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La Universidad de México, 1521-2001
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La Universidad de México, 1521-2001
Libro electrónico325 páginas3 horas

La Universidad de México, 1521-2001

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La vida de la Universidad Nacional Autónoma de México no ha podido escapar al trajín dialéctico de la sociedad en la que se originó; se ha visto forzada a preservarse, transformarse, y a resistir los embates externos, al mismo tiempo incidiendo en la realidad social en la que está inserta. Lo cierto, en todo caso, es que la existencia de la institución ha estado marcada por diversas tensiones, que frecuentemente desembocan en conflicto y cambio, no sólo dentro de la casa de estudios, sino incluso en todo el país. Esta es una historia de esa vida: desde la Pontificia Universidad de la Nueva España hasta el año 2001, pasando por sus transformaciones en el porfiriato.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento4 sept 2022
ISBN9786071675255
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    La Universidad de México, 1521-2001 - Humberto Musacchio

    PRÓLOGO

    UNA TENSIÓN PERMANENTE

    El estudio supone cierta quietud, un orden que propicie tanto la transmisión de los saberes como la búsqueda y renovación del conocimiento. Por eso existe la idea de que la universidad —toda universidad— es un ámbito de racionalidad en el que priva el respeto entre todos los integrantes de la corporación y el acatamiento de las jerarquías.

    La idea anterior ha sido predominante, pero, más bien, la condición de la existencia de la universidad pública es la frecuente contradicción entre el orden necesario para que cumpla su misión y las rupturas de ese orden, producto de las diferencias y los choques que se manifiestan en su seno, en la sociedad y en la esfera del poder.

    La universidad colonial vivió siempre acotada por las tensiones con el arzobispado, la Audiencia, la Inquisición, el virrey y aun con la Corona española. Las órdenes religiosas la hicieron campo para dirimir muchas de sus disputas, y en el interior de la institución había una competencia no siempre pacífica entre las diversas facultades, entre profesores y alumnos, entre religiosos y seglares, entre el rector y el maestrescuela, entre criollos y peninsulares…

    Durante el virreinato, la rebeldía estudiantil tuvo muy variadas expresiones dentro y fuera de la casa de estudios. La universidad, a fin de cuentas, era un gremio medieval, lo que para sus integrantes implicaba privilegios que debían ser respetados por el poder civil. Contra lo que ocurriría en el siglo XX, durante el virreinato no fue la insurgencia estudiantil la que produjo cambios en la vida universitaria. Las principales transformaciones de la universidad colonial, ciertamente mínimas, se derivarían del juego de fuerzas mencionado antes, lo que se agudizó en el México independiente.

    La vida de la universidad contemporánea no ha podido escapar a ese trajín dialéctico, ya sea para preservarse o bien para transformarse, para resistir los embates externos o para incidir en la realidad social. Lo cierto, en todo caso, es que la existencia de la institución ha estado marcada por sus tensiones, las que frecuentemente desembocan en conflicto y cambio, no sólo dentro de la casa de estudios, sino incluso en la vida de la nación, como fue el caso del movimiento estudiantil de 1968, que influyó en las transformaciones políticas de la siguiente década.

    La revisión de la vida universitaria muestra que el porrismo, la formación de camarillas académico-administrativas, la injerencia de las fuerzas políticas o el choque con el poder público, fenómenos de actualidad, tienen sus raíces en la universidad colonial.

    Para Justo Sierra la Universidad Nacional no era ni podía ser mera continuidad de la Real y Pontificia, pero lo cierto es que la nueva casa de estudios no sólo heredó los bienes materiales de la anterior, sino también buena parte de sus costumbres, ceremonial y procedimientos, además del legado académico en lo que cabía, pues si bien lo religioso no era asimilable para un liberal de cepa como Sierra, otros haberes y saberes sí hallaron sitio en la nueva universidad.

