Después de destruir el mundo millones de veces y de hipotetizar utopías bizarras y tiranías tecnocráticas, en la ciencia ficción surge un pequeño núcleo de historias "solarpunk": exploran la sostenibilidad ambiental, criticando al capitalismo predatorio e imaginando posibilidades de uso de recursos renovables y de inclusión radical». Valgan estas palabras, extraídas de la introducción a una recopilación brasileña de narrativa «solarpunk», para presentar este movimiento. La compilación tiene un título sugerente: Cómo aprendí a amar el futuro. Y de eso va, precisamente, este concepto que aúna arte y literatura, política y ecologismo. El optimismo está en su más profunda raíz. «¡Basta de imaginar futuros distópicos o postapocalípticos!», parecen gritar los autores de estos y otros relatos adscritos al género. En su lugar, proponen un mundo que ha dado con la solución al problema del cambio climático. En palabras de Alejandro Rivero-Vadillo, investigador del Departamento de Filología Moderna de la Universidad de Alcalá y uno de los escasos autores que, desde la academia, se ha interesado por el fenómeno: «Las ficciones "solarpunk", en las que se hace uso de unas estéticas y mensajes ecológicos poliédricos y heterogéneos, buscan visualizar futuros en los que la humanidad ha conseguido superar (o, por lo menos, sobrevivir) las inestabilidades climáticas generadas por la hiperindustrialización planetaria».
Porque el «solarpunk» es un subgénero de la ciencia ficción, sí, pero pretende ir más allá de eso. Es también una propuesta artística y urbanística; llega de la mano de unos determinados componentes estéticos y pone el acento en elalemán Ellery Studio, imbuido de la filosofía ecoactivista del «solarpunk». Allí trabajan mano a mano científicos y creadores visuales o literarios, ONG y organizaciones educativas, reuniendo propuestas para un futuro sin carbono y solidario: «Anticipándonos, entendiendo y actuando: damos forma al futuro», reza su página web. Algo parecido ocurre en el llamado Centro para la Ciencia y la Imaginación, perteneciente a la Universidad Estatal de Arizona, en Estados Unidos. Allí se reúnen escritores y artistas con ingenieros, científicos y tecnólogos: «El centro sirve como una red de ideas audaces y un motor cultural para el optimismo reflexivo», describe en su web. Podría ser una declaración de principios de cualquier texto «solarpunk», y algunos de sus miembros, como el escritor Andrew Dana Hudson, se adhieren sin matices al movimiento., que podríamos traducir como, es su primer relato adscrito al género. Y nos sirve para explicar ese prefijo «solar» que acompaña al movimiento. Hay una referencia evidente a la energía solar: renovable, gratuita y fácilmente aprovechable. Hay quien encuentra referentes actuales en movimientos existentes, como el que se ha producido en Puerto Rico a raíz del huracán Fiona, que causó grandes daños el año pasado. Los ciudadanos se movilizaron para promover el uso de la energía solar para hacer frente al desabastecimiento… y, de paso, «desafiar la política colonizadora de los actuales sistemas energéticos», como resume Stacey Balkan, asistente de la Cátedra de Literatura Ambiental y Ciencias Humanas en la Florida Atlantic University en un artículo titulado «¿Puede el solarpunk salvar el mundo?» Pone como ejemplo una organización surgida en la isla, llamada Queremos Sol: «Busca una sociedad basada, no en la escasez y la jerarquía, sino en la abundancia y la igualdad» Una frase que define a la perfección la vertiente más política del movimiento «solarpunk»: la solidaridad unida a un discurso anticapitalista y en contra de las energías no renovables. Hay más ejemplos: la compañía Verne Global, por su parte, apoya el tránsito, inherente al «solarpunk», hacia una energía cien por cien renovable. O la firma norteamericana Open Source Ecology, que comparte los diseños de máquinas industriales que desarrolla a través del código abierto. Porque la idea de comunidad es vital para el «solarpunk». Se oponen a menudo a la figura del héroe llamado a salvar el mundo: es el colectivo y la suma de acciones —reales, inmediatas— lo que logrará cambiar las cosas.