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Truco de sombrero de medianoche
Truco de sombrero de medianoche
Truco de sombrero de medianoche
Libro electrónico206 páginas2 horas

Truco de sombrero de medianoche

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Hay magia en el número tres. Solo piensa en ello. Los tres chiflados. Los tres hombres sabios. Los tres cerditos.

Y ahora, Truco de sombrero de medianoche, una colección de tres novelas maravillosas y escalofriantes del narrador de Nueva Escocia Steve Vernon.

Hammurabi Road es una historia oscura de redneck noir, venganza y retribución, justicia en los bosques y acercarse a un oso negro más de lo que jamás soñó. La historia comienza con el triángulo eterno: tres hombres en una camioneta, dos al frente y uno con cinta adhesiva detrás.

Not Just Any Old Ghost Story es una pequeña historia tranquila sobre el regreso a casa y los fantasmas de los que nunca podrás escapar. Es una historia que te llevará al corazón mismo de la narración.

MUERTE SÚBITA OVERTIME es una lectura rápida y divertida que plantea la pregunta: ¿qué harían un grupo de viejos jugadores de hockey del norte de Labrador con un autobús turístico lleno de vampiros? Si tiene dificultades para lidiar con ese concepto, simplemente arroje la película Slapshot a una licuadora con la película 30 Days Of Night y golpee frappe. Esto no es literatura alta, ¿comprende? Esta es una cerveza fría con un perseguidor de hamburguesas con queso.

“Steve Vernon lo hace bien. MUERTE SÚBITA OVERTIME toca todas las notas correctas conmigo. Un elenco de personajes maravilloso, un gran diálogo y un autobús malvado lleno de vampiros viciosos ". - FAMOSOS MONSTRUOS DE FILMLAND

"Este género necesita sangre nueva y Steve Vernon es una gran transfusión". - Edward Lee, autor de GOON and THE BIGHEAD

"Steve Vernon es el verdadero negocio". - Richard Chizmar, CEMENTERY DANCE MAGAZINE

IdiomaEspañol
EditorialSteve Vernon
Fecha de lanzamiento18 oct 2020
ISBN9781071570241
Truco de sombrero de medianoche
Autor

Steve Vernon

Everybody always wants a peek at the man behind the curtain. They all want to see just exactly what makes an author tick.Which ticks me off just a little bit - but what good is a lifetime if you can't ride out the peeve and ill-feeling and grin through it all. Hi! I am Steve Vernon and I'd love to scare you. Along the way I'll try to entertain you and I guarantee a giggle as well.If you want to picture me just think of that old dude at the campfire spinning out ghost stories and weird adventures and the grand epic saga of how Thud the Second stepped out of his cave with nothing more than a rock in his fist and slew the mighty saber-toothed tiger.If I listed all of the books I've written I'd most likely bore you - and I am allergic to boring so I will not bore you any further. Go and read some of my books. I promise I sound a whole lot better in print than in real life. Heck, I'll even brush my teeth and comb my hair if you think that will help any.For more up-to-date info please follow my blog at:http://stevevernonstoryteller.wordpress.com/And follow me at Twitter:@StephenVernonyours in storytelling,Steve Vernon

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    Truco de sombrero de medianoche - Steve Vernon

    Muerte súbita después de tiempo

    Prologo

    Suficiente de la holgazanería.

    Déjame decirte que donde esta historia REALMENTE empieza. Empieza como cualquier otra historia, de principio.

    Esta historia REALMENTE inicia así. En el principio del mundo no existía la muerte.

    Nadie sabía que era el doloroso sentir de un final.

    Nadie sabía la pena de perder a alguien quién amaron

    Nadie sabía lo que sabía el sabor de una simple amarga lágrima.

    Las personas crecían gordas y abundantes.

    Demasiado abundantes.

    La tierra estaba muy poblada de personas.

    La comida fue cada vez más difícil de encontrar.

    Además, las personas crecían infelices.

    Por esto, el Gran Cuervo miró hacia debajo de su alta montaña y notó todo esto

    Esto sí que es malo. dijo el Gran Cuervo. No hay suficiente comida, agua ni tierra para que las personas puedan continuar viviendo en paz y armonía.

    En consecuencia, el Gran Cuervo decidió hacer algo al respecto.

    Voy a crear un regalo para que las personas se puedan elevar y dejar este planeta y así poder dar campo a los otros que vienen siguiendo su camino.

