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Jose Engling: Alex Menninger
Jose Engling: Alex Menninger
Jose Engling: Alex Menninger
Libro electrónico282 páginas3 horas

Jose Engling: Alex Menninger

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Información de este libro electrónico

El autor, quien fuera fue vicepostulador del proceso de beatificación de José Engling, nos entrega esta rica biografía de José Engling, que, por encargo del fundador de Schoenstatt, P. José Kentenich, escribió recopilando textos y testimonios de la vida de este joven héroe schoenstattiano, que en su corta vida, se destacó por vivir la Alianza de amor con María de forma tan profunda que el P. Kentenich lo llamó: documento vivo de la fundación de schoenstatt. Ilustrado con fotografías.

Editorial Patris nació en 1982, hace 25 años. A lo largo de este tiempo ha publicado más de dos centenares de libros. Su línea editorial contempla todo lo relacionado con el desarrollo integral de la persona y la plasmación de una cultura marcada por la dignidad del hombre y los valores del Evangelio.

Gran parte de sus publicaciones proceden del P. José Kentenich, fundador del Movimiento de Schoenstatt o de autores inspirados en su pensamiento. Por cierto, también cuenta con publicaciones de otros autores que han encontrado acogida en esta Editorial.

De esta forma Editorial Patris no sólo ha querido poner a disposición de los miembros de la Obra de Schoenstatt un valioso aporte, sino que, al mismo tiempo, ha querido entregar a la Iglesia y a todos aquellos que buscan la verdad, una orientación válida en medio del cambio de época que vive la sociedad actual.
IdiomaEspañol
EditorialNueva Patris
Fecha de lanzamiento11 nov 2015
ISBN9789562463393
Jose Engling: Alex Menninger

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    Jose Engling - Alex Menninger

    José Engling

    Alex Menningen

    JOSÉ

    ENGLING

    José Engling

    Alex Menningen

    Título original alemán

    Josef Engling

    Revisión y corrección

    del español

    Verónica Matta

    Nº Inscripción: 167.136

    ISBN: 978-956-246-498-7

    © Editorial Nueva Patris S.A.

    José Manuel Infante 132, Providencia,

    Santiago, Chile

    Tels/Fax: 235 1343 - 235 8674

    e-mail: gerencia@patris.cl

    www.patris.cl

    Diseño/diagramación

    Margarita Navarrete M.

    José Engling

    * 5.1.1898

    + 4. 10 . 1918

    Presentación

    José Engling mereció ser reconocido por el fundador de Schoenstatt como el Acta de Fundación vivida y la historia de fundación (de Schoenstatt) previvida. Siendo alumno del seminario menor de los padres palotinos, en el cual el P. Kentenich ejercía como director espiritual, en Abril de 1914 participó en la fundación de la Congregación Mariana. Más tarde, la invitación del P. Kentenich a María a establecer su trono de gracias en la pequeña capilla de la Congregación situada en el valle de Schoenstatt, caló hondo en el corazón del joven José. Como ninguno, se comprometió a traer abundantes contribuciones al capital de gracias, a fin de ejercer una suave violencia a la santísima Virgen María para que ella iniciara, desde allí, un movimiento de renovación de la Iglesia.

    Siendo encargado de la Congregación Menor, donde participaban los alumnos de los cursos inferiores, tomó contacto con Alex Menningen. Alex pertenecía a un curso inferior en el seminario menor, pero había escuchado algo sobre la Congregación Mariana y su curiosidad lo llevó a querer averiguar directamente del P. Kentenich de qué se trataba todo aquello. Sin embargo, el P. Kentenich lo derivó a José Engling, para que fuera él quién le explicara lo que se habían propuesto. Alex Menningen conocía a José pero, como otros, no le tenía especial simpatía por su apariencia un tanto torpe y su modo de hablar campesino. Pero accedió y tomó contacto con él. Al escucharlo, al ver cómo le hablaba de María y percibir lo que brotaba de su alma, su opinión cambió radicalmente.

    José partió a la guerra y Alex Menningen sólo participó al final de ésta en un corto curso de instrucción militar. José Engling no regresó, pues fue alcanzado por una granada en el campo de batalla. Pero su espíritu sí siguió vivamente presente en los fundadores de Schoenstatt como uno de sus más eximios representantes.

    Más tarde, el P. Kentenich encargó al P. Alex Menningen escribir un estudio de la pedagogía de Schoenstatt ilustrada en la vida de José Engling. Luego, el P. Menningen escribió dos libros sobre él. Uno de ellos fue traducido en los años 50, en Chile. Pero esa edición ya se agotó años atrás. Se decidió corregir esa traducción que mostraba muchas deficiencias, tarea que asumió con mucho profesionalismo Verónica Matta. Los Padres Alfonso Böss y Enrique Schäffer, miembros de la generación del Ver Sacrum, quienes trajeron desde Verdún los restos de los congregantes caídos en el campo de batalla, fueron los encargados de revisar la exactitud histórica de la edición.

