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Entre Sueños Y Pesadillas
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Libro electrónico152 páginas2 horas

Entre Sueños Y Pesadillas

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“El presente libro no es solo la historia de una mujer que aprendió de la peor de las maneras que alguien que te dice amar se puede convertir en un ser tan indeseable que ni el mismo (al menos debería ser) se soporta; es también la narración de alguien que vivió en un hogar feliz, que tomó malas decisiones, que eligió a un verdugo como esposo, y que luego, con dedicación, energía, resiliencia, y fuerza interior, logró reinventarse, comenzando por empoderarse a sí misma y convertirse en una sobreviviente de un matrimonio que debió cortarse mucho antes, y que finalmente, convirtiéndose en profesional, logró mostrar en su vida lo que muchas mujeres deberían saber: ¡Es posible! ¡Se puede! ¡No debes permitir que alguien, en nombre del amor, te maltrate! ¡Nunca debes dejar que el enemigo duerma a tu lado y habite en tu casa!” (Del prólogo escrito por el Dr. Miguel Ángel Núñez).

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento14 ene 2021
ISBN9781005445249
Entre Sueños Y Pesadillas
Autor

Mónica Jure

Mónica Graciela Jure Suarez de Meneses, nació en Uruguay y vivió en Argentina y Paraguay.Hija de Osiris Jure y Martha Suárez de Meneses. Es Profesora de educación general básica; es además Licenciada en Educación.Actualmente reside en Chile y se desempeña como orientadora educacional.Madre de tres hijos y abuela de dos nietos.Apasionada por la ayuda social y entrega de valores cristianos.

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    Entre Sueños Y Pesadillas - Mónica Jure

    Prólogo

    Dicen que la realidad supera a la ficción y eso es una verdad del porte de un edificio, como dicen en España... Este libre supera con creces la fantasía más extrema. En ella se encuentran todos los elementos para entender que nunca, bajo ningún punto de vista, debería aceptarse la violencia, de ninguna forma.

    La primera vez que escuché la historia de Mónica sentí, como en muchas otras ocasiones, que era una versión diferente de algo que había escuchado muchas veces. En mi trabajo como orientador familiar, terapeuta de parejas y mediador familiar, muchas veces tengo que realizar visitas al infierno.

    En algún momento le dije a Mónica:

    —Deberías escribir tu historia.

    Ya lo había dicho en otras ocasiones a otras sobrevivientes de la violencia de género, pero esta vez Mónica recogió el guante y se atrevió.

    El libro no es solo la historia de una mujer que aprendió de la peor de las maneras que alguien que te dice amar se puede convertir en un ser tan indeseable que ni el mismo (al menos debería ser) se soporta; es también la narración de alguien que vivió en un hogar feliz, que tomó malas decisiones, que eligió a un verdugo como esposo, y que luego, con dedicación, energía, resiliencia, y fuerza interior, logró reinventarse, comenzando por empoderarse a sí misma y convertirse en una sobreviviente de un matrimonio que debió cortarse mucho antes, y que finalmente, convirtiéndose en profesional, logró mostrar en su vida lo que muchas mujeres deberían saber: ¡Es posible! ¡Se puede! ¡No debes permitir que alguien, en nombre del amor, te maltrate! ¡Nunca debes dejar que el enemigo duerma a tu lado y habite en tu casa!

    El ex-esposo de Mónica, y no saben ¡cuánto me alegro de decir ex! es uno más de los necios que habitan esta tierra. Varones vacíos de inteligencia emocional que no han aprendido que con un poco de ayuda sus vidas podrían ser cualitativamente mejores, que consideran que haber nacido con gónadas, eso los convierte en superiores, y se dan el lujo de maltratar a quienes, supuestamente, más aman. El innombrable de esta historia es el epítome del macho latino, del hombre de la casa latinoamericano que con su actuación va dejando una estela de dolor, sufrimiento y tristeza a su paso.

    Lo lamentable de esta historia, son además, del innombrable, las mujeres que con su actuación avalan las actitudes insanas, tóxicas y reprobables de un hombre que nunca aprendió a ser parte de la humanidad real, que demanda, entre otras cosas, entender que las mujeres no son usables, sino sujetos de derecho que no deberían ser tratadas como cosas o personas de segunda categoría, o usando la expresión de Simone de Beauvoir (1949), el segundo sexo,¹ ninguneado, maltratado y discriminado, simplemente, por el género.

    Mónica representa lo que el filósofo e investigador francés Giles Lipovetsky, llama la tercera mujer,² la que ha conquistado el poder de disponer de sí misma, de decidir sobre su propio cuerpo y su capacidad de tener hijos, la que ha ganado el derecho a disentir y pararse para desempeñar cualquier actividad que quiera.

