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Jaime Torres Bodet: Realidad y destino
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Libro electrónico354 páginas3 horas

Jaime Torres Bodet: Realidad y destino

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Obra importante no sólo para conocer la trayectoria de Jaime Torres Bodet sino también los entresijos de su pensamiento y de una época en la historia de México de la cual fue protagonista. El autor, Fernando Zertuche, presenta un amplio panorama de la vida de este personaje, desde sus años de formación y el despertar de su precoz vocación literaria, su paso por la Universidad Nacional al lado de personajes como Ezequiel A. Chávez y José Vasconcelos, su carrera en el servicio exterior mexicano y como Secretario de Educación
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento26 may 2017
ISBN9786071649522
Jaime Torres Bodet: Realidad y destino

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    Jaime Torres Bodet - Fernando Zertuche Muñoz

    FERNANDO ZERTUCHE MUÑOZ

    nació en la Ciudad de México en 1936. Licenciado en derecho por la UNAM, con estudios de posgrado en metodología histórica en El Colegio de México, ha desempeñado diversos cargos en la administración pública, como oficial mayor y subsecretario de la Secretaría del Trabajo y Previsión Social; presidente de la Junta Federal de Conciliación y Arbitraje, secretario general del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), y director general del Instituto Nacional para la Educación de los Adultos (INEA). Fungió como consejero ciudadano y secretario ejecutivo en el Instituto Federal Electoral (IFE).

    Es autor de más de diez obras de análisis histórico, social y político con énfasis en la Revolución mexicana y sus protagonistas, entre las que destacan Fuentes de la historia contemporánea. Periódicos y revistas (1965), La primera presidencia de Benito Juárez (1971), Francisco J. Múgica (1987), Los principales protagonistas de la Revolución mexicana (1987), Ricardo Flores Magón. El sueño alternativo (1995), Luis Cabrera. Inteligencia opositora (1998) y El proceso liberal y las Leyes de Reforma (2011).

    Vinculado con su actividad de investigación y docencia, ha sido catedrático de la UNAM, la Universidad Femenina de México e investigador en El Colegio de México. Representó a nuestro país ante la Organización Internacional del Trabajo.

    VIDA Y PENSAMIENTO DE MÉXICO


    JAIME TORRES BODET

    FERNANDO ZERTUCHE MUÑOZ

    Jaime Torres Bodet

    REALIDAD Y DESTINO

    Primera edición (FCE), 2017

    Primera edición electrónica, 2017

    Los textos originales de Jaime Torres Bodet incluidos en esta obra

    se reproducen con la autorización de los herederos del autor.

    Diseño de portada: Teresa Guzmán Romero

    D. R. © 2017, Fondo de Cultura Económica

    Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 Ciudad de México

    Comentarios:

    editorial@fondodeculturaeconomica.com

    Tel. (55) 5227-4672

    Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc., son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicanas e internacionales del copyright o derecho de autor.

    ISBN 978-607-16-4952-2 (ePub)

    Hecho en México - Made in Mexico

    ÍNDICE

    Nota preliminar
    I. Formación y juventud (1902-1924)
    II. El escritor y la diplomacia (1925-1940)
    III. Nuevas responsabilidades (1941-1946)
    Secretario de Educación Pública (1943-1946)
    IV. El representante mexicano (1946-1958)
    V. Secretario de Educación Pública,
    segunda oportunidad (1958-1964)
    VI. Años finales (1965-1974)
    Epílogo
    Discursos: Una selección
    Archivos y bibliohemerografía

    Con la plenitud de mi amor a Marta, mi esposa,

    compañera de vida; y a mis nietas Ximena,

    Arantza, Isabel, Victoria, Emilia y Lucía.

    También a mis nietos Juan Patricio y Fernando.

    Veré con sus ojos.

    NOTA PRELIMINAR

    El olvido ha cubierto a Jaime Torres Bodet. Su nombre, figura, afanes y obras están desvanecidos en el recuerdo de los mexicanos. Hace tiempo, instituciones académicas —El Colegio Nacional, El Colegio de México y la Universidad Nacional Autónoma de México— emprendieron la realización de foros, ciclos, conferencias o aportes escritos relativos al destacado personaje. Después, únicamente autores de tesis profesionales y libros que examinan algún aspecto de Torres Bodet han dirigido la mirada hacia él.

