Leonardo da Vinci, filósofo del futuro: Ontología analéptica II
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Debemos otorgarle plena ciudadanía teórica al hecho de que Leonardo da Vinci fue uno de los más grandes filósofos del Renacimiento italiano, hasta el punto de convertirse, en realidad, en un auténtico espíritu especulativo cuyos descubrimientos alcanzan la cima de lo intempestivo, sólo reservada para los más audaces o quienes logran salir del dominio pesante del tiempo y tocar la eternidad del pensar sintiente. Esto significa que su obra no resultó inteligible ni para los seres hablantes de su tiempo ni para los del nuestro: es un filósofo que habrá de comprenderse en los Eones de una Humanidad futura si sobrevivimos a la Sexta Extinción cuya amenaza se cierne sobre todo el orbe.
Sin embargo, una aproximación filosófica a su obra es posible por medio del análisis riguroso de los principios que la rigen. Desde el punto de vista de la teoría, estos últimos revelan sus arcanos gracias al método del materialismo propio de la ontología analéptica. El lector tendrá entonces acceso a nuevas hipótesis explicativas de algunas de sus obras más excelsas y crípticas, así como también al carácter filosófico que anida en sus escritos, pinturas y dibujos y que nos permite entender enigmas que van desde el tejido de la cosmología hasta el destino de la técnica, desde la sexuación y el género hasta el transhumanismo y la Artificial Intelligence.
Por primera vez se propone, en un inesperado abordaje, una exégesis del pensamiento teológico-político de Leonardo frente a la herencia apocalíptica que rige el destino de Occidente en el ápice de su crisis civilizacional y se arriesga la apuesta de comprender qué puede ser la filosofía y, sobre todo, el éthos del filosofar en el tiempo presente.
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Leonardo da Vinci, filósofo del futuro - Fabián Ludueña Romandini
Diseño y composición: Gerardo Miño
Edición: Primera, Junio de 2023
Lugar de impresión: Barcelona / Buenos Aires
ISBN: 978-84-19830-18-0
E-ISBN: 978-84-19830-19-7
Depótiso Legal: M-18856-2023
© 2023, Miño y Dávila srl / Miño y Dávila editores SL
Código Thema: AGB [Individual artists, art monographs]; QDHH [Humanist philosophy]; QDTJ [Philosophy: metaphysics & ontology]; AGA [History of art]
Código BISAC: ART016020 [Individual Artists / Essays]; PHI046000 [Individual Philosophers]; PHI013000 [Metaphysics]; ART015080 [History / Renaissance]
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Oficinas: Tacuarí 540
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coleccionportadillaÍndice
Advertencia
Introito
1. Filosofía
2. ¿Qué es una vida?
3. Espíritus: La cosmo-filosofía y la naturaleza infusa
4. Fantasmas... o acerca del cuerpo analéptico
5. Imago. Ontología pneumático-materialista
6. Pictura
7. Speculum. Subversión de la archi-huella metafísica
8. Técnica
9. Metafísica del Eros
10. Mito y Naturaleza
11. Salvator Mundi. El destino teológico-político del artista como cartógrafo ultra-moderno del cosmos
12. El Eón del Apocalipsis como arcano último del destino planetario... o el advenimiento del Cordero Místico
Post Scriptum. Ahora vemos en un espejo…
Bibliografía
Agradecimientos
Nota tipográfica
Para Elsa Clara Dávila
portadilla2Quedaron atrás canales, góndolas y puentes, palacios góticos, genialidades de un Leonardo Da Vinci casi irreal, y máscaras ornamentadas con plumas, perlas y encajes, legado de un carnaval sin época
.
Elsa Clara Dávila, El cofre de ébano. Cuentos constelados, 2022: 38.
Sus contemporáneos pensaban que [Leonardo] estaba en posesión de una sabiduría sacrílega y misteriosa
.
Walter Pater, Notes on Leonardo Da Vinci, 1869.
"surgen así esos seres superiores a toda ponderación (Unfassbaren) e inimaginables (Unausdenklichen), esos hombres enigmáticos (Räthselmenschen) predestinados a la victoria (Siege) y a la seducción (Verführung), cuya expresión más admirable son Alcibíades y César […] y entre los artistas tal vez Lionardo da Vinci.
Friedrich Nietzsche, Jenseits von Gut und Böse, 1988 (1886ª): § 200.
Así corresponde a su grande alma [en referencia Leonardo] en estado de sublime iluminación, la excelsitud del águila suspensa ante los confines ulteriores en el azul perfecto de la inmensidad
.
