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Historia de la ciencia en México
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Libro electrónico374 páginas10 horas

Historia de la ciencia en México

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Revisar la ciencia en nuestro país, de forma general y para un público no especializado, es el cometido del médico y patólogo Ruy Pérez Tamayo en esta obra. La división histórica del proyecto abarca la Colonia, la Independencia, el porfiriato y, ya en el siglo XX, desde la revolución al año 2000, con especial mención de la profesionalización de la ciencia con la creación de la UNAM..
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento14 dic 2015
ISBN9786071634870
Historia de la ciencia en México

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    Historia de la ciencia en México - Ruy Pérez Tamayo

    Biblioteca Mexicana

    Director: Enrique Florescano

    SERIE HISTORIA Y ANTROPOLOGÍA

    Ciudades mexicanas

    HISTORIA DE LA CIENCIA

    EN MÉXICO

    RUY PÉREZ TAMAYO

    (coordinador)

    FONDO DE CULTURA ECONÓMICA

    CONSEJO NACIONAL PARA LA CULTURA

    Y LAS ARTES

    Primera edición, 2010

    Primera edición electrónica, 2015

    Diseño de portada: Paola Álvarez Baldit

    Coedición: CONSEJO NACIONAL PARA LA CULTURA Y LAS ARTES

    DIRECCIÓN GENERAL DE PUBLICACIONES

    FONDO DE CULTURA ECONÓMICA

    D. R. © 2010, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes

    Av. Reforma, 175; 06500 México, D. F.

    www.conaculta.gob.mx

    D. R. © 2010, Fondo de Cultura Económica

    Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 México, D. F.

    Empresa certificada ISO 9001:2008

    Comentarios:

    editorial@fondodeculturaeconomica.com

    Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc., son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicanas e internacionales del copyright o derecho de autor.

    ISBN 978-607-16-3487-0 (ePub)

    Hecho en México - Made in Mexico

    Índice

    Prólogo,

    Ruy Pérez Tamayo

    La Colonia (1521-1810),

    Elías Trabulse

    Las ciencias en el México independiente,

    Carlos Viesca y José Sanfilippo

    La ciencia y la política en México (1850-1911),

    Juan José Saldaña

    El siglo XX. I (1910-1950),

    Ruy Pérez Tamayo

    El siglo XX. II (1952-2000),

    Ruy Pérez Tamayo

    Prólogo

    RUY PÉREZ TAMAYO

    Uno de los elementos que permiten distinguir a los países desarrollados, que proporcionan niveles razonables de calidad de vida a sus ciudadanos, de aquellos que todavía se encuentran en distintas etapas de desarrollo (incluyendo a los países más primitivos), en los que existen grandes desniveles sociales y económicos, es la contribución que hacen la ciencia y la tecnología a los mecanismos de satisfacción de las diferentes necesidades de la sociedad.

    En el mundo occidental, a partir de la revolución científica en los siglos XVI y XVII, el pensamiento científico empezó a remplazar a la tradición y al dogma religioso como la forma hegemónica de enfrentarse a la realidad, de definir los problemas y, sobre todo, de plantear y buscar sus correspondientes respuestas. Poco a poco, el estudio directo de los fenómenos naturales sustituyó a la consulta de los libros clásicos y de las Sagradas Escrituras como el método más importante para entender sus causas y predecir sus consecuencias. No sorprende que la revolución científica mencionada se haya iniciado poco tiempo después, no más de un siglo, de la emergencia del Renacimiento, en vista de que los valores del humanismo (el interés en la historia, el estudio de los clásicos, el amor por la belleza, la devoción por la cultura) llevan implícita la libertad del pensamiento, indispensable para el desarrollo de la ciencia. En el ambiente característico de los mil años de la Edad Media en el mundo occidental, la combinación del dogma religioso con la intolerancia hacia formas alternativas del pensamiento y actitudes que se apartaran de la ortodoxia oficial (católica o protestante, cuya manifestación más representativa y famosa fue la Santa Inquisición) se opuso a cualquier forma de independencia intelectual.

    En un fenómeno todavía inexplicado, sobre todo por el momento y el sitio de Europa en que ocurrió, en 1543 un joven médico belga de 28 años de edad, Andreas Vesalio, publicó un libro titulado De humani corporis fabrica.

