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Proust
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Libro electrónico133 páginas1 hora

Proust

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May se propone deshacer la confusión que, al mezclar en un solo sujeto al narrador y al autor, a Marcel y a Proust, oscurece el acercamiento a una de las más grandes obras literarias de nuestro tiempo.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento4 nov 2014
ISBN9786071624505
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    Proust - Derwent May

    M.

    I. PROUST Y SU NOVELA

    LA MAYORÍA de los lectores sabe poco acerca de Proust. Nuestro autor bebía una cucharada de té con migajas de cierto pastelillo francés (una madeleine, es decir, un pastelillo que parece moldeado en una concha de pechina) y de pronto recordó toda su infancia, porque su tía solía darle un pedazo de madeleine mojado en té de limón cuando de niño la visitaba los domingos por la mañana. Tras aquella vivencia —de acuerdo con la idea común— Proust pasó muchos años trabajando en una habitación aislada con corcho, escribiendo sus recuerdos. Su novela autobiográfica de tres mil páginas fue traducida por un inglés, C. K. Scott Moncrieff, quien es casi tan admirable como el autor. Pero —y esta idea no siempre se formula de manera suficientemente clara— la obra no parece tener mucho que ver con la vida que tenemos que vivir.

    En esta impresión hay algo de verdad. Pero en todo lo esencial es errónea. En primer lugar, confunde a dos personas enteramente distintas. Marcel, el narrador de À la recherche du temps perdu (literalmente: En busca del tiempo perdido), es quien se lleva la famosa cucharada a la boca; y Marcel no es el mismo Proust, aunque desde luego el propio Proust se llamara Marcel. (En lo sucesivo, en este libro, Marcel designará al narrador y Proust significará el autor.) Proust se inspiró profundamente en su propia experiencia para hacer el retrato de Marcel; sin embargo, éste siempre es visto como un personaje, como objeto de escrutinio y, a veces, de ironía. Estamos ante un mundo creado, con todo el dominio y la flexibilidad que ello implica, y no sólo ante un mundo recordado. Proust ciertamente tuvo una vivencia como la de Marcel con el té; pero —con la diferencia característica que siempre hay entre todos los acontecimientos en la vida de Proust y aquellos de la novela— lo que él había probado en 1909 era un pedazo de pan tostado y ligeramente mojado, y lo que entonces recordó fueron sus visitas a su abuelo.

    Hay otro error aún más lamentable en la idea que comúnmente se tiene acerca de Proust. Y es la creencia de que su novela trata principalmente de las reminiscencias líricas infantiles de un ermitaño sensible. À la recherche sí contiene ese elemento. Pero lo que con tanta frecuencia no comprende la gente que no la ha leído es que se trata de una gran novela cómica. Es también un sorprendente estudio del carácter y de la sociedad franceses, y una intrincada obra histórica. Por lo demás, fue escrita por un hombre que vivió tanto en el haut monde como en su propia imaginación.

    Desde 1910, cuando tenía treinta y nueve años, hasta 1919, tres años antes de su muerte, Proust ciertamente pasó la mayor parte de su tiempo en una enorme habitación de su piso del Boulevard Haussman, en París, habitación donde había paneles de corcho clavados a las paredes y al techo, largas cortinas azules que pertenecían a su tío abuelo y siempre estaban cerradas, y un perpetuo olor a humo para fumigar, bueno para su asma. Allí, encamado y enfundado en varios suéteres, escribió su novela. Pero muy frecuentemente, bien entrada la noche, se levantaba, se vestía y asistía a veladas con los escritores y los aristócratas de quienes se había hecho amigo años antes. Era famoso por su conversación amena en general, era el último en irse a casa después de las veladas y las recepciones, y cuando regresaba a ella a las dos o tres de la mañana, seguía hablando, sentado en un extremo de su cama y describiendo las experiencias de la noche a su criada, una muchacha llamada Céleste Albaret, a quien admiraba tanto que de vez en cuando la hacía aparecer en su novela con su propio nombre. Era un poeta persa en una portería, dijo de él Maurice Barrès, el crítico francés, aludiendo en gran parte, y como algo importante, a su proclividad a hacer cosas como sentarse en la cama y hablar a Céleste.

    En mi opinión otro excelente crítico de Proust, el escritor alemán Walter Benjamin, tiene absoluta razón cuando dice que a Proust lo inspiraba una frenética búsqueda de la felicidad. Proust se sintió consternado cuando supo que À la recherche En busca de— se estaba traduciendo al inglés como Recuerdo de. Desde muy joven había sido un buscador; no vivía sólo de recuerdos.

