La vida de las plantas: Una metafísica de la mixtura
Por Emanuele Coccia
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Los vegetales encarnan el lazo más estrecho y elemental que la vida puede establecer con el mundo. Bajo el cielo y las nubes, mezclándose con el agua y el viento, su existencia es una interminable contemplación cósmica. Este libro se sitúa desde su punto de vista –el de las hojas, las raíces y las flores– para comprender el mundo ya no como un espacio universal que contiene todas las cosas, sino más bien como la atmósfera general, el clima, un lugar de verdadera mixtura metafísica.
Emanuele Coccia
Emanuele Coccia (Fermo, Italia, 1976) se doctoró en Filosofía Medieval en la Universidad de Florencia y es profesor de la École des Hautes Études en Sciences Sociales de París y de la Universidad de Friburgo en Alemania. Su obra, traducida a una decena de idiomas, es reconocida como una de las más originales dentro del pensamiento contemporáneo por su innovadora aproximación al vínculo entre las teorías de la imaginación y la naturaleza de los seres vivos.
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La vida de las plantas - Emanuele Coccia
Título original: La vie des plantes. Une métaphysique du mélange
© 2016, Editions Payot & Rivages
© 2017, Miño y Dávila srl / Miño y Dávila editores SL
© 2017, Gabriela Milone
Edición: Septiembre 2017
Código IBIC: HPJ
ISBN: 9788418095009
Diseño y composición: Gerardo Miño
Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
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Oficinas: Tacuarí 540
(C1071AAL), Buenos Aires.
tel-fax: (54 11) 4331-1565
Índice
I. Prólogo
Uno
De las plantas, o del origen de nuestro mundo
Dos
La extensión del dominio de la vida
Tres
De las plantas, o de la vida del espíritu
Cuatro
Por una filosolfía de la naturaleza
II. Teoría de la hoja. La atmósfera del mundo
Cinco
Hojas
Seis
Tiktaalik roseae
Siete
En pleno aire:
ontología de la atmósfera
Ocho
El soplo del mundo
Nueve
Todo está en todo
III. Teoría de la raíz. La vida de los astros
Diez
Raíces
Once
Lo más profundo son los astros
IV. Teoría de la flor. La razón de las formas
Doce
Flores
Trece
La razón es el sexo
V. Epílogo
Catorce
De la autotropía especulativa
Quince
Como una atmósfera
Matteo Coccia (1976 – 2001)
in memoriam
Es evidente que solamente hay una sustancia, que es común no solamente a todos los cuerpos sino también a todas las almas y los espíritus, y que no es otra que Dios. La sustancia de la que proviene todo cuerpo se llama materia: la sustancia de la que proviene toda alma se llama razón o espíritu. Y es evidente que Dios es la razón de todos los espíritus y la materia de todos los cuerpos.
David DE DINANT
This is a blue planet, but it is a green world.
