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Realidad y substancia
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Libro electrónico883 páginas15 horas

Realidad y substancia

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Hacer filosofía primera puede definirse como el acto de prestar concepto a unas pocas palabras, cuyo contenido en cada tiempo indica la comprensión que el hombre tiene de lo que es. Nada, ser, esencia, razón, materia, forma, espacio, tiempo, causa, accidente, necesidad… tan opacas y transparentes a la vez, tan generosas y tan parcas, ofrecen al sentido que se detiene a penetrar en ellas una visión propia sobre lo real. Este tratado de metafísica restaura el templo del saber antiguo para volver a pensarlas desde el presente, con atención especial a precisar las nociones realidad y substancia.Quien recorre la árida aventura del saber ontológico no se encuentra al término con la tierra prometida, aunque sí con una orientación adaptada a territorios sin mapa.  Sin brújula distinta de invertir la lógica hegeliana -regresando desde el sujeto al objeto, desde la Idea a la Naturaleza-, rastrear la génesis de un ser que es hacer es cartografiar el automovimiento hasta su núcleo, introduciendo el concepto del ánimo en el discurso filosófico.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento3 mar 2021
ISBN9788494931918
Realidad y substancia
Autor

Antonio Escohotado

Antonio Escohotado is a professor of philosophy and social science methodology at the National University of Distance Education in Madrid, Spain. He travels widely, offering lectures and seminars on the subject of drugs and history.

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    Realidad y substancia - Antonio Escohotado

    Sección 1. La acción como el sí mismo, el sujeto

    Preámbulo: El yo y la cosa

    Es preciso conocer qué acontece, y es preciso también hallarse entonces en el elemento de la autoconciencia. Asumir lo primero (creer posible el conocimiento) sólo supone que el deseo del saber no se descubre en la convención como en su fuente única. Lo segundo significa que esa verdad perseguida ha de producirse como experiencia narrable, y no como un dato externo o algo asegurado ya por cualquier autoridad ajena al sentir de todos y cada uno.

    Lo inexcusable de ambas cosas es la contradicción entre imparcialidad y participación, sentido para lo extraño e introspección pura. De este conflicto extrae su vida el saber, y de su aceptación resulta un compromiso con la coherencia. Inmediatamente se ofrece como posibilidad autolimitarse, adoptar un punto de vista «crítico». Veamos esto.

    En la autolimitación del «conocimiento» aparece la conciencia como presentarse de lo otro y, simultáneamente, como receptor de un sujeto. Hay una conciencia que, mediada por su propio percibir, contiene algo externo; hay no menos una conciencia que directamente se contiene como interioridad. Con todo, aunque lo exterior esté siempre mediado o filtrado por la percepción, es también lo más inmediato. De igual manera, la conciencia de la conciencia, el contenido interior previo a todo reconocimiento de un otro, requiere una reflexión. En realidad, sólo puede realizarse por el camino indirecto de retornar a sí después de ser ese interior el mero espejo de algo ajeno y reflejado.

    Más allá y más acá de la inmediata alternancia en los límites hay algo común a la conciencia meramente receptiva y a la conciencia introspectiva. Eso común es que ambas son receptáculo de identidades particulares. Los contenidos de cualquier conciencia posible son tesis, cosas de índole muy diversa, pero que allí están puestas o afirmadas; lo que hay está en una determinación tética, y bien se trate del dolor, la falsedad o las evoluciones de una hormiga, el dolor, la falsedad o la hormiga son precisamente tales cosas y no otras, identidades particulares. Lo común es el sí mismo en lo que tiene de «sí» o contenido afirmativo general para cualquier algo.

    De ello cabe inferir que la conciencia es la forma de la identidad en su aparecer natural. Toda conciencia será siempre conciencia de (un) sí, de una posición, lo cual puede asumirse como siendo conciencia de un pensante o conciencia de algo que se presenta en la identidad. Desde la perspectiva más frecuente, la conciencia de sí es en definitiva análisis introspectivo. Pero desde la otra perspectiva —que está implícita en la sensación— la conciencia de sí es el otro exterior, que siendo en la conciencia es en su identidad. Como claro donde puede brotar presencia —teatro para lo sensible y lo inteligible—, la conciencia se limita a reflejar. Para lo reflejado en general, ser conciencia de sí es sencillamente ser percibido.

    El sí mismo es así un desdoblamiento del yo y la cosa, distribución de naturalezas que la coherencia exige y niega. La cosa es el sí mismo externo, pero es algo externo a la cosa también, que como tal representa un contenido para otro; la cosa es en sí misma un yo, que en cuanto cosa expone un nombre y en cuanto yo constituye una identidad concreta. A su vez, el yo es el sí mismo interior, el observador central, que como límite y resistencia de un algo a su entorno representa un punto en el espacio, cuyo ser sólo se distingue del de la cosa desde el propio yo o desde un centro aislado. En esa medida, el yo es en sí mismo una cosa, que en cuanto yo representa sólo un nombre y en cuanto cosa constituye la unidad de ciertas determinaciones.

    Ser, lo más genérico, constituye ahora el contenido del sí mismo como positividad. La conciencia se piensa conciencia del sí mismo en sí misma y de sí misma en el sí mismo. Esta identidad, que contiene el principio de su propia diferenciación es el sujeto inicial del discurso. Lo que tiene de original es subyacer a cualquier predicación. Su concepto pretende ser el material del que se extrae toda forma posible. Él es el que además de los otros contenidos —allí memoria— puede definir toda cosa diciendo antes o después: yo. Por lo mismo, es el que puede definir su yo con indefinidas cosas. Es así mente, un fluido ingrávido que se filtra sin resistencia en cualquier dirección, una inteligencia descargada de corporeidad, distinguiendo aquí y allí para verse luego en ambas partes.

    A grandes rasgos, el sujeto realiza tres operaciones que en realidad integran un solo acto.

    La primera es caer hacia dentro o buscarse en el espejo, operación donde descubre y desarrolla el concepto esencia.

    La segunda es verterse (ya como esencia) sobre lo envolvente y las determinaciones inventadas, buscándose en las palabras, donde se descubre y desarrolla el concepto existencia.

    La tercera es pensar su límite poniendo de relieve la elipsis precedente del contenido, al mismo tiempo que la estructura infinita del movimiento, donde se descubre y desarrolla el concepto razón.

    Esas operaciones forman un solo acto como aventura de una identidad específica. Entre los griegos el término que luego vendrá a ser «sujeto» significa lo que hace de soporte y apoyo o —literalmente— aquello supuesto a partir de lo puesto. Un texto célebre dice:

    La expresión «ser engendrado» se toma en muchas acepciones; junto a lo que es engendrado incondicionadamente existe lo que deviene por generación esto o aquello, pues la generación absoluta sólo pertenece a las substancias. Para todo el resto es evidente la necesidad de un sujeto (ύποχείμενον) a partir del cual se engendren las cosas [...]. Pero que también las substancias vengan de algún sujeto parece no menos evidente, pues siempre hay algo que es sujeto y desde lo cual se produce la

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