    Pero para llegar allí ha padecido innumerables humillaciones, laceraciones del alma, heridas profundas, que como decía Shakespeare, son las que más duelen, porque no se ven, porque pasan delante de los ojos de los demás, como si no existieran. Son lás lágrimas vertidas en silencio, con espasmo agónico, y sobre todo en silencio, ese que impone la cultura, el sexismo, el machismo y el androcentrismo que avalan, lamentablemente, muchos, desde púlpitos, cátedras, empresas, gobiernos y tribunales.

    Les invito a leer con empatía la historia de Mónica, que es a la vez el mismo relato de millones de mujeres que aún no se atreven a desprenderse del yugo opresor del patriarcado más obtuso, del machismo ignorante y de las mil caras que adquiere el sexismo en una sociedad que cada vez abre más espacios para decir: ¡Basta!

    Gracias Mónica por el coraje de contar tu historia. De tener la valentía de exponerte ante el ojo avisor de quienes te abrazarán por tu osadía y de quienes no dudarán en lapidarte por atreverte a decir que no estás dispuesta a seguir en la esclavitud emocional en la que has vivido por tanto tiempo, demasiados, como entendí al finalizar la lectura de este libro.

    La extraordinaria escritora Chimamanda Ngozi Adichie de Nigeria, nos recuerda que las historias importan. Importan muchas historias. Las historias se han utilizado para desposeer y calumniar, pero también pueden usarse para facultar y humanizar,³ y creo que ese es el mérito de esta historia, contada en primera persona, el relato de una sobreviviente, que trae esperanza a tantas mujeres que creen que no hay luz al final del camino.

    Dr. Miguel Ángel Núñez

    Quart de les Valls, Valena

    España

    Introducción

    La casa estaba vacía, todos mirábamos desde la vereda como papá cerraba la puerta en compañía de algunas maletas, tras ella quedaban, recuerdos, travesuras, risas y penas.

    En mi cabeza de niña, sonaban las palabras de la abuela paterna, prometiendo guardar unos juguetes, la verdad, no comprendía bien lo que pasaba, si era un paseo o un sueño, finalmente en el puerto de Salto, ciudad de la república oriental del Uruguay, mi familia compuesta por cuatro hijos y nuestros padres, subimos a la balsa rumbo a Concordia, y de allí iríamos en tren hasta Argentina, los abuelos agitaban sus pañuelos y con los ojos llenos de lágrimas nos despidieron.

    Tras una noche de viaje por tierra, llegamos a destino nuestra mamá iba a ser operada de un oído, la gente iba de un lado a otro, hablaban susurrando algo no andaba bien, sin percatarnos de la gravedad nos fuimos al parque, mientras todos oraban porque mamá no despertaba de la cirugía, los más pequeños jugábamos sin intuir lo incierto del futuro.

    De pronto el cielo oscureció y comenzaron a caer gotas tenues de agua, había aprendido a cerrar fuertemente los ojos y así evitaba el miedo, era una extraña sensación de inseguridad que me provocaban las tormentas tropicales, los rayos y todo lo que no podía entender, se puso a llover torrencialmente y junto a mi hermano nos pusimos a correr hasta el hospedaje, donde nos alojábamos.

    Era el inicio de una historia que me transporta a los recovecos más oscuros del dolor y también de algunas alegrías, desde la ventana se observaban muchos sauces con un verde follaje que parecían bailar con el viento y sonreírle a la lluvia.

    1. El inicio

    Sudamérica estaba en crisis debido al ingreso de ideas comunistas que afectaban también al país donde residíamos, la ciudad de Salto queda al otro lado del río de la Plata, y debido a la crisis imperante había un alto índice de desempleo. En un hogar, con cuatro hijos no siempre había para comer. Papá había dejado de trabajar en la sastrería para dedicarse a la venta de literatura, trabajaba codo a codo con el pastor de la iglesia, en aquellos años las carpas se usaban con el propósito de realizar reuniones.

    Recuerdo escuchar conversaciones de mis padres acerca de inconvenientes que tenían con aquellas carpas, porque gente de otra religión no estaba de acuerdo con ellas.

    Veía a mi madre muy nerviosa, además nuestra abuela materna nos visitaba y al parecer su presencia dejaba más alterada a mamá. Un día vi que mis padres comenzaron a vender nuestras pertenencias y sin darnos casi cuenta ya estábamos en el puerto esperando la balsa, luego subimos a un viejo tren camino a la ciudad de Entre Ríos, a penas llegamos a mamá la internaron en el Sanatorio y nos quedamos a vivir en una pequeña pensión cerca de la villa.

