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La imaginación: El taller de la mente
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La imaginación: El taller de la mente
Libro electrónico92 páginas52 minutos

La imaginación: El taller de la mente

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Si es que existen las historias y los relatos es porque, gracias a sus facultades imaginativas, los seres humanos han sabido crear dimensiones alternativas dentro de la amplia superficie de realidad que habitan. La fascinación por las narraciones, en todo tipo de lenguaje, resulta un foco de permanente atracción para la mente, la que a su vez no puede dejar de preguntarse por esta asombrosa capacidad. Es justamente aquella visión curiosa, novedosa y renovadora, la que permite a las audiencias, los observadores, los espectadores y los lectores, sumarse a las aventuras propuestas por los horizontes de ficción, o mirar el mundo a través de un caleidoscopio fantástico donde lo que desplaza es precisamente un final –que, por lo demás, es el movimiento (virtual) implícito en todo relato.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento2 may 2020
ISBN9789569058332
La imaginación: El taller de la mente

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    La imaginación - Pablo Chiuminatto

    invención

    1. Una puerta secreta

    ¹

    Si es que existen las historias y los relatos es porque, gracias a sus facultades imaginativas, los seres humanos han sabido crear dimensiones alternativas dentro de la amplia superficie de realidad que habitan. La fascinación por las narraciones, en todo tipo de lenguaje, resulta un foco de permanente atracción para la mente, la que a su vez no puede dejar de preguntarse por esta asombrosa capacidad. Es justamente aquella visión curiosa, novedosa y renovadora, la que permite a las audiencias, los observadores, los espectadores y los lectores, sumarse a las aventuras propuestas por los horizontes de ficción, o mirar el mundo a través de un caleidoscopio fantástico donde lo que se desplaza es precisamente un final —que, por lo demás, es el movimiento (virtual) implícito en todo relato.

    La capacidad de ficción es poseedora de sus propias magnitudes fuera de las leyes del mundo real, una geometría distinta, donde desde sus propios ángulos y directrices es posible no solo crear mundos alternativos, sino también compartirlos y acoplarlos a todo lo que la experiencia ya ofrece y que, a su vez, está compuesto por ese mismo mundo levemente mutado que nace de la imaginación. Quizás por esta misma razón es que solemos identificar al libro como el dispositivo primordial de transmisión cultural de los últimos siglos, acceso privilegiado a la diseminación de las herramientas y capacidades que la imaginación acarrea, aunque sabemos bien que hay otras y cada día se suman más. Como dijo el escritor de literatura infantil Mac Barnett: un buen libro es una puerta secreta;² y, efectivamente, tanto para las ciencias como para las artes, esta puerta secreta, cuando es positiva, provee de un cosmos de combinaciones que se transforma en un motor resolutivo de las preguntas que plantea la enigmática relación existencial humana, tanto física como psicológica. De ahí la costumbre de que, cada vez que queremos resolver o comprobar una pregunta o duda, volvamos a esas fuentes, a las enciclopedias, a los libros. Antes precisamos que esa puerta debe ser en clave positiva, porque como demuestra la vida real —así como gran parte de las creaciones narrativas más relevantes de la cultura—, la imaginación también puede estar al servicio de la negatividad y, más precisamente, del mal.

    Pero volvamos al lado luminoso. Steven Pinker se pregunta por qué los seres humanos tienen la habilidad de perseguir hazañas de abstracción intelectual como la ciencia, la matemática o la filosofía. Y nos sugiere que:

    […] el puzzle puede resolverse con dos hipótesis. La primera es que los humanos evolucionaron […] un modo de sobrevivencia caracterizado por la manipulación del ambiente a través del razonamiento causal y la cooperación social. La segunda [tiene que ver con] las facultades psicológicas que evolucionaron […] mediante los procesos de abstracción metafórica y de combinación productiva. Ambas se manifiestan vívidamente en el lenguaje humano.³

    Esta capacidad de abstracción y de combinación metafórica productiva que ha evolucionado con el cerebro humano y que se manifiesta a través del lenguaje (en un sentido general, no solo verbal), es la base de la imaginación y la creatividad. Por ejemplo, animales hambrientos han evolucionado para producir defensas tales como armas, mayor velocidad o sigilo, y órganos, como el hígado, capaz de neutralizar plantas venenosas. Esto, a su vez, significa la selección de mejores medios de defensa, lo que por contrapartida contribuye al desarrollo de una mejor ofensiva, y así, dentro de una carrera coevolucionaria, conlleva el escalamiento durante muchas generaciones de aquello que llamamos la selección natural.⁴ Dentro de esta carrera, los elementos adaptativos que caracterizan al ser humano son fundamentales para comprender el surgimiento de la imaginación: ¿cómo es que desde un órgano material como el cerebro emergen la ciencia y el arte y, dentro del arte, el contar historias? ¿Se hallan relacionadas las estrategias arcaicas de caza, con las maniobras militares de Alejandro Magno, con los sonetos de Petrarca, y las ecuaciones relativistas de Einstein? Para no ser tan patriarcal, también podemos organizar un itinerario femenino similar y preguntarnos por la relación entre las técnicas de los textiles arcaicos, el poder de Cleopatra, los poemas de Safo y las investigaciones de Marie Curie.

    La imaginación es un concepto complejo por sus acepciones que la ligan no solo a la facultad mental abstracta e inmaterial, sino también a aquella que remite a la creación material de imágenes en distintos formatos. Actualmente, a pesar de la profusa presencia y rol que tienen las imágenes en la cotidianidad, sigue vigente la sensación histórica de predominio y exclusividad del lenguaje verbal sobre el lenguaje visual. Sin embargo, esta relación de predominio está mutando hacia una complementariedad multimedial o, como también se le ha llamado, multimodal.⁵ Y aunque este ensayo está dedicado a la imaginación en general, es decir, como facultad integrada, es importante reconocer que ella no existe en una dimensión unitaria, sino que es siempre cinestésica —a pesar de que los modelos racionales más estrictos hayan luchado durante siglos por darle la primacía a una imaginación más racional que sensible, más verbal que visual, sin imágenes y por sobre todo sin afectos. Nada de esto es posible sin los afectos. Pero nunca faltan aquellos intelectuales que se apresuran a generar categorías excluyentes y que retornan a la marginalización de lo sensible para entronizar exclusivamente lo racional. La imaginación al vacío o sin imágenes, puramente conceptual, es una de esas murallas. Afortunadamente

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