En la física, como en la vida, es importante ver las cosas desde más de una perspectiva. Al hacerlo, en el último siglo, nos hemos llevado muchas sorpresas. Una de ellas, la teoría de la relatividad especial de Albert Einstein, que nos mostró que las longitudes del espacio y las duraciones del tiempo varían según quién las mire. También pintó una imagen totalmente inesperada de la realidad compartida subyacente: una en la que el espacio y el tiempo se fundían en una unión cuatridimensional conocida como espacio-tiempo.
Cuando la teoría cuántica llegó más tarde, las cosas se volvieron aún más extrañas. Parecía demostrar que, al medir las cosas, participamos en la determinación de sus propiedades. Pero en el mundo cuántico, a diferencia de lo que ocurría con la relatividad, nunca ha habido una forma de conciliar las distintas perspectivas y vislumbrar la realidad objetiva que hay debajo. Un siglo después, muchos físicos se preguntan si existe una única realidad objetiva, compartida por todos los observadores.
Ahora, dos conjuntos de ideas emergentes están cambiando esta historia. Por primera vez, podemos saltar de una perspectiva cuántica a otra. Esto ya nos está ayudando a resolver problemas prácticos complicados con las comunicaciones de alta velocidad. También arroja luz sobre si existe alguna realidad compartida a nivel cuántico. Curiosamente, la respuesta parece ser no, hasta que empezamos a hablar entre nosotros.
Cuando Einstein desarrolló su teoría de la relatividad a principios del siglo XX, partía de una premisa fundamental: las leyes de la física deberían ser iguales para todos. El problema es que las leyes del electromagnetismo exigen que la luz viaje siempre a 299 792 kilómetros por segundo y Einstein se dio cuenta de que esto creaba un problema. Si uno corriera al lado de un rayo de luz en una