Revelaciones de un camino londinense
Casi todas las mañanas puedes encontrarme comprando plátanos en el supermercado bengalí de la calle detrás de mi casa, en el noreste de Londres. Luego voy por un lattecon leche de almendras a la cafetería de un italiano de bigote acicalado, donde las paredes están cubiertas por los azulejos de una carnicería que ocupó este local hace un siglo. Después, paso por el periódico al negocio de un egipcio, quien ha puesto en la ventana un cartel en el que proclama orgulloso que su establecimiento está “libre de pornografía”.
El camino que los señalamientos de tránsito identifican como A10 nace en el puente de Londres y se extiende en dirección norte hacia Cambridge. Sin embargo, mi tramo es un poco íntimo para la capital británica. Conozcotambién a los literatos que se amontonan en la librería para la ocasional cata de champán. Todos me llaman “la gringa”, pese a ser canadiense y a que he vivido una década en este barrio, donde los negocios sórdidos de kebab y las filas largas de quienes cobran cheques de asistencia social en la oficina postal te impiden adivinar que, alguna vez, esta calle fue parte del Imperio Romano.
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