    Creo que este episodio puede competir con ventaja por el título de la primera manifestación del mundo moderno, por las siguientes tres razones: 1) el libro rompe con la tradición médica de 14 siglos de seguir siempre los textos de Hipócrates, Avicena y, sobre todo, Galeno, al contradecir en más de 200 puntos los escritos sobre anatomía humana de este último; 2) las contradicciones se basan no en argumentos teóricos o escolásticos, sino en observaciones directas hechas por Vesalio durante la disección personal de cadáveres humanos, algo nunca realizado por Galeno; 3) las 77 láminas de la Fabrica de Vesalio son bellísimas, muchas de ellas no representan cadáveres sino sujetos vivos, con frecuencia situados en ambientes clásicos y en posturas que recuerdan a la estatuaria griega y romana.

    La enorme calidad estética de las ilustraciones del libro de Vesalio se explica porque fueron hechas en el taller del Tiziano. Vesalio es anterior a Galileo (muere en 1564, el mismo año en que nace Galileo), a quien generalmente se considera uno de los iniciadores de la revolución científica. Vesalio no sufrió las represalias eclesiásticas anticipadas en su tiempo por su libertad de pensamiento, aunque la leyenda dice que murió al naufragar su barco de regreso de Jerusalén, adonde había ido en peregrinación por mandato de la Iglesia, para lavar su pecado de haber disecado el cuerpo de un noble español cuyo corazón todavía estaba latiendo cuando lo expuso con su bisturí.

    Sin embargo, a partir de Vesalio, Galileo y otros científicos, desde el siglo XVI la ciencia empezó a ganar terreno en el mundo occidental en el campo de las explicaciones racionales y objetivas de la realidad, remplazando creencias basadas en dogmas religiosos y sostenidas por argumentos escolásticos. La transformación mencionada no ha sido rápida ni fácil: hoy todavía quedan grandes sectores de la población en países de Occidente (en muchos de ellos son mayoría), que conservan creencias sobrenaturales y privilegian la fe sobre la razón. De todos modos, hasta los grupos religiosos contemporáneos más fanáticos usan teléfonos celulares, conducen automóviles, viajan en avión y son expertos en el manejo de computadoras.

    Considerando las diferentes posibilidades de influencia en la estructura de la sociedad mediante factores como la emergencia de las naciones, las guerras, las plagas y las hambrunas; el cambio del sistema feudal y el surgimiento de la burguesía; el aumento progresivo en el nivel de educación de las clases urbanas más favorecidas económicamente, y otras, no hay duda de que uno de los mecanismos que más contribuyeron a la transformación del mundo medieval en el mundo moderno fue el desarrollo de la ciencia y la tecnología.

    ¿Cuál fue la historia de la ciencia en México? Desde luego, existen varios textos sobre el tema, que tratan de la historia de la ciencia en nuestro país en lapsos específicos, o bien de algunas ciencias en particular, pero ninguno de tipo general y dirigido al público no especialista. Cuando se planteó el primer proyecto para el presente libro se hizo pensando en la conveniencia de establecer una serie de divisiones históricas, usando para ello los principales episodios del desarrollo de nuestro país. El primer periodo se identificó como la Época Precolombina, para la que acudí a mi buen amigo el doctor Alfredo López Austin, quien, respondiendo a mi invitación para contribuir con un capítulo sobre el tema, me dijo (más o menos):

    En el mundo mesoamericano precolombino no existía nada que pudiera conocerse como ciencia, tal como la entendemos ahora. Cuando la verdad ya se conoce porque proviene de los Dioses, no hay lugar para las preguntas sobre la naturaleza, que constituyen el inicio de la ciencia. Todo está dicho y preestablecido, y cuando los Dioses no se han pronunciado sobre algún fenómeno natural, como un cometa o un arco iris, lo que corresponde es que los sacerdotes realicen las ceremonias y los sacrificios para propiciar las respuestas de los Dioses. Por eso es que no tiene sentido hablar de ciencia en el mundo mesoamericano precolombino...

