Bonícula: Una historia de misterio conejil
Por Deborah Howe y James Howe
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Bonícula - Deborah Howe
X.
La llegada
Nunca olvidaré la primera vez que estos cansados ojos se posaron sobre nuestro visitante. La familia me había dejado en la casa con la advertencia de cuidarla hasta que regresaran. Es algo que siempre me dicen cuando salen:
—Cuida la casa, Harold. Tú eres el perro guardián.
Yo creo que así me dan por mi lado para justificar el no llevarme con ellos. Como si yo quisiera ir. En el cine no puedes echarte para ver la pantalla. Y la gente cree que eres un maleducado si te duermes y empiezas a roncar o si te rascas en público. No, gracias. Prefiero estirarme en mi tapete favorito, enfrente de un lindo y silbante calentador.
Pero me voy por las ramas. Estaba hablando de la primera noche. Bueno, hacía frío, la lluvia tamborileaba en las ventanas, el viento aullaba y se estaba de lo más bien en casa. Yo estaba tendido en el tapete, con la cabeza sobre las patas y miraba distraídamente la puerta principal. Mi amigo Chester estaba acurrucado en el sillón de terciopelo café, que hace ya varios años declaró de su propiedad. Vi que, una vez más, había cubierto todo el asiento con su pelo gatuno y me reí para mis adentros, imaginándome la escena que tendríamos mañana. (Aparte de los saltamontes, no hay nada que asuste más a Chester que una aspiradora.)
En mitad de este ensueño, escuché un auto estacionarse en la entrada. Ni siquiera me molesté en levantarme a ver quién era. Sabía que tenía que ser mi familia —los Monroe— pues ya era hora de que la película hubiera terminado. Pasado un momento, se abrió la puerta principal. Ahí estaban, en el umbral, Toby y Pete y mami y papi Monroe. Se vio el resplandor de un relámpago y en esa luz repentina me di cuenta de que el señor Monroe llevaba un pequeño bulto: un bultito con unos ojillos relucientes.
Pete y Toby irrumpieron en la sala, hablando a voz en cuello.
Toby gritó:
—¡Ponlo aquí, papi!
—Quítate las botas. Estás empapado —replicó la madre, bastante calmada (pensé) en medio de todo eso.
—Pero mami, ¿y qué hacemos con el…?
—Primero, deja de escurrir sobre la alfombra.
—¿Alguien tendría la bondad de encargarse de esto? —preguntó el señor Monroe, señalando el bulto con ojillos—. Me gustaría quitarme el abrigo.
—Yo me encargo —gritó Pete.
—No, yo —dijo Toby—. Yo lo encontré.
—Tú lo vas a dejar caer.
—¡Que no!
—¡Que sí!
—¡Mami, Pete me pegó!
—Yo me encargo —dijo la señora Monroe—. Quítense los abrigos inmediatamente.
Pero se tardó tanto en ayudar a los niños a quitarse los abrigos, que tampoco ella se encargó del bulto.
Mi tranquila velada había quedado destruida y nadie siquiera me había dicho hola. Lancé un gemido para recordarles que estaba allí.
—¡Harold! —gritó Toby—, adivina lo que me pasó.
Y otra vez todo mundo se puso a hablar al mismo tiempo.
En este punto, creo que debo explicarles algo. En nuestra familia todo mundo trata a los demás con gran respeto por su inteligencia. Esto vale también para los animales. Todo lo que les pasa a ellos se nos explica a nosotros. Nunca ha sido cuestión de decirnos: Harold, lindo perrito
o Usa la caja con arena Chester
, en nuestra casa. Oh, no; con nosotros más bien se dice. Oye, Harold, papi se ganó un aumento y ahora nos van a cobrar más impuestos
o "Ven a la cama, Chester, vamos a ver el programa Reino Salvaje. A lo mejor descubres un pariente". Lo que demuestra lo amables que son. Después de todo, el señor Monroe es profesor universitario y la señora Monroe es abogada, así que nos consideramos un hogar sumamente especial. Y en consecuencia, somos unas mascotas sumamente especiales. Así que no fue una sorpresa para mí que se tomaran un tiempo en explicar las extrañas circunstancias que rodearon la llegada del pequeño bulto con los ojillos relucientes.
Según eso, llegaron tarde al cine y, en vez de molestar a los asistentes que ya estaban sentados, decidieron irse a la última fila, que estaba vacía. De puntitas llegaron hasta allá y se sentaron, sin molestar a nadie. De repente, Toby, que es el más pequeño, saltó de su silla y exclamó que se había sentado sobre algo. El señor Monroe le dijo que dejara de hacer escándalo y se cambiara de lugar, pero