Pasión en Sicilia
Por Michelle Smart
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Hacerse pasar por novia del multimillonario Dante Moncada y presentarse con él en sociedad estaba muy lejos de lo que Aislin O'Reilly tenía por costumbre, habida cuenta de que llevaba una vida bastante modesta; pero haría cualquier cosa con tal de asegurar el futuro económico de su sobrino enfermo.
Su acuerdo con Dante tenía un carácter estrictamente monetario, pero el impresionante siciliano era la personificación del peligro, y no pasó mucho antes de que los dos se dieran cuenta de que no podrían impedir que el deseo rompiera los términos de su acuerdo, liberara la explosiva pasión que compartían y los dejara sedientos de más.
Michelle Smart
Michelle Smart é uma autora bestseller da Publishers Weekly com um vício ligeiro a grave em café. Amante de livros desde que nasceu, Michelle pode normalmente ser encontrada escondida atrás de um livro de bolso ou, se se tratar de um autor que ela realmente adora, de um livro de capa dura. Michelle vive na zona rural de Northamptonshire, em Inglaterra, com o marido e dois jovens Smarties. Quando não está a ler ou a fingir que faz trabalhos domésticos, não gosta de nada melhor do que criar os seus próprios mundos. De preferência, acompanhado de muito café. www.michelle-smart.com.
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Pasión en Sicilia - Michelle Smart
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2019 Michelle Smart
© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Pasión en sicilia, n.º 2772 - abril 2020
Título original: The Sicilian’s Bought Cinderella
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1348-055-8
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Créditos
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Epílogo
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Capítulo 1
DANTE Moncada se sentó junto al conductor del vehículo, y dos de sus hombres se acomodaron en el asiento de atrás. Tenía prisa, porque alguien había entrado en la vieja casa que había pertenecido a su familia durante varias generaciones.
Mientras el chófer conducía por las estrechas calles de Palermo, Dante se acordó de una conversación que había mantenido ese mismo día: Riccardo d’Amore, jefe del clan de los D’Amore, había rechazado el acuerdo que había estado negociando con su hijo mayor, Alessio. Al parecer, no quería que su dudosa reputación dañara la imagen de su empresa.
¿Dudosa reputación? Dante estaba tan enfadado que sintió el deseo de pegar un puñetazo al salpicadero. ¿A qué venía ese comentario? Sí, era cierto que le gustaban las fiestas, las mujeres y el vino, pero eso no tenía nada de particular. Además, no jugaba, no se drogaba y, por supuesto, evitaba los círculos donde el narcotráfico y la venta de armas se consideraban negocios aceptables.
Él dirigía un negocio legítimo, sin las zonas oscuras de algunos empresarios sicilianos. Sus manos estaban limpias, literal y metafóricamente hablando. Trabajaba duro, y había conseguido que una pequeña empresa tecnológica se convirtiera en una corporación internacional cuyas cuentas habrían resistido el embate del más desconfiado de los auditores.
Sin embargo, Dante sospechaba que Riccardo no había rechazado el trato por nada relacionado con la legitimidad de su negocio. Los D’Amore habían desarrollado un sistema de seguridad para telefonía móvil que superaba con mucho a los de la competencia, y Dante estaba a punto de firmar un acuerdo de exclusividad para instalarlo en sus teléfonos y ordenadores. ¿Por qué rechazarlo entonces, si habría sido beneficioso para las dos familias?
Solo podía haber una razón: la mala fama de sus padres.
La reciente muerte de Salvatore Moncada no había limpiado su reputación de mujeriego y jugador empedernido, y la imagen de Immacolata no mejoraba las cosas, porque la gente la conocía como la Viuda Negra.
A Dante siempre le había parecido un apodo injusto. ¿Por qué la llamaban así, si no era ninguna asesina? Lo único que hacía su madre era exprimir económicamente a sus maridos cuando se divorciaba de ellos. Había empezado su carrera con Salvatore y, como ya iba por el quinto, tenía tanto dinero que vivía como una reina.
En cambio, Riccardo era un hombre tradicional en todos los sentidos. Tenía once hijos de la misma esposa, porque solo se había casado una vez, y pensaba que el juego era un invento del diablo y que el sexo era pecado cuando se practicaba fuera del matrimonio.
Dante lo maldijo para sus adentros. El patriarca de los D’Amore estaba preocupado por la posibilidad de que hubiera salido a sus padres. Creía que iba a manchar la reputación de Amore Systems, y había llevado su desconfianza a tal extremo que, no contento con romper el acuerdo que estaba negociando, había entablado conversaciones con su principal rival.
Si no lograba convencerlo de que era un hombre respetable, perdería una gran oportunidad empresarial. Pero aún no había jugado su última carta. Se lo demostraría durante la inminente boda de Alessio.
Sumido en sus pensamientos, tardó unos segundos en darse cuenta de que el chófer había detenido el vehículo en el claro del denso bosque que rodeaba la casa de campo de su familia. Y, a pocos metros de distancia, astutamente escondido entre los árboles, había un pequeño utilitario.
Dante alcanzó el bate de béisbol que estaba debajo del asiento, con la esperanza de no tener que utilizarlo. Luego, salió del coche con sus guardaespaldas y se acercó al destartalado edificio al abrigo de la espesura, para que no los vieran. La noche era fresca, y se tuvo que frotar los brazos para entrar en calor. El eco del invierno, que había sido particularmente duro, seguía flotando en el aire.
Mientras caminaba, se dio cuenta de dos cosas: la primera, que todas las contraventanas estaban cerradas, y la segunda, que alguien había encendido la vieja chimenea, algo evidente por el humo que echaba. Marcello, el encargado de la propiedad, tenía razón. Alguien había entrado en ella.
