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Ramon Fernandez
Ramon Fernandez
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Libro electrónico629 páginas9 horas

Ramon Fernandez

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Ramon es una novela escrita por Dominique Fernandez, doctor en letras y miembro de la Academia Francesa. La obra, ganadora del premio"France Télévisions", es una búsqueda biográfica que entrelaza historia literaria, política e íntima de Ramon Fernandez, uno de los intelectuales más importantes de su época, de origen francés y mexicano.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento6 mar 2019
ISBN9786071660893
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    Vista previa del libro

    Ramon Fernandez - Dominique Fernandez

    Índice de contenido

    Agradecimientos

    Introducción, Rubén Gallo

    LIBRO I

    I. Ramon Fernandez en su lecho de muerte

    II. El entierro en Saint-Germain-des-Prés

    III. El proyecto de este libro

    IV. Tres coincidencias

    V. Recuerdos personales

    VI. El amor prohibido

    VII. Tres testimonios

    VIII. Testimonios durante la ocupación

    IX. Del lado de México

    X. El joven Ramon: su relación con el sexo y el dinero

    XI. La Gran Guerra

    XII. Marcel Proust

    XIII. Philippe Sauveur

    XIV. La hipótesis homosexual

    XV. Las amantes

    XVI. Liliane

    XVII. Recién casados

    LIBRO II

    XVIII. Messages

    XIX. El tango

    XX. Matrimonio: el lado brillante

    XXI. Matrimonio: el lado sombrío

    XXII. La obra crítica y filosófica, de 1928 a 1932

    XXIII. André Gide

    XXIV. Le Pari

    XXV. 1934

    LIBRO III

    XXVI. 1937

    XXVII. Los comienzos en el Partido Popular Francés

    XXVIII. 1940

    XXIX. colaboracionista

    XXX. Colaboración activa: en la prensa

    XXXI. Colaboración activa: el viaje a Alemania

    XXXII. Colaboración activa: conferencias, informes y manifiestos

    XXXIII. Colaboración pasiva

    XXXIV. La cuestión judía

    XXXV. ¿Quién soy? ¿A dónde voy?

    XXXVI. La Nouvelle Revue Française

    XXXVII. Proust

    XXXVIII. Balzac

    XXXIX. Itinéraire français

    XL. Barrès

    XLI. El café Lipp

    XLII. Pobre, pobre niño

    Fotos

    Índice onomástico

    Landmarks

    Portada

    Página de título

    Legal

    Índice

    Inicio

    Page List

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    VIDA Y PENSAMIENTO DE MÉXICO


    RAMON FERNANDEZ

    Traducción

    MARIO A. ZAMUDIO VEGA

    DOMINIQUE FERNANDEZ

    Ramon Fernandez

    UN MEXICANO EN PARÍS

    Selección y texto introductorio

    RUBÉN GALLO

    FONDO DE CULTURA ECONÓMICA

    Primera edición, 2018

    Primera edición electrónica, 2018

    Diseño de portada: Teresa Guzmán Romero

    © 2008, Éditions Grasset & Fasquelle

    La presente edición es una selección de capítulos del libro Ramon, de Dominique Fernandez, publicado por Grasset en 2009.

    D. R. © 2018, Fondo de Cultura Económica

    Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 Ciudad de México

    Comentarios:

    editorial@fondodeculturaeconomica.com

    Tel. (55) 5227-4672

    Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc. son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicana e internacionales del copyright o derecho de autor.

    ISBN 978-607-16-6089-3 (ePub)

    ISBN 978-607-16-5968-2 (impreso)

    Hecho en México - Made in Mexico

    ÍNDICE GENERAL

    Agradecimientos

    Introducción, Rubén Gallo

    LIBRO I

    I. Ramon Fernandez en su lecho de muerte

    II. El entierro en Saint-Germain-des-Prés

    III. El proyecto de este libro

    IV. Tres coincidencias

    V. Recuerdos personales

    VI. El amor prohibido

    VII. Tres testimonios

    VIII. Testimonios durante la ocupación

    IX. Del lado de México

    X. El joven Ramon: su relación con el sexo y el dinero

    XI. La Gran Guerra

    XII. Marcel Proust

    XIII. Philippe Sauveur

    XIV. La hipótesis homosexual

    XV. Las amantes

    XVI. Liliane

    XVII. Recién casados

    LIBRO II

    XVIII. Messages

    XIX. El tango

    XX. Matrimonio: el lado brillante

    XXI. Matrimonio: el lado sombrío

    XXII. La obra crítica y filosófica, de 1928 a 1932

    XXIII. André Gide

    XXIV. Le Pari

    XXV. 1934

    LIBRO III

    XXVI. 1937

    XXVII. Los comienzos en el Partido Popular Francés

    XXVIII. 1940

    XXIX. colaboracionista

    XXX. Colaboración activa: en la prensa

    XXXI. Colaboración activa: el viaje a Alemania

    XXXII. Colaboración activa: conferencias, informes y manifiestos

    XXXIII. Colaboración pasiva

    XXXIV. La cuestión judía

    XXXV. ¿Quién soy? ¿A dónde voy?

    XXXVI. La Nouvelle Revue Française

    XXXVII. Proust

    XXXVIII. Balzac

    XXXIX. Itinéraire français

    XL. Barrès

    XLI. El café Lipp

    XLII. Pobre, pobre niño

    Fotos

    Índice onomástico

    AGRADECIMIENTOS

    Agradezco a todos aquellos que accedieron a leer el manuscrito y brindarme sus opiniones y sugerencias, las cuales fueron siempre enriquecedoras: a mi hermana Irène, Martine Boutang, Claude Martin, Céline Dhérin, Stéphane Corvisier y Olivier Nora.

    Estoy en deuda también con Fabien Spillmann, aquel joven investigador que, en 1996, asesoró de forma brillante una tesis de posgrado para el Instituto de Estudios Políticos de París (Ramon Fernandez, de l’antifascisme à la collaboration, 1934-1944) y que me permitió hacer uso de sus estudios, así como de sus investigaciones en la biblioteca.

