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Historia del Partido del Progreso Moderado Dentro de los Límites de la Ley
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Libro electrónico162 páginas2 horas

Historia del Partido del Progreso Moderado Dentro de los Límites de la Ley

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En su ensayo titulado El Humor, Sigmund Freud afirma: "El humor no es resignado, sino rebelde; no solo significa el triunfo del yo, sino también del principio del placer, que en el humor logra triunfar sobre la adversidad de las circunstancias reales". El colapso del Imperio austrohúngaro y la Revolución rusa son precisamente las "circunstancias reales" de las que se nutren los dos ciclos de cuentos incluidos en este volumen, en los que lo viejo y lo nuevo se rinden ante la feroz ironía de Jaroslav Hašek. Sin embargo, ni el autor ni su estilo salen indemnes de dichos acontecimientos. El Hašek burlón e irreverente, candidato del Partido del Progreso Moderado Dentro de los Límites de la Ley, se convierte página tras página en un narrador más cínico y desengañado, marcado por su experiencia en las filas del Ejército Rojo, vivencia que contará de manera magistral en Comandante de la ciudad de Bugulmá.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento18 ene 2021
ISBN9788412310795
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    Historia del Partido del Progreso Moderado Dentro de los Límites de la Ley - Jaroslav Hasek

    sociedad.

    Historia del Partido del Progreso Moderado Dentro de los Límites de la Ley

    Programa inicial del Partido del Progreso Moderado Dentro de los Límites de la Ley

    La intensa corriente educativa que en 1904 sacudió toda la Europa central, las poderosas ideas liberales provenientes de las provincias rusas sublevadas, donde los terroristas desarrollaron entre 1902 y 1904 su mayor actividad, respaldada por la guerra ruso-japonesa y coronada por éxitos aislados como los atentados a Von Pleve o al tío del zar Serguéi en Varsovia, también tuvieron repercusión en nuestro país. En el norte de Chequia los mineros se amotinaron y no volvieron al trabajo hasta que los patrones les redujeron los salarios. El gran movimiento revolucionario asimismo se hizo sentir en Westfalia, donde alzaron una bandera roja en el ayuntamiento de la capital, cuyo nombre no nos concierne. Fueron los propios gendarmes de Würtenberg quienes pusieron allí la bandera, y esto sucedía en el momento preciso en que los japoneses derrotaban a la flota rusa del Báltico cerca de Tsushima.

    En aquel tiempo el eco de aquella victoria japonesa causó un gran revuelo en Praga: aunque la noticia era cierta, el entonces corresponsal de guerra de los periódicos Národni listy y Národni politika, el amigo y diputado Václav Jaroslav Klofáč, escribía continuamente sobre las grandes victorias de los rusos frente a los japoneses. En Praga lo creía el 30% de los habitantes, los mismos que en 1901, cuando estalló la guerra ruso-japonesa, se concentraron en la plaza de Ciudad Vieja, delante del templo ruso de San Nicolás, donde el batiushka Ryškov celebró las exequias por el triunfo de las armas rusas y la multitud de checos cantó el himno Hej Slované, probablemente para rendir homenaje a la Fortaleza de San Pedro y San Pablo, y a los mil rusos fusilados por la guardia personal del zar y los cosacos mientras gritaban «¡Gloria al zar!» en la avenida Nevski. Ataviados con la tricolor eslava apalearon a Pelant, a ocho anarquistas checos y, por último, al redactor de Právo lidu, el amigo Skala, que llegó a la plaza con retraso, cuando ya había tenido lugar la auténtica hecatombe y los oponentes al zar fueron apaleados. Al ver a tanta gente junta, en la euforia del partido, Skala pensó que tenían que ser socialdemócratas, así que en medio del gentío gritó: «¡Fuera el zar!, ¡Zar sinvergüenza!».