    Las instituciones son producto más de la historia que del proyecto que anima su creación, por muy brillantes que sean quienes lo idearon. Muchos de los rasgos definitorios de la universidad de hoy se deben a su pasado, a lo que fue la Real y Pontificia Universidad de México y, por supuesto, a lo que ha sido y es la casa de estudios fundada por Justo Sierra, porque una institución tan grande, tan compleja e importante no se hace, en todo caso, se va haciendo, pues el tiempo y la vida modifican su perfil en un proceso que exige permanente adaptación a la realidad y a las necesidades que de ella surgen. Si esa adaptación es insuficiente o no se produce, sobrevienen las crisis, al parecer cíclicas, o llega de plano la extinción, como ocurrió con la universidad colonial.

    Lo asombroso, diría Nabor Carrillo Flores en su discurso de toma de posesión como rector, es que la Universidad, pese a sus penurias, pese a sus angustias físicas y pese a sus problemas de todo orden, es una milagrosa cantera de hombres extraordinarios. Sí, pese a todo, o tal vez gracias a todo.

    No obstante que ésta es una obra de divulgación, la historia que se ofrece en las siguientes páginas se apoya en testimonios e investigaciones rigurosas. Me han sido especialmente útiles dos obras de don Alberto María Carreño: La Real y Pontificia Universidad de México, 1536-1865 y, sobre todo, Efemérides de la Real y Pontificia Universidad de México según sus libros de claustros, impagable trabajo paleográfico que rescató en lo sustancial la vida de esa institución. Igualmente, soy y seré un lector endeudado y agradecido con las obras que edita el Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación de la Universidad Nacional Autónoma de México, que ha ido revelando aspectos poco conocidos de nuestra casa de estudios. Por supuesto, como lo podrá constatar el lector, también he recurrido a otras fuentes que ayudan a comprender y precisar hechos y momentos de la Universidad de México, la de antes y la de ahora. Mi agradecimiento para los autores.

    HUMBERTO MUSACCHIO

    I. LA FUNDACIÓN

    FUE EL obispo Juan de Zumárraga quien hizo la primera solicitud, en 1536, para que la capital novohispana contara con una universidad en la que se lean todas las facultades que se suelen leer en las otras universidades y enseñar sobre todo arte y teología, lo que le fue negado por la reina Juana I de Castilla, más conocida como Juana la Loca, quien creyó que la petición pretendía convertir en universidad el Colegio de la Santa Cruz de Tlatelolco, que era para indios. Otra petición partió del Ayuntamiento de la ciudad de México, que en 1539 solicitó una universidad para que los españoles no tuviesen que mandar a sus hijos a España con gran riesgo de sus vidas en la Veracruz y en el mar, informa Sergio Méndez Arceo. Al año siguiente, Zumárraga volvió a la carga sin resultados.

    Nuevamente, en 1546, el Ayuntamiento se dirigió a la Corona para solicitar la creación de la universidad y arguyó que ya existía el Colegio de Tlatelolco para los indios, por lo cual, "con mayor rrazón e justa cabsa es justo se haga la dicha merced para los españoles. Esta solicitud corrió con mejor suerte, pues, de acuerdo con Alberto María Carreño, el 17 de marzo de 1546 el príncipe regente y futuro monarca Felipe II expidió una cédula que ordenaba crear un estudio de todas ciencias para que los estudiantes salieran doctos en todas facultades".¹ Con ese fin, el 30 de abril de 1547 el príncipe regente encargó al virrey que reservara algunos fondos para el centro de estudios que pedía el gobierno de la ciudad. Una carta fechada el 4 de marzo de 1550, enviada al rey por los dominicos, informa que el Visorrey de esta Nueva España ha comenzado, para el bien universal de esta tierra, un estudio general porque cada día se le va despoblando la tierra por no haber asiento en ella especial de estudio de donde se provea la república de letrados y las órdenes de religiosos, porque habiendo siempre de venir todo de España, es violento y no durable,² ante lo cual piden al monarca mande favorecer esta santa obra, así con rentas como con lectores de todas facultades.

