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La Misericordia de Bartholomew Roberts: El Sacerdote Pirata
La Misericordia de Bartholomew Roberts: El Sacerdote Pirata
La Misericordia de Bartholomew Roberts: El Sacerdote Pirata
Libro electrónico79 páginas1 hora

La Misericordia de Bartholomew Roberts: El Sacerdote Pirata

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¿Cómo puedes perdonar a alguien cuando tienes odio en tu corazón?

Bartholomew Roberts finalmente encontró a Walter Kennedy, el hombre que inspiró a su tripulación a amotinarse y robó una de sus naves. La pregunta es ¿qué hará él cuando se encuentren?

Roberts se encuentra enuna encrucijada, entre lo que la Biblia dice que es justo y lo que exige su ira y su equipo. Mientras Roberts lucha con sus demonios internos, debe encontrar una manera de acercarse a Kennedy. Walter se ha echo nuevos aliados: piratas ansiosos por la batalla en alta mar.
Pero Roberts y su churma no están solos. Ellos, para su persecución, tienen la ayuda de un pirata novato, Barbanegra.

¿Roberts y Barbanegra llegarán a tiempo, o su presa se les escapara de la morsa? ¿Qué hará Roberts si logran capturar a Kennedy? ¿Mostrarle misericordia o la aplicar justicia de un pirata? ¿Podrá Roberts convivir con su decisión?

Descubra a dónde lo llevan las pruebas de Roberts en sus historias cortas llenas de fe, acción y aventura ambientadas durante la Edad de Oro de la Piratería.

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento12 ene 2020
ISBN9781071524695
La Misericordia de Bartholomew Roberts: El Sacerdote Pirata

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    La Misericordia de Bartholomew Roberts - Jeremy McLean

    Índice

    Índice

    1. LA PRUEBA

    2. SABOTAJE

    3. UNA DECISIÓN PERSONAL

    4. MATEO 6:14

    5. Sobre el Autor

    6. Sobre los traductores

    1.  LA PRUEBA

    Del diario de Bartholomew Roberts

    Apunte #54

    Fecha 5 de Julio, sin año

    ––––––––

    Navegamos hacia providencia con una breve parada en San Andrés para reabastecernos.

    Me encuentro en la víspera de un largo viaje de un año para encontrar a Walter Kennedy, el irlandés que robo mi barco. Aunque nuestros destinos están programados para entrelazarse una vez más, no me causa nada de placer.

    Estoy seguro de que se avecina una batalla y una decisión que debo tomar.

    Hemos reclutado la ayuda de Edward Thatch, mejor conocido como El pirata recién llegado Barbanegra, a la batalla que se aproxima. En este momento está retrasado debido a una desafortunada reunión con un galeón español. Me pidió que continuara mientras el reparaba su barco, le ofrecí compañeros de equipo de repuesto para acelerar nuestro viaje, prometió que nos encontraríamos en Providencia.

    Me preguntó que qué le haría a Kennedy una vez lo tuviera en frente, le dije que le entregaría a la justicia de Dios. Afirmó que si se encontraba con la persona de la que quería vengarse, la mataría. Pensé en voz alta si esa era una acción justa que Dios aprobaría, y él dijo que era la justicia de un pirata.

    ¿No pueden los dos ser iguales?

    ––––––––

    Anclé a Fortuna en el puerto de San Andrés. Una pequeña colonia inglesa había sido construida en el noreste de la isla y había tomado el paraíso. Muchos de los árboles tropicales y la vida silvestre que se habrían extendido hasta el borde de la isla habían sido talados para casas de madera y edificios a lo largo de la costa. Unos cuantos edificios de ladrillo más grandes salpicaban el lado norte y el interior de la isla.

    —Hank, bajaré a la horilla un momento. ¿Puedes encargarte del reabastecimiento por nosotros?—

    Hank asintió mientras colocaba sus pulgares entre el cinturón y los pantalones.

    —Puede contar conmigo, capitán.—

    —Buen hombre —respondió Roberts con un golpe contra la espalda de Hank.

    —¿Qué hará en el pueblo?—

    —Existe la posibilidad de que los piratas hayan pasado por aquí de camino a Providencia. No está mal preguntar si algunos de los habitantes de la ciudad vieron sus barcos.—

    Después de que Hank asintió de nuevo, Roberts se dio la vuelta y se dirigió a las escaleras del alcázar hacia los botes.

    —Lo atraparemos —dijo Hank detrás de él.

    Roberts miró por encima del hombro a Hank. Sus ojos estaban muy abiertos y había una sonrisa curvada en la esquina de sus labios.

    —Por supuesto —respondió Roberts. Tuvo que obligarse a sí mismo a devolver la sonrisa. Sus músculos se tensaron contra el cambio de expresión.

    Después de tres días de trabajo forzado, trabajando día y noche para llegar a San Andrés a tiempo, Roberts no tuvo tiempo para pensar. Ir a tierra sería tanto sobre la recopilación de información como lo sería contemplar lo que haría cuando se reencontrara con Walter Kennedy.

    Roberts abordó una de las chalupas que se dirigían a la costa para devolver los suministros a la Fortuna. Los hombres a bordo hablaban entusiasmados sobre la próxima batalla y su próxima venganza.

    Así es, estos hombres también se sentían traicionados por Kennedy y sus viejos compañeros de equipo.

    La chalupa, impulsada por fuertes remeros, pronto fue atracada en el muelle de San Andrés, y los otros botes de la Fortune no se quedaron atrás.

    Los sonidos del muelle abrumaron todos los otros ruidos. Los hombres gritaban, hacían rodar barriles, tiraban cajas y golpeaban los pies en el bullicioso y pequeño muelle. Roberts, una vez más, no encontró un respiro, y no pudo concentrarse en sus pensamientos en medio del ruido.

    Abandonó el bote mientras sus hombres lo ataban al muelle de madera y caminaban hacia la ciudad. Apenas se dio cuenta de las vistas que lo rodeaban, pero lo que sí vio fue la misma vida de colonia rancio seguida por muchos de Gran Bretaña. Aburridas casas de madera, caballos tirando de carros sobre piedra adoquinada o tierra, mujeres delicadas con vestidos y hombres de atuendo variados según su estación, y barro. Siempre barro.

    Roberts pronto se encontró en una taberna, sin la mayoría de los clientes, y se sentó en una mesa en la esquina de la habitación. Pronto, una joven le preguntó qué quería y fue a buscarle una comida y un poco de cerveza.

    Por una ventana, Roberts podía ver el sol que descendía sobre la ciudad en un arco lento. Era casi la hora de una cena, pero aún faltaban unas pocas horas antes del anochecer.

    Si Hank se apresuraba a volver a suministrar el barco, podríamos llegar a Providencia en medio de la noche.

    La joven regresó con una jarra llena hasta el borde con una cerveza pálida en una mano y un plato forrado con varias carnes curadas, quesos blandos y galletas en la otra.

    —Gracias cariño —dijo Roberts. Inclinó la cabeza hacia un lado mientras miraba a los ojos color avellana de la joven.

    —Dime, ¿sabrías decirme si alguna fragata pasó en tus orillas últimamente? ¿Barcos altos preparados para la batalla? —preguntó Roberts, gesticulando con sus manos.

    La joven sonrió, pero parecía nerviosa ante la pregunta. Miró a un lado en el pensamiento.

    —Bueno, señor, vemos varios comerciantes en estas partes... y piratas, si eso es lo que desea

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