    Su transformación en una delgadísima sombra cumple la sentencia de Antonio Caso, admirado y admirable maestro de inicios del siglo XX mexicano: el tiempo, invencible e indiferente, a todos da razón y a todos desengaña.¹ Los motivos son múltiples, y empiezan con el desdeño oficial sobre el pasado inmediato y la discreción de Torres Bodet para hacer público su carácter de protagonista de realizaciones memorables. Su pertenencia al grupo de los Contemporáneos, integrado por tan relevantes escritores, ocultó sus obras y dispersó el aprecio público. Por otro lado la variedad de sus textos, los múltiples géneros literarios que cultivó, han impedido que se reconozca su preeminencia como poeta, ensayista o narrador.

    Situaciones semejantes han sido compartidas en nuestro país por intelectuales, ideólogos, revolucionarios y funcionarios que pretendieron, mediante instituciones o movimientos, transformar la cultura nacional. Jaime Torres Bodet no es solitario ejemplo del desconocimiento generalizado, pero realizó, emprendió o propuso valiosas obras de tan diversa índole que justifican la pretensión de recordarlo.

    El género biográfico es discutible, como Torres Bodet lo expresó en su juventud, porque contiene una voluntad pedagógica intolerable;² también Jorge Luis Borges, a su manera, combatió los propósitos de los biógrafos: que un individuo quiera despertar en otro individuo recuerdos que no pertenecieron más que a un tercero es una paradoja evidente

    Advertido de esos riesgos tan claramente señalados, emprendí la investigación acerca de los acontecimientos y sucesos de la vida de Jaime Torres Bodet. Cada tema estudiado se convertía en un extenso territorio, y cada decisión incluía las circunstancias del momento, del entorno en el cual se producía. Consecuentemente, abandoné la pretensión de redactar una obra exhaustiva, a cambio de un relato veraz, que excluyera —hasta donde es posible— mis opiniones, simpatías o diferencias. Considero que una fórmula valiosa para cualquier biógrafo es impedir su presencia en la narración pretendida.

    Desde luego la disposición, intensidad y relevancia de los asuntos tratados en el texto biográfico implican una jerarquización personal, conducida por las Memorias del propio Torres Bodet, que ofrecieron sitio a los eslabones de su destino. Las labores de investigación realizadas se extendieron en forma plena, por lo cual cada afirmación del relato está fundamentada en documentaciones fehacientes y valederas. Conforme a mis tendencias profesionales y mis prácticas, no incorporé sucesos ni actitudes imaginarios que desdijeran la solidez del recuento.

    A pesar de esa actitud respetuosa, este libro nace de mis convicciones respecto de Jaime Torres Bodet: su inteligencia y cultura superiores; la educación cartesiana que recibió, para disfrutar de cualquier derecho sólo después del cumplimiento de las obligaciones; la creación de perdurables instituciones educativas, culturales e internacionales; el alejamiento de una vocación poética esencial ante su carrera de servidor público, así como los destellos de su vida privada.

    Resuenan en mí las afirmaciones de Torres Bodet y de Borges. Pretendí evitar por ello el impulso pedagógico y la evocación de sentimientos ajenos, para entregar a los lectores un reencuentro con la vida de un mexicano que aspiró, desde los momentos iniciales de su existencia, a cumplir con su deber y lo convirtió en su realidad y destino.

    ¡Oh inteligencia, soledad en llamas

    que todo lo concibe sin crearlo!

    […]

    —oh inteligencia, páramo de espejos!

    helada emanación de rosas pétreas

    en la cumbre de un tiempo paralítico.

    JOSÉ GOROSTIZA

    Jaime Torres Bodet, ca. 1907.

    (IISUE / AHUNAM, Fondo Jaime Torres Bodet, Caja 1, foto 17.)

