Amor en carnaval
Por Trish Morey
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Se suponía que la espontánea invitación del príncipe Vittorio a Rosa, una tímida doncella de hotel, debía acabar en el baile de carnaval más exclusivo de Venecia. ¡Pero la química instantánea que surgió entre ellos terminó en un apasionado encuentro! Aquel debía ser el último momento de placer de Vittorio antes de que el deber lo llevara a casarse y tener un heredero. Pero ¿sería suficiente una noche con aquella inocente mujer para saciar su deseo por ella?
Trish Morey
USA Today bestselling author, Trish Morey, just loves happy endings. Now that her four daughters are (mostly) grown and off her hands having left the nest, Trish is rapidly working out that a real happy ending is when you downsize, end up alone with the guy you married and realise you still love him. There's a happy ever after right there. Or a happy new beginning! Trish loves to hear from her readers – you can email her at trish@trishmorey.com
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Amor en carnaval - Trish Morey
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www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2019 Trish Morey
© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Amor en carnaval, n.º 2803 - septiembre 2020
Título original: Prince’s Virgin in Venice
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1348-691-8
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Epílogo
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Capítulo 1
EL PRÍNCIPE Vittorio D’Marburg de Andachstein estaba harto. Aburrido. A pesar de ser el punto álgido de la temporada de carnaval en Venecia, a pesar de que iba de camino a la fiesta más exclusiva del festival, el príncipe playboy no podía ignorar la abrumadora sensación de frustración que le permeaba la piel y le calaba hasta los huesos.
O tal vez fuera el frío de la espesa niebla de febrero que le aguijoneaba la piel lo que provocaba que tuviera unos pensamientos tan cínicos respecto al carnaval. Era una niebla que convertía en invisible la mágica ciudad precisamente cuando las calles y los estrechos puentes estaban más abarrotados que nunca con oleadas de gente disfrazada compitiendo por un poco de espacio disponible, hombres elegantemente ataviados y mujeres para quienes la niebla no podía aguar el ambiente de emoción y la energía que acompañaba al carnaval.
Parecía como si la ciudad se hubiera desatado y fuera a celebrar la fiesta con niebla o sin ella.
Vittorio se abrió paso a través de la interminable oleada de personas agitando la capa a su paso. Cada minuto que pasaba estaba de peor humor.
La gente se apartaba sin saber por qué para dejarle paso. No pensó mucho en ello. Tal vez se debiera al disfraz de guerrero, una cota de malla y cuero azul adornada con brocado y cadena de oro, o quizá se debiera a su actitud como dispuesta a la batalla. En cualquier caso, era como si pudieran leer la hostilidad de su mirada mientras se dirigía a la fiesta más exclusiva de la noche.
Y todos podían verle los ojos. Vittorio había renunciado a jugar a ocultarse cuando era niño. No tenía sentido. Todo el mundo sabía siempre que era él quien se ocultaba tras la máscara.
Sus pasos se ralentizaron antes de llegar a la plaza que albergaba el Palazzo de Marigaldi. Normalmente, se hubiera sentido aliviado de llegar a su destino y escapar de la multitud… pero su padre acababa de darle hacía unos minutos por teléfono la noticia de que la condesa Sirena Della Corte, hija de uno de sus viejos amigos, iba a asistir casualmente al baile.
Vittorio resopló, tal y como había hecho cuando su padre se lo contó. Dudaba mucho que fuera «casualmente».
«Oportunamente» sería una palabra mejor. La mujer era una víbora humana envuelta en ropa de diseño que esperaba obtener un título nobiliario… algo que conseguiría si se casaba con él. Y su padre, a pesar de las enérgicas protestas de Vittorio, la había animado a perseguir su desesperada ambición. No era de extrañar que no tuviera ninguna prisa en llegar. No era de extrañar que, a pesar de haberle asegurado a su buen amigo Marcello que nada impediría que asistiera a la fiesta de aquella noche, el entusiasmo de Vittorio se había desvanecido desde la llamada de su padre.
Había ido a Venecia pensando que el carnaval le ofrecería una escapatoria a la asfixiante atmósfera del palacio y las interminables demandas del anciano príncipe Guglielmo, pero al parecer le habían hecho una encerrona con la condesa Sirena.
La apuesta de su padre para convertirse en su próxima esposa.
Pero tras la experiencia de su primer y fallido matrimonio, Vittorio no estaba dispuesto a que volvieran a darle órdenes en lo que se refería a con qué mujer debería compartir su cama matrimonial.
Cada vez había más gente, se acercaba la hora de las fiesta, y la emoción de los presentes estaba en contraposición con sus oscuros pensamientos. Era un hombre fuera de lugar y fuera de tiempo. Era un hombre que tenía el mundo a sus pies y el destino pisándole los talones. Era un hombre que quería ser capaz de tomar sus propias decisiones, pero estaba maldecido por el legado de su nacimiento y su necesidad de satisfacer a otros antes de poder dedicarse a sus propias necesidades.
