertas de salida, en caso de que hubiera que dejar las instalaciones en caso de emergencia. En mi experiencia, cuando se reúne un grupo de latinos en un club donde alcohol y mujeres están presentes, desacuerdos siempre florecen. Aprendí que es mejor investigar la situación y determinar quién está con quién, así no cometes el error fatal de sacar a bailar a una señorita que ya estaba acompañada. ¡Es un altercado que se espera que suceda!
Me establecí, caminé a la barra, compré una cerveza y volví a mi percha en el extremo del restaurante. Examiné la pista de baile una vez más; fue entonces cuando la vi. Dios mío... ella era hermosa: Alta, con largo cabello negro y una sonrisa que dejaría incluso al más endurecido de los hombres indefenso. Su pareja de baile ni siquiera se acercaba a merecer el privilegio, físicamente y rítmicamente palidecía en comparación con esta increíble mujer, carecía de la gracia y estatura y, francamente, en general de atractivo para hacerle justicia. Para utilizar una descripción menos elegante: el hombre era endeble.
Tomé unos sorbos de mi cerveza mientras que evaluaba la pista de baile. Intenté centrarme en otras parejas, unas con menos gracia que otras, con zapatos de tacón alto y zapatos baratos con suelas sintéticas que atacaban el revestimiento de madera como si estuvieran tratando de pisotear a un enemigo común; sin embargo, mis ojos se negaron a cooperar con mi cerebro y cada vez que encontraba una distracción, ella se metía en mi visión periférica, provocándome. Yo estaba hipnotizado. ¡Hombre! ¡Esta mujer sí podía bailar! Mi monólogo interior intentó discernir si era puertorriqueña o colombiana, a juzgar por el camino de sus caderas que se mecían con la música. Perdí la cuenta de cuántas canciones tocaron antes de que ella se alejara de su indigno compañero y se dirigiera hacia la barra por un vaso de agua. Cuando se volteó para alejarse, fue engullida por la multitud y mi corazón se hundió cuando la perdí de vista. Supuse que tendría que encontrar a alguien más con quien bailar, una sustituta, plan B. El deseo de mi corazón esa noche no podía ser encontrado en ninguna parte.
La música alcanzó un crescendo tan pronto como la banda comenzó a tocar mi canción favorita de El Gran Combo de Puerto Rico. Como si el momento fuera coreografiado, cuando pisé en la pista de baile para encontrar a una compañera dispuesta, miré por encima y allí estaba ella. Estaba más cerca de mí. Pude ver la suavidad de su piel y la forma de su cuello largo y delgado que se extendía desde el corte bajo de la blusa. Empezó a caminar más allá de mí y el tacón de su zapato había empalado mi empeine; no tan romántico encuentro por el que iba. Estaba con un dolor insoportable y ella estaba profundamente apenada, disculpándose, buscando una manera de complacerme si la dejaba. Curioso cómo funciona la vida. Le pregunté: Quieres bailar conmigo?
.
Y bailamos toda la noche…
Santería
Comenzó sintiéndose cómodo.
Con solo unos meses en nuestro noviazgo, en tanto llegaba a conocerla mejor, Lulú poco a poco se convirtió en una parte importante de mi rutina diaria. Pasábamos mucho tiempo juntos, estaba conociendo a su familia también y no era raro que uno de nosotros se quedara el fin de semana en casa del otro. Realmente disfrutaba estar con ella; se sentía bien.
Después de mi divorcio, mi corazón y mi mente estaban revueltos; era como si mi vida hubiera sido deshecha. Imagina que tu matrimonio, tus hijos y tu trabajo (todo lo que representa tu existencia) son piezas de un rompecabezas, un rompecabezas que fue perfectamente enmarcado y colgado en una pared para que todos pudieran admirarlo: El mosaico perfecto. Cuando se sacudieron las paredes y la base de tu vida perfecta cambió, el marco se rompió de donde estaba anclado, cayó a la tierra y se rompió en mil pedazos. Cada día luchaba por salvar los vestigios de ese rompecabezas, pero algunas piezas obviamente no encajaban más. Todavía había algunas grietas de mi armadura.
Lulú se convirtió en una luz que brillaba a través de las rendijas, ella llenó los huecos y cerró los orificios. No me di cuenta de cuánto daño permanecía después de que terminó mi tormentoso matrimonio. A medida que nos acercábamos más, ella se convirtió en mi refugio y llegó a ser una pieza importante de mi rutina, y con eso, una nueva imagen comenzó a tomar forma.
Una cosa que compartimos, sin duda fue nuestro amor por nuestros hijos.
En el tiempo en que Lulú y yo nos conocimos y comenzamos a salir, nuestros hijos estaban en etapas difíciles de sus vidas; no eran suficientemente jovenes como para ser mimados, pero no eran suficientemente grandes de edad para entender el desarrollo dinámico entre Lulú y yo. En ese punto, lo único que sabían era que éramos felices y que eso era suficiente. Mi hijo mayor, Mitchell, y mi segundo hijo, Cris, estaban en preparatoria, y por supuesto, mi niña, mi princesa Mia, estaba en la secundaria cuando comencé a salir con Lulú. Vivían con su madre, pero yo estaba muy activo en sus vidas. Tomó algún tiempo, pero eventualmente ellos se acostumbraron a ella. Los niños de Lulú, Luis y Karla, fueron más receptivos, más aceptadores. Incluso a su corta edad ya habían enfrentado su cuota de desafíos; teniendo en cuenta lo que ellos ya habían pasado, estaban bien ajustados y su familia tenía mucho que ver con eso. Temprano noté que cada vez que pasaba el fin de semana con Lulú, Luis y Karla se quedaban con su tía Mimis y sus hijos. Oh, créeme, no es como si ellos hubieran sido alejados a algún calabozo profundo y oscuro, en medio de ninguna parte. ¡Estaban bien y se iban de buena gana! Luis y Karla amaban pasar tiempo con sus primos, y Mimis y su marido les consentían generosamente. No les faltaba afecto, yo aprecié eso, y debo admitir que era bueno tener un tiempo ininterrumpido y tranquilo con mi señora, pues me dio muchas oportunidades para aprender más sobre ella y descubrir matices sobre su comportamiento que, digamos, arrojaron algo de luz sobre su personalidad.
Una mañana de domingo se destaca en particular.
Después de una noche con amigos, conduje a casa de Lulú y decidí quedarme con ella. Como si ella hubiera tenido que torcer mi brazo. Tenía este modo acerca de ella, atractiva, seductora y misteriosa, que me enloquecía. Yo anhelaba a esta mujer, la manera que ella olía, la manera en que la sentía, la manera a lo que sabía. No, nunca me tuvo que obligar para llevarme a la cama, en todo caso, ¡ella tenía problemas para sacarme de la cama!
Desperté a la mañana siguiente y di vuelta para agarrar un abrazo de Lulú, pero la cama estaba vacía; ella se había ido. Yo sabía que estaba todavía en la casa, porque miré hacia afuera de la puerta del dormitorio