Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

René Descartes: El método de las figuras: Imaginario visual e ilustración científica
René Descartes: El método de las figuras: Imaginario visual e ilustración científica
René Descartes: El método de las figuras: Imaginario visual e ilustración científica
Libro electrónico199 páginas2 horas

René Descartes: El método de las figuras: Imaginario visual e ilustración científica

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

El libro es una investigación sobre un aspecto poco difundido de la obra científica del filósofo René Descartes: la presencia de imágenes en sus tratados. Los estudiosos de su obra han omitido este particular: prácticamente no se ha dicho nada sobre ellas en casi 400 años.
Las imágenes son utilizadas como ejemplos para las nuevas demostraciones que el filósofo propone, y este libro expone la complejidad de las referencias visuales que están implicadas en lo que parece simplemente una solución gráfica para el apoyo o la demostración de lo que se busca establecer a través de las palabras. De este modo, imagen y palabra demuestran su propia modelación histórica y, por lo tanto, una cartografía particular de sus objetos de estudio, que incluye: la correspondencia del filósofo, la emblemática, los libros de anatomía, y las múltiples representaciones permitidas por la creciente industria de la imprenta.
Este recorrido evidencia la sobrevivencia de múltiples conceptos heredados de la antigüedad, lo que probablemente explica la omisión y la distancia respecto de las ilustraciones cartesianas que ha caracterizado a los seguidores de Descartes, temerosos de que esa relación con el pasado desacredite a la figura del filósofo, que encarna por excelencia la ruptura con la tradición.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento2 may 2020
ISBN9789569058349
René Descartes: El método de las figuras: Imaginario visual e ilustración científica

Lee más de Pablo Chiuminatto

Relacionado con René Descartes

Libros electrónicos relacionados

Filosofía para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para René Descartes

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    René Descartes - Pablo Chiuminatto

    2005.

    I

    El relato de las imágenes

    Durante una conferencia de Jean-Robert Armogathe en el seminario Il Mondo, desarrollado por el Centro Interdipartimentale di Studi su Descartes e il Seicento, en la Universidad del Salento, Lecce, en enero de 2008, tuve una revelación significativa para la investigación que iniciaba en Italia. Se trataba de un aspecto del estudio sobre René Descartes* que había intuido durante mis estudios de doctorado en Chile, pero que hasta ese momento no había podido formular concreta y conscientemente.

    En la discusión final de aquel seminario, J.-R. Armogathe vaticinó que tras algunos decenios, el escritor francés François Rabelais (1494-1562) sería estudiado no solo como literato, sino también como filósofo. Esta simple observación me permitió entender que en realidad mi investigación sobre Descartes podía desarrollarse desde un punto de vista análogo a aquel hipotetizado por Armogathe para Rabelais, pero opuesto: es decir, en vez de seguir la huella de un Descartes exclusivamente filósofo, seguiría aquella del intelectual, del escritor que proyecta un lector que lo lee en cuanto autor. Hipótesis no del todo ajena a los estudios cartesianos, dado que un sesgo similar ya se había dado durante el siglo XX, como es el caso del estudio de Pierre-Alain Cahné, entre otros del tipo, quien en 1980 publicó Un autre Descartes: Le philosophe et son langage, abriendo un camino para pensar un Descartes escritor¹. Línea que, para ser justos, había iniciado Paul Valéry (1871-1945), más de medio siglo antes, al ampliar el pensamiento cartesiano hacia espacios estéticos insospechados.

    La sugerencia indirecta de Armogathe me enfrentó a un panorama particular que, por un lado, comprendía un aspecto poco difundido entre las distintas perspectivas tradicionalmente asumidas en las investigaciones acerca de la obra de Descartes y, por otro, me permitía asumir un aspecto que me había fascinado desde que comencé a estudiarlo, como era la figura del autor, el científico y proyectista de los modelos conceptuales usados para la ejecución de la mayoría de las láminas de sus tratados científicos editados en vida, determinantes para las ediciones póstumas de su obra científica. Esta nueva senda de investigación implicaba traspasar el límite entre el pensamiento de Descartes y las prácticas asumidas por él como autor, editor y divulgador de su filosofía. Es decir, como responsable de las decisiones estratégicas tomadas para la producción de sus libros, entendidos como dispositivos de transmisión de conocimiento.

