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Futuro esplendor: Ecocrítica desde Chile
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Libro electrónico212 páginas3 horas

Futuro esplendor: Ecocrítica desde Chile

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La Ilustración y la primera Revolución Industrial permitieron la consolidación del avance mundial de una concepción errada de la Naturaleza como algo externo, como un afuera posible de explorar y explotar hasta el agotamiento. Este avance voraz nos ha conducido, en un par de siglos, a una situación radical donde la relación de los seres humanos y el medioambiente esté determinada por el "cambio global", del que el cambio climático no es más que una parte.
En la actualidad se vuelve patente cómo formamos parte de esa Naturaleza y cuánto dependemos de ella para sobrevivir; porque no somos dueños privilegiados o beneficiarios exclusivos de sus riquezas o sus dones.
Este libro explora aspectos diversos de la creación poética y literaria, desde Chile, en un siglo XX que, a través de autores como Gabriela Mistral, Nicanor Parra y Violeta Parra, entre otros, junto con algunas comunidades humanas, han proclamado con lucidez la necesidad de proteger la vida humana y más que humana en el planeta Tierra.
Estas voces, esta "ecocrítica desde Chile", como mostramos en este ensayo, se adelanta a la llegada de los movimientos ecologistas, incluso antes de lo que la academia ha llamado estudios verdes, humanidades ambientales o ecocrítica.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento6 mar 2020
ISBN9789569058318
Futuro esplendor: Ecocrítica desde Chile

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    Futuro esplendor - Andrea Casals Hill

    1983¹

    Preliminar

    La imperiosa necesidad de enfrentar el cambio climático con medidas concretas es también una realidad para Chile. Dadas las características geográficas que determinan al país, así como las circunstancias impuestas por el cambio global, es preciso sumarse a las naciones que lideran una nueva actitud ante la vida en todos sus niveles. Lo sabemos, apremia la urgencia de una agenda integrada donde las antiguas apelaciones del ecologismo se vuelven un principio clave para poder imaginar el porvenir. Día a día escuchamos con más frecuencia palabras técnicas, ya sea para adherir o contradecir esta necesidad global. Una fraseología concreta que, para quienes conocen de los temas asociados al cambio climático, abre las puertas a un giro en el destino catastrófico que vienen advirtiendo desde hace casi un siglo, no solo personas asociadas a la disciplina de la ecología, sino también otras voces. La apelación es bien concreta y busca que el mismo planeta no se convierta en una zona de sacrificio, para utilizar el epíteto con que se designan los lugares donde se emplazan empresas e industrias cuyos procesos contaminantes tienen como consecuencia el aniquilar, a corto o largo plazo, las características medioambientales amigables con la vida humana y natural.

    Recientemente en Chile los nombres de dos localidades de la zona central, Puchuncaví y Quintero, ocuparon todas las planas de la prensa. Dos lugares, originalmente asentamientos indígenas, uno costero y el otro un fértil valle interior, que —a poco correr del siglo XX— se convirtieron en la antítesis, en el infierno de la contaminación y la asfixia para sus habitantes. Hace muchos años que se sabía de esta situación, pero fue una intoxicación masiva, una leve alza en los niveles de contaminación con que esas comunidades han aprendido a vivir, lo que produjo la crisis y cientos de personas comenzaron a tener signos de envenenamiento. Tristemente, estos hechos no son sino avistamientos insulares de una cordillera sumergida, tan grande como nuestra geografía. Casos como el de Puchuncaví y Quintero no son más que la realidad cotidiana, donde pareciera que el Estado confiara en la capacidad de adaptación a los agentes y las condiciones. Es evidente que la vida moderna tiene procesos asociados al aumento de la población, la producción industrial, la alimentación masiva y la convivencia en grandes ciudades, que vuelven imposible un regreso radical a un pasado bucólico premoderno. Y, aunque sabemos que la vida humana deja una huella en su entorno, todas las señales indican la necesidad de cambiar la perspectiva ante la propia vida humana y la vida como un todo. Los eventos tecnológicos y sociales a partir del desarrollo industrial del siglo XIX y su diseminación mundial fueron un factor determinante. Desde la Ilustración y la Revolución Industrial, el paradigma recurrente es el de una Naturaleza concebida como algo externo, como un afuera donde todo, incluida la Naturaleza misma, es parte de los bienes, la producción, las materias primas, es decir, un commodity más. Algo que está en el mundo, simplemente disponible para su uso extractivo, ajeno a las condiciones propias de lo humano e iluminado por un halo de exotismo antropocéntrico que comienza a mostrar sus consecuencias.

