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Paisaje con mano invisible
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Libro electrónico147 páginas1 hora

Paisaje con mano invisible

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En esta novela futurista, una especie alienígena conocida como "vuvv" se apodera de la Tierra sumiendo en la pobreza a sus habitantes. Para hacer frente a esta nueva realidad y ayudar a su familia, después de que su padre los ha abandonado, Adam decide participar con su novia Chloe en un programa donde las parejas se conectan en vivo para trasmitir su experiencia de amor a los vuvv.
Al principio todo sale bien, pero con el paso de los episodios la relación se deteriora y la convivencia se vuelve insoportable. Adam se refugia más aún en los paisajes que dibuja. No son las pinturas que los vuvv comprarían, pero a él le permiten plasmar la verdad de lo que vive su pueblo. Cuando es seleccionado para participar en el concurso de arte interplanetario de adolescentes tendrá que decidir si está dispuesto a sacrificar sus ideales por una oportunidad que podría cambiar la suerte de su familia y conseguir la cura de la enfermedad que sufre.
Paisaje con mano invisible es una novela breve pero profundamente sagaz que traslada al lector a un escenario no tan lejano y lo orilla a cuestionarse sobre temas urgentes hoy día.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento5 sept 2018
ISBN9786071658227
Paisaje con mano invisible

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    Paisaje con mano invisible - Matthew T. Anderson

    UN PUEBLITO BAJO LAS ESTRELLAS

    Bajo las estrellas, un pequeño pueblo se prepara para la llegada de la noche. Son casi las once en punto. Abajo, adentro de las casas cuadradas, la gente se dispone para irse a la cama. Las luces de los autos reptan entre las calles pequeñitas. Las farolas de la calle principal del pueblo iluminan un estacionamiento vacío. Las tiendas han cerrado por hoy. Las colinas lucen oscuras.

    Todo esto lo observan dos adolescentes sentados en un mirador, en una calle que se llama Paseo de los Enamorados.

    Están estacionados en un auto de los años cincuenta, besuqueándose. Ella lleva un suéter apretado. Él, una chamarra del equipo de futbol de la escuela. La vista del pueblo, el lugar en el que crecieron, los hace sentir melancólicos y se apretujan por encima de la palanca de velocidades.

    —Caray, Brenda —dice el chico.

    Todo esto lo observa la criatura que se esconde entre los arbustos.

    Las ramas de una planta terrestre bloquean sus ojos saltones. Retira las ramas con las garras. Observa a esos dos bocados peludos que se retuercen dentro de la caja de metal y se pregunta qué podrá significar que se apretujen el uno contra el otro. Su respiración es muy ruidosa. Con una zancada tambaleante avanza hacia delante. Las ramas se parten. Ya está en el pavimento. Está detrás del auto.

    Todo esto lo ven cientos de adolescentes que observan horrorizados.

    Novios y novias gritan y se acercan el uno al otro. Las parejas sonríen. Están estacionados en autos de los años cincuenta, besuqueándose. La pantalla frente al campo de autos estacionados se refleja en los parabrisas.

    Por supuesto, cuando se dio la invasión interestelar, no fue en absoluto parecida a esto.

    UN PUEBLITO A LOS PIES DE LAS VELAS AL VIENTO

    En nuestro pueblo no hay noches completas porque las velas generadoras de energía de los vuvv se estiran al viento y brillan con una luz amarilla apagada. Mi novia Chloe y yo estamos tirados en el pasto junto al gimnasio de la escuela, observando las velas que ondean en el cielo en una especie de marea electromagnética invisible.

    Juntos, mirando hacia arriba, nos tomamos de la mano y digo:

    —Qué hermoso —pienso un minuto y agrego—: Es como tu pelo. Ondea al viento.

    —Adam —responde Chloe—, qué lindas cosas dices.

    —Sí —admito e inclino la cabeza hasta posarla sobre su hombro—. Caray, Chloe —digo, y me vuelvo para besar su mejilla.

    Mientras eso ocurre, Chloe y yo nos odiamos. Aun así, mi cabeza está junto a la suya; una cabeza que, en este momento, con gusto arrancaría con mis propias manos.

    Todo esto lo observan cientos de vuvv que pagan por minuto.

    EL PUNTO DE ATERRIZAJE: UNA ESTATUA DE PILARES DE CRISTAL EN EL ESTADIO WRIGLEY, EN CHICAGO, ILLINOIS

    Nunca he estado en el punto del Primer Aterrizaje de los vuvv. Pero todos vimos el descenso en televisión cuando se llevó a cabo, y como parte de un proyecto escolar en segundo de secundaria dibujé el monumento que se construyó en el estadio Wrigley. Usé lápices de colores y copié el dibujo del holograma de un separador de libros barato. Aquélla fue la primera vez que intenté con ganas dibujar cristal trasparente. Hoy, cuando veo mi dibujo, detecto muchos errores en mi empeño por hacer que los reflejos y las distorsiones salieran bien. Los pilares están torcidos porque todavía no sabía nada de perspectiva.

    Todos nos sorprendimos cuando los vuvv aterrizaron por primera vez. Habían estado observándonos desde la década de 1940 y nosotros los habíamos visto ocasionalmente, pero todos los imaginábamos de otra forma. No eran delgados y delicados, y no tenían nada cercano a la forma humana. Más bien parecían mesas de centro hechas con granito: chaparros, anchos y rugosos. Pero nos dio gusto que no estuvieran invadiendo. No podíamos creer lo afortunados que éramos cuando nos ofrecieron el uso de su tecnología y nos invitaron a ser parte de la Alianza Interespecies por la Co-prosperidad. Anunciaron que podían terminar con la necesidad de trabajar y eliminar todas las enfermedades, de modo que, desde luego, los líderes del mundo corrieron a afiliarse.