    INTRODUCCIÓN

    Ramon Fernandez —que siempre escribió su nombre sin acentos— nació en París en 1894 de padre mexicano y madre francesa: fue uno de esos mexicanos (de nacionalidad) que hicieron toda su vida en Francia y que mantuvieron una relación compleja con el país de sus ancestros. Su padre, que también se llamaba Ramón Fernández —aunque él sí usaba los acentos—, fue un diplomático mexicano que trabajó en la embajada; su madre, Jeanne, fue periodista de modas y una de las fundadoras de la revista Vogue. Fernandez venía de una familia de políticos mexicanos: su padre fue funcionario de Porfirio Díaz y su abuelo había sido alcalde de la Ciudad de México.

    Ramon perdió a su padre —pereció en un accidente de equitación en México— a los once años y fue criado por su madre, una mujer muy fuerte, nacida en el sur de Francia, que tenía un salón elegante al que acudían personajes tan distinguidos como Reynaldo Hahn, Jean Cocteau, Maurice Rostand, Jean Paulhan o Lucien Daudet.¹ La formación de Ramon fue completamente francesa: estudió en la Sorbona, asistió a los cursos de Henri Bergson, estudió en Cambridge y después entró al Collège de France. Publicó su primer ar­tículo en la Nouvelle Revue Française a los diecinueve años y a los veinte ya formaba parte del consejo editorial de Gallimard. Durante estos años se dio a conocer como un crítico inteligente, versado en la filosofía contemporánea. Fue invitado a dictar conferencias en Francia e Inglaterra, donde conoció a T. S. Eliot, quien lo consideró uno de los jóvenes más prometedores de París

    Marcel Proust conoció a Ramon Fernandez durante la primera Guerra Mundial: el novelista había cumplido cuarenta años y pasaba casi todo el día en cama, trabajando en su novela; Fernandez tenía poco más de veinte, pero ya era una estrella en ascenso en la vida intelectual parisina. Fue Proust quien quiso que le presentaran al crítico: en 1914 le escribió a Lucien Daudet para expresarle su gran deseo de conocer a Fernandez.³ No sabemos exactamente por qué: el primer volumen de su novela había sido un éxito rotundo y no tenía necesidad de perseguir a los críticos; y si bien es cierto que tenía una gran pasión por los jóvenes apuestos —en sus últimos años llegó incluso a contratar a meseros guapos del Hotel Ritz para que se sentaran junto a su cama y así poder admirar su belleza—,⁴ en este caso lo que le interesaba era la mente de Fernandez. Su ‘físico’ no es, a mi parecer, lo mejor que tiene, le confió a Paul Morand.⁵ Y en una carta a Fernandez aclaró que no es una cara bonita sino una mente bella lo que deseo conocer en usted.⁶ Terminaron haciéndose amigos, y Fernandez lo visitó en varias ocasiones durante la guerra. Ramon fue una de las últimas personas que Proust recibió antes de morir.

    Ramon había sido un admirador de Proust desde la publicación de Por el camino de Swann, así que aceptó la invitación y fue a visitarlo al departamento de la rue Hamelin, que fue su última morada. Cuando se conocieron, Ramon estaba escribiendo Philippe Sauveur, una novela sobre un dandy francés que descubre su homosexualidad durante una estancia en Londres. El joven crítico le pidió que leyera el manuscrito, y Proust no sólo aceptó, sino que le escribió cartas muy extensas compartiendo sus impresiones del libro. Años después, Ramon recordaría que Proust no creía —y ésta fue una de las crí­ticas que le hizo a mi libro— que ese mal [la homosexualidad] existiera so­lamente en los sectores ociosos de la sociedad, en la burguesía corrupta […] Él creía que la inversión estaba presente en todas las clases sociales (una idea que, como sabemos, es uno de los temas principales de Sodoma y Gomorra).

    Cuando conoció a Proust, Ramon apenas había publicado un puñado de artículos en revistas y periódicos, pero a mediados de la década de 1920 ya se había convertido en una figura clave del mundo literario parisino. Junto con Gide, Jacques Rivière y Valery Larbaud, fue colaborador de la NRF.⁸ Después de la muerte de Rivière, el jefe de redacción, en 1925, Ramon fue invitado a formar parte de la mesa de redacción, y allí publicó sus ensayos sobre Proust. En 1927 coordinó Cahiers Marcel Proust, una revista dedicada enteramente a la obra del novelista.

    En 1926 Ramon publicó su primer libro, Messages, una colección de ensayos que incluye un capítulo sobre Proust.⁹ Su producción continuó con De la personnalité (1928), un libro que se enfocaba en un tema muy proustiano: la relación entre la obra de arte y la personalidad del autor; continuó con una serie de monografías sobre los escritores más importantes de Francia —La vie de Molière (1929), André Gide (1931)—, así como con ensayos críti­cos. En 1932 publicó Moralisme et littérature, una compilación de sus diálogos con Jacques Rivière sobre temas muy diversos, que incluían, por supuesto, a Proust. Dos años más tarde, en 1936, publicó L’Homme, est-il humain? También escribió varias novelas: Le Pari (1932) y Les violents (1935), además de Philippe Sauveur, que permaneció inédita durante la vida del autor (se consideró perdida hasta que apareció en un ático de una casa de campo y se editó en 2012 con una introducción de Dominique Fernandez, el hijo de Ramon).¹⁰

