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Chile geopoético
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Libro electrónico184 páginas4 horas

Chile geopoético

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Esta publicación reúne veintiocho columnas del investigador, académico y escritor Miguel Laborde, con ilustraciones de Alejandra Acosta, publicadas en la revista La Panera. Sus textos dan cuenta de una serie de datos geográficos e históricos que permiten asomarse a ciertos rasgos distintivos de Chile desde los cuales se construye un relato del imaginario local. La geopoética como concepto nace como una herramienta para comprender y expresar nuestra relación con el mundo y el pensar a la Tierra. Considera la cultura como el modo en el que los seres humanos se conciben a sí mismos y se organizan y orientan. "Desde el punto de vista literario, un libro como este, que corrió el riesgo de ser concebido por la vía de la protesta en un lenguaje de pura comunicación, es, por el contrario, un libro poético, de excelente prosa, de gran riqueza de imágenes y sorpresas de lógica e ilógica. Su crítica al modelo de civilización vigente es lapidaria, pero de un furor contenido". Gastón Soublette
IdiomaEspañol
EditorialEdiciones UC
Fecha de lanzamiento1 dic 2019
ISBN9789561424838
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    Chile geopoético - Miguel Laborde

    hoy

    Prólogo

    Miguel Laborde, como pensador, ha seguido una trayectoria que, en los tiempos que se viven, constituye una poética del orden natural necesaria para enriquecer la cultura imperante en un mundo amenazado por un probable colapso del ecosistema planetario. Hombre de carácter apacible, no parece ser un aliado entusiasta de los indignados que salen a la calle a marchar con otros indignados gritando consignas contra la insensatez de los poderosos. Miguel Laborde, desde otro frente —mucho más elevado—, aporta una reflexión y un mensaje dirigido al despertar de nuestra conciencia en esta hora difícil y amenazante, sumándose así a la larga lista de pensadores que se han destacado por su comprensión, en profundidad, de los problemas que le ha ido creando al mundo este modelo de civilización básicamente económico y tecnológico y que han aportado algo más que ciencia y proyectos de políticas ambientales.

    Por eso, su sentido ecológico no tiende a ser específicamente científico ni técnico como el de los comisionados para ocuparse de este tema en los organismos internacionales, ni como el de los profesionales de la ecología, quienes detentan toda la información acerca del estado general del planeta y conciben posibles soluciones. El pensamiento de Laborde muestra con vigorosos trazos aquello que la ciencia no puede alcanzar con su racionalidad y tecnología.

    En este libro que hoy nos entrega, se nota desde el principio, y ya con el solo título de la obra, que el poeta que hay en él propone como posible una integración de la visión poética del mundo con otras visiones laterales y paralelas. Por ese motivo, en su primer capítulo rinde homenaje al poeta y pensador escocés Kenneth White, el creador de una geografía poética, o de una poesía geográfica, justamente esa que en el libro se designa con el nombre de Geopoética.

    La aventura terrestre a la que nos invita Miguel Laborde no es menor. Se afinca en verdades muy profundas acerca de la psique humana en relación con el entorno cósmico. Deja en evidencia la peligrosa insuficiencia del pensamiento científico y la necesidad de integrarnos a un todo orgánico de naturaleza que no admite ser conocido únicamente mediante la racionalidad ni ser manipulado con el intelecto utilitario.

    Su actitud ante la naturaleza se asemeja a la del aborigen que se queda inmóvil, en un amoroso trance, ante el bosque, el río o la montaña. Y antes que el pensar, que nos elabora una visión del mundo, él parece responder a aquel refrán que dice: Lo más maravilloso del mundo es, por supuesto, el mundo mismo, citado por el cineasta Robert Zemeckis en su película El náufrago, justamente para invitar a un hombre dominado por la obsesión del tiempo útil a que despierte de su desvarío y admita, antes que nada, el esplendor natural de la isla desierta en que ha venido a parar su absurda existencia.

    Nos gozamos en el encuentro de la naturaleza con nuestro ser profundo declara el autor de este libro, dejando en evidencia el hecho de que la verdadera experiencia humana de lo natural requiere de una psique sana, integrada, que no anula las aptitudes que hacen del hombre un ser para el goce y la belleza, para el misterio y la armonía.