    Estamos seguros de que la lectura de este libro será de gran provecho. En José Engling encontraremos un Schoenstatt vivido. En él está presente el espíritu del cual Schoenstatt surgió y que lo distingue para siempre como Obra de Dios. Por cierto, José Engling vivió Schoenstatt a su manera, como cada uno de nosotros debe hacerlo. Es decir, no es un modelo a copiar, sino es un ideal encarnado que muestra la espiritualidad, la pedagogía y las metas que Schoenstatt persigue, lo cual, a su vez, nos inspira y mueve a vivir ese mismo espíritu, de acuerdo a nuestra propia originalidad y misión.

    P. Rafael Fernández de A.

    1

    En la casa paterna

    Capítulo 1

    En la casa del padre

    ••• Los días de su infancia

    En la pequeña casa del sastre Augusto Engling, de Pro-ssitten, en Ermland, había lo necesario para vivir modestamente. La remuneración de su oficio y la ayuda que proporcionaba el cultivo de una pequeña extensión de terreno alcanzaba justo para vestir y mantener a los siete niños de la familia. El cuarto de ellos, el pequeño José, nacido el 5 de enero de 1898, era motivo de preocupación para su madre. Una enfermedad, contraída en su infancia, le encorvaba un poco los hombros y le hacía caminar algo inclinado; además, tenía algunas dificultades para hablar pues le costaba pronunciar las letras difíciles del abecedario, especialmente la r, s y l.

    Estos pequeños defectos hacían que su madre tratara de compensarlo, aun a riesgo de mostrarle preferencia respecto de sus hermanos. Además, había entre ella y José un gran parecido, tanto físico como espiritual: de su madre heredó los pómulos salientes y el mentón firme; la tendencia a desarrollar un carácter profundo y piadoso y un fuerte apego al hogar. Desde muy joven, aprendió de ella a ser piadoso. Es así cómo, un domingo por la tarde en que fueron juntos a la iglesia del pueblo a rezar el Via Crucis, José –que entonces tenía cuatro años–, con las manitos juntas seguía atentamente todos lo gestos de su madre. Sus ojos, de mirada muy franca, iban como preguntando de un cuadro a otro y luego se volvían hacia ella. Y si bien su mente de niño no era capaz de entender con claridad lo que los cuadros representaban, la devoción y ternura que reflejaba el rostro de su madre penetraban profundamente en su corazón. Cuando terminaron el Via Crucis, había descubierto algo de ese misterio; durante el camino de regreso comentó, pensativo: Él se cayó tres veces. Y José sabía que cuando uno se cae, duele...

    Casa paterna.

    Prossitten, en Ermland,

    Alemania

    Debe haber sido también su madre quien le explicó que las faltas de los hombres hacen sufrir al Señor, y que las maldades de los niños producen el mismo efecto. El alma del pequeño José mostraba, desde muy temprana edad, inquietudes propias de una sensibilidad poco común. Una noche, al pasar frente al dormitorio de los niños, la madre oyó que José la llamaba. Al entrar, lo encontró arrodillado en su cama, llorando, con las manos juntas. Pensó que alguna travesura le haría sentir culpable y que quería pedirle perdón. Trató de tranquilizarlo diciéndole que no era un niño malo. Pero lo he sido, le contestó llorando el pequeño, y solamente se tranquilizó cuando la madre lo ayudó a rezar un acto de contrición. Más tarde en su vida, se verá que su conciencia, tan delicada y religiosa, se formó en la casa paterna.

    Sus pequeños defectos físicos no fueron obstáculo para que José se desarrollara como un muchacho robusto. Por su elevada estatura y fuerza muscular podría haber sido el cabecilla de los jóvenes de su pueblo; pero su mundo no era el de las calles sino el de su propia familia, en la cual se destacaba. A menudo se le encontraba al lado de su madre, sin ser por ello un niño mimado pues, a pesar de todos sus cuidados y amor maternal, ella era una mujer de carácter fuerte. Con su madre compartía el incansable y decidido espíritu de trabajo que le llevaba a ayudar en la casa y en la huerta; de ella debe haber recibido también la fuerza y el espíritu de entrega, para someterse silenciosamente a cualquier situación que la vida le presentara, y la nobleza de carácter que volverá a surgir a lo largo de su vida.