    I. FORMACIÓN Y JUVENTUD

    (1902-1924)

    Principia, pues, aquí, tu obra futura,

    Noche, y con la lengua libre de falacia

    explícame la edad, el sol, la acacia,

    el río, el viento, el musgo, la escultura…¹

    JAIME TORRES BODET

    AL INICIO del siglo XX la Ciudad de México mantiene condiciones formadas en un prolongado itinerario. Posee, por tanto, las desigualdades extremosas nacidas en la era de la Conquista. La mayor extensión urbana está incluida en la antigua traza virreinal, cuyo espacio no excede ocho y medio kilómetros cuadrados, y en sus linderos —sobre todo al norte y al oriente— se amplían barrios y arrabales para los indigentes. Las desproporciones sociales y económicas, tan injustas, son semejantes en las diversas regiones del territorio mexicano: de sus trece millones seiscientos mil habitantes, casi el 82% es campesino y únicamente el 18% restante se acomoda, si ello es posible, en las ciudades. Los pobres —indígenas en la más importante porción— acumulan casi el 91% del total, y un 8% es de las clases medias.²

    El 3% de los mexicanos —cerca de cuatrocientos mil— vive en la capital del país. Una enorme mayoría de paupérrimos procede del campo; sus harapos y vestimentas, sus tareas manuales, domésticas, artesanales, serviles, otorgan una contradictoria imagen rural a esa ciudad afrancesada, emblemática y orgullosa del progreso de la República. Esa condición sobresale: la perdurabilidad de una sociedad campesina.

    En el año de 1900 Porfirio Díaz logra su quinta reelección como presidente de la República. Domina la totalidad de las instituciones nacionales y de las entidades de la federación; conduce y somete a los otros poderes constitucionales y confía en que su presencia garantiza disciplina, paz, desarrollo. La doctrina positivista y el darwinismo social explican, justifican la atroz inamovilidad: los más aptos mandan, pues la sociedad naturalmente otorga jerarquía y lugar merecido para todos y para cada uno de los seres humanos. A las estructuras superiores, políticas y económicas, corresponden las satisfacciones, los placeres, las comodidades.

    En la capital del país, la leve minoría de la clase alta, seguida por la parte más acomodada de la media, aspira a la igualdad con los residentes de las grandes ciudades europeas y estadunidenses (o por lo menos, a parecerse). Sus propiedades, sus residencias, se ubican donde todo se tiene: luz eléctrica, sistemas hidráulicos, avenidas y calles pavimentadas, jardines, servicios urbanos eficientes, policías, transportes, teléfono. También las instituciones culturales, al igual que salones de diversión, teatros, restaurantes e incipientes salas cinematográficas. Todo lo que representa la plenitud de una aparente modernidad y el ilusionado confort.

    La historia de la familia Torres Bodet principia en 1890, lejos de la capital mexicana. Comienza en Lima, Perú, cuando Alejandro Lorenzo Torres Girbent y Emilia Bodet Levallois, de veinte años de edad, contraen matrimonio. Él, de treinta y ocho años, es un español originario de Barcelona, igual que sus padres, Jaime Torres y Teresa Girbent, quienes permanecen en la capital catalana. No así los de Emilia, franceses: Federico Bodet, originario de Burdeos, y Elisa Levallois, de Saint-Malo, que emigran a Sudamérica y en Perú forman su familia.

    Alejandro y Emilia pretenden encontrar mejores condiciones de vida y eligen a México como destino. Llegan al puerto de Veracruz en 1895 y prosiguen el viaje hasta la Ciudad de México, pues Alejandro es empresario y representante teatral; necesita residir en una población conveniente para sus empeños profesionales. El centro capitalino es lugar de teatros y del mundo del espectáculo, por lo cual la pareja renta una vivienda en los altos del número cuatro de la calle del Factor, en contraesquina con Donceles, frente a la Cámara de Diputados.

    El domicilio escogido es provechoso para las actividades del jefe de familia. Es cercano a la plaza principal de la ciudad, en el encuentro de dos calles que provienen de iniciales caminos de conquistadores y que en su denominación testimonian su antigüedad. Los jóvenes nobles que acompañan a los guerreros invasores son los donceles que ahí construyen sus residencias y crean un ámbito opulento que, con naturales vicisitudes, aún perdura. Por su parte, el nombre de la calle del Factor —en la cual se construyen palacios de funcionarios virreinales— alude al oficial real que concentra rentas y tributos pertenecientes a la Corona española. Se trata, pues, de una pequeña zona que conserva prestigio, buena ubicación, acomodo y que permite, también, el desarrollo familiar.