Leopoldo Lugones, Elogio de Leonardo, 1925: 11
advertenciaAdvertencia
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Memorabilia
Cuando, a finales del siglo pasado, el nuevo milenio se aproximaba con sus incertinidades, pero también con sus añoranzas no exentas de mesticia que el tiempo desestimaría cruelmente para los destinos del mundo, un grupo de estudiosos, conducidos con omniscia maestría por José Emilio Burucúa iniciaba un camino que, en la Ultima Thule rioplatense podía parecer una aventura quijotesca: un seminario sobre la vida y la obra de Leonardo da Vinci. Por entonces, Burucúa era el Vicedecano de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y las sesiones del seminario tenían lugar en la Sala del Consejo Directivo, en atardeceres de interminable concentración estudiosa, cuando las intermitencias de la actividad de la Facultad nos permitían el uso común de aquel espacio o su incandescente extensión hacia el Tesoro de la Biblioteca de la Facultad donde se conserva una invaluable edición diplomática de Leonardo cuyos secretos Burucúa descorría ante nosotros.
La osadía de Burucúa iba a la par de su incircunscripta sabiduría digna de las hipocrénides a la hora de revelar los detalles más insospechados de la obra de Leonardo. Por entonces eran pocos los prestantes asistentes, aunque la abrumadora mayoría pertenecía a la joven y floreciente generación de profesores e investigadores de la Facultad que, junto a sus respectivos discípulos que el tiempo se encargaría de hacer llegar, constituyen hoy la flor y nata de los estudios del Renacimiento en la Argentina. Con todo, había lugar, por la generosidad del anfitrión, para algún alumno de grado. Mi carácter inconcuso de aquel entonces, propio de todo estudiante de un ambiente que fomentaba las inclinaciones hacia una autonomía de la que, evidentemente, todavía carecía, así como mi ímpetu de curiosidad, me llevaron a frecuentar el seminario y a aprender de los doctos cuando todavía faltaba tiempo para que obtuviera mi título de grado.
Aun así, por aquel entonces era beneficiario de una beca de la selecta Fundación Antorchas para la iniciación en la investigación sobre el Renacimiento italiano. Fue entonces cuando la filóloga Elena Huber me persuadió, con su infatigable amor por la labor erudita, de iniciar un estudio pormenorizado del Corpus Hermeticum que terminaría decidiendo los rumbos futuros de mis estudios doctorales en Europa bajo la dirección del eminente Roger Chartier del Collège de France y el magisterio de François Hartog de la École des Hautes Études en Sciences Sociales de París, exquisito discípulo del restringido grupo de Jean-Pierre Vernant, helenista que hizo de los estudios clásicos un lugar de rigurosidad, innovación y libertad que hoy se ha tornado completamente vacante.
Por cierto, las becas de la Fundación Antorchas eran en extremo difíciles de obtener, pero luego la libertad máxima era otorgada pues existía todavía la fe en el otro: no había informes de control, evaluaciones de desempeño ni fomento de la scientific paper obssession, una morbilidad ética que comenzaría a desarrollarse con más vigor en estas tierras ya entrado el milenio. Entretanto, en el seminario se inquirían textos, se escudriñaban manuscritos, se examinaban imágenes con una acribia de la que sólo Burucúa podía hacer gala. Ciertamente, el seminario fue conducido bajo la égida de los dos Héctores, Schenone y Ciocchini, ambos pilares insoslayables de un recorrido que tenía como horizonte permanente la obra de Ángel Castellán.
Gracias a ellos y, desde luego, al propio Burucúa, Aby Warburg fue una presencia tutelar en el camino y, por intermedio del erudito de la Kulturwissenschaft, asimismo Jacob Burckhardt se hizo presente como maestro pues, como no podía ser de otro modo, el cuadro que Burckhardt hizo del Renacimiento estaba impregnado de un entusiasmo admirativo que se propagó a varias generaciones de historiadores
(Burucúa, 2019: 7). Fruto de aquel seminario llamado a permanecer in perpetuum en el recuerdo, el propio Burucúa, con inmarcesible generosidad, me honró con la publicación, como parte de un apéndice de un voluminoso libro de su autoría que hizo época, de un ensayo sobre Leonardo donde pude dar cierto orden a un conjunto embrionario de ideas previamente inconcinas que, desde entonces, no han dejado de ser objeto de mi preocupación existencial (Ludueña Romandini, 2001: 567-579). Se podría decir que, con ese seminario, cristalizó definitivamente mi pasión por el Renacimiento europeo. De igual modo, Leonardo que fue mi vía regia a la Italia de aquel período, no ha dejado de ser la dulcinea de mis constantes desvelos, el auténtico guía de perplejos de un mundo al que luego no he podido abandonar jamás.