    Sorprenden algunos pasajes de este libro por la sencillez y transparencia con que el autor se muestra en la plena desnudez de su alma frente a un lector que no dejará de recordar que nos hallamos indefensos frente al avance arrollador de la máquina de los emprendimientos industriales. Asombra en ese sentido una cierta sabia inocencia suya, pues estando él informado de todos los horrores de la insensatez que genera el mito del progreso, sigue proclamando sus verdades por la vía de la fe y la esperanza. Una fe que tiene el aval de todo el pensamiento geopoético que le antecede desde El Emilio de J.J. Rousseau, pasando por Alexander von Humboldt para rematar en Juan Rulfo.

    El trasfondo religioso, casi inconsciente, que desde lo profundo guía su pensamiento, le hace decir cosas como estas: No creemos, como el humanismo europeo, que el ser humano sea el actor principal, Incierto es todo cuanto nos importa, ¿Qué habría hecho la comunidad sin esos seres que se retiraban, como aquí en las oquedades de la cordillera de Nahuelbuta, para mejor entender el sentido del vivir?. Y todo esto para concluir que el autor de este bello libro es un poeta místico no confesional, un místico natural (¿un chamán?), y si el momento histórico en que vivimos no admite la mística, la respuesta es que los que son como él son cada vez más numerosos en el mundo, y la fuerza que detentan es de otra naturaleza diferente a la que hace y deshace en la ciudad humana.

    Desde el punto de vista literario, un libro como este, que corrió el riesgo de ser concebido por la vía de la protesta en un lenguaje de pura comunicación, es, por el contrario, un libro poético, de excelente prosa, de gran riqueza de imágenes y sorpresas de lógica e ilógica.

    Su crítica al modelo de civilización vigente es lapidaria, pero de un furor contenido. Según él, las voces del bosque, del río y de la montaña fueron silenciadas en el resonar vocinglero de ciudad adentro, donde el agua está capturada, el fuego prohibido, el aire contaminado, la tierra cubierta de cemento. Donde no existe el contacto con los elementos esenciales.

    Refiriéndose a Alexander von Humboldt y a su gran obra integradora titulada Cosmos, sostiene el autor que después de obras como aquella, de ese siglo

    xix

    en que los naturalistas aportaron su valioso conocimiento del mundo, la ciencia se alejó de la experiencia del mundo como conjunto. Justamente el olvido de la intuición fundamentalmente humana del gran todo, esa que han tenido los pueblos que han vivido integrados al orden natural.

    En el desconcierto de la problemática del hombre contemporáneo con su maltratada Tellus Mater (madre tierra), Miguel Laborde nos enseña que la distante y discriminadora objetividad con que miramos la naturaleza, calificándola solo y sin más de recursos naturales —el intelecto mecánico y utilitario—, nos ha matado el alma, cortando el lazo de amor que nos permitía vivir con ella y morar en ella. La desafección que surge de una ciencia sin sabiduría, de una mente unidimensional, aquella que ve todo a través de una lógica de negocios.

    En ese sentido adquieren una significación edificante afirmaciones del autor como esta: El humano construye su sentido de vida en el diálogo con la Tierra. Tal es lo que fue y lo que necesariamente tendrá que volver a ser.

    La sabiduría dialéctica de todos los pueblos originarios, incluidos aquellos que lo fueron antes de crear grandes civilizaciones como los celtas de Europa o los chinos, poseyó la clave binaria del conocimiento primordial que nos da acceso al misterio del movimiento universal y de su sentido, pues la más amplia clasificación que se pueda hacer de la totalidad de los fenómenos resume todo acontecer en un principio creativo y otro receptivo, y eso empezando por lo que tenemos más cerca como son los órganos genitales masculino y femenino, los dos hemisferios cerebrales, las dos manos, el día y la noche, que para lo uno tenemos ojos, y para lo otro tenemos oídos. Y así se alinean todos los componentes de este inabarcable todo universal, en sus infinitos pares de opuestos complementarios, donde los pueblos originarios ven la ley no escrita del comportamiento sensato de la vida, aquello que nos da la medida (mesura) y nos abre un espacio con fronteras, más allá de las cuales empieza el riesgo de la mortífera ciencia del bien y del mal que mató el alma del padre mítico.

    Pero más allá de las cuestiones de conocimiento, Miguel Laborde como poeta crea su versión del historial humano y nos obliga, por la ley del amor y la belleza, a aceptar que, según él, el medioambiente nos aclaró u oscureció la piel, dilató o redujo los pulmones, alargó o acortó las extremidades, ensortijó o alisó el pelo, y así nos fue labrando, como si fuésemos esculturas incorporadas al paisaje.

