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Historias de los territorios de cuatro comunidades del Valle de Etla, Oaxaca, a través de las Memorias de Linderos, siglos XVI al XVIII
Historias de los territorios de cuatro comunidades del Valle de Etla, Oaxaca, a través de las Memorias de Linderos, siglos XVI al XVIII
Historias de los territorios de cuatro comunidades del Valle de Etla, Oaxaca, a través de las Memorias de Linderos, siglos XVI al XVIII
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Historias de los territorios de cuatro comunidades del Valle de Etla, Oaxaca, a través de las Memorias de Linderos, siglos XVI al XVIII

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En esta obra se aborda parte del entramado histórico del Valle de Etla para explicar cuáles fueron, por qué y en qué forma se dieron las modificaciones a la tenencia de la tierra.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento22 ago 2019
Historias de los territorios de cuatro comunidades del Valle de Etla, Oaxaca, a través de las Memorias de Linderos, siglos XVI al XVIII
Autor

errjson

Lingüista, especialista en semántica, lingüística románica y lingüística general. Dirige el proyecto de elaboración del Diccionario del español de México en El Colegio de México desde 1973. Es autor de libros como Teoría del diccionario monolingüe, Ensayos de teoría semántica. Lengua natural y lenguajes científicos, Lengua histórica y normatividad e Historia mínima de la lengua española, así como de más de un centenar de artículos publicados en revistas especializadas. Entre sus reconocimientos destacan el Premio Nacional de Ciencias y Artes (2013) y el Bologna Ragazzi Award (2013). Es miembro de El Colegio Nacional desde el 5 de marzo de 2007.

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    Historias de los territorios de cuatro comunidades del Valle de Etla, Oaxaca, a través de las Memorias de Linderos, siglos XVI al XVIII - errjson

    zapoteco.

    LOCALIZACIÓN GEOGRÁFICA DEL VALLE DE ETLA

    Rodeado por cadenas montañosas secundarias que se desprenden de la Sierra Madre de Oaxaca y de la Sierra Madre del Sur, el Valle de Etla constituye un amplio valle intermontano. Se localiza en el brazo noroeste de lo que se conoce como los Valles Centrales de Oaxaca y geográficamente está delimitado por la región de Nochixtlán al poniente, por la región de Cuicatlán al norte, por las regiones del centro y Zaachila al sur, y al oriente por la región de Ixtlán. Las lenguas que se hablaban en esas regiones en tiempos del Posclásico Tardío y durante la Colonia eran el mixteco, el cuicateco y el zapoteco, las mismas lenguas que se siguen hablando en la actualidad. Para la región del centro (Oaxaca y los pueblos circundantes) sólo se ha perdido la lengua náhuatl, que era hablada en las poblaciones del Posclásico Tardío y coloniales de Jalatlaco, Xochimilco, Mexicapan y Chapultepec, entre otras, así como en varias comunidades del Marquesado cercanas a la Antequera Colonial. La lengua zapoteca que se hablaba en el Valle de Etla prácticamente también se ha perdido, salvo en la población de Santo Tomás Mazaltepec, en donde es hablada con orgullo por la mayoría de sus habitantes.¹

    Figura 1. Territorios aproximados de las poblaciones mencionadas del Valle de Etla. Las marcas en gris claro son los asentamientos prehispánicos y las que están en gris oscuro corresponden al núcleo de población (elaboró: Susana Gómez).

    En todo el Valle de Etla se distribuye una gran cantidad de asentamientos prehispánicos de dimensiones desiguales y características que corresponden a diversas épocas de emplazamiento que van desde el Formativo hasta el Posclásico Tardío y muchos de ellos fueron multiocupacionales o de ocupación continua. Esto nos habla de la complejidad social que debió predominar durante toda la época prehispánica. Sin embargo, esos asentamientos se encuentran emplazados en zonas de diversas altitudes, ya que algunos se localizan en las cimas de los cerros que alcanzan los 2 800 msnm, y en laderas que llegan a tener hasta 1 700 msnm, lo mismo que en el piso del valle, que en términos generales oscila entre los 1 600 msnm (véase figura 1). En este trabajo sólo se consideran poblaciones asentadas en el área inmediata al valle, a una altura de 1 600 msnm, aunque cabe aclarar que los territorios que tenían y en la actualidad tienen estas comunidades también comprendían las tres regiones fisiográficas: valle, pie de monte y montaña (véase figura 2). Con el control vertical de esas regiones, las poblaciones del valle tenían acceso a diversos animales, semillas, árboles y plantas que eran propios de los nichos ecológicos específicos que se lograban gracias a las distintas temperaturas, humedades y altitudes. Varias poblaciones coloniales y actuales, son producto de una relocalización espacial efectuada a partir de los programas congregacionistas y otras más fueron sobrepuestas a las construcciones prehispánicas que se localizaban en el piso del valle entre las cotas de 1 600 a 1 700 metros de altitud.