    Los restantes 500 años de existencia de México como país se dividieron en cinco periodos históricos, de duración desigual pero cada uno de ellos con carácter más o menos homogéneo, a saber: 1) la Colonia (1521-1810); 2) el México independiente (1810-1857); 3) el porfiriato (1857-1910); 4) el siglo XX-I (1910-1950); 5) el siglo XX-II (1950-2000). Para presentar la historia de la ciencia en México en cada uno de estos periodos invité a colegas historiadores especializados en ellos. A continuación me refiero con más detalle a los resultados de mis invitaciones, pero adelanto que todas fueron generosamente aceptadas.

    Para el capítulo 1 invité al doctor Elías Trabulse, autor de la majestuosa Historia de la ciencia en México,¹ editada en cuatro tomos, uno para cada siglo —del XVI al XIX—, que es una valiosa antología de los textos científicos más sobresalientes publicados en nuestro país en esas cuatro centurias. La obra contiene extensos comentarios del doctor Trabulse y sus colaboradores, lo que la hace todavía más atractiva. Otras muchas publicaciones² de Trabulse sobre la historia de la ciencia en México lo han confirmado como una de las principales autoridades en el campo.

    Para el capítulo 2 invité al doctor Carlos Viesca Treviño, quien con su colaborador, el doctor José Sanfilippo, lo tituló Las ciencias en el México independiente. Como miembros del Departamento de Historia y Filosofía de la Medicina de la Facultad de Medicina de la UNAM, y como expertos en ese lapso histórico, escribieron su texto basados en la consulta de fuentes primarias que forman parte de la rica biblioteca del departamento mencionado. Además, el doctor Viesca Treviño es autor de varias otras obras sobre la historia de la medicina en México.³

    El capítulo 3 fue solicitado al doctor Juan José Saldaña, quien lo denominó La ciencia y la política en México. 1850-1911, destacando así la importancia que tuvieron los intensos movimientos políticos de esa época en el desarrollo de la ciencia en nuestro país. Como profesor titular de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, fundador y director del Seminario de Historia de la Ciencia y la Tecnología en el Posgrado de Historia de esa facultad, y gran promotor de la historia de la ciencia en México y en América Latina, Saldaña ha dirigido numerosas publicaciones sobre el tema.

    La historia de la ciencia en México en el siglo XX la dividí en dos partes: cada una corresponde a una historia diferente, determinada en la primera mitad sobre todo por acontecimientos políticos ligados a la revolución de 1910-1929 y años posteriores, y en la segunda por la emergencia de la ciencia profesional a partir de la fundación de la Ciudad Universitaria de la UNAM. Estos dos capítulos se basan en mi libro reciente Historia general de la ciencia en México en el siglo XX.

    Después de leer con cuidado las contribuciones de Viesca y Sanfilippo, por un lado, y de Saldaña, por el otro, me felicito de que no se hayan limitado a las fechas específicas que les fueron asignadas en el proyecto original del volumen. No hay duda de que el siglo XIX en México posee una unidad histórica, en la que los diversos episodios se encuentran íntimamente vinculados y se enriquecen cuando se contemplan desde distintos puntos de vista. Saldaña ha puesto especial interés en su análisis de la política y su influencia en el desarrollo científico, mientras Viesca y Sanfilippo exploran sobre todo las transformaciones de la ciencia en ese siglo. Sus páginas se complementan y permiten una mejor visión global de la ciencia en México en esa turbulenta época.

    La Colonia (1521-1810)

    ELÍAS TRABULSE

    Academia Mexicana de la Historia

    y Academia Mexicana de la Lengua

    Desde mediados del siglo XV, con los viajes de navegantes portugueses y españoles, quedó por primera vez abierta la posibilidad de que el hombre explorase todos los aspectos físicos y naturales del planeta que habitaba. La aparición de América, según la conocida frase de Alejandro de Humboldt, duplicó súbitamente para los habitantes de Europa el cosmos que habitaban, lo que abrió un amplio campo de investigación a los hombres de ciencia del Viejo Mundo, quienes vieron cuestionadas hasta sus cimientos las tradicionales teorías científicas aceptadas por la Antigüedad y el Medioevo. Los fenómenos físicos que resultaban novedosos se presentaron en gran cantidad y con evidente singularidad a la observación de los europeos llegados a América. Dichos fenómenos rompían con su sola presencia los esquemas geográficos y cosmográficos clásicos. Una serie de nuevas disciplinas científicas —como geología, oceanografía, meterología y climatología— surgió, si bien en forma rudimentaria, mediante la simple comparación de las características físicas del Viejo con el Nuevo Mundo. El siglo XVI inició el estudio sistemático de los vientos y las corrientes marítimas, de la acción de las cadenas volcánicas sobre los terremotos y de la gradación de las especies vegetales y animales en un cosmos que a los ojos del sabio resultaba armónico y equilibrado.