    Al ser arrestado por la policía, se libró de morir de una paliza. Como él mismo cuenta, los entusiastas zaristas le propinaron unos seiscientos bofetones. Fueron los mismos que cuatro años después, en la plaza, pasada la convulsión sobre el sufragio universal, vociferaban con el doctor Soukup, este último desde el balcón del Ayuntamiento: «¡Que triunfe la Revolución Rusa!».

    Sí, ya en aquella época flotaba el sufragio universal en el ambiente de la Chequia central. Empezaba a despertarse una vaga conciencia por la dignidad humana. El anarquista Knotek donaba el dinero heredado a la Komuna de Žižkov. Vohryzek se aplicaba brillantina en la escasa corona de pelo que le quedaba, se paseaba por Praga con el traje mejor cortado como arbiter elegantiarum, se compraba perfumes y publicaba El pobre, la baratija anarquista del pueblo checo. Mientras, en la estrecha y triste callejuela Charvatská, en la imprenta de Rokytov, nacía la revista Svítilna, en la que el pintor Lada ponía por primera vez sus pies deformados. Svítilna se extinguió¹ cuando los autores cogieron como adelanto los honorarios de las seis generaciones venideras. El periódico České slovo dejaba de ser el Partido Democrático Checo, y el citado partido dejaba de ser el susodicho periódico. En sus cartas de Manchuria, el diputado Klofáč alababa el valor de las tropas rusas, el heroísmo de los japoneses, y enviaba a Chequia bordados tártaros que los rusos les habían requisado a los ajusticiados junguzi. Entretanto, los realistas no perdían el tiempo, y Herben y Masaryk echaban pestes el uno del otro. Masaryk afirmaba haber terminado moralmente con Herben, a lo que Herben asentía con ironía y un peligroso añadido: «Pero jamás económicamente».

    El pilar clerical del movimiento literario de los católicos modernos, el denunciant páter Dostál-Lutinov, se las tenía con Machar, quien se lamentaba, con una paga de cuatro mil coronas anuales y desde una agradable casita de propiedad en las afueras de la enemiga Viena, mostrándole el puño al reino checo y empezando a disgustarle Eliška Krasnohorská, a la vez que estudiaba, para el futuro, una guía de Roma.

    En Chequia se encontraban dos jóvenes poetas, cada uno escribía peores versos que el otro. Eran Rosenzweig-Moir y Frabša, que años después se convertiría en un sincero nacionalsocialista, en redactor del boletín de Kutná Hora. En aquel tiempo era costumbre que los poetas jóvenes como Frabša se llevaran a las hijas de los panaderos y que, cuando el padre iba a por ellos, cometieran ofensas a Su Majestad. En las tabernas de Vinohrady, el desdichado librero Horálek regalaba biblias de Kralice a sus amigos y conocidos y les pedía dinero prestado. La Iglesia anglicana compraba en Praga almas a una libra. En el balneario de Heroldo, en Nusle, los adventistas bautizaban a viejas desnudas. En Macedonia estallaba la revolución, los rebeldes volaban los puentes de Bitola y Salónica. En el palacio arzobispal del castillo de Praga, el deshollinador caía al patio. El amotinado acorazado ruso Potemkin bombardeaba la costa de Rumanía. En el Elba, el bajo nivel del agua mostraba las piedras del hambre². En la redacción del Komuna, el agente provocador Mašek se hacía pasar por el anarquista italiano Pietro Peri, fugado de Sebastopol, y pasaba una noche en casa de Rosenzweig-Moir. A decir verdad, ambos la pasaban en vela, pues tenían miedo el uno del otro. El duque de Macedonia Klimeš llegaba a Praga con total discreción y en semejantes tiempos agitados fundaba yo, en el mesón de Královske Vinohrady El litro dorado y para escarnio del maestro Arbes, un nuevo partido político checo: el Partido del Progreso Moderado Dentro de los Límites de la Ley, cuyo nombre era ya el programa principal e inicial, pues las palabras «moderado», «progreso», «límite» y «ley», juntas ideológicamente en una vasta unidad, anunciaban la tendencia general del partido, aunque, evidentemente, luego se transformara debido a las circunstancias políticas vigentes, hasta el momento en que en 1911 se reorganizó de nuevo.

