La Confrontación Entre La Metafísica Aristotélica Y La Nueva Especulación Bruniana.
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La Confrontación Entre La Metafísica Aristotélica Y La Nueva Especulación Bruniana. - Marlo Arellano López
BRUNIANA
LA CONFRONTACIÓN ENTRE LA METAFÍSICA ARISTOTÉLICA Y LA NUEVA ESPECULACIÓN BRUNIANA
EDITADO POR STEFANO ULLIANA
––––––––
PRIMA EDIZIONE: SIMPLICISSIMUS BOOK FARM
2015
LA CONFRONTACIÓN ENTRE ALGUNOS TEXTOS ARISTOTÉLICOS Y LA POSICIÓN BRUNIANA
OBSERVACIONES INICIALES
Postulado interpretativo fundamental de la explicación de la reflexión de Giordano Bruno es el hecho de razón e imaginación que la posición del principio bruniano del uno-infinito móvil - Uno, infinito y movimiento son los términos y las nuevas categorías especulativas propuestas por el pensador nolano - tiene como consecuencia la afirmación de lo in-suprimible de la apariencia de la oposición. Esta apariencia se traduce en la imagen de la divisibilidad o desdoblamiento interno de la materia.
La distinción en sí misma, móvil entre materia ‘incorpórea’ - o de cosas superiores - y materia ‘corpórea’ - o de cosas inferiores - de hecho es el recurso que Giordano Bruno utiliza en De la Causa, Principio y Uno para preparar el terreno especulativo de la inclusión de la centralidad del factor imaginativo y desiderativo en el tratado de esa apertura moral y religiosa tematizada a lo largo de la entera antología de los Diálogos Morales (Expulsión de la bestia triunfante; Cábala del caballo Pegaso, con el añadido del Asno cilénico; Los Heroicos furores). Al inicio de su especulación en lengua vulgar el autor nolano sin embargo se preocupa concentrar la atención del lector en el principio y el movimiento ético que es el fundamento de la distinción y de su movimiento interno: la relación inexhausta, continua, creativa y dialéctica, entre la perfección y aquello que parece dar lugar. La alteración, como espacio y tiempo de la reunión amorosa e igual libertad.
Así mismo es cierto que el filósofo nolano recuerda, en el cierre de la serie de los tres diálogos de contenido moral, precisamente, y de nuevo, el mismo principio y el mismo movimiento (la posibilidad de in-terminar),[1] recuperación y coronamiento de la intención más profunda y justificadora de su completa obra especulativa en lengua vulgar.
Sin embargo aquí, en la parte que más directamente pone en cuestión la estructura aristotélica del mundo (la serie de los Diálogos Metafísico-cosmológicos: Cena de las Cenizas; De la Causa, Principio y Uno; De Infinito, Universo y Mundos), nuestra atención debe ser capturada inmediatamente por la construcción de aquel fundamento filosófico que determinará luego (en los "Diálogos Morales") el reflejo de la crítica a la idea, constitutiva de la tradición occidental, de posesión y de dominio.
Pero esta construcción podrá encontrar mejor y más clara visibilidad - sobre todo en su arquitectura - cuando la relación opuesta entre posición aristotélica y especulación bruniana logre encontrar oportuna colocación y definición.
La identidad y la pluralidad de las realizaciones del Espíritu constituyen, al mismo tiempo, la fuente infinitamente creativa de la reflexión filosófica y de la acción práctica bruniana. La inexhausta e inagotable intención de lo originario se revela como deseo realizador universal, artisticidad in-eliminable y necesaria: además ella se convierte, en el espacio y tiempo de la alteración, en una llamada ética a la reciprocidad, igual y fraterna, de la libertad. Solamente el infinito intensivo del universal puede presentar como propio efecto y apariencia esa idea abierta de posibilidad que logra acoger en su seno la totalidad de las determinaciones, o bien el infinito extensivo.
Así es la utopía bruniana del infinito creativo que salvaguarda la pluralidad y la plurivocalidad de determinaciones; la Identidad de la distinción aristotélica entre potencia y acto, con la prioridad del segundo sobre la primera[2], puede, en cambio solamente sustituir la apertura pluriversa bruniana con la materialidad de una sustancia absoluta, homogénea y aniquiladora.
Mientras que en Bruno, entonces, el Espíritu se reconoce a sí mismo a través de la universalidad del deseo, en la determinación de la finitud estimada por la tradición aristotélica, el acto del fin justifica todos los instrumentos utilizados para reconocerlo, confirmarlo y aplicarlo. Si en Bruno el ideal del Amor igual constituye la ética infinita del saber y del ser, cuando el infinito de la oposición es y no es el infinito mismo, en la admisión cristiana de la especulación aristotélica el presupuesto suspendido de un mundo único vale como materia predispuesta a un acto generativo y salvífico misterioso e inexpresable[3]. Con el riesgo, históricamente hecho en la Iglesia Cristiana, de que la sustancialización institucional de este mundo único obnubile el mismo principio, a favor de una rígida, autoritaria y totalitaria organización de los fines y de los instrumentos aptos para realizarlos.