    De esta manera, pocos decenios después de que Colón tocara tierras de Indias, ya había sido puesta en marcha la revolución científica, que lograría su más acabada expresión durante el siglo XVII, época en la que adoptan su forma definitiva los paradigmas de la ciencia moderna erigidos sobre las ruinas del cosmos medieval. El papel que desempeñó el Nuevo Mundo en la elaboración y estructuración de dichos paradigmas no puede ser subestimado, ya que la masa de datos empíricos recogidos por los europeos en estas tierras fue un fecundo y activo fermento en el cuestionamiento de los esquemas de la ciencia clásica y en la transformación de la concepción de la naturaleza. Por otra parte, resulta evidente que la confrontación con las realidades americanas planteó a los descubridores y conquistadores una serie de problemas técnicos que no hallaban solución en las obras de los autores antiguos y que, por tanto, hubieron de ser abordados en forma hasta entonces desconocida. Este hecho no dejó de ser puesto en relieve por los técnicos, naturalistas y cronistas del Nuevo Mundo que en reiteradas ocasiones señalaron la insuficiencia de muchos de los recursos técnicos tradicionales en la empresa de Indias; hecho que, por otra parte, al señalar la superioridad de las tecnologías modernas respecto de las antiguas, abría la posibilidad de caracterizar la historia de la ciencia y de la técnica como una marcha progresiva y ascendente, estrechamente vinculada con la evolución de la humanidad.

    Es lógico pensar que la Nueva España no podía quedar al margen de esta eclosión del pensamiento científico y de su correlativa revolución tecnológica. Al recorrer las obras originales de los primeros historiadores de la Conquista de México nos percatamos de que desde los inicios de la dominación española este país recibió las innovaciones técnicas europeas y fue pródiga veta de la observación científica, la cual, aunque en germen, ya planteaba problemas relevantes acerca de la naturaleza de las nuevas tierras que aun en nuestros días son sujetos de estudio e investigación. Es de esos años tempranos de la Colonia que podemos hacer partir la tradición científica mexicana que sin solución de continuidad ha llegado hasta nosotros. Su estudio puede enfocarse desde dos ángulos diferentes pero complementarios. El primero se refiere al aspecto que hemos denominado externo de esta historia y atiende a las periodizaciones de la ciencia y de la técnica y a los factores sociales de su desenvolvimiento. El segundo, al que llamamos interno, estudia esta misma historia pero desde la perspectiva de las ideas científicas y técnicas vistas en sí mismas y de los hombres de ciencia que las sustentaron.

    Empecemos por los aspectos externos.

    Varios son los periodos en que podemos dividir el desarrollo de la ciencia y la tecnología coloniales. Ciertamente se trata de cortes metodológicos arbitrarios y aproximados cuyas acotaciones señalan el momento de un cambio de paradigmas en el campo de las ciencias o el de la adopción de nuevas técnicas. Dichas acotaciones están siempre determinadas por factores inherentes al desenvolvimiento de las ciencias o de las técnicas, y su encadenamiento se percibe al analizar unos y otros, es decir, en el primer caso a través de los textos científicos, sean impresos o manuscritos, que proponían nuevas teorías explicativas, y en el segundo, de las innovaciones técnicas realizadas en áreas tales como la minería, la agricultura, la producción artesanal o las obras públicas. Así, para caracterizar los periodos de la ciencia mexicana hemos fijado nuestra atención en los momentos en que toman carta de naturalización las tesis heliocentristas, la anatomía vesaliana, la teoría de la circulación de la sangre, las nuevas taxonomías botánicas y zoológicas, las nuevas interpretaciones químicas de los procesos metalúrgicos, las técnicas de análisis hidrológico, los modernos métodos de medición astronómica con fines geodésicos o cartográficos, la anatomía patológica, la fisiología moderna y la nomenclatura química; y para determinar los periodos de la evolución tecnológica hemos procurado precisar los años en que se empezaron a utilizar los nuevos métodos de producción en renglones básicos de la economía virreinal como la amalgamación en la metalurgia de la plata, cuando fueron adoptados aparatos de cierta complejidad como las bombas aspirantes o la máquina de vapor en el desagüe de las minas, o cuando empezaron a ser utilizados los modernos instrumentos de precisión como el cuadrante en agrimensura, el barómetro, el termómetro y el higrómetro en meteorología, el telescopio y el cronómetro en astronomía, y el microscopio en botánica, entomología y microbiología.