    Nicolás Rangel, en el prohemio (sic) a la Crónica de la Real y Pontificia Universidad de México, afirma que antes de que se expidiera la cédula fundadora de la institución, el virrey Antonio de Mendoza abrió escuela de estudios superiores, nombró profesores idóneos y donó para su sostenimiento varias estancias de ganado que eran de su propiedad.³ Por su parte, Enrique González y González señala que antes de partir ese virrey a Perú, donde murió en 1552, donó las estancias al Colegio de indios caciques de Tlatelolco, que él había protegido desde su fundación,⁴ legado que se explica porque hasta entonces no había llegado la cédula de fundación de la universidad, que sería muy diferente a la supuesta escuela de estudios superiores. Carreño aventura la hipótesis de que ese intento de Mendoza se verificaría en el convento mismo de Santo Domingo,⁵ lo que no resulta descabellado si se tiene presente que otras universidades, como la de Lima o la de Santo Domingo, nacieron de esa manera.

    La petición definitiva correspondió al mismo Mendoza, quien hizo gestiones ante la Corona para que tanto la aristocracia indígena como los hijos de españoles recibieran instrucción superior. Fue así como se expidió la cédula real, firmada por el Príncipe (el futuro Felipe II), que ordenó la creación de la universidad, solicitada por parte de la ciudad de Tenuxtitlan de la Nueva España, como de los prelados y religiosos de ella e de Don Antonio de Mendoza, nuestro visorrey que ha sido de la Nueva España. La cédula se expidió el 21 de septiembre de 1551 en Toro, población zamorana que entonces era sede de las Cortes españolas (Madrid lo sería a partir de 1561). El futuro monarca dispuso también que la fundación de tal Estudio e Universidad contara con una dotación inicial de mil pesos oro y los privilegios, franquicias y libertades de que gozaba la Universidad de Salamanca, España.

    Cabe aclarar que en aquel tiempo la palabra estudio se refería al ámbito en que se enseña o se reciben enseñanzas. En Las Siete Partidas, normatividad jurídica reunida por Alfonso el Sabio en el siglo XIII, se lee: Estudio es ayuntamiento de Maestros, e de Escolares que es fecho en algún lugar, con voluntad e entendimiento de aprender los saberes. Por otra parte, universidad se entendía como gremio, corporación, asociación, comunidad, pues las universidades medievales, como la de México, eran gremios, ya fuera de estudiantes, universitas scholarium, o bien de docentes: universitas magistrorum. También de origen medieval es la expresión Alma mater, madre nutricia, que alude a la capacidad de la institución para engendrar hombres a los que alimenta de saberes científicos y humanísticos.

    Pese a la disposición real, la legislación de la universidad mexicana tuvo notables diferencias con la de Salamanca, pues inicialmente careció de fuero judicial y obligó a los doctorandos a pagar impuestos, pese a que los salmantinos gozaban de una exención, la que, dice Jorge Madrazo, se consiguió en la Universidad de México por cédula real del 17 de octubre de 1572. Fue hasta 1597 cuando se expidió la real cédula que otorgaba a los universitarios novohispanos el fuero de que disfrutaban los miembros de las universidades españolas. Inicialmente, fue el maestrescuela el encargado de juzgar y sancionar a los miembros de la comunidad universitaria, pero la cédula citada depositó en el rector la jurisdicción civil y criminal sobre profesores y estudiantes, algo que existió en la práctica desde que la casa de estudios inició labores, pero que se notificó formalmente hasta el 6 de diciembre de 1612. Madrazo señala la tensión que existió entre el rector y el maestrescuela en asuntos disciplinarios, la que muy posiblemente fue causa de que su original se hiciera perdedizo.

    El hecho es que a fin de cuentas quedó como atribución del rector juzgar a los universitarios por los delitos que cometieran dentro de la institución y aun fuera de ésta si se trataba de algún asunto que toque a cosas de las escuelas, así como por vagancia, deshonestidad y afición al juego por parte de los estudiantes. Las penas de prisión debían cumplirse en la cárcel de la propia universidad. Los universitarios que cometieran otro tipo de faltas fuera del campus quedaban en manos de la justicia ordinaria, al igual que por los delitos ocurridos en la sede universitaria y que ameritaran pena corporal, como destierro, azotes, mutilación o muerte, en cuyo caso el rector debía remitir al reo a la justicia ordinaria.