    En la década de 1930, la producción literaria de Ramon, tan prolífica hasta entonces, se detuvo abruptamente. Toda Europa estaba en crisis y Francia estaba al borde de la guerra. Como muchos de sus contemporáneos, el joven crítico fue arrastrado por el torbellino de la política. Al principio militó en contra del fascismo y del estalinismo. En 1934 fue uno de los fundadores del Comité de Vigilancia Antifascista de los Intelectuales y escribió una serie de artículos contra el totalitarismo.¹¹ En 1937 cambió de bando y se hizo miembro del Parti Populaire Français, un partido de derecha dirigido por Jacques Doriot. Ramon pasó a ser uno de los miembros más activos de este grupo nacionalista, anticomunista y pro fascista. Durante la ocupación, el PPF colaboró abiertamente con los alemanes y apoyó las leyes raciales antisemitas. (Por cierto, Doriot también había cambiado de bando: antes de fundar su partido de extrema derecha, en 1936, fue miembro del Partido Comunista francés.) Monsieur Ramon Fernandez es muy simpático, pero no parece saber lo que quiere,¹² opinó un periodista de izquierda. En 1941, Fernandez participó en una visita a la Alemania nazi —junto con Pierre Drieu La Rochelle y Robert Brasillach—, en donde fue recibido por Goebbels.¹³ Fernandez regresó a París lleno de entusiasmo por el nacionalsocialismo y publicó varios artículos alabando el encuentro entre Maréchal Pétain y el canciller Hitler y celebrando esa nueva realidad que puede y debe construir una Europa nueva.¹⁴ ¡Qué gran ironía! Fue la pasión de Ramon por la cultura francesa la que lo atrajo al proyecto político de la extrema derecha: en un momento en el que la civilización occidental estaba al borde del colapso, eligió el partido que proclamaba la defensa de la cultura europea. Esta decisión tan desafortunada lo pone en compañía de otros latinoamericanos, como José Vasconcelos y Honorio Delgado, cuya admiración por la cultura alemana los llevó a apoyar el nazismo (en contraste con Borges, que se opuso al nazismo precisamente a causa de su germanofilia).¹⁵

    A pesar de su lealtad al partido de Doriot, Ramon no apoyó el antisemitismo de la extrema derecha. A inicios de los años treinta criticó las declaraciones racistas de Céline, y repitió sus objeciones en un artículo de 1938 dedicado a Bagatelles pour un massacre.¹⁶ Durante la ocupación, su actitud fue más ambivalente: aunque hay ecos de ideas antisemitas en sus escritos, en la práctica defendió a autores que los nazis consideraban degenerados. En 1941 —en plena ocupación— publicó un homenaje a Bergson y en 1943 dio a la imprenta Proust, un estudio monográfico sobre el escritor que había tenido una influencia tan grande en él. Según Dominique Fernandez, esta última publicación fue un desafío abierto contra los alemanes.¹⁷ Simon Epstein ha resumido la paradoja francesa de Ramon al llamarlo un colaborador anti-racista.¹⁸ Marguerite Duras, que fue vecina de Ramon durante la ocupación, lo admiró a pesar de que ella formó parte de la resistencia contra los alemanes. En L’Amant recordó con mucho cariño la amistad que los unió en esos años:

    On ne parlait pas de politique. On parlait de la littérature. Ramon Fernandez parlait de Balzac. On l’aurait écouté jusqu’à la fin des nuits […] Ramon Fernandez avait une civilité sublime jusque dans le savoir, une façon à la fois essentielle et transparente de se servir de la connaissance sans jamais en faire ressentir l’obligation, le poids. C’était quelqu’un de sincère. C’était toujours une fête de le rencontrer dans la rue, au café.¹⁹

    [No se hablaba de política. Se hablaba de literatura. Ramon Fernandez hablaba de Balzac. Le habríamos escuchado hasta el final de las noches […] Ramon Fernandez poseía una cortesía sublime incluso en la cultura, una manera a la vez esencial y transparente de servirse del conocimiento sin nunca hacer sentir su obligación, su peso. Encontrarle por la calle, en un café, siempre era una fiesta.²⁰]

    Al recordar esos años terribles, Duras establece una equivalencia entre colaboradores como Fernandez y miembros de la resistencia como ella:

    Collaborateurs, les Fernandez. Et moi, deux ans après la guerre, membre du P.C.F. L’équivalence est absolue, définitive. C’est la même chose, la même pitié, le même appel au secours, la même débilité du jugement, la même superstition disons, qui consiste à croire à la solution politique du problème personnel.²¹

    [Colaboracionistas, los Fernandez. Y yo, dos años después de la guerra, miembro del P.C.F. La equivalencia es absoluta, definitiva. Es lo mismo, la misma piedad, la misma llamada de socorro, la misma debilidad de juicio, la misma superstición, digamos, que consiste en creer en la solución política del problema per­sonal.]²²

    Hacia el final de la guerra, la salud de Ramon se deterioró repentinamente. Bebía demasiado, sufría de padecimientos crónicos y nunca hizo caso de los consejos de su médico. En agosto de 1944, semanas antes de la liberación de París, murió de un derrame cerebral. Como ha escrito su hijo Dominique, esta muerte prematura —tenía apenas cincuenta años— lo salvó de las penas aplicadas tras el fin de la guerra a los colaboradores. Algunos, como Robert Brasillach, fueron condenados a muerte; otros terminaron en la cárcel; otros más, como Louis-Ferdinand Céline, sufrieron el escarnio público.

    RAMON Y LA LITERATURA LATINOAMERICANA

    Ramon Fernandez nació en Francia, recibió una educación completamente europea y llegó a jugar un papel importante en la vida intelectual parisina: hasta la fecha es recordado como uno de los críticos más importantes del siglo XX. Pero, a diferencia de otros latinoamericanos afincados en París, Fernandez parece haber olvidado el español. Después de la muerte de su padre, Ramon nunca volvió a tener la oportunidad de hablar ese idioma. Cuando el escritor mexicano Alfonso Reyes lo conoció en la década de 1920, los dos hablaron y se escribieron en francés.

