La presencia desierta: Poesía 1982-2004
Por Javier Sicilia
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La presencia desierta - Javier Sicilia
Javier Sicilia (ciudad de México, 1956) es poeta, novelista, ensayista y articulista. Realizó estudios en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, así como en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la misma institución. Se ha desempeñado como editor, guionista y coordinador de talleres literarios. En 1990 ganó el Ariel por el mejor argumento original escrito para cine por Goitia. Actualmente dirige la revista Ixtus. El Fondo de Cultura Económica le ha publicado el volumen de poesía La presencia desierta (1985) y las novelas El reflejo de lo oscuro (1997) y Concepción Cabrera de Armida. La amante de Cristo (2001).
LETRAS MEXICANAS
La presencia desierta
JAVIER SICILIA
La presencia desierta
POESÍA 1982-2004
Primera edición, 2004
Primera edición electrónica, 2015
Diseño de forro: R/4, Pablo Rulfo
Viñeta: Aníbal Delgado
D. R. © 2004, Fondo de Cultura Económica
Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 México, D. F.
Empresa certificada ISO 9001:2008
Comentarios:
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Tel. (55) 5227-4672
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ISBN 978-607-16-3244-9 (ePub)
Hecho en México - Made in Mexico
SUMARIO
PERMANENCIA EN LOS PUERTOS (1982)
ORO (1990)
TRINIDAD (1992)
VIGILIAS (1994)
RESURRECCIÓN (1995)
PASCUA (2000)
LECTIO (2004)
CUANDO ESCRIBÍ Permanencia en los puertos (UNAM, 1982) me propuse reunir bajo el título general de La presencia desierta, la poesía que a lo largo del tiempo escribiría. De alguna forma, con ese primer libro, que expresa el profundo y oscuro misterio que entonces me trabajaba en el alma, y con el título que había concebido para reunir en un futuro mi obra, había encontrado la fuente de mi poesía: el misterio de Dios en el alma. Pues sólo una presencia que en sí misma posee el despojamiento del desierto puede contenernos a todos en su pobreza.
Yo tengo para mí que todo el misterio cristiano de la kenosis de Dios, de la renuncia de la Divinidad a sus privilegios para encarnarse en un hombre que entrega su vida para salvación de todos y que habita personalmente en la intimidad de cada hombre, está contenido en ese extraño oximoron. De hecho, bajo el título de La presencia desierta apareció en 1985, en el Fondo de Cultura Económica, la reunión de Permanencia en los puertos y de un segundo libro llamado Dejamiento.
En 1996, el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, en su colección Los Cincuenta, volvió a publicar La presencia desierta, agregando a ella los libros que se habían sucedido: Oro, publicado por las Ediciones Toledo en 1990, Trinidad (1992) y Vigilias (1994), publicados por una pequeña editorial marginal subsidiaria de la revista Ixtus, y Resurrección, que hasta entonces no había visto la luz.
Después de ocho años, el FCE me ha invitado de nuevo reunir mi obra poética bajo el título general que hace 22 años concebí. A los libros incluidos en la edición del Fonca se han agregado otros dos: Pascua, publicado en 2000 por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Nuevo León, en su colección Babélica, y Lectio que, concluido a principios de 2004, no había sido todavía publicado.
He dejado fuera, tanto de la edición del Fonca como de la edición del FCE, Dejamiento, por considerar que es un poema de tránsito entre Permanencia en los puertos y Oro, un poema que, con algunos aciertos, balbucea a San Juan de la Cruz y no alcanza a encontrar su verdadera expresión.
Confieso que al releer mis libros para esta edición tuve la tentación de sacar otros poemas, sobre todo de Vigilias, en los que he dejado de reconocerme. Decidí dejarlos como un ejercicio de humildad frente a las luces que el hombre que en aquel entonces fui, tuvo. Confieso también que lamenté algunas repeticiones enumerativas que hay en Trinidad y en la primera parte de Resurrección, una autocomplacencia que habría querido enmendar, pero que, de haberlo hecho, habría fracturado alguno de los poemas cuyos aciertos dependen de esas enumeraciones.
Siempre he creído que toda poesía narra un largo viaje hacia la luz. En mi caso, ese viaje es, como el título de mi primer libro, una permanencia. En realidad nunca partí. Desde que decidí viajar para encontrar a Dios, Él ya estaba en mí y me aguardaba. Estos poemas, en su pequeñez, son sólo un atisbo a las confidencias de ese misterio.
J. S.
PERMANENCIA EN LOS PUERTOS
(1982)
A María del Socorro
A Federico Angulo, in memoriam
Nada de lo que ha vivido se pierde...
La vida es un modo inmutable del Ser.
LANZA DEL VASTO
CORO
1
Desde el Vértice Tuyo, hacia Tu adentro,
la materia palpita con Tu ausencia;
el día generoso
le devuelve la luz de Tu presencia.
Se realiza en la nada de mi centro
la profunda labor de Tu reposo.
2
¡Qué sombras, qué destellos se confunden!
