Nuevo catecismo para indios remisos
Por Carlos Monsiváis
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Carlos Monsiváis
Desde muy joven colaboró en suplementos culturales y medios periodísticos mexicanos. Estudió en la Facultad de Economía y en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México, y teología en el Seminario Teológico Presbiteriano de México. Asistió al Centro de Estudios Internacionales de la Universidad de Harvard en 1965. Gran parte de su trabajo lo publicó en periódicos, revistas, suplementos, semanarios y otro tipo de fuentes hemerográficas. Colaboró en diarios mexicanos como Novedades, El Día, Excélsior, Unomásuno, La Jornada, El Universal, Proceso, la revista Siempre!, Fractal, Eros, Personas, Nexos, Letras Libres, Este País, la Revista de la Universidad de México, entre otros. Fue editorialista de varios medios de comunicación.
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CARLOS MONSIVÁIS
NUEVO CATECISMO
PARA INDIOS REMISOS
CARLOS MONSIVÁIS
Nuevo catecismo
para indios remisos
La edición digital no incluye algunas imágenes
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Primera edición en Ediciones Era: 1996
ISBN: 978-968-411-524-8
Edición digital: 2013
eISBN: 978-607-445-166-5
DR © 2013, Ediciones Era, S. A. de C. V.
Calle del Trabajo 31, 14269 México, D. F.
Portada: Lámina de Francisco Toledo
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FRANCISCO TOLEDO
SERGIO PITOL
Índice
Parábola de la virgen provinciana y la virgen cosmopolita
Nuevo catecismo para indios remisos
Deja todo lo que tienes
Las dudas del predicador
La fábula que estuvo a punto de sorprender a Dios
De los malos consejos de la santa ira
El milagro olvidado
La herejía que se hacía pasar por Santa Doctrina
En la punta de un alfiler
La verdadera tentación
Quien no odie a los símbolos sólo conocerá la fe por aproximación
El aprovisionamiento de temas
El perseguidor que se convirtió en precursor
Qué le queda a un pobre sino volverse profano
Baños de pureza
El Gran hombre y su Amanuense
El hechicero del emperador
Fábula de la extraña moraleja que solicitaba una fábula devocional
La Vaca Sagrada y la Mentira Piadosa
Del refrán que fue piedra de tropiezo de la Fe
El Teólogo de Avanzada y su repertorio anacrónico
Estado de gracia
El común de los inmortales
El apetito de evangelización
Si no quieres que se deformen, evita las tradiciones
El monje que tenía presentimientos freudianos
La desgracia que no vino sola
Cobrador de promesas
De cómo se malogró una gran hazaña
El Pecado que no conseguía ocultar a su Penitencia
La máquina que extirpaba deseos obscenos
El halo que nunca se posaba donde debía
Por qué no ascendí a la cumbre de la montaña
El misterio (teológico) del cuarto cerrado
El rezo desobediente
El placer de los dioses
El tesoro de Moctezuma
Teoría (frustrada) sobre el magnicidio
Sólo por demostración
De las dificultades para ejercer el mayor de los dones
Cambiadme la receta
Con esa condición los perdono
Fábula donde nada es relativo excepto lo absoluto
El santo que tenía mala clientela
Como escoria de plata sobre el tiesto
El ensayo del Juicio Final
El Chivo Expiatorio hubiera querido ser cualquier otra cosa
Va mi alma en prendas
Ya no quiere el Redentor del Mundo que se hagan milagros
Somos tu obra, Niño, nunca lo olvides
Parábola de la virgen provinciana y la virgen cosmopolita
Una virgen provinciana viajó a la gran ciudad a despedirse de su proveedor anual de obras pías que creía tener una leve enfermedad. Mientras lo buscaba, una virgen cosmopolita se desconcertó ante su aspecto conventual y misericordioso. ¿Tú qué sabes hacer?
, le preguntó con arrogancia. Tímida, la provinciana contestó: Nunca tengo malos pensamientos, y sé hacer el bien, y me gusta consolar enfermos y…
La cosmopolita la miró de arriba abajo: ¿Y en cuántos idiomas te comunicas con los ángeles?
Reinó un silencio consternado. Animada por el éxito, prosiguió la feroz inquisidora: ¿Puedes resumirme tu idea del pecado en un aforismo brillante?
Tampoco hubo respuesta. Exaltada, segura de su mundano conocimiento de lo divino, gritó la virgen cosmopolita: ¡Que me parta un rayo si ésta no es la criatura más dejada de la mano de Dios que he conocido!
Se oyó un estruendo demoledor y a su término la virgen cosmopolita yacía en el suelo, partida literal y exactamente en seis porciones. Con un rezo entre dientes, la virgen provinciana se despidió con amabilidad de los restos simétricos, prometiéndose nunca desafiar, ni por broma, a cielo alguno.
Nuevo catecismo para indios remisos
El indígena respondió con aspereza: –No, señor cura, de ninguna manera. A mí su Catecismo no me gusta.
El párroco pensó en llamar de inmediato al Tribunal del Santo Oficio, pero ese día estaba de buen humor y esperó.
–El Catecismo no está para gusto o disgusto de indios bárbaros y necios, sino para enseñar los mandamientos y preceptos sagrados.
