Gérard de Nerval
Por Albert Béguin
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Gérard de Nerval - Albert Béguin
BREVIARIOS
del
FONDO DE CULTURA ECONÓMICA
443
GÉRARD DE NERVAL
Traducción de
JUAN ALMELA
Gérard de Nerval
por ALBERT BÉGUIN
Primera edición en francés, 1945
Primera edición en español, 1987
Primera reimpresión, 2014
Primera edición electrónica, 2016
© 1945, Editions Corti
Título original: Gérard de Nerval
D. R. © 1987, 2016, Fondo de Cultura Económica
Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 Ciudad de México
Diseño de portada: Paola Álvarez Baldi
Comentarios:
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Tel. (55) 5227-4672
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ISBN 978-607-16-3834-2 (ePub)
Hecho en México - Made in Mexico
I. GÉRARD DE NERVAL Y EL DESCENSO A LOS INFIERNOS
De todas maneras, creo que la imaginación humana no ha inventado nada que no sea verdad, en este mundo o en los otros, y no podía yo dudar de lo que había visto con tal claridad.
AURELIA
DE TODOS los poetas que se han aventurado por las lindes del abismo, Gérard de Nerval estaba destinado a ser el peor conocido. Sus amigos cargan con gran responsabilidad en el nacimiento de la leyenda del loco delicioso
, que permite tornar anodino su mensaje, y es con esta graciosa apariencia de duendecillo romántico como lo va inmortalizando una gloria creciente. Más valdrá contemplar la faz conmovedora que exhibe la inolvidable fotografía por Nadar, auténtica obra maestra de este arte, en la cual se lee un extraordinario destino humano. La inteligencia singular de una mirada que llega de lejos, el sufrimiento que denuncian las dos mitades, tan disímiles, del rostro atormentado, la humildad digna, resignada, de la actitud entera borran enseguida la primera impresión, la de un bohemio eslavo, marcado por la miseria.
A los pusilánimes que temen toparse cara a cara con ciertas angustias, el propio Nerval les concede los medios de atenuar el alcance de su obra; sin hablar de quienes invocan, para desacreditarlo, su estancia entre los dementes, es posible descubrir en la correspondencia de Gérard y en Aurelia bastantes declaraciones humildes en las que parece reconocer la ilusión de que fue víctima. En este caso, como en el de Rimbaud, es fácil hacer que unas cuantas frases bien escogidas carguen con todo el peso de la confesión, evitando otras, luminosas pero bastante embarazosas en cuanto se acepta lealmente su testimonio. El tono de Nerval, que es uno de los milagros absolutos de la poesía francesa, favorece tales errores: uno de los combates más desesperados librados por el alma humana es narrado con una ausencia de patetismo exterior y una cortesía de expresión que pueden muy bien impedir que se capte de buenas a primeras todo el heroísmo de esta exploración de la noche. Un hombre que se debate contra fantasmas y que vaga en las tinieblas ilumina su relato con una luz inmaterial. Pero no hay que equivocarse: esta promesa aérea y delicada traduce una experiencia para la cual otro individuo no hubiese hallado sino gritos o balbuceos frenéticos. ¡Jamás un equilibrio semejante de la forma se ha impuesto a tan furiosa masa de lava, jamás la ligereza ha aprisionado en cristal tan fino una realidad cargada de todo el destino de los hombres!
Pues Aurelia es la historia de una lucha titánica que concluye con un triunfo. ¿Triunfo sobre qué? ¿De qué poderes se ha apoderado este espíritu, por medio de sus pruebas y sus visiones? ¿Qué certidumbres ha conquistado? ¿Qué claridades son esas que, sucediendo a la noche y a las pesadillas, iluminan las supremas etapas del viaje?
Creo que la imaginación humana no ha inventado nada que no sea verdad, en este mundo o en los otros […]
, dice Nerval, seguro de haber visto objetos reales. Estos renglones donde, según la fe de su experiencia, afirma que la imaginación es un medio de conocimiento, y que desde este mundo nos es posible comunicarnos con algún otro, recalcan toda la ironía con que por otros lados habla de su enfermedad
y de su curación
. La célebre carta a la señora Dumas, escrita al salir de la casa de salud tras la primera crisis de 1841, no deja lugar para el menor equívoco.