    En la actualidad, se hace patente cómo formamos parte de esa supuesta Naturaleza externa y, paradójicamente, cuánto dependemos de ella para sobrevivir: no somos dueños privilegiados o beneficiarios exclusivos y excluyentes. Es evidente que han sido muchas las medidas que se han implementado tanto a nivel global, las naciones y los estados, así como parte de las comunidades y también de las personas de manera individual, muchos soñando con un giro que detenga el viaje a la distopía ambiental. Un extraño efecto en el que pareciera que guardamos secretas esperanzas de que un acto mágico y sobre todo tecnológico traiga nuevamente la armonía ante las urgencias de la reorganización del mundo.

    Se están tomando medidas, es evidente, pero, al parecer, estas resultan insuficientes para permutar el destino mundial si se continua, paralelamente, con el mismo ritmo de explotación de los recursos, la industrialización, las formas de vida y de convivencia que han convertido a esta civilización en la primera amenaza para la sobrevivencia del propio planeta. Este contexto que ha sido definido como una nueva época, el Antropoceno, tiene la característica de haber alcanzado una velocidad de cambio global que supera cualquier medida humana, que no sea efectivamente un giro radical respecto de la interacción con la Naturaleza.² Una posibilidad para las personas, por cierto, puede ser la de transformarse en un agente político y público que dé testimonio cotidiano de la urgencia que vive el planeta y, por lo mismo, la humanidad entera. Otra, es aportar desde un ámbito más individual, pero igualmente necesario, a las 3R: reducir, reutilizar y reciclar.³ Sin embargo, ambas posturas conllevan modelos de vida, de pensamiento y de acción que, a su vez, cuestionan el rol que los ciudadanos cumplimos en la sociedad y la forma cotidiana en que interactuamos. Nuestros hábitos y las costumbres asociadas a la cultura a la que pertenecemos ya no son propias de la sobrevivencia humana sino, precisamente, su principal enemigo; tanto respecto de ella misma, como considerando el medio que hace posible dicha interacción vital.

    En el caso de la academia, por otra parte, esta coyuntura, esta realidad, nos interpela respecto a aquella supuesta posición crítica que caracteriza históricamente a pensadores e intelectuales. Aunque esta vez, la causa está más allá de las polaridades políticas tradicionales de izquierda y derecha, dado que demanda una mirada más allá de los lindes de lo estrictamente social. Es preciso apelar a las condiciones globales de sobrevivencia, es decir, más que solamente a una cuestión humana. Se trata de condiciones que remiten a la urgencia de un comportamiento consciente, pero que al mismo tiempo obligan a reconsiderar forzosamente las circunstancias en las que se da la vida humana y el medioambiente que la permite. Esto, además, obliga a los grupos y las comunidades —a veces por medio de procesos lentos de transformación y en otros casos forzados por las evidencias de la catástrofe— a comprometer el quehacer mismo de los estudios y las investigaciones que se desarrollan en la academia con una causa prácticamente inédita. Se trata de un factor superior, quizás nunca antes visto, que es requisito de la posibilidad de la sobrevivencia misma. Para los intelectuales acostumbrados a pensar el mundo, no parece simple desplazarse a la duda distópica, ya no de la razón o de un dios, sino de las condiciones de vida que permiten el pensar, a la vez, las condiciones de la vida más que humana en el mundo. Un desafío complejo que podemos ejemplificar, volviendo al mundo antiguo, dado que a lo que nos enfrenta el cambio global es a ponderar problemas que van más allá de las contrariedades de la polis, de la pura convivencia intrahumana, sino que incluye a la Naturaleza como condición y, por lo mismo, implica la interacción con un ecosistema mayor. Es decir, la relación de toda la vida en el planeta, ahora sí como un oikos (hogar en griego) de todos. Pero de verdad de todos: objetos y sujetos, animales, seres humanos, vegetales, minerales y un largo etc. que alcanza esos amplios, pero no infinitos, reinos.