Contra la constitución de un espacio inmóvil y superior, en el cual hacer actuar un agente sobre mundano, garante de la diferenciación y de la relativa ordenación, el movimiento creativo bruniano se desarrolla a través de la dialéctica natural y racionalmente espontánea operante entre los dos términos - aparentemente distintos - de la libertad (la figura teológico-trinitaria del Padre) y de la igualdad (la figura teológica-trinitaria del Hijo en el Espíritu). Aquí se muestra el elevado abismo de la diversificación desiderativa universal, que garantiza el ser y el poder-ser de cada existente, en la unidad relacional (dinámica) infinita. Aquí el saber del ser y el ser del saber se siguen y se abalanzan recíprocamente, justificados y movidos por el término de la fraternidad del universal[4]. Aquí de nuevo y conclusivamente, el Uno deja de sí la unidad infinita de la diversidad, abriendo en alto el campo innumerable de las libres ‘potencias’ y recordándose a sí mismo a través de su ‘perfección’ (horizonte in-exclusivo).
Si la posición metafísica del Uno abre, en Bruno, el espacio de la creatividad, y si la posición ética de su perfección instituye la relación dialéctica entre su libertad y su igualdad, en el campo infinito del recuerdo de su amor universal, la distracción de la sustancia material aristotélica parece en cambio abstraer principios atómicos individuales, imaginados como elementos compositivos neutrales. Por ende la posición bruniana de la unidad infinita salvaguarda ese impulso desiderativo que es razón de existencia y de salvación, como también el opuesto pensamiento aristotélico de la finitud consiente la estructura y la inserción de la modernidad numeradora, cuantificadora y medidora. En una apoteosis de organicidad, calculable y ordenable. Tanto el movimiento creativo inducido por el ideal de la divina posibilidad hace de la diversificación el motor y la ejemplificación de una amorosa e igual liberación, demostrando una grandeza emotiva capaz de contener todas las múltiples implicaciones y todas las innumerables finalidades determinadas, como el criterio de la monolítica fisicidad del ser, que en cambio reduce y compacta, al rededor de la linealidad de la determinación, cada apertura y diversificación, aniquilando la búsqueda racional y sustituyéndole las peticiones por medio de la aceptación o la imposición de la dialéctica entre el despoje y el dominio de una ‘materia’ previamente neutralizada.
Entonces si las partes del universo bruniano no son despojadas, sino que mantienen una abierta e igual libertad - por eso quedando partes del infinito en el infinito no vulgarmente diseñado - la heteronomía de un orden hecho por un sujeto separado en cambio limita y determina el espacio y el tiempo de la vida en la necesidad, y obliga la potencia a la identidad prioritaria de una acto que funge como orden interno del universo entero, según la predisposición de una impresión formal, considerada como imagen de la acción intelectiva divina[5]. De este modo la concepción bruniana de la oposición infinita tiene el significado y valor del positivo y propositivo desenvolvimiento de la puntualidad y materialidad del individuo absoluto[6].
Al mismo tiempo la afirmación de la incomprensibilidad del universo, junto a la infinitud de Dios, no son el rechazo de la racionalidad, sino más bien la consciencia de su misma infinitud, en su apertura y diversificación ilimitada. Son la morada de la posibilidad, siempre presente, de un principiar inexhausto e inagotable. De un principio creativo infinito, verdadero y bueno.
De este modo las infinitas e ilimitadas virtudes creativas del Uno bruniano se delinean contra una concepción que absolutiza la unidad de la sustancia en el regreso a un Ente primitivo, fundamental para la propia manifestación como otro[7]. Contra una voluntad de potencia que se hace potencia actuada de esta voluntad, la referencia bruniana, abierta y plurívoca, lleva al sujeto al devenir, por reciprocidad de afectos: lo libera de la propia impermeabilidad e indiferencia emotiva en la calidad, y lo hace de nuevo sensible, le asigna una determinación a través de esa idea de igualdad que mueve la existencia, como ideal y fuente deseosa. Contra la formalidad del acto de existencia de tradición aristotélica, el Espíritu bruniano se restablece en el propio valor inmediatamente afectivo y sentimental. En el infinito del deseo y de la imagen logra componer el aspecto, por el cual es devenir modificante, con la característica a través de la cual esta incompleta consciencia se mantiene en su real apertura de libertad[8].
Si el humanismo aristotelizador cristiano, o la más reciente posición maquiavélica, sostenían que la hegemonía de lo práctico pudiese y debiese ejercitarse a través de una forma selectiva y discriminante de los intereses materiales superiores, la materia superior bruniana - la materia de cosas incorpóreas - demuestra lo contrario, precisamente en la idealidad de su capacidad creativa, el Espíritu mismo en su latencia. Contra esa autorrealización del sujeto, que se funda en la voluntad de potencia, y se gradúa y selecciona de manera heterónoma e incuestionable, el recuerdo bruniano de la alta unidad abismal mueve a la realización de lo perfecto y de cada consecuente movimiento y alteración.
La consciencia in-eliminable, que cada variación esté en la estabilidad del ideal, genera la unidad de lo real y hunde cada pretensión de separación. Niega, sobre todo desde la raíz, la posibilidad de insertar la circularidad del pensamiento abstracto, que es únicamente capaz de reproducirse a sí misma. La idea bruniana, de hecho, en cuanto unidad móvil y abierta, tiene en sí, juntas, las características de la libertad y de la igualdad: no pone manifestaciones que se entiendan como instituciones discriminantes, instrumentales a lo absoluto de un estado del que pretendan descender y del cual quieran ser los guardianes[9].
El rechazo bruniano para todos los usos instrumentales y absolutistas (ideológicos) de las religiones positivas pretende entonces fundarse sobre todo en la razón dialéctica que se declina y desarrolla a través de ese plexo entre la espontánea creatividad, impulso e imaginación simpática que se constituye al interno de la tríada conceptual identificada por los términos de la