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Alcances
El milenio trajo finalmente consigo la descomposición del mundo que, como candoroso estudiante, había sido mi territorio vivencial. El colapso civilizacional en curso obliga a mover la rueda del tiempo para volver sobre el inicio y meditar nuevamente sobre él a partir del desarraigo y la pobreza espiritual del tiempo presente. Ante los escombros, resulta imprescindible pensar en Leonardo como filósofo. Ciertamente, aunque las páginas que siguen arriesgan algunas interpretaciones nuevas sobre obras de Leonardo que, es nuestro anhelo, puedan suscitar bienhechoras resonancias entre los estudiosos, la matriz direccional es otra pues se trata de comprender en qué sentido y bajo qué lenguaje, la axiomática, sólo en apariencia fragmentaria, de la obra de Leonardo nos interpela a los seres hablantes que, en un ahora confuso, transitamos a ciegas hacia un mundo neotérico e inaudito.
Por tanto, nuestro análisis de diversos aspectos de la obra de Leonardo va desde el propósito de comprender qué significa una forma-de-vida hasta la sexuación, desde su concepción metafísica de la realidad, la naturaleza y el mundo de la técnica hasta sus proféticas prognosis teológico-políticas, sin soslayar su visión del apocalipsis que se yergue, imponente, sobre el conjunto de la civilización humana. De esta forma, buscaremos llevar adelante una pesquisa en la cual el objetivo último será indagar, entonces, qué es la filosofía para Leonardo y, sobre todo, otra pregunta que suele esquivarse cuando alguien se atreve a formular y escribir sobre la primera, es decir, qué es un filósofo y cuál es su ethos y su destino.
Entendemos que la concepción de Leonardo sobre el sentido de la filosofía y de la tarea del filósofo es de la más intemporal urgencia: en primer lugar, porque en su tiempo no fue comprendida sino apenas entrevista y, en segundo lugar, porque nuestra propia época aún no está preparada para asimilar las enseñanzas de Leonardo, pero puede ayudar a madurar los tiempos futuros en los que, quizá, esa misión sea relevada por otros seres hablantes capaces de dar el gran salto y la temeraria conversión etopoiética que Leonardo exige. Finalmente, la concepción global que Leonardo nos presenta puede poseer un nombre que, hasta ahora, no le ha sido asignado: aquí será el de materialismo analéptico.
Por ese motivo, el estudio del caso de Leonardo es un hito insoslayable en nuestra búsqueda por aprehender el sentido no sólo de su obra en cuanto tal, algo que sólo podemos intentar parcialmente, sino que, además, nos veremos inducidos a constituir su legado en un tránsito imprescindible para el camino que estamos desarrollando en el políptico que hemos bautizado bajo el nombre de ontología analéptica
y del cual este volumen constituye su segunda parte. Tratar aquí a Leonardo en cuanto caso implica, entonces, conocerlo en su singularidad tanto como transpolar su valor a una generalización que nos permita comprender los problemas filosóficos mayores de los que da cuenta en cuanto tales.
Este libro descansa, en consecuencia, sobre el siguiente presupuesto: la proliferación de las interpretaciones sobre la obra de Leonardo llevadas adelante, con suerte diversa, por parte de las más variopintas ramas de las ahora extintas Humanidades, han vuelto demasiado cercano y familiar a buena parte del corpus del Vinciano. Como efecto adverso, lo ha tornado igualmente opaco. Resulta, por tanto, una tarea de redención heurística el devolverle la extrañeza de la mirada transtemporal que, desde la cronología que le es propia, nos permita interrogar no ya el presente sino las profecías de los eones por venir. No se trata, de este modo, de reencontrar un original imposible cuanto de recuperar la capacidad de majestad ante la obra de uno de los creadores más inclasificables que ha dado la atribulada historia de los seres humanos. En suma, se trata de hacer de Leonardo, en cierta forma, un nuevo desconocido para luego contradecir el dictum escolástico que reza "ignoti nulla cupido".