    Sin embargo, apenas iniciada la vida de la Universidad de México, en la reunión de claustro del 12 de diciembre de 1553 se acordó pedir al rey que los maestros no pudieran ser presos sino en las Escuelas por delitos pequeños. Como está dicho, legalmente no existía el fuero para los universitarios, pero de hecho contaban con algunos privilegios y hasta cierta impunidad, pues en 1560 se produjeron quejas de que entre los inscritos que vivían en las escuelas, en lo que hoy llamaríamos internado, había individuos viciosos y de mala vida que inquietaban [a] los demás estudiantes, sin embargo, se resolvió que sólo con licencia del rector se permitiría a los alguaciles el paso a los aposentos. Cabe aclarar que no todos los estudiantes vivían dentro de la Universidad, pues algunos habitaban en los colegios de las órdenes y otros más en casas particulares, situación que los ponía lejos de la autoridad escolar. De ahí que para los externos se impusiera el requisito de vivir en casas honestas.

    Pese a que la Universidad debía ser para hijos de españoles y de la nobleza indígena, el virrey Luis de Velasco escribió al rey que no convenía admitir indios, por lo que éstos sólo excepcionalmente lograron ser inscritos, aunque a fines del siglo XVII esta condición se relajó y pudieron ingresar algunos caciques indígenas. También fueron aceptados los mestizos, pero las puertas de la institución continuaron cerradas para macehuales, mujeres, negros y castas. Tampoco se aceptaba a hijos fuera de matrimonio ni a quien no probara pureza de sangre, esto es, ser hijos de cristianos viejos (descendientes de por lo menos cuatro generaciones de cristianos), lo que excluía, entre otros, a los judíos y sus descendientes, quienes por lo demás tenían prohibido residir en España y sus dominios.

    La Universidad de México no es la más antigua de América, pues el 12 de mayo de 1551 fue expedida la real cédula que ordenaba crear la Universidad de San Marcos de Lima. Ambas fueron financiadas por la Corona española, en tanto que las universidades peninsulares no gozaron de ese beneficio. La casa de estudios limeña, a diferencia de la mexicana, fue fundada por los dominicos, tuvo su sede en uno de sus conventos y, por lo mismo, durante 11 años estuvo unida a la orden de predicadores, en tanto que en México tocó al cabildo municipal y al virrey encargarse de todo lo referente a la puesta en marcha de la institución educativa, lo que le permitió a ésta manejarse con relativa independencia de las diversas órdenes religiosas que actuaban en Nueva España, las que mediante sus miembros participaron siempre en la vida universitaria, pero sin que alguna de ellas tuviera exclusividad ni superioridad sobre las otras.

    Varios autores consideran que una y hasta dos casas de estudios de Santo Domingo son más antiguas que las universidades de México y Lima. Sin embargo, la historia de esas instituciones es muy confusa. Para Sergio Méndez Arceo, por bula del papa Paulo III, la orden de predicadores fue autorizada en 1538 a expedir títulos académicos en el centro de enseñanza conocido como la Dominica, que funcionaría en el convento de la misma orden bajo el modelo de la Universidad de Alcalá. Sin embargo, la bula In Apostolatus culmine, presunto título de fundación de la Universidad de Santo Tomás, que tal sería su nombre, para ser válida requería la aprobación del real consejo, de lo que no existe constancia, como tampoco se conoce ejemplar alguno del supuesto documento papal, por lo que incluso hay quienes niegan su existencia.

    También en la ciudad de Santo Domingo existía desde 1529 el Colegio de Santiago de la Paz, mismo que se fundó y operó mediante un cuantioso donativo del hacendado Hernando de Gorjón, más aportes del ayuntamiento y del obispo local. El 23 de febrero de 1558 este colegio, por real cédula de Felipe II, se convirtió en la Universidad de Santiago de la Paz, también llamada Gorjoniana, que fue autorizada a funcionar con todos los privilegios de la Universidad de Salamanca, como se autorizó también a la de México. De modo, pues, que ni una ni otra institución fueron universidades anteriores a la de San Marcos y la de México.