    Portada de la obra médica de Agustín Farfán Tractado brebe de medicina.

    El análisis de este tipo de información nos ha permitido señalar las varias etapas que configuran el desarrollo científico de la Nueva España. Así, entre 1521 y 1570 se aclimata la ciencia europea, cabe decir el conjunto de paradigmas de la ciencia antigua y medieval que prevalecían todavía en esos años, como el geocentrismo tolemaico, la física aristotélica y la anatomía galénica. Se asimila la ciencia indígena sobre todo en el campo de la botánica y la farmacopea, y se producen valiosos trabajos en estas dos ramas de la ciencia, así como en zoología, geografía y cartografía, medicina, etnografía y metalurgia. Entre 1570 y 1630 se producen los primeros textos científicos elaborados en México, que abarcan áreas como la medicina y la astronomía, las cuales empiezan a adoptar tímidamente algunas nuevas hipótesis científicas, aunque siempre dentro de los lineamientos prescritos por la ortodoxia religiosa. De 1630 a 1680 estos lineamientos se ven abiertamente desbordados y aun enfrentados por la aparición de los primeros textos de ciencia moderna redactados en México, básicamente en terrenos de la matemática y la astronomía, los cuales aceptan, si bien en forma velada, las tesis heliocentristas. Los 70 años que corren de 1680 a 1750 forman uno de los periodos oscuros de la ciencia mexicana. En ese lapso se preparó la lenta difusión de las revolucionarias teorías astronómicas, de la fisiología moderna y de las nuevas hipótesis químicas; la ciencia del periodo ilustrado que corre desde ese último año hasta la consumación de la Independencia se caracteriza por la adopción de las nuevas teorías taxonómicas en botánica y zoología, empleo de la moderna nomenclatura química, novedosas interpretaciones acerca de la naturaleza de las reacciones que se llevaban a cabo en el proceso de amalgamación de la plata, así como por la gran cantidad de estudios geodésicos, astronómicos, meteorológicos, geográficos y estadísticos que produjo. La ciencia de los primeros decenios nacionales vivirá de este vigoroso impulso de la ciencia ilustrada colonial.

    En cuanto a la periodización del desarrollo tecnológico solamente podemos fijar dos etapas claramente diferenciadas. La primera corre de 1521 a 1750 y se caracteriza por la adopción y utilización de las técnicas europeas, tradicionales o modernas, prácticamente en todos los aspectos del obrar humano; es decir, en agricultura, agrimensura, minería, metalurgia, náutica, urbanismo, ingeniería civil e hidráulica, acuñación, farmacoterapia, cartografía y artes industriales. Desde 1750 hasta el ocaso de los tiempos coloniales percibimos las primeras corrientes renovadoras que intentaron introducir modificaciones en las técnicas de la metalurgia de la plata, en los métodos de extracción de los minerales y en el desagüe de las minas, así como en los procesos de producción artesanal sobre todo en la industria textil.

    Pese a que desde el siglo XVI empezó a borrarse la escisión entre ciencia y tecnología, característica del mundo antiguo y medieval, es evidente respecto a la Nueva España que no siempre es fácil determinar las correlaciones existentes entre los periodos de la ciencia y los de la tecnología; es decir, las influencias que las ciencias puras pudieron haber tenido sobre las ciencias aplicadas o viceversa. Ciertamente algunos nexos obvios pueden ser establecidos, como entre el desarrollo de la matemática y la astronomía con los avances en los campos de la náutica, cartografía, geodesia, ingeniería civil y militar y agrimensura, o bien del que aparece entre los estudios botánicos y la farmacoterapia o de la química con la metalurgia. Pero estos son casos de excepción, ya que en la práctica las ciencias abstractas casi siempre actuaron en forma independiente de las diversas técnicas, pues es patente que sólo tras muchas tentativas resultaba posible pasar de la práctica de gabinete o de laboratorio a la aplicación en gran escala. Buena parte de la historia de la ciencia y la tecnología mexicanas se singulariza por esta desvinculación entre ambas.