    Y así el Gran Cuervo. En su gran sabiduría y dolor. Creo la muerte.

    ¡Ahora vamos a jugar Hockey!

    Martes en la noche 9:00 pm      

    Nadie se dio cuenta exactamente cuando el bus entró en el parqueo del bar Achor. Algunos solo se dieron cuenta que el bus llegó a la villa labradora costera de la Esperanza de End como una azotada nevisca que no se esperaba.

    Las cosas suceden de esta manera en la Esperanza de End.

    Suave pero inesperado, todo en uno y al mismo tiempo.

    Judith dos osos apoyó los codos contra la veta de madera que tenía la mesa sin barnizar, su cigarrillo brillaba como un bombillo en un solitario faro en la oscuridad. Se balanceaba mientras asentía los ritmos lentos de la música de la radio cargada de distorsión por la estática. Ella desde el principio se estacionó sentándose en la ventana para el momento de cenar. Era común verla yendo a este único hoyo de Bebidas, taberna y parrilla en Esperanza End, ya que, este lo sentía como su santuario de relajación para ver el mundo.

    Después de algunas largas y tibias cervezas Judith Dos Osos, se ve así misma mirando vagamente a los nombres y las fechas tallados y pintados en la mesa. Sabía algunos de ellos. Podía también suponer de quiénes eran los otros y se preguntaba quién diablos eran los demás. Cuántas almas solitarias habían hecho sus marcas en esa mesa y habían estado tomando y dejando medio llenos sus vasos con cervezas tibias de raíz o las que faltaban para ser bebidas, pero no todavía.

    verdaderamente, ella no pensó estas cosas.

    No en estas mismas palabras, de todas maneras.

    Las personas no piensan de esta manera, solo en libros de poesía, películas y otras basuras similares. Más bien, Judith pudo sentirlo, tal vez. Ella respiró el duro aire del bar. Hizo crecer su soledad de cierta manera, llenando su bebida y su decepción al mismo tiempo, así como su aburrimiento que era tan parte de su ser como su sangre lo era en sus venas.

    No quedó nada.

    Ella había vivido su vida y no tuvo nada más que tiempo para su soledad. Ella había visto a sus hijos crecer y irse, sus queridos crecieron fríos y se fueron, también, vio a la vida acercarse por la acera saludándole alegremente una o dos veces antes de pasar de largo.

    Sus manos pesaban en la mesa cicatrizada de pino. Sus nudillos estaban agrietados y callosos como las de un caimán. Tatuadas con la nicotina y la edad. Sus ojos se habían vuelto aburridos y no tenía señas de su niñez de no ser por una ráfaga como de escopeta de pecas que se escondían como jugando al escondite entre sus arrugas y líneas de expresión que recorrían sus mejillas como el recuerdo del recorrido de las lágrimas.

    Miró la cerveza sin alcohol que bebía.

    El tiempo pasó por largo a la esperanza que tenía de que cualquiera le llevara a casa por cualquier razón que no fuera lastima. Fergus MacTavish, le había dicho que se verían ahí, pero hasta el momento nunca apareció. Ella lo creyó como un gesto de amabilidad de su parte. Fergus McTavish era un buen hombre, después de todo. Sin embargo, pasaba demasiado tiempo en esa maldita pista de hockey con el viejo Sprague.

    ¿Qué en la tierra fría de Dios han visto los hombres en el traqueteo de los palos, el corte del hielo por el acero y los suéteres desgastados más allá del ritmo?

    Judith Dos Osos se sentó ahí, desinteresadamente escuchaba el suave murmullo que merodeaba por la taberna de paso; los chicos se preguntaban de dónde había venido ese bus negro. Pudo ser del equipo de la plataforma petrolera, o tal vez una banda de rock ambulante. Quizás algunos turistas, lejos del camino, con sus bolsillos zangoloteándose con ruedas de plata estadounidenses y la promesa de mejores días.

    Judith Two bear Knew better

    Nadie en su sano juicio nunca querría venir a la Esperanza de End, Labrador donde la única cosa que mantiene la ciudad activa era la influencia de los trabajadores de la plataforma petrolera cuando paraban en medio de sus turnos para quedar borrachos, ser alimentados y esperando fornicar; y ocasionalmente colgados por el prometido dinero del gobierno.