    Aunque Fernandez nació y fue criado en un ambiente completamente parisino, no adquirió la ciudadanía francesa hasta los treintaitrés años. Como todos los hijos de diplomáticos, adquirió la ciudadanía de su padre, pero no la del país en donde nació. Ramon fue ciudadano mexicano durante casi la mitad de su vida: no solicitó la naturalización hasta 1927, en vísperas de su matrimonio con Liliane Chomette, cuando lo hizo por motivos puramente burocráticos: la ley francesa dictaba que, al contraer matrimonio, una mujer adquiría la nacionalidad de su marido; y como la doble nacionalidad no existía, la futura esposa de Ramon hubiera perdido su ciudadanía francesa, y con ella su trabajo de maestra. Poco antes de la boda, Ramon le escribió a Alfonso Reyes, que era entonces el embajador de México en París, para pedir su ayuda con el proceso de naturalización. Siempre fui considerado ciudadano mexicano por nuestro gobierno, así como por el de Francia, enfatizó.²³

    ¿Por qué tardó tanto en pedir la ciudadanía francesa? ¿Sentiría acaso un apego secreto por México? Quizá lo animaban consideraciones más prácticas: como ciudadano mexicano no estaba obligado a hacer el servicio militar ni a pelear en la primera Guerra Mundial. Pero vivir y trabajar en Francia como ciudadano mexicano implicaba una cantidad de obstáculos: como le confesó a Reyes, adquirir la ciudadanía francesa se había vuelto necesario debido a mi profesión.²⁴

    Dominique Fernandez recuerda a su padre como un hombre que nunca expresó el menor interés en sus orígenes y que nunca quiso visitar la tierra de sus antepasados. Mi padre —escribe— nunca se interesó por México. En el montón de artículos que escribió, no se encontraría uno solo dedicado a un autor de su país paterno.²⁵ Quizá habría que matizar esta observación: Fernandez sí leyó la obra de Alfonso Reyes e incluso lo invitó a escribir un texto para la NRF,²⁶ aunque a fin de cuentas la revista no publicó ningún artículo de Reyes, pero sí editó la versión francesa de la Visión de Anáhuac en 1927.²⁷ Es cierto, sin embargo, que Ramon no mencionó a ningún autor latinoamericano entre las muchas y variadas referencias a la literatura universal que aparecen en sus publicaciones.

    Los escritores latinoamericanos, en cambio, sí se interesaron en Ramon y lo admiraron mucho: vieron en él a un compatriota que logró conquistar el impenetrable mundo literario parisino. Después de conocerlo en París, Reyes le pidió a Ramon que escribiera un ensayo autobiográfico sobre su re­lación con México. Deme el gusto, le imploró Reyes desde Buenos Aires en 1928,

    de mandarme una larga carta autobiográfica, que contenga también todos los datos suplementarios que usted considere oportunos agregar a su biografía. Si agrega unos poquitos recuerdos mexicanos (ya sea impresiones directas de su niñez, ya mediante recuerdos de familia, etc.) y una pequeñísima declaración de su posición ante la filosofía y las letras, tal como las entienda usted, yo podría traducir su carta. Me propongo enviar a Contemporáneos una notita —no pretenciosa, sino más bien cálida y amistosa— sobre el escritor francés de México Ramón Fernández. ¿Alguna foto, quizá? No diga que no, se lo suplico. No diga mañana, sino inmediatamente.²⁸

    Ramon nunca escribió este perfil autobiográfico, pero sí le envió a Reyes una colaboración para Contemporáneos —el ensayo sobre Proust que ya había publicado en Mensajes—. Xavier Villaurrutia lo tradujo al español y se publicó con el título de Notas sobre la estética de Proust en el número de marzo de 1930 de la revista.²⁹

    También los jóvenes poetas del grupo Contemporáneos se interesaron en Ramon Fernandez. También a ellos les intrigaba la mexicanidad ex­céntrica de este personaje, pero ante todo admiraban sus artículos sobre los escritores modernos que formaban el canon de la revista: André Gide, Marcel Proust, T. S. Eliot. En una de sus columnas para El Universal Ilustrado, Salvador Novo reseñó el número especial de los Cahiers de la Nouvelle Revue Française dedicado a Proust que Ramon había editado poco después de la muerte del novelista. Intrigado, Novo especuló sobre la identidad de su compatriota: Ramon Fernandez —escribió— es mexicano, hijo o nieto de un personaje político del porfirismo, a quien la Revolución arrojó de México para bien de las letras francesas. M. Ramon Fernandez no habla ni escribe el español, como Santayana, español, escribe y piensa únicamente en inglés.³⁰

    Xavier Villaurrutia tradujo al español por lo menos dos de los textos de Fernandez: el ensayo sobre Proust que se publicó en Contemporáneos y un ensayo sobre la poética de la novela que salió en Bandera de Provincias.³¹ En su prefacio a esta última traducción, Villaurrutia apuntaba que Ramon Fernandez es de origen mexicano —decimos con melancólico orgullo—. De su nombre suprimió ya los acentos ortográficos. Nada podrá suprimir el acento moral que lo conserva mexicano originalmente.³² Villaurrutia resalta un detalle curioso: el abuelo y el padre acentuaban su nombre y apellido y firmaban Ramón Fernández. El crítico fue el primero en suprimir los acentos para firmar Ramon Fernandez. La mayoría de los escritores latinoamericanos —Reyes, Novo, Villaurrutia— insistían en devolverle los acentos, incluso en cartas dirigidas a él. Transformaron a Ramon en Ramón, un gesto que demuestra el deseo de reincorporarlo al ámbito mexicano. El tema de los acentos perdidos parece haber preocupado al crítico: el artículo que incluyó en el homenaje a Proust lleva el título de L’Accent perdu (aunque el texto se trata de un acento italiano y no mexicano: un ejemplo de lo que Freud llamaría desplazamiento).