    Emilia promueve la migración de los Bodet Levallois. Inicialmente llega Clotilde, la hermana mayor, y después se agregan Elisa y Federico, quien tardíamente se establece en México en 1898. Finalmente aparecen los padres, Federico y Elisa, al inicio del siglo XX.

    El primogénito de la pareja Torres Bodet, Jaime Mario, nace el jueves 17 de abril de 1902. Principia su vida en el ambiente de un hogar de clase media acomodada, con predominio de la rama materna, cuyos integrantes compensan las constantes ausencias paternas. Así, la primera infancia de Torres Bodet transcurre de manera placentera y conforme a las condiciones familiares y al ambiente social de su clase:

    El niño de las clases medias y altas porfirianas representaba uno de los símbolos por excelencia de una inocencia y una pureza naturales, cuyo bienestar debía protegerse.

    Estos valores tienen su correspondencia con las imágenes. Los retratos de estos niños pretendían borrar en algunos casos las diferencias de género y los presentaban como seres asexuados e inmaculados, sin la menor huella de corrupción.³

    Tres acontecimientos oscurecen la placidez de la familia Torres. La abuela materna fallece el 2 de septiembre de 1902, cuando el recién nacido aún no cumple cinco meses de edad; y el 4 de marzo de 1904 muere el abuelo Federico Bodet. En ese mismo año nace el hermano menor de Jaime, llamado Mario, pero tras padecer una escarlatina invencible, concluye su breve existencia el día 31 de agosto de 1908. (El recuerdo de Mario permanece en fotografías, con facciones y una estructura corporal muy parecida a la de su hermano mayor, quien abandona el uso de su segundo nombre de pila a favor de un olvido definitivo. Ni siquiera en sus memorias lo menciona.)

    A pesar de esos infortunios, convertido Jaime en hijo único, recibe el cuidado de sus mayores y una esmerada formación. De acuerdo con los valores y usos de la época, Emilia Bodet asume la vigilancia sobre su hijo. Para ella la vida es —a la manera jansenista— un proyecto permanente de obligaciones, deberes y tareas realizadas para obtener ciertos derechos, entre los cuales destacan el conocimiento del idioma francés y de sus poetas y prosistas:

    Mi madre cultivaba la pedagogía del estímulo, no la de la sensación. Me alentaba en lo que ella creía bueno y valioso o justo. Ese aliento me alejaba insensiblemente de lo demás. Y me alejaba de lo demás con mayor eficacia que una serie de prohibiciones y de censuras. No restringió nunca mi libertad. Le bastó guiarla.

    Al principio, Jaime destaca en los aprendizajes de lectura y caligrafía en un jardín de niños. Sin embargo, Emilia prefiere encargarse personalmente de la educación de su hijo. El cuarto infantil se convierte en un pequeño salón de clases: una mesa transformada en pupitre al que se acompaña con una silla, un tintero, cuadernos de trabajo, un globo terráqueo y, también, se consigue un pizarrón plegable. La madre decide un horario de estudio de las 9 a las 12 horas, de lunes a sábado sin interrupción.

    Las lecciones están subordinadas al programa de la Secretaría de Instrucción Pública y Bellas Artes y los libros de texto son los indicados oficialmente. Al pequeño Jaime le parecen venturosas las formas decididas, en las cuales los conocimientos, la presencia materna, los nuevos aprendizajes y el descubrimiento de la lengua francesa constituyen jornadas muy gratas. Aun así, los Torres Bodet advierten paulatinamente las deficiencias de la escuela familiar. La imposibilidad de tener compañeros, los retos y ventajas de los tratos sociales y la ausencia de verdaderos maestros pueden incapacitar al niño para la vida. Alejandro convence a su esposa de todo ello y ambos eligen un centro escolar, cuando Jaime está por cumplir siete años de edad.

    Ignacio Manuel Altamirano fue el autor, en 1865, de un proyecto de ley para establecer una Escuela Normal de Profesores, institución ilusionada, que transformaría al magisterio mexicano de educación básica. En las pretensiones del ilustre autor aparecía la creación de un plantel de párvulos, así como la primaria para las prácticas del alumnado. Al aprobarse la ley específica en 1887, se destina a la Normal un edificio ubicado en el extremo oriente del Palacio Nacional.