–Pero no así, señor cura, no con esa rutina de preguntas y respuestas, que hace creer que en el cielo nos ven a los indios más tontos de lo que somos. Parece una ronda de niñitos: ¿Quién hizo los cielos y la tierra?
Y se responde a coro: Los hizo Dios
. ¿No será mucho mejor a la inversa? Dice usted: Fue Dios
, y contestamos: ¿Quién hizo a los indios, a los cielos, a los peces, a los conejos?
–Dios no está para que le reconstruyan su doctrina, ni a Él se le venera de adelante para atrás.
No hubo modo. El indígena persistió en su capricho, el párroco llamó a quien debía, el hereje se evaporó en las mazmorras y como nadie se atrevió a preguntar por él, nadie lo acompañó en su desdicha. Pero el sacerdote quedó perturbado y, ya solo, murmuraba: Es la carencia de todo
. Y lanzaba la pregunta correspondiente: ¿Qué es la nada?
Volvía a afirmar: Es carencia de todo en el sentido de materiales sobre los cuales trabajar, no en el de carencia de poder
, y se inquiría: ¿Y cómo puede salir algo, así sea la nada, de esa carencia?
Y se pasaba días y noches estudiando el Catecismo al revés.
Otro párroco que lo escuchó se inquietó demasiado, convencido de hallarse ante un juego muy impío. Como además ese curato era muy próspero, convocó a las autoridades correspondientes y, desaparecido el cura enrevesado, se fue a vivir en su lugar.
Por lo menos, allí se enseñó el Catecismo como es debido.
Deja todo lo que tienes
El marqués de Perera vio la Aparición y se arrodilló. ¡Cuán bella! Parecía tan viva, como iluminada a mano, así de prístina. Ya de hinojos, los destellos en su conciencia le insistieron en lo absurdo de vinos y francachelas, saraos y hembras de la disolución. Sintió el fuego en sus huesos y decidió abandonarlo todo, su dinero, su prestigio y el aprovechamiento de su apostura, para sustentar el resto de sus días en rezos, pobreza voluntaria, contemplación de las razones que tiene un místico para considerar al mundo espejo aborrecible.
Sin hacer alarde, se dispuso a una nueva madurez, regaló en secreto sus bienes, mudó su nombre a Fray Desprendimiento y partió a los caminos de la Nueva España para reconocer el mundo antes de predicar el amor y la renunciación. Dios lo compensó con largueza ofreciéndole una sucesión de señales altas, pruebas de que hay más cosas en la tierra y en el cielo de las que admite la credulidad.
Visitó la región donde ya sólo quedaban frailes mendicantes implorándose limosnas unos a otros, dedicados al duelo de escudillas vacías. Allí, los menos hábiles para ablandar el corazón de sus hermanos, morían de inanición.
Vislumbró al heresiarca que hablaba del oprobio de un Dios que construía templos en vez de hospitales, y le oyó apostrofar al Creador: Seas tú maldito por tu vanidad. Qué necesidad tienes de otro edificio a tu memoria
, y vio a un rayo reducirlo a cenizas, y el blasfemo se incorporaba y repetía sus denuestos, y de nuevo el rayo descendía y lo pulverizaba, y otra vez el profanador se levantaba y así hasta que los espectadores se dormían.
Se hospedó en la ciudad donde los seres no eran ni opacos ni transparentes y en donde nadie estaba seguro de la naturaleza de sus sentimientos ni de la índole de los ajenos; todos se causaban dolor y felicidad involuntarios, al nunca anticipar las reacciones ni entender los motivos.
Escuchó al Profeta Tempranero demandarle templanza a la Pecadora Repentina. El primero exhortaba a la castidad y la segunda se regodeaba soñando en las fornicaciones denegadas. Así transcurría su vida: el uno predicaba abstinencia y la otra extraía del sermón los elementos de su vigilia lúbrica.
Padeció al eremita que confundía sus hedores con el olor de santidad, se gloriaba en ello, respiraba conmovido la putrefacción de su cueva y les exigía a los demás hacer lo mismo. Y más de una beata pereció asfixiada fingiendo rostro de éxtasis.
Habló con el Creyente Casi Perfecto que cumplía con todos los mandamientos al revés.
Al cabo de estas experiencias, Fray Desprendimiento creyó oportuno iniciar su cruzada redentora. Pero los pobres no le creyeron, se indignaron ante sus finas maneras, lo llamaron mediatizador
y cosas peores y no acudieron a sus prédicas. Y los ricos lo odiaron por mezclarse con sus inferiores, por demagogo y soliviantador. Si nada tienen, ¿a qué van a andar renunciando? Exigirles generosidades y dádivas en su condición, es pedirles que transformen la burla en resentimiento.
Y enfurecidos lo mandaban arrojar de las inmediaciones de sus casas.
Fray Desprendimiento habló con Dios: Tú me hiciste tu siervo, y me has mostrado los linajes ocultos del planeta, pero no me has dado el don de convertir las almas a tu causa. Estoy cansado de ser tan sólo el testimoniador de prodigios
. Y por toda respuesta, se disipó el humo del incienso y oyó los cánticos de un coro de nahuales. Harto de las maravillas que le impedían edificarse en la monotonía, Fray Desprendimiento tiró su sayal, recuperó su nombre y pleiteó con la Iglesia la devolución de sus propiedades.
Las dudas del predicador
Enmienda tú, arcángel San Miguel, apóstol de