Tríptico del Desierto
Por Javier Sicilia
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Javier Sicilia
Javier Sicilia nació en la ciudad de México en 1956. Ha colaborado con las revistas Proceso y Siempre!, y La Jornada Semanal. Su poesía escrita hasta 2004 está reunida bajo el título La presencia desierta. Entre sus novelas destacan El Bautista (premio José Fuentes Mares 1993), El reflejo de lo oscuro, A través del silencio y, recientemente, La confesión: el diario de Esteban Martorus. En 1987, junto con Jorge González de León recibió un Ariel por el argumento original de la película Goitia, un dios para sí mismo. Ha sido miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte.
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Tríptico del Desierto - Javier Sicilia
yermo
Panel 1
Las cuentas en los dedos
A la memoria de mi abuela Josefina
que un día me enseñó el Rosario
Gozo
I
No sólo el río, tiempo incontenible,
sino la carne es un hermoso dios desnudo,
un puente edificado entre el allá y el acá,
débil, a veces fuerte y, no obstante, pleno en sus límites
como un ave tendida en el viento,
un signo en el abismo,
no una mera consecuencia de los dioses,
sino Dios mismo en su hueco,
en su presencia retraída
como un canto que emerge de los excavamientos del tiempo
y nos permite ser, habitar en su abismo;
ahora un enigma a descifrar,
un puente roto,
un problema de ingeniería genética,
no una presencia, un signo,
sino una maquinaria dejada ahí para ser usada como se interpreta el átomo;
y, sin embargo, cuánta alegría hay en ella aún,
más dichosa y alegre que la delicia de Él en su articulación de luz,
en su divinidad en flor:
polen de su decir,
tumultuosa delicia de delicias,
aparecer de Sí hecho carne
que igual que el río arrastra memorias, recuerdos olvidados, vestigios de la luz:
el Edén, la manzana, los fósiles, las eras,
los glifos y los templos,
las infinitas voces del tiempo y sus distancias
que nos hacen sentir lo inaprensible,
el sabor de su amor en su hueco excavado,
porque la carne tiene muchas voces, que ya pocos escuchan,
muchos rostros y voces donde se dice Él en su decir sin fin incapturable
como el silbo del barco entre la niebla
o el restallar del mar bajo la noche.
II
A la hora del alba
cuando la amarillenta niebla lame las ventanas
y el óxido del cielo entre la oscuridad y la luz
extravía las cosas que la noche ocultó
a la hora del alba
cuando el tiempo parece detenido y salimos de casa mirando sin mirar
con la ausencia ahuecada en los ojos
yendo a ninguna parte porque no hay parte alguna donde reposarse
a esa hora
cuando las voces son sólo un lamento indistinto
yo Ana hija de Fanuel
viuda de muchos años
aunque ciega de tanta espera lo vi en el templo
y un viento apartó tibio la memoria del polvo soplando hacia el desierto
a la hora del alba
hacia el día que no vemos
como si todo se hubiese detenido en su flujo
yo Ana vi y sentí el tiempo desatarse en mis venas
y fluir como el río llenándose de voces
¿Quién habita en el templo?
¿Qué memorias se guardan en sus paredes derruidas?
Yo Ana pude entenderlo porque he visto y conozco la espera y el tiempo que cobija mi carne
oscura y hermosa soy como el templo
como el grito del Ángel en la noche
en mí estaba el Consejo y la sabiduría
piedras preciosas eran mi manto
dë oro mis aretes
y de repente conocí la tierra a la hora del alba
cuando