    No hay que confundir el Valle de Etla con la Villa de Etla propiamente. En el primero se ubican las 25 poblaciones que se distribuyen en dicho valle, mientras que la Villa de Etla fue la cabecera de Etla, que recibió el nombre de San Pedro y San Pablo Etla; esta villa también está en el valle, pero sólo controlaba administrativamente a los 15 pueblos sujetos a su cabecera. La Villa de Etla y sus pueblos pasaron a formar parte del Marquesado de Cortés y por ello era una de las Cuatro Villas Marquesanas. Las otras nueve poblaciones asentadas en el Valle de Etla que quedaron por fuera de los dominios del Marquesado de Cortés fueron controladas desde 1531 por la Corona a través del Corregimiento de Guaxilotitlán (Huitzo). Las 25 comunidades tuvieron cierta autonomía en su gestión política interna, derivada de la conformación de los cabildos indígenas. Los límites físicos del espacio territorial seleccionado para realizar esta investigación sólo comprenden algunas de las comunidades que durante la Colonia dependían judicial y administrativamente de la cabecera de Guaxilotitlán, las que desde 1531 fueron subordinadas al corregimiento² del mismo nombre³ de la Real Corona. El otro componente del Valle de Etla corresponde a la cabecera de Etla conformada como una de las Cuatro Villas Marquesanas⁴ y las comunidades que la integran fueron otorgadas a Cortés en señorío desde principios de la Colonia. Etla no estaba considerada como sujeto de Guaxilotitlán ya que, como he mencionado, era parte de la jurisdicción de la Alcaldía Mayor de las Cuatro Villas que estaban en poder del Marquesado del Valle de Oaxaca. Hacia el siglo XVIII la cabecera de Etla contaba con 15 pueblos sujetos, los que con seguridad tenían su nombre en zapoteco y en náhuatl, pero durante la Colonia el nombre de estos pueblos sólo era precedido por el del santo patrón asociado al de Etla, lo que permitía la inmediata vinculación del pueblo con el Marquesado. Únicamente San Juan Bautista Guelache y Santa Marta Chichihualtepec carecieron de esa estructura nominal. En la actualidad solamente Guelache sigue nombrándose de igual forma, ya que el otro pueblo ahora es conocido como Santa Marta Etla.

    Figura 2. Plano del Valle de Etla en el que se indican las poblaciones mencionadas en el texto (elaboró: Jesús Antonio).

    VALLE DE ETLA

    A lo largo y ancho del Valle de Etla se distribuyen 25 poblaciones desde la Colonia (y la mayoría de ellas desde la etapa prehispánica); otras tantas pequeñas comunidades eran barrios dependientes de algún pueblo mayor que hacia el siglo XVIII solicitaron su independencia. Cuando la Corona decidió establecer el corregimiento, diez años después de que los españoles arribaron a Oaxaca, nueve de las principales poblaciones del Valle de Etla quedaron independientes del Marquesado y cada una recibió el carácter de cabecera por la importancia que tenían durante la etapa prehispánica. Por otro lado estaban las otras 15 poblaciones, cada una de ellas con su cacique, que quedaron como parte del Marquesado de Cortés. A partir de 1586 se fundó otra población más a la que llamaron Villa de Etla, dedicada a los santos patrones San Pedro y San Pablo. A partir de su fundación y por la labor de convencimiento de los dominicos establecidos en Etla, esta villa sería la cabecera de los 15 pueblos y en ella radicaría el único cacique principal, denominado así ya que era el representante de los demás caciques. Los excaciques de las otras 14 comunidades seguirían teniendo importancia política puesto que eran elegidos entre ellos mismos para ocupar los cargos importantes del cabildo de república.

    En su Geográfica descripción Burgoa (1989, II: 1-2) mencionaba que la región de Etla, palabra nahua cuyo significado remitía a un lugar plantado con habas o frijoles, era conocida como loohvanna en zapoteco y como Ñuu Nduchi en mixteco y, antes del arribo de los españoles, estaba sujeta a Zaachila. Gay (1990: 39) también precisa que esta región era designada como loohvanna o el lugar del pan por la vocación que sus tierras tenían en el cultivo del maíz. Por ello se le empezó a nombrar lugar del mantenimiento, en alusión a la abundancia de productos agrícolas que se obtenían, y se argumentaba que en la región sólo vivían labradores que proveían a los ejércitos debido a que había tanta abundancia de frijoles y maíces que la zona era reconocida como el lugar de las trojes del rey de Teozapotlan (véase figura 3). La bucólica descripción que Gay ofrece siglos después de que los españoles arribaron al Valle de Etla es digna de ser referida:

    Figura 3. Representación del topónimo de Etla, en la que se indica la conquista de esta región el día 7 Pedernal por el señor mixteco 8 Venado Garra de Jaguar (Códice Nuttall, lámina 49).