    Había muchas de ellas. Muchas promesas como olas en las piedras en una playa rocosa, pero retiradas tan rápido como esa agua que volvía al mar.

    Ella veía su cerveza.

    Las luces atenuadas al corte momentáneo del generador de la ciudad.

    La última canción del tocadiscos de tragamonedas es cambiada, haciendo sonidos por la estática al pasar a un maldito partido de hockey.

    Judith dos Osos se puso de pie cuidadosamente.

    Fergus McTavish no iban a venir, había decido.

    Se rió a si misma.

    Nunca tuvo la esperanza de que llegara.

    La vida no funciona de esa manera.

    El amor no es nada más que una mentira dicha a media noche en un juego de póker donde todos hicieron trampa y nadie ganó en realidad.

    Ella se inclinó hacia atrás y escuchó los crujidos que hacía el fósil como se había referido su doctor a su columna vertebral.

    La noche se había sentido tan larga como todo un año, pero de constipación crónica.

    El tiempo se había movido inexorablemente.

    Judith dos Osos llevaba seis cervezas de estar ahí, sin una vela para demostrarlo.

    Quizás siete cervezas, ¿a quien carajos le importa cuántas fueron?

    El comentador de la televisión gritaba mientras alguien golpeaba el disco. Unos pocos espectadores gimieron y otros aplaudieron desinteresadamente. Nadie se dio cuenta que Judith dos Osos vació su vaso de cerveza caliente y le dio vuelta para dejarlo en la mesa.

    Ella salió por la puerta de enfrente.

    Era frío para una noche de enero. Ella puso su mantón sobre ella, agarrándolo cerca. Este mantón fue su último regalo que el pequeño Whalen Pinto le había regalado antes de que él se emborrachara cinco meses y se callera del ferry, a medio camino de casa en Newfoundland.

    Whalen Pinto fue encontrado en tierra tres días después en tierra. La corriente lo había arrastrado a la playa, envuelto en algas marinas y picado por gaviotas. Había noches en las que Judith tenía pesadillas sobre Whalen Pinto hinchado por el agua como en sus recuerdos, las lágrimas le inundaban sus ojos de lágrimas, y un cangrejo picoteando desinteresadamente un poco de su cera del oído sin limpiar.

    Otra noche tuvo el sueño de haberlo escuchado cantando, en un tono sordo y lujurioso gritando el viejo estandarte de Gordon Lightfoot. El Naufragio de Edmund Fitzgerald, una y otra vez, la única canción que él sabía completamente. Las pesadillas que fueron su única compañía en esos días. Ella les agradeció como una mujer solitaria agradecería una visita nocturna de su enamorado fantasmal.

    Maldita sea, Se dijo en la oscuridad.

    Ella de verdad esperaba que Fergus McTavish se hubiera aparecido esa noche. Ella esperaba haber cambiado las memorias con algo de verdadera compañía.

    Jesús Cristo, Maldición

    Pero Fergus no iba a llegar

    El viento estaba frío en el parqueo

    Había solo pocos carros. La mayoría de las personas vivían cerca para caminar.

    El bus negro acechaba en la oscuridad. No hay otra mejor palabra que acechar. Como la sombra de la cumbre de una montaña sobre una lápida gris.

    Era pesada.

    Oscura e implacable.

    Solo por un instante Judith dos Osos sintió la urgencia de darse la vuelta y devolverse dentro del bar y gritar su pánico. Ahogando el bullicio del juego de hockey, el tintineo de las cervezas y los murmullos de las voces cansadas de que conversaban.

    ¿Pero qué iba a lograr con eso?

    Se redirigió más cerca del autobús, como si quisiera probar algo así misma.

    Estaba tan cerca que pudo notar que las ventanas estaban pintadas de negro.

    Incluso el parabrisas de delantero era todo negro.

    ¿Cómo podría el chofer ver su camino de noche?

    Debe ser un vidrio de una vista, se supuso. Se puede ver desde dentro, pero nadie puede ver desde afuera. Pero parecía como que fue pintada con una lata rociadora de pintura. Toda negra, como si estuviera intentando ocultar algo. Una parte de ella quería salir corriendo del bus y del parqueo, pero estaba muy cansada para escuchar.

    Se inclinó un poco y gentilmente tocó el costado del bus.