    José entró a la escuela en el tiempo de Pascua de Resurrección del año 1904, junto a una docena de alumnos. El maestro no encontró en él un talento sobresaliente, pero sí un marcado interés por aprender. En el estudio avanzaba en forma lenta pero segura y, pronto, su aplicación y perseverancia lo llevaron a ocupar el primer lugar de su curso. Su modo de ser lo impulsaba a buscar buenos amigos, y con uno de sus compañeros entabló una estrecha amistad. Sin embargo, este amigo le hizo sufrir una gran desilusión. En una ocasión en que el profesor les hizo un dictado y luego pidió a los alumnos que intercambiaran pizarras para corregirse mutuamente, su amigo se burló cada vez que descubrió una falta en el dictado de José, llamando así la atención de los demás compañeros y del profesor. Este insólito comportamiento hirió mucho a José; fue una desilusión que se grabó en su espíritu al punto que, años más tarde, la recordó en su diario de vida.

    Alumnos de una escuela alemana de la época

    Su aplicación como estudiante hizo que pronto conquistara la buena voluntad de su maestro. Sin embargo, este muchacho, tan bueno y tranquilo, podía enojarse y perder la paciencia cuando se sentía herido en su rectitud. Un día, en clase de matemáticas, el maestro les dio a resolver un problema que no había explicado. José se lo hizo notar y le pidió que lo explicara, pero el maestro se negó e insistió en que lo resolvieran sin su ayuda. Al muchacho le molestó tanto esta injusticia que apenas lograba reprimir su ira mientras trataba de decidir qué actitud asumir: ¿Debía pelear para defenderse? No, eso no, pues se trataba del maestro. Pero, y ¿si lo castigaba? En ese caso, pensó, se defendería aunque tuviera que irse a las manos. Indudablemente, no sucedió nada de eso pero, en cuanto llegó donde su madre, estalló: Mamá, casi tuve que pelearme con el maestro y, seguramente, los otros muchachos me hubieran ayudado. Muchas veces, ella tuvo que apaciguar sus arrebatos de ira. En el futuro, más de alguno de sus compañeros descubriría que, si Engling tenía buen corazón, esto no significaba que fuese un santurrón sin carácter.

    ••• Un acontecimiento memorable

    El 11 de mayo de 1910, José trabajaba en la salita de su casa. Debía tratarse de algo especial, pues ese niño de doce años estaba completamente abstraído, armando un cuadernillo con unos papeles sin líneas y un forro azul, que cosió con aguja e hilo de su padre. Luego, trazó cuidadosamente unas líneas paralelas. Algunas le quedaron derechas, pero otras, un tanto desviadas. Cuando estuvo listo, dibujó en la primera página un adorno en espiral que, aunque un poco ladeado y disparejo, resultó bastante gracioso. Bajo el adorno, puso la fecha: 11 de mayo de 1910. A continuación, empezó a escribir, con grandes letras, un proyecto que, para él, tenía gran importancia. El secreto de José se nos revela desde la frase inicial:

    Este libro no se usará para escribir cosas vanas sino para mejorar mi vida y prepararme para mi primera comunión. Me hice el propósito de llevar un diario ya que pronto voy a recibirla. Aquí quiero empezar a escribirlo.

    Familia Engling:

    De pie: Isabel, Catarina, José, Augusto (papá), Valentín

    y Juan. Sentados: Lucía, María (mamá) y Augusto

    Fue así como nació su diario de vida. Lo escribió desde ese tiempo de preparación hasta fines del mes de marzo del año siguiente. Este alumno de una sencilla escuela pública desarrolló, en las hojas de su diario y con talento asombroso, los principales pensamientos de las lecciones previas a la primera comunión. Más tarde, anotó y memorizó las pláticas de cuaresma. En esto no sólo le ayudaba un especial don espiritual; también trataba de vivir las enseñanzas religiosas y sacar de ellas consecuencias prácticas. Lo que más asombra, de ese tiempo de su primera comunión, es la vida interior tan profundamente religiosa en un niño de su edad.

    Al día siguiente, sentado nuevamente ante su diario, se formula la primera pregunta acerca de cómo empezar mejor su preparación para tomar parte en ese acto tan trascendental. La respuesta le llega sin dificultad: bastaba mirar a su madre y hacer todo tal como ella lo hacía:

    Un día antes de que comenzaran las clases de preparación, mi mamá me aconsejó que pidiese ayuda al Espíritu Santo, lo que hice de inmediato. ¡Qué madre tan buena tengo! Entonces me hice el propósito de pedir al Espíritu Santo, antes de cada clase, que me ayudara a atender con devoción. Ya que tengo una madre tan buena y santa, me hago el propósito de ser también santo y obedecer a mis padres. Le pido a Dios que me ayude a perseverar en este propósito.

    En una clase de religión les hablaron de las jaculatorias, y una de ellas le causó tanta impresión que la anotó en su librito. Como era práctico e inteligente, la supo usar de inmediato como ejercicio contra la ira repentina, el defecto que más le costaba superar. Así escribe:

    Desde el 16 al 19 de mayo, no estuve en casa y, cuando volví, encontré el dormitorio todo desordenado. Mi primer impulso fue dejarme llevar por la ira pero, entonces, me acordé de la jaculatoria: ‘Todo por amor a Jesús’, y conseguí vencerla. Quiero recordarla siempre.