    Al llegar a la última montaña mixteca, cuya cumbre se denomina ahora de las Sedas, Cortés, dirigiendo la vista al valle de Etla, quedó agradablemente sorprendido: los ríos, desprendiéndose de las sierras inmediatas, corrían al fondo del valle, regando los sembrados que en forma de tablero se dilataban por las vegas, con los tintes de un bien cultivado jardín. Se propuso desde entonces que la villa de Etla fuese una de las de su marquesado, como lo consiguió en efecto dos años después (Gay, 1990: 155).

    Pero ello no le fue fácil, dado que desde 1522 Cortés empezó a tener conflictos con los españoles, que sistemáticamente insistían en asentarse en tierras que él se había otorgado como presura.⁶ Los españoles que fundaron Tepeaca, población cercana a Jalatlaco y al costado sur de lo que posteriormente sería la Villa de Antequera, fueron expulsados en tres ocasiones por la gente de Cortés. No obstante esta lucha interna entre españoles por la posesión de una fracción de tierra resolvió en favor de la corona que aprovechó las idas y vueltas de Cortés por tierras mesoamericanas, ya que en 1526 el pueblo de españoles que insistía en emplazarse en las tierras que el conquistador se había asignado originalmente como parte de su señorío, fue designado oficialmente por la Corona como villa y en 1529 la primera Audiencia encabezada por Nuño de Guzmán, vigoroso enemigo de Cortés aprovechó la ausencia de éste para enviar a Juan Peláez de Berrio como alcalde mayor de la Provincia de Oaxaca con las instrucciones de arreglar y agrandar la comunidad española del Valle, que de aquí en adelante se llamaría Antequera (Chance, 1982:52).

    Se considera a Peláez de Berrio como el fundador de la villa de Oaxaca (Antequera) nombrándolo para tal efecto Teniente de Capitán General y Juez de Residencia y Alcalde mayor de la dicha villa y de toda la provincia de Guaxaca (Acervos, 1997: 11-13). Con esta fundación la Corona buscaba dos objetivos fundamentales: por un lado intentaba desalentar las ambiciones del marqués del valle de Oaxaca, Hernán Cortés, quien inicialmente se estableció en el centro de Oaxaca con la pretensión de asignar como parte de su señorío, una considerable extensión de tierras y de indios que las habitaban, anulando con ello la posibilidad de un efectivo control virreinal, y por otro, esperaba cubrir las 280 leguas de distancia existente entre Guatemala y México, por lo que Antequera resultaba ser un asentamiento español estratégico y deseable.⁷ La específica encomienda que se le dio a Peláez señalaba que debía:

    Aprovechar la dicha villa en todo lo que pudiereis y que no daréis lugar ni consentiréis que ningún vecino se pase a los términos de otras provincias so pena de mil pesos de oro y que procurareis con toda diligencia que se busquen minas de mas de las descubiertas en los términos de la dicha villa y que sus términos se acreciente y procurad que la tierra se labre y se siembre de pan y las otras cosas de Castilla y procurad que la dicha villa sea aumentada y acrecentada y bien regida como de vos se espera (Acervos, 1997: 13).

    De esta forma los nuevos pobladores españoles de Antequera tomarían asiento,⁸ poco más al norte de donde desde 1523 empezó a edificar su casa Hernán Cortés (Gómez, 2005); así, a partir de una sutil pero tensa línea imaginaria que separaba los dominios del marquesado de los de la Villa de Antequera, fue que en 1529 Peláez de Berrio asignó la primera franja de tierras desde el sur de Antequera hasta San Agustín de las Juntas, donde convergen los ríos de Atoyac y Jalatlaco. La anterior medida se tomó, si bien no estaba indicado explícitamente, con un claro interés por conseguir el abastecimiento de agua para la villa, pero también para pisarle los talones al marqués del Valle, al no separarse ni un ápice de las tierras inicialmente concedidas a Cortés por la Corona española. De esta forma casi tres años después, el 25 de abril de 1532, la Corona le daría a la villa de Antequera la categoría de ciudad y en 1535 recibiría su constitución como sede del Obispado.