    Unas tres o cuatro décadas atrás ningún intelectual chileno se habría atrevido, al menos en un texto propositivo antropológico, a formular afirmaciones tan cargadas de tensión poética, por temor a ser acusado de emocionalismo. Pero la sola expresión incorporadas al paisaje hoy nos hace vibrar en una sola cuerda los corazones de millones de seres humanos que están despertando del mal sueño de esta modernidad de postrimerías. Aunque por milenaria tradición todos debiéramos saber que el divino alfarero nos modeló en la arcilla de la sabana mesopotámica y nos incorporó al paisaje de Edén como esculturas vivientes, inseparables de toda la familia cósmica, enumerada en el septenario de una semana sideral.

    Chile Geopoético es un libro que llegó bien a su hora en este Chile contaminado en sus aires y en sus aguas, arrasado en su territorio y en su patrimonio por la banalidad de muchos que detentan altas cuotas de poder. Su autor, nuestro observador urbano, es también, y por sobre todo, un observador cósmico que puede enseñar a los chilenos a ser nuevamente habitantes de la tierra y hallar en ella sabiduría, virtud y felicidad.

    Gastón Soublette

    Kenneth White, poeta global


    En una época fragmentaria, en que pocos intentan abordar el todo, este poeta-pensador escocés ha extraído elementos del Japón, amerindios y árabes, así como entre alemanes —Hölderlin, Heidegger—, franceses —Rimbaud— y norteamericanos —Thoreau, Melville, Whitman—.

    Considerado por Le Nouvel Observateur como el principal poeta vivo de lengua inglesa, cumple ahora cinco décadas de trayectoria, cada vez con más lectores repartidos, también, por el planeta todo.

    En los años setenta comenzó a hablar de la necesidad de trabajar una ‘geopoética’, en un mundo donde ni la globalización del consumo, ni la defensa cerrada de las culturas locales, ofrecían un futuro halagüeño. Pero fueron sus alumnos de La Sorbona —por años ocupó ahí la cátedra de Poesía del Siglo

    xx

    —, los que lo llevaron a publicar sus ideas y, en 1989, a fundar el International Institute of Geopoetics; donde los exalumnos se transformaron en compañeros de ruta. Al año siguiente apareció el primer número de la hoy prestigiosa revista de la entidad, Cahiers de Géopoetique.

    Es difícil determinar qué lo llevó a pensar el mundo, y a idear una síntesis útil para aprender a vivir en este crítico cambio de siglo. Riguroso y prolífico, se lanzó a estudiar el estado del ser humano en el universo y, específicamente, la actual relación entre el ser humano y el planeta Tierra.

    Está consciente de la magnitud de la empresa pero, con humor británico, ha citado la frase de otro poeta de su tierra, William Wordsworth: El mundo es demasiado para nosotros.

    Pero, es lo que hay…

    Pensar el todo surgió como una necesidad. Efectivamente, ¿cómo se puede pretender establecer una relación más profunda con el mundo, si no lo reconocemos como un todo, orgánico e interconectado, completo y perfecto a su manera?

    No piensa que sea tarea exclusiva de poetas, el percibir, sentir, expresar todo; por el contrario, celebra que se vayan cayendo las fronteras, y que hoy existan cruces, particularmente fecundos, entre ciencia y poesía, o filosofía y geografía. Todo busca la unidad…

    En síntesis, no quiso quedarse encerrado en su casa, en la húmeda costa de Escocia, ni buscar refugio en una iglesia entregándose a una fe de carbonero, ni tampoco —en su rincón natal se produce el Johnnie Walker— caerse al frasco. Prefirió soportar ‘el peso del mundo’.

    La mayoría de sus textos fundamentales han sido publicados en francés, y luego traducidos al inglés; pero, ninguno en castellano. Dos fueron pensados para dibujar el horizonte de la ‘geopoética’, Le plateau de l’albatros para el público galo (Grasset, París, 1994) y Geopoetics (Alba editions, Glasgow, 2003) en el que se presentó al mundo angloparlante. Aunque es central su libro La carte de Guido, en torno a un monje medieval que cruzó toda Europa en el siglo

    xii

    ; White repitió su recorrido —es un viajero impenitente—, intentando responder una pregunta que lo acosa: ¿Europa, existe todavía?

    Nació en la Glasgow industrial y ahí vivió sus años urbanos —el tema ciudad también lo apasiona—, pero su sensibilidad se forjó en las costas de Escocia, de adolescente caminante entre fríos lagos, bosques y páramos. De ahí partió un año a Alemania, completó sus estudios en París, se refugió a

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