    Durante más o menos un año después del primer aterrizaje, una de sus naves planeó por encima del estadio Wrigley para señalar el punto en el que nos saludaron por primera vez. Esa nave ya no está, en su lugar hay un conjunto de condominios de lujo flotando en el aire. Todos se quejan porque bloquean la luz del sol que debía caer en las columnas de cristal del monumento del Primer Aterrizaje de los vuvv.

    Hace algunos años, un tipo con pantalones militares fue sorprendido derribando los pilares del monumento. Al principio, todo el mundo pensó que se trataba de una protesta anti-vuvv. Más tarde se supo que no era más que un imbécil común y corriente.

    MI CASA DURANTE EL VERANO, UN SUBURBIO DE LOS SETENTA

    Mi casa es mitad tejas grises y mitad paneles pintados de color café. Las tejas no están mal, pero los paneles cafés se ven horribles. La pintura está cuarteada y descascarada; se está despegando en largas tiras. ¿Qué clase de idiota diseña una casa la mitad con tejas y la otra mitad pintada? Da una imagen muy confusa y envejece de forma desigual.

    Mi mamá gruñe.

    —¿No dices que quieres ser pintor? Pues ¿por qué no la pintas? Agarra una brocha y ponte a pintar.

    —Podría hacerlo, pero no soy ese tipo de pintor.

    —No, eres del tipo molesto. ¿No puedes ser útil? No tienes que pintar las tejas. Sólo tendrías que pintar los… Bueno, ya sabes: las partes que están pintadas.

    Con ánimos de ayudar, agrego:

    —Hice un paisaje de la casa. Me senté afuera con el caballete y pinté una serie completa de cuadros. No los considero dibujos arquitectónicos, sino estudios sobre la luz en superficies irregulares.

    Mi madre cierra los ojos.

    —No haces mucho por mantener la esperanza con vida, Adam.

    —Al señor Reilly le gustaron. Descubrí que, al pintar la casa de frente y desde un ángulo, puedo recrear la sensación de frío, desolación y vacío.

    —¿Incluiste los montones de caca que desperdigas por todos lados?

    Mi madre y yo nos mandamos besos al aire y cada uno sigue su camino. Ahora que traigo mucho dinero a casa, ella no puede quejarse.

    También hacemos un poco de dinero al permitir que la familia de Chloe viva en el sótano. Su hermano mayor trabaja medio tiempo en la planta de energía de los vuvv. Durante el día, su padre se sienta en el jardín a lanzar una pelota de básquet hacia un aro de plástico. Al igual que mi madre, está desempleado. El otoño pasado barría las hojas secas de nuestro jardín.

    Mi madre intenta tener buena actitud ante la búsqueda de empleo. Lo importante es tener esperanzas, nos dice a mi hermanita y a mí. Hasta que llegaron los vuvv, mi madre fue cajera en un banco. Desde que se quedó sin empleo fijo, sólo ha trabajado por periodos de un mes o algunas semanas. Trabajó en una tienda de abarrotes, acomodando las bolsas de papas fritas. Durante una temporada limpió casas con una amiga suya, hasta que la lista de clientes de su amiga se redujo y no hubo más trabajo.

    —¿Saben qué es lo bueno del mercado laboral en este momento? —nos pregunta—. La flexibilidad. Todo es muy flexible. Tienes que estar dispuesto a cambiar en ese sentido —da un pequeño aplauso, que suena como una piedrita que cae—. Es un gran momento para los emprendedores.

    Se pasa el día enviando su currículum por correo electrónico. Eso no toma mucho tiempo, de modo que el resto del día lo dedica a caminar en círculos, esperando que los jefes se pongan en contacto con ella. Es fácil darse cuenta de que se pasea de un lado a otro, porque la alfombra alrededor del sofá cama está desgastada.

    UN CARRITO DE COMIDA FRENTE AL CENTRO COMERCIAL Y UNA FILA DE CLIENTES

    Hice un dibujo del carrito de comida en el que mi madre estaba pidiendo trabajo. Ella esperaba para hablar con el administrador del negocio. La recuerdo jugueteando con sus llaves rítmicamente mientras yo dibujaba la fila de clientes.

    —Será magnífico —dijo—. Los trabajos en restaurantes son difíciles de conseguir hoy día. Ya nadie sale a comer. Pero tengo un buen presentimiento sobre esto —señaló con las llaves el Tazón de Caldo de Heather—. Todo el mundo puede pagar una taza de caldo de pollo. Este lugar va a pegar. La fila es una buena señal. Le da la vuelta a la manzana. Creo que tengo un sesenta por ciento de posibilidades de conseguir este trabajo. Puede ser sesenta y cinco por ciento.

    —¿Cuánto pagan por hora? —pregunté.

    —No sé. Pero de verdad creo que puedo conseguir este trabajo de la sopa. Puedo hacerlo. Tengo un título de maestría —observó nerviosa a la chica tatuada que trabajaba desde la ventanilla—. Será medio tiempo hasta que consiga algo en grande. Como el empleo en la oficina de admisiones en Qualiplay. Creo que todavía no consiguen a nadie. Por lo menos, envié otro correo electrónico y no me dijeron que ya habían cubierto la vacante. Ahí tengo como treinta por ciento de posibilidades. Bueno, ya han pasado varios meses. Quizá sea un veinticinco por ciento —suspiró—. No, tenías que haber visto al tal Brandon cuando me dio la mano después de la entrevista. Es un sólido treinta por ciento… Treinta/setenta. No está tan mal. Casi una oportunidad en tres. ¿Verdad? Quisiera que esta gente se diera prisa en

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