    ETLA Y EL MARQUESADO DEL VALLE

    A Cortés se le nombró señor de vasallos o señor jurisdiccional cuando el rey se despojó voluntariamente de sus derechos para otorgárselos a Cortés cediéndole en 1528 el dominio del territorio que constituiría el Marquesado. La Merced Real del 4 de diciembre de 1528, firmada por Carlos V en Toledo, aseguraba a Cortés una enorme extensión territorial en la que otorgaba no sólo la donación de los 23 000 vasallos, sino un señorío jurisdiccional, ratificando que:

    Por la presente vos hacemos merced, gracia e donación, pura, perfecta y no revocable que es dicho entre vivos para agora é para siempre jamás de las Villas é Pueblos de […] Guaxaca, Cuyulapa, Etlantenquila Vacoa, Teguantepeque […] que son en la dicho Nueva España hasta en número de veinte y tres mil vasallos con sus tierras ó aldeas y términos y basallos y jurisdicción civil y criminal alta y baja mero mixto Imperio é rentas y oficios y pechos é derechos y montes y Prados y pastos é aguas corrientes, estantes y manantes y con todas las otras cosas que nos toviésemos y llevásemos y nos perteneciere y de que podamos y debamos gozar y llevar en las tierras que para nuestra Corona Real se señalaren en la dicha Nueva España y con todo lo otro al Señorío de las dichas Villas y Pueblos de suso declaradas perteneciente en cualquier manera para que todo ello sea vuestro y de vuestros herederos y subcesores y de aquel ó aquellos que de vos o de ellos oviesen título o causa y razón, E para que lo podais y puedan vender, dar o donar é trocar é cambiar é enagenar é hacer de ello y en ello todo lo que quisiéredes é por bien tuviéredes como de cosa vuestra propria libre e quieta é desembargada habida por justo é derecho título reteniendo como retenemos en nos y para nos é para los Reyes que después de nos reynasen en estos nuestros Reynos la Soberanía de Nuestra Justicia Real […] y vos damos la posesión, señorío y propiedad de todo ello sí y según que á vos pertenece para vos y para vuestros herederos y subcesores con las limitaciones y excepciones suso contenidas é vos constituimos por verdadero Señor de todo ello.

    Después de firmada la Real Cédula de 1529 en la que se confirmaba la donación, también se precisó que los españoles no serían vasallos de Cortés, lo que fue suficiente motivo para que los marqueses del Valle evitaran fundar villas de españoles dentro de su jurisdicción (Chevalier, 1976: 168). Si bien los dominios de Cortés tienen su origen en la encomienda, ésta se caracteriza por tener distintivos específicos que hacen que sea diferente del señorío. El principal rasgo del señorío consistió en que tenía el dominio y la jurisdicción sobre sus territorios y los habitantes que en él estaban establecidos, tratárase de españoles o indios, lo que significaba que Cortés nombraba a un juez que asumía la potestad para emitir y ejecutar las sentencias, ya fueran éstas de la mayor envergadura (imperio mero), o para pronunciarse sobre faltas civiles o criminales de poca importancia (imperio mixto) y en el Marquesado fueron los alcaldes mayores, corregidores y jueces de primera instancia los encargados de impartir justicia (García, 1969: 10-11). Al ser considerado como señor de vasallos, Cortés recibió del rey la más grande de las mercedes otorgada a un conquistador. El nombramiento significaba que tendría el dominio no de una encomienda, sino de un señorío con facultades jurisdiccionales sobre la población asentada en las tierras cedidas por el monarca y un número de 23 000 vasallos que le entregarían a su persona, y no a la del rey, los tributos indígenas derivados de sus derechos señoriales (García, 1969:18). Para evitar mayores abusos, los tributos no fueron fijados por Cortés, sino por las autoridades reales.

    Como la invasión a los dominios de su marquesado continuaba por parte de los españoles y otros ya se habían dado en encomienda, Cortés escribe primero al rey en 1530 y después a la Audiencia para recordar que la Merced Real de 1529 otorgada por el monarca comprendía cuatro villas¹⁰ que contenían entre todas a 14 pueblos sujetos: Coyolapan (Cuilapan), Talistaca (Tlalixtac), Macuilsúchil (Macuilxóchitl), Cimatlán (Zimatlán), Tepecimatlán, Ocotlán, Tlacochaguaya (Tlacochahuaya), Los Peñoles, Huexolotitlán (Guaxolotitlán, Huitzo), Cuyotepec (Coyotepec), Teozapotlán (Zaachila), Mitla, Tlacolula y Zapotlán.¹¹ Como respuesta, Carlos V le precisa en 1533 que sólo le ha dado los pueblos de Cuilapan, Oaxaca y Etla a la que sería anexado posteriormente Tlapacoya, cercano a Ocotlán, en el extremo sur del Marquesado, llamándole por tal razón las Cuatro Villas Marquesanas (Martínez, 1990: 636). La Real Cédula de donación del señorío daba a entender que el dominio sobre el territorio no sólo era de carácter eminente, sino directo, sobre las tierras y aguas mercedadas que debieron incluir tanto las tierras consideradas entonces como baldías como las de los distintos señoríos indígenas, ya que al darle la posesión, señorío y propiedad de todo ello, el rey como poseedor natural se desprendía de esos privilegios en favor de Cortés y sus sucesores. Pero pronto se daría al traste con el dominio de la propiedad privada, a través de la Real Cédula del 20 de abril de 1533 cuando la Corona excluyó definitivamente al marqués de la propiedad sobre las tierras que pertenecían a terceros, declarando que los bienes comunales, montes y prados no podrían formar parte de las propiedades privadas del Marquesado, en tanto que la situación de los terrenos considerados baldíos o mostrencos fue un aspecto que quedó en términos imprecisos (García, 1969: 95-96; Wobeser, 1985: 169-170).