    Esta conclusión produjo un desplazamiento en mi investigación, al poner en el centro elementos complementarios a los textos, como eran los diagramas y las imágenes de los tratados científicos, en particular aquellas utilizadas (casi un centenar) en la edición original del Discours de la Méthode (1637). Iniciaba entonces un recorrido al encuentro de estos objetos figurativos, que rápidamente excedieron los límites de la exégesis exclusiva de los textos de Descartes y demandaron un contexto ampliado que determinó no solo la lectura, sino el análisis de toda su obra y correspondencia, bajo un prisma iconográfico general. Fue así como intenté abrir el arco de investigación hacia otros ángulos, mediante el entrecruzamiento de diversos aspectos derivados de la visualidad científica que sostiene toda la colección de imágenes presentes en la obra de Descartes, así como la asociación con otras imágenes que forman parte de una peculiar historia que abarca desde las arte visuales hasta la fábrica de imágenes propia del trabajo científico, enmarcada por el umbral entre los siglos XVI y XVII.

    Simultáneamente, esta particular coyuntura que vincula al filósofo, al científico y al escritor, implicó seguir una dirección centrada en la identificación de las decisiones del autor, y, por tanto, proyectar un criterio general que permitiera, a través de la lectura de esas imágenes, establecer un parámetro de análisis capaz de volver legibles estos objetos propios del trabajo científico. De este modo, trabajé en la identificación de elementos representativos del contexto iconográfico de la época, buscando ir más allá del estudio circunscrito al interior de los mismos tratados, cuidando, al mismo tiempo, de no enajenarlos del principio demostrativo que los regula en cuanto ejemplos, prueba u objeto de trabajo científico idealizado en su modelo gráfico². Este criterio iconológico tenía como objetivo establecer un ámbito referencial que, al mismo tiempo, permitiera interpretar el conjunto de imágenes de los tratados de Descartes como si se tratase de un repertorio representativo del ejercicio mismo de la demostración científica en su obra, a través de las láminas que apoyan la lectura de su primer libro, así como de algunos ejemplos extraídos de sus textos póstumos. De manera que se pueda dimensionar el grado de influencia de estas decisiones gráficas del autor en sus editores posteriores.

    Descartes reconoce la dificultad que representa la diferenciación entre mundo y representación, y establece algunas premisas sobre el tema en determinados momentos de sus escritos. A modo de ejemplo, leamos un pasaje de la Dioptrique, publicada junto al Discours de la méthode (1637):

    Vemos así que los grabados, realizados solamente con un poco de tinta esparcida por aquí y allá sobre un papel, representan bosques, ciudades, hombres e incluso batallas y tempestades. No obstante, de las infinitas características que nos hacen concebir estos objetos, no hay ninguna, a excepción de la figura misma, a la cual se asemejen. Pero también aquí se trata de una semejanza muy imperfecta, visto que, sobre una superficie plana, estas imágenes representan cuerpos tanto en relieve como en profundidad, y además, conforme a las reglas de la perspectiva, frecuentemente representan círculos a través de óvalos, en vez de representarlos con otros círculos, y cuadrados mediante rombos, en vez de con otros cuadrados, y así para todas las demás figuras. Por lo tanto, para lograr imágenes más perfectas y que representen mejor un objeto, éstas no deben parecérsele³.

    Esta actitud crítica hacia la imagen la encontramos también en las Meditaciones Metafísicas (Meditationes di Prima Philosophia, 1641), así como en El Mundo (Le Monde, póstumo, 1677) y en las Reglas para la dirección del ingenio (Regulae ad directionem ingenii, póstuma, 1684); predisposición que será asumida por la tradición del cartesianismo como prueba extensiva de la condición negativa de la imagen, entendida como representación visual, al interior de su doctrina filosofica general⁴. Por este motivo, su pensamiento será identificado históricamente como parte del conjunto de doctrinas filosóficas idealistas que adscriben a una desconfianza general de la imagen en relación al conocimiento, tal como había sido establecido por la herencia del platonismo.

    En varios pasajes de sus obras, Descartes identifica con precisión algunas nociones fundamentales de su doctrina de la imagen, la relación entre las palabras y las cosas, la sensación y el pensamiento, la memoria, la imagen y, por cierto, la imaginación misma como principio de representación mental. Se establecen así los criterios generales que permitirán conocer con certeza aquella configuración del nuevo mundo de las verdaderas causas, reconocido bajo el criterio de mundus est fabula —sobre todo como modelo físico-matemático— claro y distinto. Es con estos criterios que, para Descartes, logramos alcanzar la verdad y acabar con los fantasmas heredados y aprendidos durante la infancia. Por lo tanto, será preciso suspender momentáneamente esta acepción de su doctrina de la imagen —tal como veremos—, mientras intentamos abrir espacio a otros objetivos de estudio al interior de la obra de este Descartes ampliado. Porque, más allá de la doctrina filosófica por él establecida, como escritor, utilizó ampliamente elementos gráficos, en concordancia con tantos otros tratados científicos, y requirió de ejemplos visuales para sus demostraciones.

