Tangos para Barbie y Ken
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Alondra, de niña, juega con sus muñecas en un intento por comprender sus orígenes. Como mujer, es la protagonista de su propia puesta en escena y se desdobla en Barbie, cuyas obsesiones muestran los síntomas de una sociedad enferma. La fascinación por un amante desencadena la prisión de Alondra hasta el extremo en el que decidirá permanecer en el rol impuesto o desprenderse no sólo de un modo de vida, sino de una tradición. El lector también seguirá los pasos de Kelly y Ken a través de un escenario poco común donde se intercalan las perspectivas hasta llegar a estremecedores desenlaces
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Tangos para Barbie y Ken - Maritza M. Buendía
TANGOS PARA BARBIE Y KEN
Colección Lumía
Tangos para Barbie y Ken
Colección Lumía
Serie Narrativa
D.R. © Maritza M. Buendía, 2016.
D.R. © Diseño de portada: Ricardo Velmor, 2016.
D.R. © Textofilia S.C., 2016.
D.R. © 2016, Textofilia Ediciones
Paseo Lomas Verdes No. 151,
Col. Lomas Verdes 4a sección,
Naucalpan, Estado de México.
C.P. 53125
Tel. 55 75 89 64
editorial@textofilia.mx
www.textofilia.mx
ISBN Edición Impresa: 978-607-8409-22-8
Primera edición.
ISBN Edición Digital: 978-607-8409-30-3
Diagramación Digital: ebooks Patagonia
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[ TANGOS PARA BARBIE Y KEN ]
MARITZA M. BUENDÍA
Índice
Juego de muñecas
Barbie atada
Sushi
Barbie bailarina
Collar de marcas rojas
Barbie amortajada
Hotel de paso
Barbie perseguida
Cueva de Plata
Para Tristán
[ Juego de muñecas ]
Antes de jugar a las barbies, Alondra jugaba a suicidarse. Ella era la actriz principal y la abuela la única testigo. Primero escribía cartas llenas de lugares comunes para destinatarios anónimos o inventados, cartas que la abuela siempre leía, asombrada, sin tener en claro cómo reprenderla: ¿cómo hacerle entender que no debía jugar a esas cosas? Solemne, a sus ocho años, Alondra arrastraba los pies hacia la cocina y extraía del refrigerador un litro de leche. Daba un par de tragos largos y pausados, y se despedía de la abuela con un movimiento de la mano, mientras la leche escurría por sus labios y alcanzaba el cuello. Después se dejaba caer en medio de la cocina, a lo largo del piso, sin descuidar la flexión de la rodilla o el desvanecimiento de la mano.
"Pero cuando llegaron las barbies, los juegos cambiaron", desde lo alto de la cama, la abuela finge leer las oraciones de sus Quince minutos. Protegida por el grueso armazón de los lentes, pronuncia entre susurros y de memoria las plegarias que ha repetido desde hace años: desde la muerte de su hija o desde la llegada de Alondra, su nieta. A estas alturas no puede identificar con certeza un antes o un después, los acontecimientos se le confunden y le resulta imposible distinguir qué sucedió primero: ¿murió su hija y entonces llegó su nieta?, ¿o por una especie de acuerdo con su hija, la nieta ya vivía con ella?
La abuela toma aire, suspira. Frota sus ojos por debajo de los lentes. Detrás de las estropeadas y ennegrecidas páginas del libro encuentra el lugar perfecto para ocultarse, para estudiar con detenimiento cada uno de los gestos de Alondra, para preguntarse, una y otra vez, a qué está jugando.
Como cada tarde, Alondra juega con sus barbies encima de la alfombra. Sus ojos se oscurecen, se llenan de niebla, como si más allá del placer implícito que debiera existir en todo juego, ella anhelara regresar el tiempo. Camina hacia adentro, a través de las barbies recupera las tazas de leche y de canela que su madre le servía por las noches. Camina, cambia el vestido de una de las barbies por un pantalón, alinea la corbata de Ken, percibe la picazón y el ardor en las mejillas a causa de la barba de su padre.
Alondra lleva una cola de caballo, viste una falda a cuadros. Desde hace tres años usa el mismo uniforme del colegio, la abuela sólo ha bajado la bastilla de la falda.
La tarde de ayer, como impulsada por una alegría secreta o desconocida, o por el simple deseo de participar ella también en los juegos de la nieta, la abuela sacó del ropero un viejo vestido blanco y un frasco de perfume casi vacío. Fue lo único que guardó de su hija después de muerta. Mira
, dijo a Alondra con una sonrisa de niña traviesa dibujada entre las arrugas, tengo un regalo para ti
. Aspiró luego el aroma del frasco y extendió cada uno de los pliegues del vestido encima de la cama, meticulosa y exagerada. Éste era el olor de tu madre. No lo olvides
. Alondra, por supuesto, no lo había olvidado.
Dando fin a una improvisada actuación, la abuela salió del cuarto. Estaba segura de que Alondra trataría al vestido y al perfume como a un tesoro, que los guardaría en la caja donde almacena sus libros favoritos o en un lugar especial: en el fondo de alguno de sus cajones o en el baúl. Antes de cerrar la puerta, la abuela advirtió un brillo cálido en los ojos de la nieta, un brillo que la arrojaba al presente, a su lado. Por un instante, el rostro de Alondra se colmó de maravilla y la bruma de sus ojos pareció esfumarse: se imaginó cortando la tela para coser un guardarropa completo –pequeños pantalones, vestidos, faldas–, se imaginó perfumando a cada una de sus barbies.
Hay días lluviosos, como éste, en los que Barbie despierta con una corriente de energía que amenaza desbordarse por sus venas. Cuidadosa, deposita un beso en el cabello de Ken para no despertarlo y de un salto se levanta de la cama. Rápidamente retoca su peinado ante el espejo, viste su pants rosa, pinta sus labios también de rosa y toma un paraguas del armario. Poco después baja las escaleras de dos en dos y sale a la calle.
Barbie saluda con una gran sonrisa a la gente que se cruza por su camino, y aunque exhibe con libertad la hilera de los dientes, nadie repara en su presencia. Pero eso a ella no le importa: pase lo que pase continuará sonriendo. Una punzada, parecida a una cosquilla en el centro del pecho, la obliga a cerrar el paraguas. La