Dante y sus hombres se detuvieron en la puerta e intentaron abrir, pero estaba cerrada. Extrañado, sacó la llave, la metió en la cerradura y, tras girarla, empujó. El chirrido de las oxidadas bisagras le arrancó un escalofrío, y él entró en la casa por primera vez desde su adolescencia, cuando llevaba allí a sus novias.
El interior era más pequeño de lo que recordaba. Las luces estaban encendidas y, tras echar un vistazo a su alrededor en busca de posibles desperfectos, vio que la ventana de la pila estaba rota y que alguien la había tapado con un cartón. Por lo visto, el intruso había entrado por ahí. Pero todo lo demás estaba bien, lo cual parecía indicar que la persona en cuestión no era ni un ladrón ni un vándalo.
Lo único que no encajaba en la imagen era el montón de libros que estaban sobre la mesa, detalle que le desconcertó. Y, aún estaba pensando en lo incongruentes que resultaban, cuando oyó pasos en el piso de arriba.
Apretando el bate, indicó a sus hombres que lo siguieran y empezaron a subir por la escalera, cuyos tablones crujían una y otra vez. Podría haber dejado el asunto en manos de sus guardaespaldas, pero quería ver la cara del tipo que había tenido el atrevimiento de entrar en la propiedad. ¿Sería alguno de sus muchos enemigos? ¿O un simple vagabundo?
Lo primero que pensó al abrir la puerta de la habitación fue que el intruso los había oído y se había escapado por la ventana. Y no pensó nada más, porque una mujer salió súbitamente del cuarto de baño y cargó contra él pegando gritos y sosteniendo lo que parecía ser la alcachofa de la ducha.
Antes de que el objeto impactara en la cabeza de Dante, uno de los guardaespaldas la agarró y la inmovilizó con sus fuertes brazos. Por suerte, Lino era un hombre rápido.
Completamente perplejo, miró a la intrusa. ¿Quién se habría imaginado que sería una mujer? Llevaba un albornoz de color marrón, y no dejaba de soltar palabrotas en inglés, aunque su mirada era de pánico.
–Suéltala –ordenó a Lino.
El guardaespaldas obedeció, y ella retrocedió como si estuviera muerta de miedo, lo cual no tenía nada de particular. A fin de cuentas, Lino, Vincenzo y él mismo eran hombres tan altos como imponentes.
–Marchaos –les dijo–. Esperadme abajo.
Sus guardaespaldas fruncieron el ceño, pero sabían que discutir con él era inútil, así que se marcharon. Además, la intrusa no suponía ningún peligro. Solo lo habría sido si hubiera llevado una pistola, y el simple hecho de que lo hubiera atacado con una alcachofa de ducha demostraba que no tenía armas.
Dante dio un paso hacia ella, repentinamente consciente de su suave olor a flores. La mujer se apretó contra la esquina, casi jadeando. Era una joven de veintipocos años, esbelta, de pequeña altura y con la cara llena de pecas. No pudo distinguir el color de su pelo, porque lo llevaba mojado; pero cualquiera se habría dado cuenta de que era preciosa.
–¿Quién eres? –le preguntó en su idioma.
Ella no dijo nada.
–¿Qué haces aquí?
Ella se mantuvo en silencio.
–Sabes que has entrado en una propiedad privada, ¿verdad? –continuó Dante–. La casa está vacía, pero es mía.
La joven clavó en él sus extraños y bellos ojos, y él notó que ya no estaba asustada, sino enfadada.
–¿Que es tuya? ¡Y un cuerno! –replicó, con un fuerte acento irlandés–. La casa forma parte de la herencia de tu padre, y deberías compartirla con tu hermana.
Dante estuvo a punto de perder la calma. ¿A qué venía eso? ¿Sería otra charlatana de las que fingían ser hijas de Salvatore Moncada para llevarse un pellizco de su fortuna? Su padre solo llevaba muerto tres meses, pero ya habían aparecido ocho o nueve estafadoras con el mismo cuento.
–Si tuviera una hermana, estaría encantado de compartir mi herencia con ella, pero…
–¿Si la tuvieras? –lo interrumpió ella–. La tienes, y lo puedo demostrar.
Por su tono de voz, Dante supo que estaba hablando en serio, y se quedó sin habla. ¿Sería posible que aquella criatura increíblemente sexy estuviera realmente convencida de ser su hermana?
Aislin había visto muchas fotografías del siciliano que le intentaba negar lo que era suyo, pero no le hacían justicia.
Era mucho más alto de lo que suponía, y de pelo más rizado y más oscuro. Tenía un cuerpo escultural y, aunque no se había afeitado, la sombra de su barba no ocultaba en modo alguno la perfección de sus apetecibles labios. ¿Y qué decir de aquellos ojos verdes que la miraban con una mezcla de disgusto e incredulidad?
Era el hombre más guapo y más sexy que había visto en su vida. De hecho, le gustó tanto que se cerró el albornoz un poco más, porque la intensidad de su mirada hacía que se sintiera maravillosamente desnuda.
Por lo visto, la suerte no estaba de su lado. Llevaba dos días en la casa, esperando a que alguien reparara en su presencia y avisara a Dante Moncada. Pero ¿quién le habría dicho que se presentaría mientras estaba en la ducha? Su intención de dar una impresión fría y serena había saltado por los aires. Hasta había intentado atacarlo con la alcachofa de la ducha.
–¿Crees que eres mi hermana? ¿De verdad? –preguntó él, arqueando una ceja.
Ella alzó la barbilla, intentando ocultar su incomodidad.
–Si dejas que me vista, te lo explicaré todo –respondió–.