    Es verdad que las imágenes usadas por él no son representaciones que busquen copiar la naturaleza de manera realista, como sí sería el caso del arte que Descartes critica en el fragmento antes citado. En su caso, se trata de esquemas, diagramas y modelos, los que, si bien pueden ser considerados estrictamente como elementos instrumentales de las demostraciones, al mismo tiempo, representan un material esencial para conocer más sobre las decisiones que Descartes debió asumir como autor y editor de sus propios textos científicos.

    La doctrina cartesiana de la imagen establece un criterio escéptico frente a las imágenes, aun cuando éstas aparezcan en sus libros y no puedan ser consideradas como elementos insignificantes, por cuanto ellas mismas son instrumentos que revelan, si no el imaginario del escritor, sí al menos aquel establecido por él junto a sus colaboradores durante la producción de sus libros. Adicionalmente, estos elementos visuales permiten medir aquella distancia que se establece entre teoría y práctica con las imágenes, dado que éstas, en cuanto ejemplos, deben igualmente mantener una relación estrecha con la realidad de las cosas que buscan representar, de modo de favorecer la comparación, como analogía visual. Cualquier ilustración científica se fundamenta sobre el mismo principio epistemológico general e instala una perspectiva similar a aquella que el mismo Descartes criticaba, al considerar que los artistas necesariamente deforman los objetos para representarlos bajo formas esquemáticas, más allá si éstos tienen como fin la comprensión de las causas o simplemente la descripción del mundo que representan. De esta manera, como en el caso de las reglas de la perspectiva visual, la ciencia transforma los objetos, tal como se hace en una comparación teórica, dado que cualquiera sea la elección implicada en la analogía, supone la necesidad de fijar la demostración en relación a un ángulo preciso, de acuerdo a su fin. Este ángulo —el que a partir del siglo XIX se llamará objetividad científica— por una parte, se manifiesta justamente en la transcripción icónica de las descripciones verbales deducidas del mismo modelo de analogía visual propuesto aquí, y, por otra, está sometido, como elemento del libro mismo, al juicio de los lectores y del propio autor, en tanto ilustración de la demostración científica que ofrece.

    Como concluye Blanchard, a propósito de la conducción retórica de este período en su libro L’optique du discours au XVII, debemos considerar que es el mismo filósofo quien exige continuamente a su lector la superación de los límites entre la doctrina y la materialización de ésta, dentro de la convención de un modelo conceptual entre filosofía y práctica, entre libro y escritura. Al mismo tiempo que es lo que posibilita el paso desde el mundo visible de la experiencia a aquel invisible del pensamiento⁵. Este modelo representativo, que distingue entre visibilidad científica e invisibilidad metafísica, exige un cierto tipo de participación subjetiva, por el hecho de que la ciencia inevitablemente necesita un plano práctico donde la mediación de los sentidos y la imaginación del lector son indispensables. Al margen de la desconfianza teórica preestablecida por ciertas doctrinas filosóficas —como precisamente sería el caso de Descartes— para transmitir el conocimiento cifrado tanto en el texto como en las imágenes.

    Podemos decir que nuestro filósofo demuestra cierta cercanía a su propia doctrina de la imagen solo en algunos momentos, puesto que en otros, por ejemplo aquellos que competen a la publicación de sus libros, debe contravenir sus propias premisas para establecer aquel otro fin necesario de la demostración, por medio de ejemplos claros en términos gráficos, es decir, visuales: la elocuencia del razonamiento.

    Descartes es antes que nada un filósofo, esto es indiscutible. Conocemos su pensamiento a través de sus escritos, los que permanecen como documentos de su investigación filosófica y científica, así como también de su vida como autor. Sus publicaciones son un testimonio fundamental de su trabajo como escritor y componen un conjunto bibliográfico de indudable riqueza.

    Al inicio del siglo XVII el libro había evolucionado de manera relativamente homogénea en toda Europa y las corrientes de transferencia establecidas por los impresores y sus cónsules económicos generaban una intensa circulación, tanto al interior como al exterior del continente. La disposición de Descartes frente al libro como instrumento de conocimiento es, en cierto sentido, ambivalente. Su postura es favorable cuando el libro es entendido como herramienta de divulgación, pero negativa cuando considera que permite la sobrevivencia de antiguas doctrinas, las que por el solo hecho de pertenecer al pasado

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1