    La Real Cédula de 1533 aclaraba que el marqués no tendría la propiedad privada de los montes, pastos, prados, agua y demás bienes comunales dentro del Marquesado, con lo que evitó que Cortés tomara a carta cabal las prerrogativas que le concedía la donación de 1528 y 1529, que entraba en un severo conflicto con las tierras de los indios. A pesar de la claridad expresada en esa cédula, en la práctica no lo fue tanto al momento en que los españoles deseaban una merced dentro de los dominios marquesanos. Sería durante la gestión del segundo marqués que este asunto se definió con la intervención del virrey Velasco, quien a partir de 1555 aclaró que todas las mercedes que se hicieran en el Marquesado tendrían que estar avaladas por un funcionario de la Corona. La anterior disposición cambió en 1593, cuando el Marquesado tuvo nuevamente plena jurisdicción después del secuestro en el que se encontraba. Entre 1593 y 1628 el marqués en turno otorgó varios censos perpetuos, subastó nuevas mercedes y cobró por composiciones de tierras que ya habían sido otorgadas por el virrey, y al ser acusado de actos ilegales por disponer de los bienes mostrencos, fue condenado a la desposesión de los baldíos teniendo que pagar al fisco por las tierras vendidas. Esa situación no se decidió por parte de la administración del Marquesado y del rey en turno por algún tiempo hasta que finalmente el marqués quedó con la facultad de otorgar mercedes de tierras, molinos, trapiches y estancias de ganados en las tierras baldías de su Marquesado (García, 1969: 97-99).

    Perspicazmente García señala que el territorio que Cortés inicialmente solicitó al rey en 1528 estaba imaginado como una forma de expansión hacia el Pacífico a efecto de crear una empresa de explotación económica y por ello en la primera petición que hace nombró a Oaxaca, Tututepec y Tehuantepec, siendo la primera población el paso obligado hacia la costa (García, 1969: 42, 47). Cortés estaba a punto de terminar la construcción de los galeones Santa Cruz y San Pedro en el puerto de Tehuantepec y a su muerte, ocurrida en 1547, fueron heredados a su hijo Martín Cortés para que éste continuara con las empresas destinadas a comerciar con el Perú.¹² Sin embargo, cuando Hernán Cortés viajó a las Hibueras, la Primera Audiencia, encabezada por Nuño de Guzmán, aprovechó para revocar muchas de sus propiedades, y la Segunda Audiencia (1527-1531), no menos detractora que la primera, le quitó a Cortés varios pueblos de Oaxaca. Al último año de funciones de esta Audiencia corresponde la pérdida de Guaxilotitlán y a los considerados sus pueblos dependientes, pasando a la Corona como corregimiento (Gerhard, 1986: 147). Con esta acción se aseguraba de cerrar a Cortés el camino real desde la Mixteca hacia el Valle de Oaxaca y también bloqueaba el otro camino real que procedía de La Cañada-Cuicatlán e iba a desembocar después de un trayecto peligroso y traqueteado, hasta San Juan del Rey, otro de los pueblos de la Corona en el Valle de Etla, localizado al descender de las montañas que se abrían por un estrecho valle intermontano para dar paso al camino real que comunicaba con la recién fundada ciudad de Antequera.¹³ El nombramiento de Guaxolotitlán como corregimiento en tan temprana fecha marcaría la fisonomía de esta parte de la jurisdicción del Marquesado llamado Cuatro Villas, ya que a efecto de poner obstáculos a Cortés en sus empresas de expansión comercial le fueron cerrados los accesos naturales al Valle de Oaxaca.

