Leonardo, el polímata
Incluso en el contexto del humanismo renacentista, que no veía polaridades excluyentes entre las artes, las ciencias y los saberes cotidianos o menores, la figura de Leonardo da Vinci (1452-1519) resulta extraordinaria por su polifacetismo o, por decirlo en términos más precisos, su polimatía, palabra de origen griego que significa “sabiduría que abarca conocimientos diversos”. Así, un polímata es alguien que destaca en distintas ramas del saber —como la mayoría de los filósofos de la Antigüedad—o, lo que es lo mismo, un hombre del Renacimiento u homo universalis (expresión latina que podría traducirse como “hombre de espíritu universal”). Este concepto, hoy de uso común para referirnos a personas de muchos y variados talentos, fue acuñado por Leon Battista Alberti (1404-1472) seguramente pensando en sí mismo —no en vano fue arquitecto, sacerdote, matemático, poeta, criptógrafo, lingüista, músico y filósofo— y antes del surgimiento de Leonardo, pero a pocos hombres del Renacimiento les queda mejor el título que al genio florentino. Porque, a juzgar por sus propios escritos y obras y lo que dejaron dicho otros sobre él —sobre todo Giorgio Vasari en su Vida de los más excelentes arquitectos, pintores y escultores italianos de 1550, una fuente imprescindible para conocer a Da Vinci—, casi nada de lo humano le fue ajeno. Sus trabajos como pintor, anatomista, ingeniero y científico (y su curiosidad e inconstancia, que lo llevaron a emprender más que a acabar) son sobradamente conocidos, pero tuvo otros muchos intereses menos célebres e igual de fascinantes.
Un pensador de su tiempo
Uno de estos intereses fue la filosofía. Leonardo era un ferviente seguidor de la corriente filosófica naturalista proveniente del mundo griego, para la cual la naturaleza es el principio único de todo y no existen otras fuerzas y causas que las que estudian las ciencias naturales, que sirven para comprender las leyes que rigen nuestro entorno físico y, de este modo, las que nos rigen
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