    LA PRIMERA SEDE UNIVERSITARIA

    Vicente T. Mendoza, en su libro Vida y costumbres de la Universidad de México,⁶ señala que la primera casa ocupada por la Universidad estuvo en la esquina de las Escalerillas, o primera de Guatemala, y el Seminario. Las escuelas ocuparon un edificio propiedad del arzobispado, donde a fines del siglo XVII se estableció el Seminario Conciliar de México. El inmueble de dos plantas estaba en el extremo norte de la plaza llamada del Seminario y en aquel tiempo tenía entrada por la actual calle de Guatemala. Curiosamente, en ese mismo predio estuvo la primera escuela de danza del continente, fundada en 1526 por los músicos Benito Bejel y Maese Pedro, quienes para 1529 habían tenido que cerrar el establecimiento, pues —según Artemio de Valle-Arizpe— no les salió del todo bueno el negocio a los dos filarmónicos.

    Varios autores repiten lo dicho por Joaquín García Icazbalceta, para quien la primera sede de la Universidad estuvo en la esquina de la plaza del Seminario y la actual calle de Moneda, donde operó la cantina El Nivel desde el siglo XIX hasta fines del XX. Sin embargo, Francisco Cervantes de Salazar, en su México en 1554, después de poner a sus personajes a hablar del Palacio Arzobispal, hace preguntar a Alfaro: "qua est ella postrema domus forum terminans? (¿qué es aquella última casa que termina la plaza?), un inmueble con tantas y tan grandes ventanas arriba y abajo, que por un lado da a la plaza y por el frente a la calle pública? […] ¿Y de dónde viene esa acequia que corta la calle?, a lo que Zuazo responde: Es la misma que corría por la de Tacuba, que pierde aquí su nombre, va siguiendo la línea recta del canal, hasta la fortaleza que llamamos Atarazanas".⁷ De modo que el edificio que terminaba la hoy plaza del Seminario tenía entrada por la calle que continuaba la de Tacuba e iba hasta las Atarazanas, esto es, el lugar donde se construyen, reparan y guardan barcos. Otros personajes de Cervantes de Salazar intervienen: Ancho es por cierto el zaguán y muy espaciosos los corredores de abajo, dice Gutiérrez, y precisa Mesa: Iguales a los de arriba. Gutiérrez agrega que para el número y concurrencia de estudiantes tiene bastante amplitud el patio; y por este lado izquierdo hay espacio sobrado para cuadrar el edificio, igualando el lado derecho.

    Por supuesto, corredores anchos en dos pisos y un patio de bastante amplitud no los podía tener el reducido inmueble de Moneda y Seminario, fincado en el pequeño predio que en 1524 otorgó Hernán Cortés a P. G. de Trujillo. En cambio, la casona situada al fondo de la plaza del Seminario, con entrada por las Escalerillas, sí los poseía y tenía espacio sobrado para cuadrar el edificio, igualando el lado derecho. En un mapa anónimo de 1563 figura la construcción con el letrero EST SONLASES - CUELAS. De ahí que el cronista Arturo Sotomayor señale que las primeras casas de la Universidad, no propias por cierto, sino prestadas, se alzaron en la esquina de las que hoy se llaman calles de Guatemala y Seminario, entonces de las Escalerillas y San Sebastián,⁸ casas que probablemente fueron las que en 1530-1531 compró y acondicionó Zumárraga en la calle que conducía a las Atarazanas, la que no era otra que la actual Guatemala, que fue de las Escalerillas y antes de los Bergantines o de las Atarazanas.

    En su libro La Real y Pontificia Universidad de México, Alberto María Carreño refuta en forma amplia y muy documentada el error de Icazbalceta en que antes cayó Sigüenza y Góngora, quien leyó en latín el texto de Cervantes de Salazar. Por su parte, Edmundo O’Gorman, basado en George Kubler, tampoco acepta que la primera sede universitaria estuviera en la esquina de Moneda y la plaza del Seminario, lo que erróneamente supuso García Icazbalceta debido —dice Kubler— a una mala interpretación de lo que dejó escrito Cervantes de Salazar y que el mismo Icazbalceta tradujo del latín, pese a lo cual cabe agregar que también se equivocó al señalar que la primera imprenta estuvo en la esquina de las actuales calles de Moneda y Licenciado Verdad, cuando en realidad Juan Pablos se estableció en la Casa de las Campanas, que ocupaba en la actual calle de Argentina un predio desaparecido por las ampliaciones del Templo Mayor. Lamentablemente, la mala interpretación de Icazbalceta se sigue repitiendo y las autoridades de la UNAM la han convertido en verdad oficial, como lo muestra la placa colocada donde estuvo la cantina El Nivel.