    Las periodizaciones de la ciencia y la tecnología novohispanas ponen de manifiesto una realidad social en permanente cambio. Esta realidad social la configuran diversas comunidades de hombres de ciencia y de técnicos que se suceden a lo largo de los tres siglos coloniales. Como en toda comunidad de este tipo, se trata de pequeños grupos que comparten uno o varios paradigmas científicos y, por su cohesión ideológica, determinan el carácter de una época o periodo. En su seno se gestaron los cambios de mentalidad que dan la tónica de un momento de esa historia, por la aceptación o el rechazo de una o varias de las nuevas teorías que despuntaban en el horizonte científico. Dichas comunidades no sólo se sucedieron sin interrupción en el tiempo; además cubrieron buena parte del territorio del virreinato desempeñando actividades científicas y técnicas. La ciudad de México, Puebla, Guanajuato, Querétaro, Mérida, Guadalajara, Valladolid, Oaxaca, Campeche contaron desde el siglo XVI con reducidos núcleos de hombres de ciencia y de técnicos. Muchos de ellos hicieron valiosos aportes en el campo de la enseñanza y en la divulgación del saber científico, y hacia el último tercio del siglo XVIII colaboraron en publicaciones periódicas con trabajos de diversa índole, aparte de que a veces generaron interesantes polémicas científicas, algunas de las cuales han llegado hasta nosotros. Esto nos pone de manifiesto que eran núcleos vivos, activos y dinámicos en los cuales el cambio de objetivos de estudio e investigación refleja sin duda la situación social y económica de la Nueva España en cada uno de los periodos anteriormente acotados y que se hace evidente sobre todo con los cultivadores de las ciencias aplicadas. Gracias a la labor de estos últimos penetraron buena parte de las teorías mecanicistas de la ciencia moderna que insuflaron nueva vida — desde fecha tan temprana como el segundo tercio del siglo XVII— a los estudios científicos novohispanos, en gran medida todavía comprometidos con la filosofía natural propia de la decadente escolástica basada sólo en la especulación y ajena a la comprobación empírica. Además, debido al empeño de estos técnicos también empezaron a difundirse en la sociedad los temas científicos de aplicación práctica, escritos en un castellano fácilmente comprensible. Desde la primera Gaceta General que data de 1666 hasta el Diario de México, advertimos un constante incremento en la preocupación por divulgar los conocimientos científicos que hallarán su más completa manifestación en los periódicos de Bartolache, Alzate, Guadalajara Tello, Barquera y Barreda, autores todos ellos de la brillante comunidad científica de la Ilustración novohispana, preocupada más que ninguna otra en transformar su realidad por medio de las ciencias.

    A pesar de estas valiosas tentativas, es evidente que la Nueva España careció de instituciones científicas propiamente dichas hasta bien entrado el siglo XVIII. Anteriormente, los centros donde pudo desarrollarse cierto tipo de actividad científica o tecnológica fueron la Universidad —poseía algunos puestos docentes de contenido científico—, los hospitales, ciertos establecimientos pedagógicos de órdenes religiosas, reales mineros, casas de acuñación de moneda y ferrerías. A fines del siglo XVIII aparecieron instituciones de corte puramente científico fundadas por la corona española. Hasta estas fechas, las ciencias, puras o aplicadas, germinaron de modo disperso entre estudiosos y profesionistas, muchos de ellos autodidactos, cuyas actividades los ponían en contacto con ese tipo de temas. Cabe añadir que los inventarios de bibliotecas y librerías coloniales que han llegado hasta nosotros revelan que estos hombres de ciencia no carecieron por lo general de las obras de sus colegas europeos por heterodoxos que éstos fueran en su credo o en sus descubrimientos. La censura inquisitorial, a pesar de su evidente energía, no siempre pudo evitar que este tipo de libros se difundieran en la Nueva España durante todo el periodo de la dominación española. A esto debemos añadir la llegada, desde el siglo XVI, de técnicos e ingenieros extranjeros, sobre todo flamencos y alemanes, cuya influencia en campos como la metalurgia, la ingeniería, la hidráulica —en particular en obras como el desagüe de la ciudad de México— o la cartografía fue de gran valor para el desarrollo y difusión de las ciencias en estas tierras.