    En los últimos días de mayo, confía en su diario un problema de conciencia: Un día de mala suerte. Estaba en mi pieza cuando entró mi madre muy agitada y me dijo: José, has vuelto a cometer una falta; has arrancado nuevamente las plantas que pueden florecer. Me las mostró, y tuve que reconocer que, efectivamente, las había sacado. Pero no lo hice con mala intención; creí que eran malezas. Luego, se censura severamente por su descuido, por haber molestado y causado pena a su madre. Creía haber cometido dos imperfecciones. Cerró su informe de faltas con la siguiente petición: Jesús, ayúdame a no volver a cometer faltas graves.

    Evidentemente, su criterio aún no desarrollado le impedía distinguir entre equivocación, falta de atención y pecado; pero su claro entendimiento y dedicación pronto le serán de gran ayuda. Este pequeño episodio demuestra claramente que la gracia de Dios había despertado en su alma una auténtica aspiración religiosa. De la confianza personal que tenía en nuestro Señor, había surgido una conciencia pura que se turbaba ante las ofensas hechas a Dios. De esto deben haber nacido en su alma las ansias de trabajar intensamente en su educación, proponiéndose objetivos que cumplía con férrea voluntad.

    El 29 de junio de 1910, comulgó por primera vez. Este momento, que desde hacía semanas y meses despertaba tantas emociones en su alma, fue un recuerdo inolvidable, como lo demuestra otro acontecimiento fundamental en su vida. Desde el día de su primera comunión, le preocupaba cada vez más la pregunta sobre qué debiera ser en la vida. Sin darse cuenta, ya había tomado una decisión: quería ser sacerdote y, si fuera posible, misionero. Este deseo se despertó con la lectura de la revista Estrella de Africa, que enviaban a sus padres desde la comunidad de los padres palotinos de Limburg. Le interesaba profundamente todo lo referente a los misioneros y a la propagación de la fe católica. Desde entonces, supo lo que quería ser y se mantuvo firme en su decisión. ¡Si solamente supiera cómo lograrlo!, pensaba. Por el momento, no se atrevía a contar a nadie su decisión. En una oportunidad, comentó a su madre que quería realizar estudios superiores. Ella, algo entristecida, le contestó: Para nosotros es muy caro el Colegio de Braunsberg, no podríamos financiar tus estudios. No es eso lo que quiero, contestó José. No agregó nada más; por el momento, se limitaba a esperar.

    Después de clases, iba al vecino pueblo de Landau y trabajaba en labores agrícolas, lo que parecía indicar un deseo de convertirse en campesino. No obstante, la idea de ser sacerdote permanecía inamovible en su mente. Nuevamente hizo una insinuación a su madre al pedirle que no lo comprometiera con su patrón a volver al trabajo del año siguiente. Su madre le preguntó, entonces, qué era lo que quería hacer, a lo que José contestó con una frase que mucho y nada decía: Espere hasta después de mayo, entonces se lo diré. Con la alusión al mes de mayo, no era difícil adivinar lo que se proponía. Evidentemente, José había confiado su deseo a la Virgen María. El Mes de María había de traerle la solución y, de hecho, se la trajo. A fines de mayo, confió su deseo al párroco y le pidió que lo preparara y lo ayudara a ingresar a la Congregación de los Padres Palotinos. Desde Limburg, llegó la promesa de una rebaja monetaria y sus padres le dieron la bendición. De esta manera, este niño que había puesto su vocación y toda su confianza en María, después de esperar con paciencia durante dos años, vio cómo su más cara aspiración empezaba a realizarse.

    2

    En el Seminario Menor de los Padres Palotinos

    Capítulo 2

    En el Seminario Menor de los Padres Palotinos

    ••• El joven campesino

    En el seminario menor de los Padres Palotinos de Schoenstatt, en Vallendar junto al Rhin, en septiembre de 1912, comenzaba un nuevo año escolar. Según las leyes vigentes del estado, solamente podían aceptarse alumnos que hubiesen pasado la edad establecida para asistir obligatoriamente a la escuela, de modo que debían acumular todos los años de estudio de la enseñanza secundaria, de nueve años, en sólo siete[1]. Debido a estos requisitos, se había designado los cursos, tal como en las universidades, con las siguientes denominaciones: Sexto, Quinto y, luego, se continuaba con el Tercer curso hasta el Séptimo.

    Una mañana en que los alumnos del Sexto esperaban la llegada del profesor, vieron llegar, balanceando alegremente sus libros, a un muchacho de aspecto bonachón, de anchos hombros

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