    Los escritores mexicanos no fueron los únicos en interesarse en Ramon. La editorial argentina Sur, dirigida por Victoria y Silvina Ocampo, publicó una versión española de L’Homme, est-il humain? (1938), traducida por Isaac Ungar. En 1937 Borges publicó una reseña muy crítica de esta obra en la que acusaba al autor de cierta violencia intelectual: El procedimiento polémico (el único procedimiento polémico) de este libro no adolece de mucha complejidad. Se limita, cómodamente, a deformar o simplificar las tesis del adversario para luego probar lo simples y deformes que son.³³

    ¿Qué opinaron estos escritores latinoamericanos de la insistencia de Ramon en identificarse exclusivamente como francés? Muchos tuvieron sentimientos encontrados. Reyes admiró el papel de Ramon en las letras francesas —y su amistad con Proust— pero le reprochó su actitud hacia Latinoamérica. En un ensayo de la década de 1920, Reyes recordó con afecto su primer encuentro con Ramon Fernandez en París: acababa de llegar a esa ciudad para ocupar su puesto en la embajada, y alquiló un departamento en el 44 de la rue Hamelin, en el mismo edificio en el que Marcel Proust pasó los últimos tres años de su vida. Reyes se hizo amigo del conserje, un personaje que le contó un sinfín de anécdotas sobre el novelista, sobre su rutina y sus visitantes, y un día le asguró que a Proust solía visitarlo Ramón Fernández, un escritor mexicano formado en París, descendiente del Ministro de Manuel González.³⁴ La evocación de un mexicano amigo de Proust echó a volar su imaginación, y el poeta decidió buscar al crítico.

    Con el paso del tiempo, Reyes se volvió más crítico: en 1958 reprobó severamente la ideología conservadora del crítico, a quien llamó Ramón Fernández, aquel escritor francés hijo y nieto de mexicanos y creo que de la alta modista Mme. Fernández, que llevó los modelos de la Maison de France. Reyes deploró la actitud de Ramon hacia Latinoamérica: Ramón Fernández era un hombre sutil, pero en un freudiano desliz, y sin duda para que no lo confundieran con sus hermanos salvajes, tuvo el mal gusto —tufillo de mala consciencia— de escribir por allí algunas frases despectivas, y enteramente inútiles, sobre la América hispana.³⁵

    Reyes tenía en mente un comentario que Ramon hizo sobre sus orígenes mexicanos en Moralisme et littérature. En pleno debate sobre la cultura europea, Ramon le pidió a Jacques Rivière que "confiar[a] en la experiencia de un latinoamericano que buscó el sentido de la vida en Europa y que logró penetrar, con la pasión de un bárbaro [avec des exigences de Barbare], en la admirada ciudadela francesa".³⁶ Esta frase ha sido leída fuera de contexto en varias ocasiones e incluso llevó a un crítico a referirse a Ramon como un rastacuero sudamericano, según apunta Dominique Fernandez.³⁷

    Ramon seguramente escribió esa frase con ironía, resaltando su pasión por la cultura europea. Esa cultura —a la que le dedicó toda su obra— fue la que le dio sentido a su vida. También podemos comprender lo orgulloso que se sintió por haber penetrado la admirada ciudadela francesa, ese mundo intelectual parisino legendariamente cerrado a los extranjeros. Y Ramon comprendió muy bien que todos sus logros resultaban aún más impresionantes dados sus orígenes. A pesar de su educación francesa, su francés impecable y sus estudios en las mejores escuelas, sabía que muchos parisinos lo consideraban un bárbaro. De hecho, después de publicar un comentario político en 1934, un lector lo tachó, en una carta a la revista, de extranjero […] que no estaba calificado para juzgar las reacciones francesas ni para apreciar el carácter, el significado moral o la tendencia de un evento tan importante como el 6 de febrero [la fecha de una protesta de derecha]³⁸ Los parisinos lo vieron siempre como un bárbaro, y él adoptó en ese artículo, con cierto sarcasmo, la voz y el tono de sus críticos.

    En esa conversación, Ramon sugiere que por ser extranjero tiene un conocimiento más profundo de la cultura europea que su interlocutor: Rivière ne saurait croire, lui qui est de la cité, à quel point la perfection même de la culture française allège, permet de se passer des problèmes qui tourmentent de moins fortunés réduits à vivre au jour le jour, à s’édifier tant bien que mal.³⁹ [Rivière no entendería —él que nació dentro de la ciudadela— el grado al que la perfección de la cultura francesa puede aliviar nuestros problemas, permitirnos superar las complicaciones que atormentan a los menos afortunados, reducidos a vivir día a día y con una educación precaria]. Ramon exalta el poder redentor de la cultura europea y asegura que él —un hombre que muchos europeos considerarían un bárbaro— ha alcanzado un entendimiento mucho más sofisticado de esta cultura que los mismos europeos. Fue con ironía que escribió esa frase sobre sus exigences de Barbare, y es una ironía aún mayor que esa frase —dirigida a sus lectores conservadores— haya sido tomada como un desaire por sus colegas latinoamericanos.

    PROUST Y RAMON

    Reyes, Villaurrutia y otros escritores mexicanos vieron en Ramon a un compatriota perdido. Proust, en cambio, nunca lo consideró exótico o extranjero. En sus cartas se refiere al aspecto físico del crítico, pero nunca a su origen o a alguna diferencia cultural. Proust lo vio como un crítico joven no muy distinto de los otros intelectuales que poblaban el panorama literario parisino. Marcel lo relacionó con México una sola vez, aunque de modo indirecto: en 1918, cuando por fin decidió vender sus malhadadas acciones mexicanas, el novelista recibió un ejemplar del libro que Lionel Hauser había escrito sobre la teosofía. Hauser le pidió a su amigo que lo ayudara a promocionar el libro, y Proust accedió: le escribió una carta a Ramon sugiriéndole que escribiera una reseña para Les Écrits nouveaux o L’Europe nouvelle, dos revistas en las que el crítico colaboraba.⁴⁰ Ese gesto estableció un contacto entre un crítico mexicano y un corredor de acciones de compañías mexicanas. Proust había decidido deshacerse de sus acciones mexicanas y ahora se había hecho amigo de un crítico mexicano: cambió sus Tramways de Mexico por un Ramon de México. A fin de cuentas, la crítica resultó ser mejor inversión que las acciones: los Tramways de Mexico sólo le generaron dolores de cabeza, pero el crítico mexicano le redituó artículos y libros sobre su obra.