    Las tierras del Valle de Etla que inicialmente formaban parte del Marquesado estaban constituidas por 15 pueblos: San Juan Bautista Guelache, Santa Marta, Reyes, Natividad, Asunción, San Gabriel, San Miguel, Santo Domingo, Nazareno, Guadalupe, Soledad, Santiago, San Sebastián, San Agustín y San Pablo. Posteriormente como ya se mencionó, sería fundada la Villa de San Pedro y San Pablo en 1586, como cabecera de los anteriores pueblos. Lo lógico es suponer que Cortés quería todo el Valle de Etla como parte de su señorío, ya que no existía motivo para dividirlo en dos secciones, en la gran mayoría de los casos con la separación de por medio del río Atoyac. Pero es un hecho que en el desarrollo del Marquesado ocurrió esa escisión entre los pueblos etecos y, posiblemente previendo otros problemas en su señorío, en 1535 Cortés convirtió todos sus bienes, títulos y posesiones en un mayorazgo, incluyendo en éste al Marquesado, con lo que garantizaba la indivisibilidad e inalienabilidad de sus dominios (García, 1969: 269-270). Debido a la peculiar situación en la que quedó asentada la ciudad de Antequera, sin contar con tierras para el ganado y con las salidas bloqueadas por las poblaciones de indios que la rodeaban, el obispo de Antequera fray Bernardo de Alburquerque en 1560 escribía al rey para que evaluara la posibilidad de quitarle al marqués del Valle los pueblos de Cuilapan, Etla y Oaxaca (este último pueblo denominado Santa María del Marquesado, cabecera de Cuatro Villas) y mudarlos para su Real Corona con el propósito de que no estorbaran tanto al crecimiento de la ciudad de Antequera. A cambio proponía que se le asignaran en otro lugar los 1200 vasallos que según cálculos del fraile era la población que tenían las mencionadas tres villas (Martínez Sola, 1998: 467-469).

    Cortés previamente había solicitado que algunos dominicos se establecieran en Etla, y al parecer así ocurrió, pues Gerhard reporta un monasterio en la década de 1530,¹⁴ pero la aceptación de la primera doctrina data de la década de 1550, la cual asentó su casa en un pequeño pueblo llamado Natividad.¹⁵ En ese primer templo, que ya se llamaba Casa de San Pedro de Etla, vivió a mediados del siglo XVI fray Juan de Córdova (Martínez Sola, 1998: 122-123), autor del Vocabulario en lengua zapoteca. Este primer templo fue construido sobre el piso del valle entre el Río Atoyac y el Río de la Asunción, uno de los afluentes del Atoyac, por lo que la humedad que ambos ríos provocaba deterioró su fábrica en unos cuantos años y en 1575 ésta se precipitó durante la celebración la Fiesta del Corpus (véase figura 19). En 1586 comenzaron una nueva construcción de la iglesia y del templo (Martínez Sola, 1998: 124), así como de un magnífico acueducto de arquería para llevar el agua desde las tierras de Guelache, en las montañas del oriente. Esta edificación, erigida a 500 metros hacia el oriente de la de Natividad, daría pie al pueblo que posteriormente sería elevado al rango de Villa de Etla (véase figura 20). Burgoa anota que esta doctrina tenía 12 pueblos: tan cerca que ninguno pasa de legua de distancia con disposición de que los días festivos acudan todos a la cabecera al reconocimiento, porque ninguno lo es (Burgoa, 1989: 6). El fraile no especifica cuáles eran esos 12 pueblos, pero si observamos en un plano las distancias que tienen las comunidades en relación con la Villa de Etla y si consideramos el mapa 13 que presenta Gerhard (Gerhard, 1986: 21), podemos saber que son los siguientes: Reyes, Natividad, Santo Domingo, San Pablo, San Sebastián, San Agustín, San Miguel, San Juan Bautista Guelache, San Gabriel, Santa Marta, Soledad y Asunción. Es nuevamente Burgoa quien al mencionar la forma de gobierno que tenían los pueblos del Marquesado del Valle hacia la segunda mitad del siglo XVII describe que entre todos los indios nobles acordaron que sólo debía haber un cacique y único señor:

    Que vive en la Villa, y eligieron este medio por evitar la inquietud de otras cabecillas que se iban levantando, con rencillas, y parcialidades y fue instrucción de nuestro padre maestro fray Jerónimo Moreno [quien] los convenció del daño que les resultaba de sus divisiones con tanto conocimiento que en acabando la misa, se juntaron en su Cabildo, todos los que tienen oficios el domingo, y allí el Gobernador, y alcaldes les mandan, y ordenan lo que se ha de hacer en cada pueblo (Burgoa, 1989: 6-7).

    El indio noble elegido para sumir el importante rango de cacique principal recayó en don Pedro Ramírez I, descendiente del linaje de Macuixóchitl quien estaba casado con doña Catalina zay de Guelache. Al recibir ese cargo y seguramente transferir su residencia a la Villa de Etla, fue motivo para que los descendientes de tan importante pareja recibieran desde entonces el término de caciques de Etla.