    Y ha llegado el momento de mencionar, sin más demora, a dos hombres que en el memorable año de la fundación del partido estuvieron a mi lado, entre muchos otros a los que se hará mención más adelante, y me respaldaron en mis aspiraciones. Eran el duque de Macedonia Klimeš y el poeta Gustav R. Opočenský.

    Gustav R. Opočenský y el duque de Macedonia Klimeš

    El poeta Opočenský proviene de una familia con profundas creencias religiosas. Es una estirpe extraordinariamente honrada y que ha dado al mundo numerosos pastores evangélicos. También el padre de Opočenský fue un respetable pastor en la localidad de Krouna, en la demarcación de Chrudimi, y el poeta se embebió, por boca de su progenitor, de los juicios morales sobre el mundo que guiarían su trayectoria vital. En la penumbra mística de la catedral evangélica de Krouna, el joven Gustav permanecía todo el día escondido debajo de un banco del templo frente al instrumento de la justicia divina en la tierra, como su padre llamaba al azote. Y cuando era descubierto no se oponía a la fuerza del destino sino que, doblado sobre las rodillas paternas, recordaba las palabras del evangelio: «Todo el poder proviene de Dios, por lo cual, quien se resiste al poder, ¡se resiste a los designios divinos!».

    Las rodillas del padre y la vara fueron la mejor escuela poética para Opočenský, puesto que conviene agradecerles la lograda particularidad de su creación poética, que el historiador de la literatura observará en cada uno de sus poemas: una desesperación infinita, una tristeza imposible que no se deja apaciguar, una llama extinguida...

    Y en su vida aquella época que pasó cruelmente doblado sobre las rodillas del padre dejó huella en el hecho de que hoy, en su anhelo por el realismo, no busque más que las aventuras que le deparan un estado espiritual parecido al cultivado en la niñez. Su vida consiste en abstenerse de todos los placeres terrenales, y contemplar el mundo con la mirada del que sabe que ni en el Apolo ni en el café Bendova, ni siquiera en Las estrellitas o en el Técnico encontrará aquello que busca su alma poética deseosa de belleza.

    Y este mundo puramente materialista demasiado a menudo penetra en su espíritu sensible de forma muy poco armónica. Ya lo agarran unos brazos robustos y se lo llevan del local, y aquellos a los que él quería le escriben en una carta que la fusión de sus almas ha quedado atrás, y entonces él, en la noche negra, recostado contra un árbol, llora a las calles silenciosas, y a aquellos que lo quieren consolar, con voz entrecortada por las lágrimas, les cuenta: «Pero si nunca he matado ni a una mosca. ¡Vete de aquí o te suelto un par de hostias!».

    Tengo el honor de decir que este hombre impecable estuvo a mi lado durante la fundación del Partido del Progreso Moderado Dentro de los Límites de la Ley.

    ¡Qué distinto era el duque de Macedonia Klimeš! Ante todo, ninguno de nosotros sabía ni dónde ni cuándo nació aquel combatiente por los derechos de los oprimidos. Era de estatura alta y lucía una barba castaña que le poblaba las mejillas. La terrible expresión del rostro y los fervorosos discursos hacían presentir que se trataba de un líder militar revolucionario nato, y como tal lo conocí en Sofía dos años antes de la fundación del partido. En cualquier caso, hará falta un extenso capítulo para narrar todas sus hazañas, la más célebre de las cuales fue precisamente nuestro encuentro: de cómo tomamos parte en la memorable batalla del monte Garvan, de cómo cercamos Monastir y de cómo, rodeados por las filas del ejército turco regular, el Nizam, huimos con esa gracia con la que solo del combate se huye.

    El duque de Macedonia Klimeš

    i

    Repito que, durante un tiempo, tuvimos en el partido a aquel hombre por el que sentíamos un particular aprecio, debido, precisamente, a su conducta

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