    Ramon escribió una breve crónica de su amistad con Marcel para el número de homenaje a Proust editado por la NRF, en 1926. Recordó cómo, una noche durante la primera Guerra Mundial, Proust atravesó París, esquivando los bombardeos alemanes, para visitarlo y hacerle un pedido insólito: Estoy a punto de hacerle un pedido sumamente indiscreto, muy poco apropiado, pero que explicará, aunque no llegue a justificar, la molestia que le estoy causando y que sin duda nunca me perdonará. Después de ese preámbulo tan dramático, Proust fue al grano: "¿Puedo pedirle a usted, que sabe italiano, que diga en voz alta la traducción al italiano de sin rigor?" Ante la perplejidad de su amigo, explicó que

    una palabra extranjera que no sé pronunciar correctamente me genera una especie de ansiedad. No puedo tener la intuición correcta, no la puedo poseer, no puedo hacerla parte de mí. Me obsesiona este ‘sin rigor’ italiano, que tuve el desacierto de poner en un pasaje, por lo demás sin interés, de mi libro. La frase, con estas palabras que no puedo escuchar, me hace sentir que tengo, como dicen los mecánicos, un desperfecto. Es casi intolerable.⁴¹

    Ramon accedió y pronunció "senza rigore" con su mejor acento italiano —y varias veces, porque Marcel pidió un encore—. Proust me escuchó, con los ojos cerrados, sin repetir la palabra que resonaba en las profundidades de su memoria, y me agradeció tan efusivamente como si lo hubiera llevado a visitar la iglesia de Balbec o San Marcos en Venecia.⁴²

    Proust utilizó este senza rigore en un pasaje sobre el salón de Odette en A la sombra de las muchachas en flor. Odette acababa de ser expulsada del salón de la Verdurin y, para vengarse, crea su propio salón con muchos de los invitados de su enemiga:

    Dès la fin d’octobre Odette rentrait le plus régulièrement qu’elle pouvait pour le thé, qu’on appelait encore dans ce temps-là le five o’clock tea, ayant entendu dire (et aimant répéter) que si Mme Verdurin s’était fait un salon c’était parce qu’on était toujours sûr de pouvoir la rencontrer chez elle à la même heure. Elle s’imaginait elle-même en avoir un, du même genre, mais plus libre, senza rigore, aimait-elle à dire.⁴³

    [Desde finales de octubre Odette procuraba estar en casa con la mayor regularidad posible a la hora del té, que por entonces se denominaba aún five o’clock tea, por que había oído decir (y le gustaba repetirlo) que la señora de Verdurin logró formar una tertulia en su salón por la seguridad que se tenía de encontrarla siempre en su casa a la misma hora. Y se imaginaba ella que también tenía su salón, del mismo linaje, pero más libre, senza rigore, como solía decir.]⁴⁴

    Senza rigore es un término musical que indica un pasaje que debe ser tocado sin un tempo estricto, pero Proust le dio el sentido más general de sin reglas estrictas. Odette se sentía orgullosa de haber dejado de lado el rigor que caracterizaba las recepciones de Madame Verdurin y consideraba su propio salón como un espacio más relajado y desprovisto de protocolo. La frase también demuestra las pretensiones cosmopolitas de Odette, que intercala palabras extranjeras five o’clock o senza rigoreen su conversación. El narrador se burla de esta postura, ya que Odette no domina por completo las expresiones que utiliza (en otro momento se refiere al estilo de un mueble como moyenagesque, medievalesco).⁴⁵ Odette usa estas voces extranjeras de una manera descuidada, senza rigore.

    Años más tarde, Ramon se emocionó al descubrir la expresión italiana en la novela de Proust y así ver una parte de su experiencia reflejada en En busca del tiempo perdido. Comprendí, mucho mejor que si hubiera hecho una investigación exhaustiva, que en la obra de Proust, como en esos tejidos vivos que son una masa de nervios, la más mínima palabra, quizá incluso la más mínima letra, representa un deseo, una preocupación, una experiencia, una memoria.⁴⁶

    Ésta es la única vez en que Proust asoció a Ramon con un país extranjero. ¿Por qué habrá pensado el novelista que Ramon, nacido en Francia, de padre mexicano, era la persona indicada para pronunciar esa frase italiana? Dominique Fernandez cree que el novelista simplemente confundió los países del sur, y pensaba que México e Italia eran países intercambiables, culturas marcadas por el mismo exotismo meridional. Proust pudo haber pensado que un mexicano —extranjero a fin de cuentas— seguramente sabría más sobre la cultura italiana que un francés.⁴⁷ Pero hay otra explicación posible. Quizá inconscientemente, Proust concebía a Ramon como alguien mucho más relajado e informal que los otros críticos parisinos —un joven senza rigore—, y por ende, alguien que podría pronunciar esa frase italiana como se debía. Años después, Ramon se volvería célebre por dos pasiones —el tango y los coches de carreras— que demuestran una personalidad expansiva, senza rigore.

    En cualquier caso, Ramon quedó encantado al encontrar en la novela de Proust ese detalle de su conversación nocturna con Marcel. En su ensayo para la NRF, se muestra orgulloso de poder constatar que contribuyó con dos palabras italianas —o por lo menos en su pronunciación— a la vasta novela de Proust. No parece haberle molestado ver sus palabras puestas en boca de Odette, uno de los personajes más cursis y vulgares del libro. Otros habrían interpretado esto como una afrenta… pero la actitud de Ramon era mucho más abierta, senza rigore, y se sintió complacido al ver su frase pronunciada por esa cocotte.

    RAMON EN PROUST

    Desde la mesa de redacción de la NRF, Ramon hizo mucho por difundir estudios serios sobre la obra de Proust. En enero de 1923 colaboró con Rivière en la edición de un número dedicado al novelista en el que participaron muchos de los críticos y escritores más brillantes de la época: François Mauriac, Ernst Robert Curtius, Jean Cocteau, Philippe Soupault, Jacques-Émile Blanche, Léon Daudet, Maurice Barrès, Albert Thibaudet, Edmond Jaloux, Jacques Boulenger y Paul Valéry.