    ¹ Es muy probable que en otras comunidades haya hablantes del zapoteco, aunque muchos lo niegan por un sentimiento de vergüenza; son algunas personas de las mismas poblaciones quienes han declarado que conocen a algunos vecinos que aún siguen hablando en lengua con sus parientes, pero no se reconocen a sí mismos como hablantes de lengua indígena frente a un extraño.

    ² Un corregimiento estaba a cargo de un funcionario español denominado corregidor, que era el encargado de administrar la justicia y recaudar los tributos de los indios de su jurisdicción, la que podía comprender uno o varios xitaoqueche (o altepetl).

    ³ Relación de Guaxilotitlán, Acuña, 1985, I: 213. Durante la Colonia generalmente era llamado como Guaxolotitlán y más tardíamente como Huitzo, Huicso, Huiso, etcétera.

    ⁴ Estas cuatro villas son Santa María del Marquesado o de Oaxaca, Cuilapan, Tlapacoya y Etla.

    ⁵ Recordemos que para ese entonces la villa de Etla aún no había sido fundada ya que esto tuvo efecto hasta 1586.

    ⁶ La presura la define García (1969: 41) como un modo de adquirir la propiedad de las tierras ocupadas sin necesidad de otros requisitos, como pudieran ser el cultivo efectivo, la concesión real o la pacífica posesión durante un plazo determinado.

    ⁷ El gran conocimiento que tenía Cortés de las tierras mesoamericanas le permitió comprender que Huatulco era un excelente puerto para el armado de sus galeones; desde ahí transportaron inicialmente los productos de las haciendas azucareras de Cortés, pero cuando este comercio con Perú no tuvo éxito la sucesión del marquesado decidió transportar solamente carga y pasajeros (Gómez Serafín, et al., 2007: 37).

    ⁸ Las esperanzas puestas en este primer alcalde mayor pronto se vieron defraudadas, ya que mostró desde el principio un autoritarismo y ambiciones desmedidas que le llevaron a cometer una serie de excesos que le valieron su posterior encarcelamiento y la prohibición de ejercer el oficio de justicia no solamente en Nueva España sino en todas las Indias, como refiere Esparza (1993:127).

    ⁹ AGNV, vol. 227, cuaderno 3º, ff. 2-14. Testimonio de la Real Cédula de 1529 que ampara las tierras del Marquesado del Valle de Oaxaca. Copia compulsada en el AGN a solicitud del pueblo de San Juan Guelache, 1903.

    ¹⁰ En esta carta sólo menciona las cuatro villas de los Valles Centrales, dejando de lado a Tehuantepec.

    ¹¹ Tlalixtac fue dada en encomienda en 1537 a Juan López de Zárate, primer obispo de Antequera; Tlacochahuaya se dio por cuatro vidas a Rodrigo Pacheco, Gaspar Calderón, María Gil y Diego de Cepeda; Ocotlán se dio en 1550 a Pedro Zamorano; Coyotepec se dio en fecha temprana al conquistador Bartolomé Sánchez; Los Peñoles de origen mixteco, en 1579 tenían seis cabeceras de las cuales Itzcuintepec y Eztitla (Estetla) estaban encomendados a don Luis de Velasco, hijo; Quauxoloticpac y Huiztepec los tenía en encomienda Juan Alonso de Contreras; Totomachapa y Huiztepec posiblemente eran de la Corona ya que la Relación de Los Peñoles (Acuña, 1984: 45-46) sólo informa lo anterior. Macuilxóchitl, Tlacolula y Mitla en 1580 eran de la Corona Real, Zaachila al parecer también y Zimatlán estaba en la Corona en 1532, aunque Gay (1990: 146) menciona que por encomendero estaba Martín de la Mesquita y después Jerónimo de Salinas, soldados de Cortés. Guaxolotitlán también era de la Corona desde 1531.

    ¹² Sus empresas fueron poco exitosas, ya que requirieron de gran tiempo para reunir a los pasajeros, cargamento y tripulación. El galeón San Pedro llevaría pasajeros, mientras que el Santa Cruz transportaría productos de las fincas de Cortés, como membrillo, jalea, durazno seco, azúcar, brea, alquitrán, quesos añejos, tela de costal, paño áspero de lana y mulas. Los resultados no fueron los esperados y el gobernador del Marquesado Pedro de Ahumada destinó el uso de los galeones exclusivamente al transporte de carga y pasajeros (Borah, 1975: 85-114; Gómez, 2001: 48).

    ¹³ Estas dos vías de acceso fueron las que intentaron primero los mexicas y posteriormente los españoles cuando por primera vez arribaron al Valle de Etla.

    ¹⁴ Gerhard da la fecha de 1530 para la primera doctrina. No hay reporte de la asignación de frailes para esa década. Las primeras menciones son de 1550. AGN, General de parte, I, f. 149.

