Maud-evelyn
Por Henry James
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Maud Evelyn, uno de los mejores cuentos de Henry James, narra una situación particularmente inquietante: un matrimonio sufre la peor de las pérdidas, la muerte de su hija, llamada Maud Evelyn. Incapaces de aceptar aquella pérdida, resuelven recrear su vida diaria como si ella nunca hubiese muerto. Y no sólo eso, para darle a la muchacha la vida plena y feliz que seguramente hubiese tenido, la pareja decide casarla, en ausencia, con un noble y apuesto joven.
Henry James
Henry James (1843-1916) was an American author of novels, short stories, plays, and non-fiction. He spent most of his life in Europe, and much of his work regards the interactions and complexities between American and European characters. Among his works in this vein are The Portrait of a Lady (1881), The Bostonians (1886), and The Ambassadors (1903). Through his influence, James ushered in the era of American realism in literature. In his lifetime he wrote 12 plays, 112 short stories, 20 novels, and many travel and critical works. He was nominated three times for the Noble Prize in Literature.
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Maud-evelyn - Henry James
VIII
MAUD-EVELYN
HENRY JAMES
A una alusión a una señora que yo no conocía, pero que era conocida por dos o tres de los que estaban conmigo, uno de éstos preguntó si sabíamos la extraña circunstancia que motivaba su «venida», el golpe de fortuna en el atardecer de la carrera de una persona tan oscura y solitaria. De momento, en nuestra ignorancia, quedamos reducidos a la simple envidia; pero la anciana Lady Emma, que desde hacía rato no decía nada y que aparecía para escuchar unas palabras de la conversación y se iba, que estaba sencillamente al margen de la charla, volvió de su ausencia mental para observar que si lo que le había sucedido a Lavinia era maravilloso, ciertamente, lo que había pasado antes, durante años, lo que había llevado a ello, era igualmente curioso y singular. Nos dimos cuenta de que Lady Emma disponía de una historia superior al somero conocimiento que cualquiera de sus oyentes pudiera tener de la apacible persona objeto de la conversación. Casi lo más extraño -como supimos después- era que aquella situación hubiera quedado sumergida tan en el fondo de la vida de Lavinia. Por «después» quiero decir, sencillamente, antes de separarnos, porque lo que se supo, se supo a continuación, por estímulo y presión, por nuestra insistencia. Lady Emma, que siempre me recordaba un instrumento musical, antiguo y de gran calidad, que hay que afinar antes de tocar, convino -tras hacerse rogar un rato- en que, dado que ya había dicho tanto, no había razón alguna para abstenerse de contarlo todo sin que su reserva fuera causa de tormento para nosotros, encendida ya nuestra curiosidad. Lady Emma había conocido a Lavinia, a la que mencionó siempre sólo por el nombre, hacía ya mucho tiempo; y había conocido también a... Pero lo que ella sabía debo contarlo como nos lo contó, en la medida en que esto sea posible. Nos habló desde un extremo del sofá, y el reflejo de las llamas de la chimenea en su rostro era como el resplandor de la memoria, un juego de fantasía, que emergía de su interior.
I
-Entonces, ¿por qué no lo aceptas? -le pregunté.
Creo que fue así, un día, cuando Lavinia tenía unos veinte años -antes de que algunos de ustedes hubieran nacido-, como empezó, para mí, el asunto. Le hice aquella pregunta porque sabía que había tenido una oportunidad, aunque no podía imaginarme el gran error que resultaría no haberla aprovechado. Me interesé porque me gustaban los dos -ya ven cómo aún hoy día me gustan los jóvenes- y porque, puesto que se habían conocido en mi casa, tenía que responder por el uno ante el otro. Me parece que debo empezar la historia desde muy atrás, diciendo que si la chica era la hija de mi primera institutriz -de hecho, la única-, con la cual me había mantenido en buenas relaciones y que al dejarme se había casado, yo diría que