    Después de la publicación de Por el camino de Swann en 1913, los primeros críticos de Proust fueron bastante frívolos y se dedicaron a identificar a los personajes de la vida real que habían inspirado a los personajes de Proust. Otros —igual de frívolos— leyeron la novela en busca de pistas sobre la vida sexual de Marcel. Incluso alguien como Cocteau parecía interesarse más en este tipo de interrogantes biográficas que en un análisis literario de la novela.⁴⁸ Fernandez, en cambio, fue uno de los primeros en relacionar la novela de Proust con ideas filosóficas y en elevar la crítica proustiana a un nivel teórico. Su primera contribución importante fue el capítulo dedicado a Proust en Mensajes (1926), La garantie des sentiments et les intermittences du cœur [La garantía de los sentimientos y las intermitencias del corazón], un ensayo que allanó el camino para los estudios posteriores de intelectuales como Curtius (1928), Benjamin (1929), Beckett (1931) o Maurois (1931).

    Fernandez dejó a un lado todas las especulaciones biográficas para aplicar el método que él llamaba crítica filosófica (es el título del primer capítulo de Mensajes). Su ensayo sobre Proust se centró en un problema concreto: relacionar los episodios de la memoria involuntaria con lo que el novelista llama las intermitencias del corazón y elucidar las consecuencias psicológicas y filosóficas de esta modalidad de experiencia. Los acontecimientos del pasado sólo pueden ser entendidos plenamente después de haber sido revividos en un episodio de memoria involuntaria, como por ejemplo en el pasaje cuando el narrador revive la muerte de su abuela: fue sólo en ese instante, más de un año después de su entierro, por ese anacronismo que con tanta frecuencia impide la coincidencia del calendario de los hechos con el de los sentimientos, [que] acababa de enterarme de que había muerto.⁴⁹

    Ramon se pregunta qué tipo de teoría de la personalidad puede extrapolarse de estas intermitencias mnemotécnicas. Le interesa relacionar estos episodios con teorías de la espiritualidad y elucidar el papel de la garantía moral y la responsabilidad en una subjetividad formada por recuerdos intermitentes.⁵⁰ ¿Cómo puede un individuo —se pregunta— asumir la res­ponsabilidad de sus acciones pasadas y hacer un progreso espiritual si sólo puede entender ese pasado de manera intermitente, después de esos episodios involuntarios? Para responder a esta pregunta, Fernandez cita a varios pensadores que escribieron sobre la intersección entre la memoria, la voluntad y la responsabilidad: Montaigne, Descartes, Alain, Bergson y George Meredith. Pero su principal fuente teórica es John Henry Newman (1801-1890), un cardenal inglés y teólogo de Oxford cuya Gramática del asentimiento (1870) —una defensa de la fe contra la razón cartesiana— ejerció una influencia fundamental en las ideas de Ramon. Mensajes plantea la incompatibilidad entre la subjetividad proustiana y la responsabilidad moral, que Newman denominaba progreso espiritual.

    Ramon cita las críticas anteriores de Proust, en particular las del católico François Mauriac, antes de plantear el problema de la moralidad en la novela: según él, no hay, desde el inicio hasta la conclusión, ningún progreso espiritual,⁵¹ ni siquiera un indicio de madurez.⁵² Argumenta que la concepción proustiana del individuo es moralmente fallida debido a los problemas psicológicos del novelista:

    Marcel Proust sufría de una afectividad hipertrofiada: el placer y el dolor sentidos con demasiada intensidad también destruyen el orden de las cosas y repliegan hacia ellos los valores sentimentales mediante un subterfugio fácilmente concebible. Debido a las resonancias desproporcionadas que éstos saben extraer del cuerpo, le dan una falsa voz al alma; son como esos ventrílocuos que sorprenden cuando hacen hablar a los espectadores mudos.⁵³

    Fernandez opina que la intensidad afectiva de la memoria involuntaria deteriora la capacidad del sujeto para distinguir entre experiencias importantes y triviales: Lo más grave de todo es que la preponderancia de las descargas afectivas le impide distinguir entre el valor de las cosas para poder distribuir sabiamente el esfuerzo de su inteligencia; lo mismo el aroma de una rosa que el aroma de un alma crean en él un ego y justifican de la misma manera su aversión o su deseo.⁵⁴

    Ramon atribuye estos problemas a un defecto fundamental en el carácter de Proust: Me parece que el defecto de Proust es de orden psicológico, es un desperfecto en el mecanismo; por lo tanto, puede ser observado independientemente de cualquier suposición metafísica.⁵⁵ Pero este defecto tiene arreglo: Es precisamente porque su mecanismo está concebido admirablemente que la parte faltante pueda ser añadida rápidamente para que la máquina funcione de manera normal.⁵⁶ ¿Pero qué implicaría añadir esa pieza faltante a la maquinaria novelística de Proust?

    Ramon tenía poco más de treinta años cuando escribió este ensayo, que no ha envejecido bien. Es la obra de un joven intelectual con una gran pasión por las ideas. Sus lecturas filosóficas son impresionantes, y cubren una amplia gama de tendencias y periodos históricos. Y, en contraste con el provincianismo de los críticos empeñados en identificar a los personajes del Faubourg Saint-Germain en la novela, Ramon demuestra un cosmopolitismo intelectual que lo lleva a la filosofía continental y a la teología católica inglesa. Extrae, con mucha elegancia, una teoría de la subjetividad de la novela de Proust.