    En el caso de las humanidades, las artes y las ciencias sociales, su aporte, pero también su distancia y, por cierto, por mucho tiempo su indiferencia respecto de la realidad material que rodea la cotidianidad ambiental, implica una tardanza concreta. Tradicionalmente, como decíamos, lo que caracteriza la preocupación política han sido los problemas sociales y culturales, así como aquellos relacionados con el bienestar y la convivencia humana. Sin embargo, desde mediados del siglo XX con mayor énfasis, los temas propios del medioambiente y la ecología han alcanzado la primera línea, entre otros, en la discusión internacional. El efecto de la difusión de la energía nuclear (con los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki en 1945) además de la divulgación, por esos mismos años, de las investigaciones que demostraban las consecuencias del uso de métodos químicos para la optimización de la producción agrícola; nocivos no solo para los seres humanos sino también para el suelo y los animales, marcaron la irrupción de los temas ecológicos en la escena mundial. Han pasado más de siete décadas desde esos hechos y sus primeras consecuencias. Hoy, otros acontecimientos, a nivel micro y macro, marcan el incremento acelerado de eventos y cambios que demuestran la urgencia de una reacción mundial y organizada para asegurar un futuro común, amparados por la Naturaleza también común. Todos, la humanidad completa, está llamada a asumir los desafíos que plantea esta condición global, sin embargo, no faltan quienes dudan o incluso no se sienten parte ni de los afectados ni de la Naturaleza. Este principio, compuesto en proporción equivalente de arrogancia e ignorancia, tiene consecuencias.

    Las humanidades, las artes y las ciencias sociales no están fuera de este panorama que hemos descrito sucintamente. Tampoco se trata de imputar exclusivamente la indolencia al mundo intelectual o político, o quizás sí, salvo excepciones. Es preciso ahora buscar alternativas, proponer acciones en algunos casos, en otras —por el bien de todos— incentivar la inacción humana. Al mismo tiempo que es preciso evitar caer en algo que para la academia resulta ya una tradición y que se expresa en la paradoja del principio de propiedad temático, que supone el que los académicos asuman los temas y, junto a la novedad, se arroguen su origen y nacimiento, cuando en realidad, en general, estos temas han sido prefigurados por la literatura, la ficción, la poesía, o simplemente la ciencia.

    En el caso particular de los estudios dedicados a las humanidades ambientales en Chile, para definir un campo más amplio que simplemente el de la ecocrítica, aún experimentan la tendencia a presentarse o autodefinirse en una fase inaugural e incipiente, cuando en realidad ya hace más de cincuenta años que el tema está presente en la literatura especializada.⁵ Lo anterior, bajo el particular efecto o tendencia en la que la designación terminológica o de campo, realizada por la academia, pareciera crear las áreas del saber sin considerar un tiempo anterior.⁶ Esto demuestra la necesidad de identificar rutas paralelas entre el desarrollo de una línea de estudios en las humanidades ambientales, más general, asociada a la obra de autores no necesariamente especializados en el tema y aquella específica relacionada con la producción académica universitaria. En el caso de Chile, basta indagar en las bibliografías anteriores a la década de 1970 para reconocer las fuentes de dicho campo de conocimiento, las que venían con un impulso y una claridad patente respecto de su urgencia, incluso desde varias décadas antes. Especialmente a partir del texto de Rafael Elizalde Mac-Clure, La sobrevivencia de Chile, publicado por el Ministerio de Agricultura en 1958.