¡Cuánta creación de vida imperceptible
trabaja laboriosa!
¡Qué insistencias de tiempo en Él se funden
bajo este transcurrir indivisible!
Muerte que habita en mí y es prodigiosa.
3
Luz de día y paciencia de serpiente,
ojo infinito y de delicia cima
que a mi esencia desgarras,
¿qué ventura me toca y me reanima,
qué gran amor de Dios ya se presiente
y rompe la estrechez de mis amarras?
Mar sobre las arenas del desvelo
y sobre toda ruta de esta espuma:
el Dios en ti, la cruz
en ti que fue de sueño; ay, alma en vuelo,
muchacha, tus maneras en la bruma
son como tempestad bajo la luz...
...tu vela a la deriva es como un sueño
oculto y demudado en el escándalo
del viento. ¡Vive dada
entre los puertos!, y el aroma a sándalo
y a jazmín sobre todo nuestro ensueño...
¿Qué dios fue más amante de su amada...?
Amor, y en la memoria la bondad
del alba. Hermana, el resplandor sabría
entrar en esta casa,
¿y quién desnudo y simple aún, habría
de estrechar junto al alma sin edad
la simpleza que habita en nuestra raza?
¿Quién, al alba y privado de esperanza,
sabría honrar su cuerpo enfermo, esencia
injusta del agónico...?
¿Quién se pondría a cantar: mira existencia,
mira mi sed, mi fiebre...? La alabanza
a quien ante la muerte vive atónito.
¿Pero quién es aquel que así se quiere,
qué salud vigorosa nos inunda
en ese goce yermo...?
No hay fin sino más fuerza donde funda
el alma sus imperios y se adquiere
la vida más allá del cuerpo enfermo;
pues la vida del hombre está en su muerte,
como el vuelo del cuervo en la presteza
de sus alas. Dolor
y toda nuestra historia en su belleza
y todo el declinar que se hace fuerte
y diluye la pena y su temor.
CORO
4
Centro del día y en mis ojos gema,
mi visión a Tu Luz no se acostumbra;
de Tu Luz inmortal,
Luz en vuelo, insistente Amor deslumbra
mi mirada. Mas mira Dios... y quema,
que un descuido de Luz me hace mortal.
5
Como aquella que mira ante el espejo
el claro envejecer de su materia,
como en terror transmuta
su vanidad, al claro del Reflejo
me aproximo y el alma en cada arteria
ante el rostro de Dios gime y se inmuta.
Nimias cosas y vanas, nimias cosas
y en su deriva, el curso en su aparejo
y nuestra dura quilla
que lentamente pasa bajo el cejo
como el polvo y el tiempo sobre losas;
paciencia de la vida, ay, maravilla
y un asomo de luz en la carena
de nuestra alma. ¿Qué muerte nos agrupa
y destruye el camino?
El Dios que habita en sombras nos ocupa
y como el mar se extiende entre la arena.
Donde está Dios está nuestro destino.
Y
Toda cosa es sagrada y toda vida.
Aquella cuyo grito se parece
al canto del albatros
sobre el mar, y la que en su sexo mece
el dolor y aún sabe que hay cabida
para el goce, sostienen de los astros
el curso en su pasar.
Maravilla, ay, mis nimias cosas, cosas
breves, ¡cómo refluyen en su adiós,
cómo buscan amar
en el curso infinito de su Dios!:
"¡éste es mi cuerpo, el grito en que reposas,
este dolor... el paso de mi Estar!"
Nimias cosas profundas, breves rosas
y este fluir, este duro transcurrir
del hombre en su substancia
anima nuestras sombras presurosas.
Pasar, y en este gusto de incurrir,
la profunda ansiedad de nuestra estancia.
¿Y quién habrá pasado sin arder
cien veces por su Dios y habrá traído
escándalo a su sueño?
¿Quién desnudo en su muerte y distraído
ya de sí no querría en su no ser
colmar con Dios la dicha de su empeño?
CORO
6
Desnuda en mí la hechura que me envuelve
Viejo Atiempo que acechas mis terrores:
una mirada excava
el abandono, el tiempo que disuelve,
yo cedo a esta ventura mis temores,
a esta hechura del tiempo que me acaba.
7
Bajo sombras de luz el alma incierta
sobre el tiempo construye su existencia.
No habita su calor,
mas de su sueño vive, en él despierta,
en él discurre a tientas su paciencia
y a su paso la muerte se hace ardor.
Bajo tierra la vida entra en el juego:
su trabajo, en el lodo se diluye
y en la nada que habita
va trenzando un murmullo; allí refluye,
allí crea su polvo: el claro fuego.
La vida ante la luz se hace infinita
y todo bajo tierra se transforma:
el que no tiene casa ni vestidos;
el que obtiene placer
de su cuerpo desnudo y de su forma;
el desterrado que ama sus ejidos
y en recordarlos cifra su quehacer...
...La que siente el amor al desnudarse
frente a un hombre alto y bello, y ha aprendido
a