    De acuerdo con lo asentado por el notario Esteban de Portillo, el año de cincuenta y tres a tres de junio se hizo el initio de las escuelas de esta cibdad, el cual hizo el licenciado Cervantes de Salazar en presencia del ilustrísimo visorrey don Luis de Velasco y de la Real Audiencia. Era rector de las escuelas el oidor Antonio Rodríguez de Quezada. El lunes 5 del mismo mes, el dominico fray Pedro de la Peña empezó a dictar la cátedra de prima de teología, de siete a ocho de la mañana. De ocho a nueve leyó fray Alonso de la Veracruz la cátedra de Biblia. Juan García, catedrático de artes, empezó a leer la lógica de Soto; el licenciado Pedro Morones hizo lo propio con decretales; el doctor Bartolomé de Melgarejo, decreto, y el bachiller Blas de Bustamante, gramática. El 2 de julio, el licenciado Bartolomé Frías de Albornoz inició la lectura de instituta y 10 días después el mismo Francisco Cervantes de Salazar dio principio a la cátedra de retórica. Alberto María Carreño aclara que "las cátedras matinales eran denominadas de prima, y se consideraban preeminentes respecto de las de vísperas, que eran las que se daban por las tardes".

    El 21 de julio, en una ceremonia realizada en las casas de la Audiencia, en ese tiempo situadas en donde ahora está el Monte de Piedad, en presencia del virrey y los oidores se dio por incorporados al citado Alonso de la Veracruz y se (le) declaró por el más antiguo en la dicha facultad (de teología); a Pedro de la Peña, bachiller, licenciado y maestro en artes; y a Joan Negrete, maestro en artes, atento que es maestro en la dicha facultad de la Universidad de París, e igualmente

    fue admitido e criado e incorporado e habido en la mesma forma el dicho señor arcediano don Joan Negrete por maestro en Sancta Teología, atenta su suficiencia notoria y los muchos años que ha que lee teología, lo cual se hizo y se acordó e ordenó para que hubiese fundamento y principio en las facultades de artes e teología y para que los demás se puedan graduar y examinar como Su Majestad lo manda por la facultad real que hay para ello.¹⁰

    Álvaro Tremiño, maestre escuela desta Sancta Iglesia, por la facultad real que para ello tiene, dio los grados en forma a los señores dichos. En esa reunión, en la que se eligió rector a Negrete, las autoridades emitieron las disposiciones necesarias para formalizar la incorporación de catedráticos, antigüedad, jubilación, perpetuidad y movilidad, así como el sueldo del bedel Juan Pérez, al que se asignaron cien pesos de minas. En suma, se reconocieron grados otorgados por otras universidades, se dio por admitido y criado a más de uno con diversos grados por suficiencia notoria o se habilitó, diríamos ahora, a los profesores necesarios para que la Universidad pudiera cumplir con su cometido.

    En miércoles 2 de agosto de 1553, a las once, en las casas del virrey de la Nueva España, que son en esta cibdad de México, continuó la tarea de incorporar a la Universidad a diversos personajes, a los que se otorgó algún grado dando a cada uno un libro en la mano e metiéndole un anillo en el dedo e asentándole en una silla, diciendo a cada cosa palabras de potestad. Como puede verse, la tradición de dar a cada graduado un anillo es entre nosotros tan vieja como la Universidad de México.

    Refieren los libros de claustros (del Consejo Universitario, diríamos hoy) que el "Doctor Joan Alcázar se obligó a pagar (los grados) y le admitieron y encorporaron, y juró ser obediente al Rector de la Universidad y favorecerla en todo lo posible y

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