    LOS PRIMEROS AÑOS DE PROUST

    Su abuelo tenía una tienda en la pequeña ciudad de Illiers, no lejos de Chartres; su padre, nacido en 1834, fue un distinguido médico de París, quien casó con una judía culta, Jeanne Weil, hija de un rico corredor de acciones. El propio Proust siempre tuvo lo suficiente para vivir. Nació en el suburbio parisiense de Auteuil, el 10 de julio de 1871. En su tierna infancia, era más feliz en Illiers que en París, y los exquisitos recuerdos de su niñez se refieren en la novela a Illiers, que toma el nombre de Combray. Proust pasó por la habitual secuencia de la escuela (el Lycée Condorcet), el servicio militar y la Sorbona, donde se graduó en filosofía. Desde muy joven vio pronto dónde radicaba para sí el encanto de la vida: era en la alta sociedad parisiense, dominada todavía por la nobleza prenapoleónica, que tal vez fuera rica y altiva, pero que acogía a los artistas y a los hombres inteligentes que sabían agradarle. Proust pronto se abrió paso en ese mundo, empezando en los salones de mujeres de la clase media alta como madame Strauss, quien era madre de un amigo de escuela y viuda del compositor Bizet. No tardó en ser conocido, y en ocasiones amigo, de muchos integrantes de los más altos estratos de la sociedad francesa de fines del siglo XIX: el Faubourg, lo cual significaba el Faubourg Saint-Germain, un distrito de casas aristocráticas tradicionales en la Orilla Izquierda del Sena, aunque, para los años ochenta del siglo XIX, el nombre ya se usaba para designar a un grupo de personas más que al quartier donde vivían, puesto que muchas se habían mudado a los nuevos distritos de moda de la Orilla Derecha.

    En ocasiones se ha tachado a Proust de esnob por frecuentar ese medio, lo cual parece una apreciación poco inteligente considerando tanto la intensidad del deleite imaginativo que le causó la contemplación de ese mundo como la profundidad y la sutileza de sus críticas a propósito suyo. Fuera de sus relativamente modestos antecedentes familiares, Proust era un artista (había escrito en revistas literarias desde la edad de veintiún años); era mitad judío y, según se dio cuenta precozmente, también era homosexual.

    En 1897 estalló en Francia el caso Dreyfus. Tres años antes, un capitán del ejército, de origen judío, Alfred Dreyfus, había sido declarado culpable de entregar secretos a Alemania y enviado a la Isla del Diablo. Luego se descubrió, de pronto, que era inocente de aquellos cargos y que el ejército no sólo estaba suprimiendo las pruebas a su favor sino también forjando, en realidad, nuevas pruebas en su contra. Proust supo hacia dónde se inclinaba su lealtad. Fue uno de los escritores e intelectuales más activos en la obtención de firmas para pedir al gobierno la reapertura del caso, campaña que efectivamente, corridos los trámites, condujo a la rehabilitación de Dreyfus. Pero la sociedad parisiense resultó gravemente escindida por el caso. Una mayoría de la clase alta apoyó al ejército, con base en un patriotismo ciego, e hizo causa común con los antidreyfusards de las clases medias. Sin embargo, hubo una considerable minoría del Faubourg que se unió a lo que parecía ser la causa de la razón y la verdad. Uno de los aspectos más notables de À la recherche, como novela histórica, es su relato de aquella desavenencia, y del modo enteramente distinto en que la sociedad de París se reagrupó después del caso Dreyfus.

    Durante aquellos años de lo que podría parecer vida social más bien frívola —años también en el transcurso de los cuales tuvo algunas aventuras sentimentales, las primeras de ellas heterosexuales, las últimas homosexuales, y todas ellas bastante desdichadas— Proust escribía. En 1896, a la edad de veinticinco años, publicó su primer libro, una colección de reseñas y de relatos cortos llamada Les plaisirs et les jours. Pero para entonces también había empezado una novela larga, que abandonó al cabo de varios años, y que fue publicada apenas en 1952, con el título de Jean Santeuil. Tanto en los relatos como en la primera novela hay mucho material que posteriormente fue transformado en escenas de À la recherche. Pero, a todas luces, Jean Santeuil fue para Proust simple y sencillamente una historia autobiográfica; no había adquirido el amplio diseño general y la consecuente profundidad de significación en el detalle, que su autor habría de alcanzar en la historia de Marcel.

    Proust fue un entusiasta lector de Ruskin y publicó traducciones de La Biblia de Amiens y de Sésamo y lirios. En 1908 dio a conocer una serie de brillantes parodias de escritores franceses del siglo XIX, en las que mostraba sorprendentemente su propio don de observar y crear matices de estilo, lo que tal vez fue un paso decisivo en la búsqueda de una voz personal distinta, descubierta mediante la necesaria recusación. (Esos

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