    Las humanidades ambientales integran así una relación multidisciplinar donde convergen, en un amplio arco, las ciencias junto a las humanidades y las artes, en pos de la reflexión y el apoyo de la agenda pública para el medioambiente.⁷ Por lo anterior, nos pareció importante converger en un libro que integrara las reflexiones en torno a los estudios ecocríticos, geopoéticos y medioambientales, ámbitos en que hemos colaborado desde el año 2010 y que han derivado en distintas publicaciones en revistas especializadas y capítulos de libros con su tradicional metodología y formato, el que —desgraciadamente— no invita a un público más amplio, fuera del propio ámbito académico. Con este libro buscamos presentar nuestra visión de algunos temas relacionados con las humanidades ambientales y aportar en el establecimiento de respuestas más concretas ante una crisis manifiesta, relacionada con el cambio global y que nos interroga día a día sobre las transformaciones socioculturales que urge implementar. Por cierto, en este libro no se encuentran soluciones específicas, pero sí reflexiones sobre la exigencia que vivimos, apelando a quienes aspiran a un futuro posible, más allá de lo exclusivamente humano, más allá de los desastres que se anuncian para el mundo. Precisamente, por medio de un recorrido a través de aquella escritura con conciencia ecológica de autores centrales en la poesía chilena, como Gabriela Mistral, Nicanor Parra y Violeta Parra entre otros; junto al pensamiento de figuras como Rafael Elizalde Mac-Clure y Luis Oyarzún.

    Este ensayo se divide en dos partes. En la primera, el capítulo 1, Aproximaciones conceptuales, presentamos un panorama amplio que introduce el movimiento ecologista contemporáneo desde su despertar a comienzos de la primera mitad del siglo pasado y su incorporación en la academia a través de la ecocrítica en el contexto de los estudios culturales. A continuación, en el capítulo 2, Ecologías y ecologismos, volvemos sobre el antecedente, la ecología, para luego ampliar el panorama del ecologismo mostrando un gran abanico de posibilidades: ecofilosofía, ecosofía, ecología integral, ecología profunda y las principales preguntas que estas líneas de pensamiento proponen. Al final de este capítulo, incorporamos a este diálogo el concepto de Antropoceno. En el capítulo 3, Poéticas alternativas desde el Apocalipsis, discutimos algunos ejemplos de trabajos imaginativos con inclinación ecológica, ecopoesía o ecopoieses y literatura indígena. En el capítulo 4, Lectura y escritura protoecologicas, introducimos los conceptos de mundo más que humano y nature writing, y revisamos las tensiones entre las nociones de campo y ciudad, paisajes oficiales y paisajes vernáculos, las sutiles diferencias entre la ecocrítica y los estudios culturales verdes para terminar con le pregunta respecto de qué idea de Naturaleza hemos heredado de nuestra matriz mestiza. En el capítulo 5, La Naturaleza: un concepto cercano y, sin embargo, distante, profundizamos en las tensiones que la ecocrítica, como área de estudio, va revelando, tales como la relación entre cultura y Naturaleza, y la problemática que el mismo concepto de Naturaleza representa. Para terminar la primera parte con el capítulo 6, Visión de mundo; visión de poetas, donde convocamos la representación de la cosmovisión mapuche en la poesía, la poesía performativa que se desplaza por el territorio, y la posibilidad de la poesía para contribuir al necesario cambio de paradigma. Así, tanto la poesía con vocación ecológica como la ecocrítica, ofrecen un espacio donde se encuentran la ética y la estética.

    En la segunda parte, en el capítulo 1, Ecocrítica: un término, varios conceptos, convencidos de su función como aparato crítico y su relevancia como fenómeno académico contemporáneo, retomamos la genealogía de la ecocrítica y los estudios culturales verdes para avanzar hacia el concepto de humanidades ambientales, y figurar la complejidad ecocultural que implica este tipo de análisis. En el

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