    ¹⁵ En la actualidad este pueblo es conocido como Nativitas y los restos del Templo se encuentran en el centro de la población.

    FUNDAMENTO TEÓRICO Y METODOLÓGICO DE LA

    INVESTIGACIÓN

    En este capítulo se especifican los principales objetivos, hipótesis y planteamientos que orientaron esta investigación, así como el método de estudio utilizado, consistente en recorridos de superficie y análisis de la documentación histórica, pero también se detallan varios aspectos metodológicos que sirvieron para sustentar teóricamente el planteamiento que se presenta. Como referentes teóricos partimos de los conceptos de territorio, fronteras y topónimos, y además se hace mención de las conceptualizaciones en náhuatl más frecuentemente empleadas por diversos autores respecto del altepetl, el calpolli y el tecpan,¹ ya que permiten precisar en este trabajo el sentido de estos términos y, a partir de ellos, desarrollar la discusión sobre la terminología que se aplicará en zapoteco. Como parte de este soporte teórico, se tratan los aspectos del grupo etnolingüístico y las alianzas matrimoniales establecidas entre los personajes de los diferentes asentamientos del Valle de Etla, así como la influencia que recibieron de los mixtecos, a fin de comprender los mecanismos políticos que se implantaron entre los nobles para posesionarse políticamente en el territorio.

    ESPACIO FÍSICO, ESPACIO CULTURAL

    Si reflexionamos en que toda evidencia de asentamientos prehispánicos se encuentra inserta en un territorio definido, se debe considerar que este espacio físico es un producto cultural y forma parte constitutiva de una sociedad específica que tuvo que atravesar por diversos procesos sociales y de lucha por el poder para conformar el entorno geográfico que dio cuerpo al emplazamiento de ese escenario social. Trataré aquí sólo lo que corresponde a la jurisdicción o a lo que se denomina territorio local, (Barabas 2003: 51; 2006: 140; Castilleja et al., 2003: 259) definido como constructo sociocultural de pequeña escala que incluye el territorio de la comunidad, esto es, la dimensión espacial en que está asentado el pueblo y sus tierras, que se delimitan jurídicamente con una ocupación atestiguada a través del tiempo, sin considerar los aspectos rituales y simbólicos que se desarrollan frecuentemente más allá de sus fronteras etnoterritoriales. El recorrido de superficie y la búsqueda de información documental que guió la hipótesis de carácter histórico se centró en la definición de las fronteras geográficas que conformaban los límites jurisdiccionales y en la intención de corroborar si éstos reflejan la territorialidad esencial de los pueblos prehispánicos. Por lo anterior, también se examinan cuáles pueden ser los indicadores materiales de delimitación entre dos comunidades y, en caso de diferencias o traslapes jurisdiccionales, cuáles son los motivos que dan origen a los desacuerdos entre los indios.²

    La definición de lo que debió ser en la etapa prehispánica la jurisdicción territorial de un altepetl, denominado en zapoteco xitaoqueche, que se describe más adelante, y la explicación de cómo durante los años de la Colonia la distribución espacial de las partes constitutivas del cacicazgo y la conformación de la república indígena incidieron en la política de la administración colonial y su posterior reacomodamiento geográfico, se convirtieron en los objetivos principales de esta investigación. Planteo que los asentamientos prehispánicos debieron representar focos de disputa por parte de los nuevos caciques, ya que veían en ellos el eje gravitacional del poder del mundo prehispánico que se diluía frente a una nueva concepción del mundo. Por tanto, era importante tratar de mantener anclado el símbolo de sus dominios dentro de la nueva concepción de territorio de la Colonia en tanto el emblema de su jerarquía pasada. En la medida en que un territorio es susceptible de ser delimitado, es relevante puntualizar cuáles son los elementos que fijan las fronteras históricas y cómo han interactuado los sujetos adscritos a él en la definición de esos límites. Aquí propongo que las relaciones sociales y políticas que los indígenas tenían antes de la Conquista, determinaron el posterior arreglo del territorio jurisdiccional llevado a cabo durante los primeros decenios de la Colonia. En este sentido Carmagnani acota que debido a que la información proporcionada por la arqueología caracteriza a la territorialidad india por periodos de fragmentación y la etnología se distingue por etapas de recomposición territorial, en la actualidad se albergan:

    Serias dudas sobre la validez de la imagen historiográfica corriente que atribuye a la Conquista y al contexto colonial la tendencia a la fragmentación de la territorialidad india en un sinnúmero de pequeñas entidades —comunidades— tendencialmente autosuficientes regidas por gobiernos indios que no son otra cosa que simple instrumento del poder español para la explotación del resto de la población indígena (Carmagnani, 1993: 53).

    Si bien la

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