    Los padres de Jaime consideran que la institución magisterial posee las mejores características y se encaminan a inscribirlo en ella. El director, Abraham Castellanos, decide valorar el aprendizaje del pequeño aspirante. Lo somete a pruebas, a exámenes de suficiencia, en los cuales demuestra los conocimientos adecuados para ingresar al tercer grado de la primaria.

    El nivel básico de estudios consta de seis años, de los cuales cuatro conforman la educación elemental y los dos siguientes la primaria superior; normativamente sólo es obligatorio el primer tramo. La escuela anexa a la Normal funciona con maestros de notable prestigio, tales como el mencionado Abraham Castellanos —promotor de la educación popular y adherido a las doctrinas de Enrique Rébsamen—, Francisco César Morales, Clemente Beltrán y Anselmo Núñez. Ellos son responsables de los cuatro ciclos que ahí estudia Torres Bodet.

    Su infancia transcurre de manera semejante a la de un niño capitalino de clase media acomodada. Una precocidad sobresaliente estructura su carácter singular. En primer término destaca la comprensión de la lectura y el fácil ejercicio de la escritura, que lo han acompañado aun antes de ingresar a la educación formal. Su desdén por los ejercicios físicos y su preferencia hacia los libros lo distancian de los intereses infantiles habituales. Recuerda haber declamado, con dificultad, una poesía a Justo Sierra, secretario de Instrucción Pública y Bellas Artes. Desde luego, entiende y practica el idioma francés, como casi nadie de sus compañeros. Enciende el interés de sus maestros: el profesor Morales disfruta y testimonia su fascinación por Jaime, por su habilidad verbal y escrita, por su temprana cultura y entendimiento de los clásicos.

    Es un niño solitario, inhibido, discreto, pero presuntuoso. Los valores familiares y, en especial, los de su madre, lo troquelan y lo convencen de anteponer a diversiones, gozos o distracciones, el enfrentamiento de las dificultades y el cumplimiento de los deberes y obligaciones.

    La infancia de Jaime es obra construida, también, por su padre. Perduran en él recuerdos incomparables de la presencia, las actitudes y las decisiones de Alejandro Torres, de breve estatura, esbelto, ágil y envejecido por la calvicie y una cuidada barba blanca. Además, es un juez generoso y justo, que otorga premios ilusionados o sorprendentes. Su hijo conservaría en la memoria esta imagen:

    Sus manos eran también una confidencia: la más honda, la más valiente, la última de la noche… Manos duras, viriles, de uñas robustas, venas espesas y articulaciones que deformaba ya el artritismo. Manos que no habían tomado la pluma sino para escribir compromisos fundamentales. Manos sin subterfugios y sin sortijas, que la cólera debía haber apretado violentamente, que las caricias no habían pulido y que —cortadas por el filo de los puños almidonados— parecían más viejas y más humildes que el resto de su persona. ¡Cuántas generaciones de labradores y de marinos, de herreros y de jinetes había necesitado la biología para producir ese par de patéticos instrumentos que se esforzaban por legarme una vida de honor y de probidad!

    El niño que vive, sobre todo, en el mundo de los libros, durante los paseos familiares se conmueve cuando sus padres se encaminan a la Avenida 5 de Mayo. Ahí son tantas las librerías y papelerías que Jaime presagia la contradicción entre poder adquirir algo y la imposibilidad de tener todo lo deseado. Las experiencias vitales, los deslumbramientos, siempre son diferentes frente a los escaparates, ante las ofertas y el hallazgo de útiles para el aprendizaje y la escritura, entre los cuales destacan las sorprendentes plumas fuente. La biblioteca infantil es enriquecida paso a paso, pero casi nada es igual al premio que su padre le regala por haber concluido la educación primaria: la colección de los Episodios nacionales de Benito Pérez Galdós.

    Como un viajero asombrado y dichoso, ocupa un lugar en las fantasías de sus admirados hombres de letras. Asimismo, encuentra acomodo y gozo ante la música y las representaciones de ópera, que su padre promueve y facilita en los territorios de su actividad profesional.