firuleteintroitoIntroito
En remotos tiempos que hoy resultan completamente opacos para los seres hablantes del presente siglo, existió una humanidad entendida como universitas, es decir, como el cuerpo místico de un reino temporal sobre el cual velaba una ciudad divina. Se trataba de la ecclesia universalis. Otros la conocían como la respublica generis humani. Al menos desde Carlomagno en adelante, sus pilares parecían imbatibles y el argumentum unitatis irrefutable. La Anunciación de Rogier van der Weyden (hoy en la Pinacoteca antigua de Munich) o la Dalmática del Monasterio de Syon (hoy en el Victoria and Albert Museum) podían ser su encarnación figurada. El Ángel anuncia la llegada del Cristo como regente de un mundo jerárquico, un ordo escrupulosamente construido en torno a los esotéricos misterios de las Cruzadas del Grial.
El Domingo de Pascua del año 1146 Bernardo de Claraval tuvo el albur de esgrimir una prédica cerca del Santuario galo de Vézelay, en la Borgoña. Rememoró el sepulcro del Cristo muerto en la Cruz y de los infieles que lo retenían bajo su égida. Desgarró su hábito para convertirse en el heraldo de una nueva época que esperaba inundar con sangre el Oriente para hacer tronar el indómito grito en la prédica del Cruzado en Tierra Santa.
Con todo, Bernardo ignoraba que sus exaltados pronunciamientos, oscuramente, ya comenzaban a transformarse en los estertores de una época condenada a la extinción. El descenso de Bizancio para unirse al páthos arqueológico de la península itálica, produjo un cataclismo sin precedentes que, de manera fulminante, devastó los cimientos de la Edad Media. Al cataclismo se le asignaría oportunamente un nombre: Renacimiento. Los eruditos esfuerzos posteriores para intentar minimizar el impacto acuñando la idea de la existencia de Renacimientos
previos eludían lo esencial: el plural marca aquí acontecimientos parciales, sin duda dignos de la mayor atención pero que pertenecen todavía al Zeitgeist del Medioevo. La prueba es que el singular Renacimiento se reserva para el evento epocal, único en su género, que acarrea una catástrofe para el mundo precedente.
Se suele abonar la creencia de que Leonardo da Vinci fue uno de los más destacados agentes de esa mutación. La presuposición, sin ser falsa, tampoco es verdadera. Otra cláusula la determina: Leonardo no era el vate más encumbrado del Renacimiento sino, al contrario, el profeta de los eones que, más allá de la propia Modernidad ahora también completamente liquidada, anunciaba una filosofía inédita para los habitantes de Gaia que aún no han nacido. Todavía los fatigados siglos aguardan la gestación del mundo y de las formas-de-vida que puedan hacer suyo el legado del Vinciano.
firuletefilosofíaFilosofía
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Para Benedetto Croce la ciencia moderna se despega de la filosofía cuando desarrolla sus propios métodos de indagación de la naturaleza. De ese modo, la ciencia moderna entra en polémica contra la filosofía usurpadora
y reacciona frente a la arrogancia metafísica
. Sólo un lugar queda vacante para la filosofía: la búsqueda de una lógica del naturalismo
(Croce, 1910: 230). Sin embargo, si Leonardo fue un gran promotor directo de la ciencia moderna, estima Croce, en cambio fue un promotor indirecto de la filosofía moderna
y, en consecuencia, por metonimia, filósofo
. De allí que Croce lance un estigma contra quien intente proclamar a Leonardo como filósofo tout court; realizar un gesto semejante haría las veces de intercambiar la materia de la filosofía con la filosofía, la actividad particular con la teoría de la actividad, el hecho con la conciencia del hecho
(Croce, 1910: 231). Leonardo aparece así "extraño a ese modo de pensamiento [estrano al quel modo di pensiero] puesto que no puede ser colocado en compañía de
Platón, de Aristóteles, de Plotino, de Agustín o de Tomás de Aquino" (Croce, 1910: 232).
El terreno propio de Leonardo sería así la mecánica, la física, la cosmografía, la anatomía a las que abordaría, preferencialmente, desde el punto de vista de la experiencia. En ese orden puede entonces hablarse, respecto de Leonardo, de un filósofo natural
(Croce, 1910: 235-236) que reivindicaría la virtud educativa de la biografía
(Croce, 1910: 255). En estos aspectos, la estela de Croce ha tenido larga fortuna pues las interpretaciones del pensamiento de Leonardo en tanto filósofo se han dado, a partir de considerarlo un filósofo natural nutrido especialmente de la experiencia (Troilo, 1954; Ghita,