Karl. J. NIKLAS
Uno
De las plantas,
o del origen de nuestro mundo
Apenas las mencionamos, su nombre se nos escapa. La filosofía las ha desatendido desde siempre, más por desprecio que por distracción.¹ Son el ornamento cósmico, el accidente inesencial y colorido que reina en los márgenes del campo cognitivo. Las metrópolis contemporáneas las consideran bibelots superfluos de la decoración urbana. Fuera de los muros de la ciudad, son los huéspedes –las malas hierbas– o los objetos de producción en masa. Las plantas son la herida siempre abierta del esnobismo metafísico que define nuestra cultura. El retorno de lo reprimido, del que es necesario liberarnos para considerarnos como diferentes: hombres, racionales, seres espirituales. Son el tumor cósmico del humanismo, los desechos que el espíritu absoluto no alcanza a eliminar. Las ciencias de la vida también las desatienden. La biología actual, concebida sobre la base de lo que sabemos del animal, prácticamente no tiene en cuenta a las plantas
;² la literatura evolucionista estándar es zoocéntrica
. Y los manuales de biología abordan las plantas de mala gana, como decoraciones sobre el árbol de la vida en lugar de formas que le han permitido a este árbol sobrevivir y crecer
.³
No se trata simplemente de una insuficiencia epistemológica: en tanto que animales, nos identificamos más inmediatamente con otros animales que con las plantas
.⁴Así, los científicos, la ecología radical, la sociedad civil se comprometen luego de decenios con la liberación de los animales,⁵ y la denuncia de la separación entre el hombre y el animal (la máquina antropológica de la que habla la filosofía⁶) se ha convertido en un lugar común del mundo intelectual. Por el contrario, parece que nunca nadie ha querido poner en cuestión la superioridad de la vida animal sobre la vida vegetal, y el derecho de vida y de muerte de la primera sobre la segunda: vida sin personalidad y sin dignidad, ella no merece ninguna empatía benévola ni el ejercicio del moralismo que los vivientes superiores sí alcanzan a movilizar.⁷ Nuestro chauvinismo animalista⁸ se rehúsa a superar un lenguaje de animales que no es apropiado para la relación con una verdad vegetal
.⁹ Y en este sentido, el animalismo antiespecista no es más que un antropocentrismo en el darwinismo interiorizado: ha extendido el narcisismo humano al reino animal.
Ellas no son tocadas por esta negligencia prolongada: ostentan una indiferencia soberana hacia el mundo humano, la cultura de los pueblos, la alternancia de reinos y épocas. Las plantas parecen ausentes, como perdidas en un largo y sordo sueño químico. No tienen sentidos, pero están lejos de estar encerradas: ningún ser viviente se adhiere más que ellas al mundo que las rodea. No tienen ni los ojos ni las orejas que les permitirían distinguir las formas del mundo y multiplicar su imagen en la iridiscencia de colores y sonidos que les acordamos.¹⁰ Ellas participan del mundo en su totalidad en todo lo que encuentran. Las plantas no corren, no pueden volar: no son capaces de privilegiar un sitio específico por relación al resto del espacio; deben quedarse allí donde están. El espacio, para ellas, no se dispersa en un tablero heterogéneo de diferencias geográficas; el mundo se condensa en la parte de sol y cielo que ocupan. A diferencia de la mayoría de los animales superiores, no tienen ninguna relación selectiva con lo que las cerca: están, y no pueden más que estar, constantemente expuestas al mundo que las rodea. La vida vegetal es la vida en tanto que exposición integral, en continuidad absoluta y en comunión global con el medio. Es para adherirse lo más posible al mundo que ellas desarrollan un cuerpo que privilegia la superficie por sobre el volumen: la ratio más elevada de la superficie sobre el volumen en las plantas es uno de sus rasgos más característicos. Es a través de esta vasta superficie, literalmente extendida en el medio, que las plantas absorben los recursos, diseminados por el espacio, necesarios para su crecimiento
.¹¹ Su ausencia de movimiento no es más que el reverso de su adhesión integral a lo que les sucede y a su medio. No se puede separar –ni físicamente ni metafísicamente– la planta del mundo que la acoge. Ella es la forma más intensa, más radical y más paradigmática del estar-en-el-mundo. Interrogar las plantas es comprender lo que significa estar-en-el-mundo. La planta encarna el lazo más íntimo y elemental que la vida puede establecer con el mundo. Lo inverso también es verdadero: ella es el observatorio más puro para contemplar el mundo en su totalidad. Bajo el sol y las nubes, mezclándose con el agua y el viento, su vida es una interminable contemplación cósmica, sin disociar objetos ni sustancias; o, para decirlo de otro modo, aceptando todos los matices hasta fundirse con el mundo, hasta coincidir con su sustancia. Jamás podremos comprender una planta sin haber comprendido lo que es el mundo.