    Alejandro Torres mantiene, desde su llegada a la capital de México, sus tareas de empresario y representante de artistas. Por ello, conforme a las circunstancias, patrocina espectáculos y, a la vez, se convierte en agente de empresas que lo contratan para organizar funciones, locales, abonos y administrar su personal. En 1900 le corresponde participar en la inauguración del Teatro Renacimiento, al presentar a la ópera italiana de Milán, la cual continúa ahí durante varios años. En 1906 acepta una propuesta de la Compañía de Ópera Italiana, que tiene buena y perdurable fortuna. Miguel Sigaldi y José Torres Ovando, Rosalía Chalía y Emilia Leovalli son los cantantes principales de esa empresa, que sobrevive a las variantes habituales en el mundo del espectáculo.

    Se suceden los escenarios capitalinos en los cuales trabaja la compañía representada por Alejandro Torres. Él obtiene prestigio por ser honrado, trabajador, seguro en los tratos y franco en las propuestas. Amplía los ámbitos de la agrupación y se dedica, durante 1907 y hasta 1909, a organizar giras y temporadas cortas en Parral, Hermosillo, Guaymas y Mazatlán. También ofrece funciones en locales de San Miguel de Allende, Matehuala, Torreón, Guadalajara y Zacatecas; y en el mes de febrero de 1910 da un vuelco a sus labores: extiende las presentaciones a El Salvador, Panamá, Colombia y Venezuela.

    El renombre de la Compañía de Ópera Italiana, la calidad de sus cantantes y el repertorio escogido facilitan que sea integrada a los festejos gubernamentales del centenario de la Independencia. Alejandro contrata a intérpretes provenientes de Nueva York, de Boston y del teatro San Carlo de Nápoles, que se presentan en el Arbeu, en la función de gala del 11 de septiembre.

    Estas actividades, los constantes viajes y los escenarios tan diversos significan un distanciamiento inevitable. Jaime, sin embargo, queda compensado por la generosidad de su padre, quien lo lleva a conocer la preparación de los espectáculos, los teatros más afamados de la capital, el aprecio por el arte, el renovado asombro y el placer infantil ante cada historia o fantasía que presencia.

    Los acontecimientos políticos modifican al país: para coincidir con las fiestas de 1910, se construye una nueva escuela normal en la Calzada de Tacuba, donde antes se ubicaba el colegio militar. El 12 de septiembre de ese año se inaugura el plantel y Jaime concluye ahí su cuarto grado de primaria. Al poco tiempo se divulga el plan revolucionario de Francisco I. Madero, el cual no altera de inmediato a la Ciudad de México; pero en marzo de 1911 los capitalinos reclaman cambios y el apacible orden se derrumba. Paulatinamente la tensión se amplía y, sin convertirse en una contienda cruenta, los ciudadanos reciben noticias de la defensa férrea del ejército federal, simultáneas a los avances y victorias de las tropas revolucionarias.

    La familia Torres ya no habita, desde tiempo atrás, la casa de Donceles y Factor, y al mudarse a la calle de Independencia se aleja de los sitios de la alteración: la Cámara de Diputados, la calle de Plateros y el propio centro de la ciudad. Ni siquiera contempla la llegada del general Díaz al recinto parlamentario, el 1 de abril de 1911, cuando propone su último cambio de ministerio y las postreras modificaciones constitucionales, con el ánimo de convencer a los ciudadanos. Tampoco el alboroto popular por la anhelada renuncia del presidente de la República. Seguramente por la extranjería de los padres y la edad de Jaime, la familia no se agrega al jubiloso recibimiento del líder triunfador el 7 de junio de ese año.

    Las consecuencias del derrumbamiento del régimen porfirista, y los contradictorios compromisos de Ciudad Juárez aceptados por Francisco I. Madero, fortalecen el optimismo ciudadano, hermanado con la certidumbre de que nada cambiará. Alejandro Torres continúa sus actividades con resultados muy favorables, al surgir una nueva compañía encabezada por Miguel Sigaldi, que lo nombra su representante. La nueva empresa es muy afortunada: con breves interrupciones, lleva a cabo temporadas en el teatro Colón durante casi doce meses; realiza giras en provincia y Torres obtiene una concesión del teatro Arbeu para ofrecer funciones populares de ópera.

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