    A pesar de todo esto es obvio que resulta difícil definir la posición social del hombre de ciencia novohispano. Las comunidades científicas estaban compuestas por lo general de individuos procedentes de estratos urbanos medios, particularmente criollos, y muchos buscaron en los claustros de alguna orden religiosa o del clero secular la seguridad y el refugio necesario para su labor. Entre ellos se cultivaban de modo preferente las ciencias exactas, particularmente astronomía y matemáticas. El científico laico consagrado a estas disciplinas no aparecerá hasta la segunda mitad del siglo XVIII. En cambio, laicos fueron en su mayoría y desde el siglo XVI los titulares de la profesión médica y otras ocupaciones sanitarias, así como los técnicos e ingenieros de cualquier especialidad.

    Todas las características hasta aquí apuntadas, a saber, periodos en que se dividen, continuidad y elementos que constituyen a las diversas comunidades de hombres de ciencia, configuran someramente los desarrollos científico y tecnológico de la Nueva España en lo que son sus elementos externos. Ahora bien, para captar el ritmo interno de ese mismo desenvolvimiento, al menos en sus líneas generales, debemos volvernos hacia cada una de las ciencias en particular y hacia quienes, a nuestros ojos, fueron sus más distinguidos representantes. Para ello empezaremos por las denominadas ciencias biológicas; después veremos las conocidas como ciencias físicas, donde quedan agrupadas también las diversas técnicas derivadas de ellas.

    Al repasar las grandes crónicas del siglo XVI encontramos a menudo detalladas descripciones de prácticas médicas y terapéuticas de los antiguos mexicanos. Una de las mejores compilaciones de esta ciencia prehispánica nos la da el famoso Herbario de la Cruz-Badiano elaborado en el Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco, donde se impartió en fecha temprana una cátedra de medicina teórica indígena expuesta por maestros indios versados en la materia. Esta obra es tanto un tratado de farmacología como de botánica indígenas. Estudia los posibles remedios vegetales para diversas enfermedades, clasifica sus síntomas y los agrupa en cuadros clínicos específicos que facilitan la identificación del padecimiento. Sin embargo, hemos de decir que muchas curaciones que propone se basan en hechicerías y encantamientos cuya secuela podemos seguir a lo largo del periodo colonial y hasta nuestros días en algunos aspectos de la medicina popular.

    Pero la difusión en Europa durante el siglo XVI de este tipo de medicina, debida en su totalidad a la inventiva de los indios, no fue motivada por el Herbario Cruz-Badiano ni por la célebre obra de Sahagún que también abordaba ampliamente estos temas, ya que ambas permanecieron inéditas hasta después de consumada la Independencia: se debió a la obra del facultativo sevillano Nicolás Monardes, quien apoyado en noticias llegadas de estas tierras elaboró un enjundioso tratado de farmacopea indígena para uso de los médicos europeos. Su obra demostraba que para cierto tipo de padecimientos los remedios nahuas eran superiores a los empleados en el Viejo Mundo.

    Portada de la obra de historia natural de México y de América, de Juan de Cárdenas, De los problemas, y secretos maravillosos de las Indias.

    Aunque la práctica hospitalaria novohispana data de los primeros años coloniales, la medicina académica inició oficialmente sus funciones en 1580, cuando fue instituida la cátedra de Prima de Medicina en la Real y Pontificia Universidad de México. Durante siglo y medio los médicos egresados de ella siguieron puntualmente las prescripciones aristotélico-galénicas en los campos de la anatomía, la fisiología, la patología, la teoría de la medicina, la terapéutica, la medicina clínica y la cirugía. Los conceptos vitalistas y teleologistas de las doctrinas de Aristóteles pervivieron en la enseñanza hasta muy entrado el siglo XVIII, poniendo de manifiesto lo refractaria a las novedades que resultaba la profesión médica. Las teorías anatómicas y fisiológicas que se exponían seguían puntualmente los escritos galénicos tanto en su aspecto puramente descriptivo como en sus interpretaciones acerca del funcionamiento del corazón, del contenido sanguíneo de las arterias, del mecanismo de la respiración y de la función de los nervios. En

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