    Y sintió un ritmo, como una marea, como el latido de un corazón palpitando desde dentro de las extrañas paredes oscuras del vehículo.

    ¿Será música, tal vez?

    Su mano se hundió en la fría pintura negra, como si estuviera metiendo la mano en un recipiente con liquido frío y negro. Luego se inclinó un poco más. Y sintió un ronroneo y algo la atrajo hacía dentro. Sintió un respiro como de anciano tomando la última bocanada de humo de cigarrillo.

    Las Rodillas de Judith dos Osos se doblan ligeramente.

    Su piel palideció y la pintura del bus oscureció con avidez.

    Acá pudo notar la parrilla y los faros delanteros sonriéndole, lo cual le hizo preguntarse cómo era posible, si ella estaba inclinada sobre el costado del autobús, lejos de tener ángulo para poder ver esta parte donde no debería poder ver esto.

    No le importo.

    Fergus no iba a llegar.

    Se inclinó contra el bus, permitiendo que lo que se escondiera ahí dentro, bebiera hasta que se saciara.

    No estaba atrapada, solo cómoda.

    La puerta se abrió de un chirrido.

    Judith dos Osos apartó la mano del empalagoso adormecimiento de la pintura y entró libremente al bus, aun soñando con Edmund Fitzgerald.

    El bus se cerró detrás de ella. Si hubo un grito fue ahogado por la oscura solitaria noche del norte de las casas de Canadá. Empezó a nevar, suaves y gordos copos de nieve que prometían una fuerte tormenta por venir. Los copos de nieve se derretía mientras se deslizaban por las rejas sonrientes del bus en la oscuridad de la noche.       

    Fergus McTavish apareció en la taberna, una larga hora tarde.

    Mañana del miércoles 6:00 am

    Sprague Deacon pasó a su banda derecha quien se hundió por a la izquierda, rodó hacia la izquierda y tiró hacia la red contraria. El portero desvió perfectamente el gol, pero Sprague no sería detenido, jugando, yendo hacía el ataque y con fuerza, disparó el disco como un monstruo de pura determinación. Como un destello sus cuchillas silbaron sobre el hielo como si hubiera atado dos pares de culebras de acero azul congeladas.

    La defensa derecha se interpuso en su paso. Sprague observó el palo como una guadaña que pasaba unos centímetros más allá de su garganta. El árbitro no pitó la jugada, quizás porque no hubo contacto.

    Sprague no le importó un comino. El público estaba desparramando un montón de gritos salvajes. La pista era tan ancha como un mar blanco congelado.  Estrechas cicatrices y huellas cortadas por el borrado por la máquina de pulido de hielo silencioso.

    No soy nada más que un par de patines y un palo, pensó Srague.

    Levantó su palo a media altura de la muesca atrás. Como un pistolero martillando con un colt y después golpeó el disco.

    ¡Gol!

    La pista frisaba sus dientes con una sonrisa permanente congelada mientras gritaba despierto.

    Ese es el maldito desgraciado

    Sprague Deacon abrió los párpados y dejó entrar por la mañana por pocos.

    Se acostó ahí viendo hacia el techo, contando su respiración. Inhalando, exhalando, adentro, afuera. Espero hasta encontrar el ritmo perfecto, un poco fuera de sintonía de las olas del Atlántico que surgieron para asediar su casa más allá de la playa.

    Puso su mano detrás de sí mismo.

    Maldición

    El colchón está mojado de nuevo.

    ¿Hasta esto he caído?

    Mierda

    Por lo menos si no hubiera caído hasta esto.

    No todavía.

    Sprague Deacon se sentó en el cajón de la cama que tres años antes Helen le había hecho comprar, antes de que las paredes de su propio corazón se dañaran y dejan entrar la humedad entrar, solo habían sido tres años. El colchón de seis años apestaba a pedos and saliva y orina rancia y fresca, además del tabaco que nunca le permitió fumar cuando todavía estaba viva.

    Levanto sus piernas, las balanceaba hacia la orilla y las dejó ir, dejando el impulso llevárselo para levantarse.

    Encendió su primer cigarrillo de la mañana, metió los pies en las gomas de mascar que tenía a la par de la cama y salió pisando fuerte, desnudo como un recién nacido. En invierno o verano, dejaba que el peso de las botas lo llevaran a la playa, donde se paraba respirando la sal y el rugido de las olas apoyando las manos sobre las

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