    Pero su marco de referencias parece tomado de otra época. Ramon vivió y escribió en el momento de la irrupción de las vanguardias europeas: Freud había publicado su Interpretación de los sueños en 1900, Marinetti su Manifiesto del futurismo en 1909, Breton su Manifiesto surrealista en 1924. Los poetas, artistas y críticos llevaban más de dos décadas elaborando nuevas teorías de la literatura y de la crítica. Influidos por Freud, escritores jóvenes de Breton a Bataille rechazaron los modelos literarios decimonónicos, centrados en la subjetividad cartesiana, para privilegiar el inconsciente en la creación literaria. El ego ya no era amo y maestro en su propia residencia, y Proust fue uno de los primeros novelistas —sin haber leído a Freud— en explorar los trucos del inconsciente en experiencias como la de la memoria involuntaria. En medio de esta rebelión contra el cartesianismo y contra la tiranía del ego, Ramon surge como un crítico reaccionario que pretendió restaurar el imperio de la conciencia y volver a la noción decimonónica de espiritualidad. En una época en que Freud, Marx y Nietzsche llevaron a pensadores jóvenes a concebir una nueva forma de crítica literaria, Ramon se refugia en la obra de un sacerdote católico inglés.

    En contraste con los rebeldes surrealistas, Fernandez parece haber tenido una gran necesidad de una figura de autoridad que le sirviera de guía moral. (Su principal crítica contra la novela de Proust es justamente que no sirve a este propósito.) En la década de los treinta esa necesidad de orientación lo llevaría a unirse a un partido de extrema derecha y a colaborar con los nazis, que le ofrecieron el tipo de moralismo bien definido que no encontró en la novela de Proust. A fin de cuentas, las instrucciones precisas para vivir una vida responsable, que tanto celebró en el trabajo del cardenal Newman, no le ayudaron a hacer la elección correcta. Parecería que Proust, con su énfasis en la singularidad de la experiencia individual y su rechazo a un código universal de ética, sería un mejor guía para el tipo de progreso espiritual que Ramon anhelaba.)

    En medio de su discusión sobre el moralismo de la novela de Proust, Ramón alude a la historia de México y compara la inestabilidad de un sujeto propenso a iluminaciones mnemotécnicas con la situación política en América Latina:

    Si los vuelos de nuestra sensibilidad dependen del fenómeno de la reminiscencia, si para experimentar un sentimiento hay que esperar la chispa afectiva, que permitirá revivir integralmente una experiencia anterior, si para comprender y sentir y querer debemos primero someternos a una metempsicosis invertida, que nos devuelve —imperiosas y exclusivas— las formas inútiles de nuestras vidas anteriores, entonces no valemos más que esas pequeñas repúblicas sudamericanas que cambian cada mes de programas y de promesas con un cambio de dic­tador.⁵⁷

    Ramon probablemente estaba pensando en la Revolución mexicana, que había concluido apenas cinco años antes. Quizá tenía en mente a su propia familia —su abuelo había sido gobernador de México, y su padre diplomático durante el porfiriato—, y en los altibajos que habían sufrido con los vaivenes políticos: cercanos al poder un día, parias al día siguiente. La inestabilidad política de un país como México le pareció una buena metáfora para explicar la mutabilidad afectiva que caracteriza al universo proustiano, tan propenso a los sublevamientos inconscientes y mnemotécnicos.

    La memoria involuntaria y la inestabilidad política le producen el mismo desagrado: Ramon no simpatiza con las revoluciones, ni políticas ni literarias. Rechazó el concepto de Proust de la memoria involuntaria por la misma razón que le dio la espalda al país de sus ancestros: eran regiones inestables, sujetas a virajes y altibajos. Eligió vivir en Francia y proclamar un cartesianismo influido por la teología católica —un terreno sólido protegido de las insurrecciones políticas y estéticas que sacudieron al mundo en las primeras décadas del siglo xx—. Pero esta oposición binaria no se sostuvo: en la década de 1930, fue Francia la que se hundió en el caos de la segunda Guerra Mundial, mientras México atravesaba por un periodo de estabilidad política y efervescencia intelectual que duraría hasta la década de 1960.

    Casi dos décadas después de Mensajes, Ramon Fernandez publicó Proust, su estudio más elaborado sobre el novelista, terminado en 1942 y publicado en 1943. Le quedaba poco tiempo de vida y este ensayo —un compendio de los principales conceptos filosóficos de su crítica literaria— marca el punto final de su carrera.

    A diferencia del capítulo dedicado a la obra de Proust en Mensajes, Proust ofrece un resumen de la novela y de su aporte al canon literario y a la historia de las ideas. El libro está dividido en ocho capítulos, cada uno dedicado a un aspecto distinto de À la Recherche: À vol d’oiseau (A ojo de pájaro) analiza la estructura y cómo cada volumen encaja dentro de la arquitectura novelística; Les personnages et les types (Los personajes y los tipos) identifica las figuras claves de la novela —Swann, Françoise, Charlus, así como otros personajes que representan lo invisible y lo pintoresco—;⁵⁸ los otros capítulos examinan los temas principales de la novela, que incluyen El amor, La vida social, La muerte y El arte.

    Pero ninguno de estos capítulos logra desarrollar un argumento tan elocuente como el de Mensajes. Da la impresión de un estudio escrito a las carreras, y en múltiples ocasiones el autor se cita a sí mismo y copia pasajes de sus textos anteriores. Dominique Fernandez interpreta estos defectos como síntomas de la incesante actividad periodística y política de su padre durante la ocupación (tareas que le dejaron poco tiempo para escribir).

    Proust propone el siguiente argumento: a pesar de su apariencia frívola, À la Recherche presenta una teoría novedosa de la subjetividad. Proust transformó una vida banal, una vida del octavo arrondissement de París, en la obra más extraordinaria y más significativa de nuestro tiempo.⁵⁹ A diferencia de Mensajes, un ensayo tan enfocado en los escritos del cardenal Newman y en la cuestión de la responsabilidad moral, Proust debate preguntas más amplias y pone al novelista en diálogo con toda una serie de pensadores: Platón, Spinoza, Bergson, Freud, Nietzsche, Schopenhauer, Brunswick, Ortega y Gasset, entre otros. En busca del tiempo perdido, concluye Proust, constituye, de manera inesperada, una filosofía del conocimiento.⁶⁰

    Fernandez dedica varias páginas a la homosexualidad y se refiere a las largas conversaciones que sostuvo con

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