Dos
La extensión del dominio de la vida
Viven a distancias siderales del mundo humano como la casi totalidad de los demás vivientes. Esta segregación no es una simple ilusión cultural sino que es de naturaleza más profunda. Su raíz se encuentra en el metabolismo.
La supervivencia de la casi totalidad de los seres vivientes presupone la existencia de otros vivientes: toda forma de vida exige que haya vida ya en el mundo. Los hombres tienen necesidad de la producida por los animales y las plantas. Y los animales superiores no sobrevivirían sin la vida que intercambian recíprocamente gracias al proceso de alimentación. Vivir es esencialmente vivir de la vida de otro: vivir en y a través de la vida que otros han sabido construir o inventar. Hay una suerte de parasitismo, de canibalismo universal, propio del dominio de lo viviente: se alimenta de sí mismo, no se contempla más que a sí mismo, lo necesita para otras formas y otros modos de existencia. Como si la vida en sus formas más complejas y articuladas no fuera más que una inmensa tautología cósmica: se presupone a sí misma, no se produce más que a sí misma. Es por esto que la vida parece explicarse solo a partir de ella misma. Las plantas representan la única grieta en la autoreferencialidad de lo viviente.
En este sentido, la vida superior parece no haber tenido relaciones inmediatas con el mundo sin vida: el primer medio de todo viviente es el de los individuos de su especie, incluso de otras especies. La vida parece deber ser medio de sí misma, lugar de sí misma. Solamente las plantas contravienen esta regla topológica de auto-inclusión. No tienen necesidad de la mediación de otros vivientes para sobrevivir. No la desean. No exigen más que el mundo, la realidad en sus componentes más elementales: las piedras, el agua, el aire, la luz. Ven el mundo antes de que sea habitado por las formas de vida superiores, ven lo real en sus formas más ancestrales. O, más bien, encuentran la vida allí donde ningún otro organismo la alcanza. Todo lo que tocan, lo transforman en vida; de la materia, del aire, de la luz solar hacen lo que para el resto de los vivientes será un espacio para habitar, un mundo. La autotrofía –es el nombre dado a este poder de Midas alimentario, aquel que permite transformar en alimento todo lo que toca y todo lo que es– no es simplemente una forma radical de autonomía alimentaria, es sobre todo la capacidad que tienen de transformar la energía solar dispersa en el cosmos en cuerpo viviente, la materia deforme y diversa del mundo en realidad coherente, ordenada y unitaria.
Si es a las plantas a las que es necesario preguntar qué es el mundo es porque ellas son las que hacen mundo
. Es, para la gran mayoría de organismos, el producto de la vida vegetal, el producto de la colonización del planeta por las plantas, desde tiempos inmemoriales. No solamente el organismo animal está enteramente constituido por sustancias orgánicas producidas por las plantas
,¹² sino que también las plantas superiores representan el 90% de la biomasa eucariota del planeta
.¹³ El conjunto de objetos y utensilios que nos rodean vienen de las plantas (alimentos, muebles, vestimenta, combustible, medicamentos), pero sobre todo la totalidad de la vida animal superior (que tiene carácter aeróbico) se alimenta de los cambios orgánicos gaseosos de estos seres (oxígeno). Nuestro mundo es un hecho vegetal antes de ser un hecho animal.
Es el aristotelismo el que primero ha advertido la posición liminar de las plantas, describiéndolas como un principio de animación y de psiquismo universal. La vida vegetativa (psychê trophikê) no era simplemente, para el aristotelismo de la Antigüedad y de la Edad Media, una clase distinta de formas de vida específicas o una unidad taxonómica separada de otras, sino más bien un lugar compartido por los otros seres vivientes, indiferentemente de la distinción entre plantas, animales y hombres. Es un principio a través del cual la vida pertenece a todos
.¹⁴
Por las plantas, desde el inicio la vida se define como una circulación de vivientes y, por esta causa, se constituye en la diseminación de formas, en la diferencia de especies, de reinos, de modos de vida. No obstante, no son