He visto ayer a Dumas […] Le contará que he recuperado eso que se ha convenido en llamar razón, pero no le crea nada. Soy y siempre he sido el mismo […] La ilusión, la paradoja, la presunción son cosas, todas, enemigas del buen sentido, que nunca me ha faltado. En el fondo, he tenido un sueño muy divertido, y lo echo de menos; hasta llego a preguntarme si no era más cierto que lo único que me parece explicable y natural hoy por hoy. Pero como hay por aquí médicos y comisarios que velan por que no sea ampliado el campo de la poesía a expensas de la vía pública, no me han dejado salir y vagar definitivamente entre la gente razonable en tanto no he aceptado muy formalmente haber estado enfermo, lo cual costaba mucho a mi amor propio y aun a mi veracidad […] Para acabar de una vez, convine en dejarme encajar en una afección
definida por los doctores y denominada indiferentemente teomanía o demonomanía en el diccionario médico. ¡Con ayuda de las definiciones incluidas en estos dos artículos, la ciencia tiene el derecho de escamotear o reducir al silencio a todos los profetas y videntes predichos por el Apocalipsis, de quienes presumía yo ser uno […]!
En Aurelia, donde afirma no haberse sentido nunca mejor
que durante su enfermedad, se mofa de los psiquiatras que tienen la pretensión de saber mejor que él lo que acaba de ocurrirle:
El estado cataléptico en el que me había hallado durante varios días me fue explicado científicamente, y los relatos de quienes me habían visto me causaban una suerte de irritación, al ver que atribuían a aberración del espíritu los movimientos o las palabras que coincidían con las diversas fases de lo que constituía para mí una serie de acontecimientos lógicos.
El que así habla se ríe de la razón humana que lo juzga, y su lógica no es la nuestra. Parece dirigirse a nosotros desde el seno de un estado de conocimiento donde las nociones de buen sentido y de locura habrían dejado de constituir una insoluble contradicción. Nada más presuntuoso, frente a tan tranquilas afirmaciones, que la hipótesis según la cual Aurelia sería la argumentación de Nerval, ansioso de salvar su reputación y demostrar que estaba curado
. Ahí están las cartas a su padre:
No he sufrido nada y no puedo decir que mi razón haya sido seriamente atacada (21 de octubre de 1853) […] Me he puesto a escribir y verificar todas las impresiones que mi enfermedad me ha dejado. No será un estudio inútil para la medicina ni para la ciencia. Jamás me he reconocido mayor facilidad de análisis y de descripción (diciembre de 1854).
Bien sé que, escribiéndole al doctor Blanche, le ruega que pida disculpas de su parte a las damas de la clínica por sus singularidades: Explíqueles que el ser pensativo al cual vieron arrastrarse, inquieto y moroso, por el salón, el jardín, o a lo largo de la hospitalaria mesa de usted, no era, de fijo, yo mismo […] Reniego del sicofante que se apropió de mi nombre y quizá de mi cara
(31 de mayo de 1854).
Sé también que hizo esfuerzos desesperados porque no se fuera a creerlo hundido, y que la disminución de sus fuerzas creadoras lo inquietaba tanto como las dificultades materiales a las que lo exponía su incapacidad de producir: Trabajo y doy a luz con dolor
, escribe a Antony Deschamps en octubre de 1854; y a Georges Bell, desde el precedente invierno: Lo que escribo en este momento gira demasiado en un círculo estrecho. Me nutro de mi propia sustancia y no me renuevo
.
Sólo que una de las costumbres más fastidiosas de la crítica moderna, sometida a la psicología, es conceder mayor fe a las confesiones epistolares que a las obras, so pretexto de que la correspondencia es realidad vivida, en tanto que la obra es apenas
imaginaria. Nada más contrario a la naturaleza de la creación artística que semejante punto de vista. ¿Por qué se quiere que la vida, captada a esas profundidades, las más oscuras, donde el