    Papá inició los trámites de radicación eran tres largos meses de espera, Tony y yo hacíamos travesuras recorriendo el lugar, entonces nos encontramos con un matrimonio de abuelitos que andaban paseando por Argentina, ellos eran de Paraguay, nos regalaron un billete de un guaraní, era verde y tenía un soldado, nosotros lo guardamos, a mamá le regalaron una olla enlozada blanca con rosas rojas, eran personas muy amorosas y sociables.

    Pasaron semanas y una tarde papá volvía de hacer unos trámites, entonces escuchamos en la radio que Perón había muerto, la moneda argentina se devaluó y el dinero que papá tenía pasó a ser muy poquito, esa tarde oramos como de costumbre y le pedimos a Dios que dirija nuestras vidas. Justo cuando las visas estuvieron listas todo volvió a cambiar, apareció en nuestras vidas un pastor llamado Daniel A., él le dijo a papá que iba llamado a ser presidente de la asociación en el Paraguay y que ese país era el paraíso de Sudamérica, dijo:

    —Para que tus problemas se terminen hermano, vamos al Paraguay, lo que entre en mi camioneta, va, lo que no, se queda, Dios proveerá.

    Y con una dulce sonrisa nos mostró su camioneta cargada de libros para ser vendidos, de igual forma había mucho espacio en ella. Nuevamente mis padres conversaron a solas, mamá estaba convaleciente de su operación. Pronto emprendimos el viaje a ese paraíso, como lo llamaba el pastor, y a nuestro viaje se nos unió un viajero más, era el pastor Nikolaus y él decía:

    —Soy Nikolaus no colado, nosotros reíamos de sus bromas y de su estatura, era muy alto y se doblaba para estar más cómodo, era como Gulliver y nosotros los liliputienses.

    Por mi cabeza rondaban mil preguntas, entre ellas ¿Cómo sería el nuevo lugar? ¿Habría animales nuevos, amigos nuevos? en realidad, nada nos preocupaba si estábamos juntos y contábamos con la protección de Dios, pero como todo niño éramos curiosos.

    El viaje parecía eterno, el pastor llevaba una caja de manzanas y nos dijo que podíamos comer cuanto quisiéramos, lo que no esperaba era que llegáramos sin manzanas a destino, la carretera era interminable, logramos dormir un rato pues entre ansiedad y curiosidad hablábamos todo el rato.

    Eran las seis de la mañana, tras una larga noche de viaje por la carretera llegamos a un lugar llamado Posadas, allí esperaríamos que se abriera la frontera para cruzar al Paraguay.

    —¡Tony, cierra la ventana! —dijo mamá.

    Los encargados de aduana firmaron el pase y ya podíamos pasar, lo primero que vimos fue una mujer de blanco vendiendo algo extraño llamado chipá, algo como un pan de maíz con mucho queso; era muy sabroso. Después pasamos a un restaurante a almorzar el pastor pidió el menú nos sirvieron una comida muy rica, pero rara para nosotros y papá no comía esperando el pan.

    —¿Qué pasa que no traen pan? —preguntó— y con una sonrisa el pastor le dijo:

    —Hermano, ese es el pan aquí.

    Sobre la mesa había algo parecido a las papas, pero más transparente se llamaba yuca o mandioca era una raíz cocida y sin mucho sabor, pero suplía el pan con casi todas las comidas. Sí, había pan en el nuevo país solo había que pedir entonces el pastor llamó al mozo y le dijo:

    —Por favor me trae pan ellos son extranjeros.

    El mozo asintió con la cabeza y fue por el pan. La comida era mucha así que Tony y yo dejamos la mitad de todo y mamá no estaba muy contenta pero nunca nos retaba en público. Estábamos muy cansados salimos del restaurante y llegamos a la Iglesia que nos albergaría hasta saber cuál sería la misión de papá. Llegamos a una casa antigua de estilo colonial tenía mucho patio columpios y unos árboles con un fruto también nuevo para nosotros, eran mangos, el pastor nos dijo:

    —Pueden comer de ése fruto es muy alimenticio prueben.

    Como siempre, Tony fue el primer valiente y luego Laly, Marce y yo observamos las caras de los demás y cuando vimos que nadie puso mala cara comimos también. Luego el pastor Daniel fue por unas llaves y abrió una enorme puerta allí había un cerro de ropa de todos los tamaños y colores, entonces dijo: ——todo lo que les sirva hermano tómenlo, luego se llevó a mamá a un sector con una bodega administrada por una ONG y le regaló platos, vasos, cubiertos, frazadas, colchonetas y un catre para cada uno de nosotros. La primera semana fue emoción

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