Y Marcello era su amigo más antiguo, y le había prometido que estaría allí.
Algo le llamó entonces la atención. Un destello de color entre la multitud, un estallido estático de bermellón entre el desfile en movimiento de disfraces, el atisbo de una rodilla y de una mandíbula alzándose, como brochazos de un retrato al óleo en medio de un torbellino de acuarelas.
Vittorio entornó la mirada mientras obligaba sin palabras a que la gente se apartara. Cuando la multitud obedeció, captó el destello de una cascada oscura de cabello ondulado cayendo por un hombro y vio a la mujer girar su rostro enmascarado hacia cada persona disfrazada que pasaba, buscando a través del corto velo de encaje negro que le cubría la mitad de la cara.
Parecía perdida. Sola. Seguramente sería una turista que había caído víctima del entramado de las calles y canales de Venecia.
Vittorio apartó la vista. No era su problema. Tenía un lugar al que ir, después de todo. Y, sin embargo, sus ojos escudriñaron la plaza. Nadie parecía como si hubiera perdido a alguien y la estuviera buscando.
Volvió a mirar y durante un instante no la encontró, y pensó que se había ido hasta que pasó un grupo de arlequines con sombreros de cascabeles. Y entonces vio cómo ella levantaba la mano y se la llevaba a la boca pintada.
Estaba perdida. Sola. Y tenía ese tipo de belleza inocente y vulnerabilidad que le atraían.
Y de pronto Vittorio ya no se sintió tan aburrido.
Capítulo 2
PERDIDA en Venecia, Rosa Ciavarro sintió el pánico bombeándole con fuerza en las venas mientras se abría paso entre la riada de gente disfrazada que ocupaba el puente y lograba encontrar un trozo de espacio libre a un lado del canal. Trató de recuperar el aliento y calmar su acelerado corazón. Pero nada podía calmar sus desesperados ojos.
Miró a través del velo de encaje en busca de una señal que le dijera dónde estaba, pero cuando logró distinguir el nombre de la plaza, no le dijo nada ni le dio ninguna pista de dónde se encontraba. Escudriñar los rostros de las personas con las que se cruzaba para intentar reconocer a alguien, también resultaba inútil. Era imposible saber quién era quién cuando todo el mundo estaba disfrazado.
Rosa alzó la cabeza hacia el cielo negro como la tinta envuelto en niebla y se abrazó a sí misma mientras exhalaba un profundo suspiro. Todo era inútil, y había llegado el momento de dejar de buscar y afrontar la verdad. Había cruzado ya demasiados puentes y doblado demasiadas esquinas en un vano intento de encontrar a sus amigos, y ya no cabía ninguna posibilidad de que se encontraran ahora. Era la última noche de carnaval y la única fiesta a la que se podía permitir ir, pero ahora estaba perdida en un puente envuelto en niebla en algún rincón de Venecia.
No tenía sentido.
Rosa se arrebujó en el interior de la capa. Hacía mucho frío. Pisó con fuerza el pavimento de piedra para calentarse las piernas y lamentó no haber elegido algo más cálido que el vestido tan fino con hombros al aire y escote.
–Vas a estar bailando toda la noche –protestó Chiara cuando Rosa sugirió que debería vestirse más acorde con el clima–. Hazme caso, si vas más abrigada te vas a asar.
Pero Rosa no se estaba asando ahora. Tenía muchísimo frío. Y por primera vez desde hacía tantos años que no podía ni recordarlo, sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas. Parpadeó. No era de las que lloraban. Se había criado con tres hermanos mayores que se burlaban sin piedad de ella si lo hacía. Cuando era niña aguantó estoicamente todo tipo de caídas, heridas y rodillas desolladas cuando insistía en acompañarlos en sus aventuras. Sin llorar jamás.
Pero nunca se había visto separada de sus amigos y perdida en las laberínticas calles de Venecia en la noche más festiva del año sin la entrada y sin forma de ponerse en contacto con ellos. Seguro que incluso sus hermanos entenderían que derramara una lágrima o dos de frustración.
Especialmente si supieran la gran cantidad de dinero que se había gastado en la entrada.
Cerró los ojos y se arrebujó en la capa, sintiendo cómo el frío helado del invierno le atravesaba los huesos. La resignación dio lugar al arrepentimiento. Tenía muchas esperanzas puestas en aquella noche. Una noche excepcional en medio del carnaval. Una oportunidad de fingir que no era simplemente una trabajadora más en un hotel que limpiaba los restos de los turistas que visitaban la ciudad. Una oportunidad de formar parte de las celebraciones en lugar de limitarse a mirar desde la barrera.
Pero le había costado mucho dinero. Menudo desperdicio. Y solo podía culparse a sí misma de verse en aquella situación.
Le había parecido muy buena idea cuando Chiara se ofreció a llevarle el teléfono y la entrada en su bolso. Después de todo, iban a la misma fiesta. Y había sido una buena idea hasta que un grupo de ángeles con enormes alas blancas se cruzaron con ellos en un puente