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Pequeños astronautas
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Libro electrónico213 páginas2 horas

Pequeños astronautas

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Cuatro niños y sus padres que deciden abanonar la Tierra, buscando un nuevo planeta donde vivir sin armas ni guerras. esperando tener así una vida serena y tranquila. Un final inesperado para las hermosas aventuras vividas por los pequeños protagonistas.

IdiomaEspañol
EditorialGiuseppe Loda
Fecha de lanzamiento6 dic 2019
ISBN9781071520475
Pequeños astronautas

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    Pequeños astronautas - Giuseppe Loda

    PEQUEÑOS ASTRONAUTAS

    GIUSSEPE LODA

    Estas Son las aventuras de cuatro muchachitos que con sus padres viajan al espacio infinito a bordo de una pequeña nave espacial, en búsqueda de un planeta donde vivir sin tener que recurrir siempre a las armas. Lamentablemente antes de tener éxito en su intento, deben enfrentar variadas situaciones, a veces muy peligrosas.

    CAPÍTULO 1

    Todo comenzó el día en que los padres de cuatro pequeños muchachitos, después de una atenta evaluación, decidieron abandonar este planeta a la búsqueda  de un mundo mejor, que pudiese dar un futuro distinto a sus hijos.

    Comenzamos a relatar en orden esta maravillosa aventura.

    En una gran fábrica de una ciudad desconocida, cuatro amigos, en contra de su voluntad, trabajaban en la experimentación de nuevas y potentes armas químicas, ocultos en grandes refugios secretos. Disgustados por el hecho de tener que construir artillerías cada vez más peligrosas,  tenían miedo que un día cualquiera pudieran usarlas contra sus seres queridos. Después de haber reflexionado mucho, decidieron construir una pequeña nave espacial con la cual poder dejar la Tierra con sus respectivas familias antes que algún dictador decidiese usar las terribles armas, porque estaban seguros que esto habría podido causar el fin del planeta mismo.

    Tres de los cuatro amigos vivían en la ciudad, mientras el cuarto tenía la fortuna de vivir en una cabaña en el campo, donde disponía también de un viejo almacén.

    Fue realmente en aquel almacén donde decidieron donde decidieron construir la pequeña aeronave, que los pudiese llevar lejos de un planeta ya enfermo y que les permitiese encontrar un nuevo mundo donde poder vivir serenamente sin la amenaza de las armas que ellos mismos construían.

    El trabajo en la fábrica les llevaba mucho tiempo a nuestros cuatro amigos y la construcción de la aeronave continuó lentamente.

    Finalmente, después de solo dos años, el trabajo estaba finalizado y solo esperaban efectuar la primera prueba de vuelo para controlar que todo funcionase y que el tiempo empleado en la construcción no haya sido en vano.

    Los motores de la nave eran muy ruidosos, pero nuestros amigos debían hacer estos controles sin dejarse oír por los vecinos: habrían informado a la autoridad competente y detenido su iniciativa.

    Por lo tanto, decidieron que las pruebas tuviesen lugar solo en los días en que hubiese fuertes temporales, de modo que el ruido de los truenos amortiguase el rugido de la aeronave.

    Y finalmente, después de muchos controles fue puesta a punto, la nave espacial estaba lista para tomar vuelo hacia nuevos horizontes.

    Después de haber llevado a bordo el material que se necesitaría durante el viaje y una inmenso suministro de alimentos, se prepararon para partir, con la esperanza que el buen Dios los ayudase a encontrar un planeta donde vivir un futuro mejor.

    Y así, una noche abandonaron la Tierra, para emprender el viaje hacia un planeta con clima y dimensiones similares a la Tierra.

    Mientras la nave se alejaba, miraron con una pizca de nostalgia la tierra que inexorablemente desaparecía, dejándolos solos en el inmenso espacio celeste.

    Después de una reunión para decidir cómo comportarse durante el viaje, el comando de la nave fue asignado a Máximo, papá de la pequeña Diana, y cada persona a bordo tuvo una tarea precisa para llevar a cabo, de modo que el viaje pudiese llevarse a cabo sin mucha dificultad.

    Máximo era un experto en cartografía espacial y se ocupaba, así como del comando, también de trazar la ruta de la nave. Miguel, papá de Amy, se ocuparía del funcionamiento de los motores. Nino, padre de Iván, del mantenimiento y las pequeñas fallas, mientras que al papá de Sergio le fue dado el encargo de impartir a los pequeños las primeras nociones de defensa personal, en el desafortunado caso que hubiesen aterrizado en un planeta cuyos habitantes  resultaran hostiles.

    Las mujeres en cambio, desempeñarían las mismas tareas que tenían en la Tierra: hacer la comida y mantener el orden en la aeronave.

    Durante treinta días viajaron por el espacio sin problemas, luego, un día algunos fragmentos de meteoritos golpearon la nave, ocasionando por fortuna daños leves, pero obligando a Máximo a desviar la ruta y a llevarlos hasta un pequeño planeta que había detectado a no mucha distancia.

    Después de un aterrizaje casi perfecto, se prepararon a bajar para verificar los daños provocados por el meteorito cruzado poco antes.

    Mientras verificaban si era necesario descender con las máscaras de oxígeno, tuvieron el placer de descubrir que sobre aquel planeta se podía respirar, dejaron la nave espacial que por treinta días había sido su casa, para comenzar las reparaciones de los daño, aunque marginales, causados por los meteoritos.

    Mientras los hombres se ocupaban de las reparaciones, la mujeres, con la esperanza de abastecer un poco la despensa, controlaban si en el planeta era posible encontrar comida, puesto que no sabían aún, cuanto tiempo les tomaría alcanzar su tan desea meta.

    Después de haber inspeccionado varios tipos de hierbas, descubrieron una verdura bastante sabrosa, parecida al hinojo, aquel que cultivaban en la Tierra, pero mucho más nutritivo. Comenzaron, entonces, a recogerla y hacer acopio, mientras sus hijos jugaban sin alejarse mucho de sus padres.

    Después de cinco días, los daños estaban casi reparados y la despensa fue enriquecida con una buena cantidad, por lo tanto se fijó la partida para el día siguiente.

    Ese atardecer los niños, cansados de permanecer cerca de la nave espacial, preguntaron a sus padres si podían ir a visitar una gruta que habían visto no uy lejos: era la última jornada que iban a pasar en aquel lugar y les habría gustado descubrir algo nuevo antes de abandonarlo.

    _Vayan con cuidado – Respondió Máximo, -pero recuerden que no estamos en la Tierra, puede ser peligroso aunque en estos días no tuvimos ningún problema.

    _No te preocupes papá, somos bastante grandes para saber si es un lugar peligroso – respondieron los chicos y se dirigieron hacia la misteriosa gruta.

    Después de haber entrado miraron con extrema curiosidad las paredes en su interior y permanecieron maravillados úes no habían visto jamás una gruta tan hermosa: estaba recubierta de pequeñas piedras de colores reflejando una luz azul, que la iluminaba como si fuera de día. Mientras avanzaban parecía como si caminaran sobre un arco iris. Admirando aquel fantástico espectáculo, nuestros pequeños amigos se adentraron cada vez más al interior, sin darse cuenta que estaban entrando más profundamente de lo que hubiesen previsto.

    Pero se sabe, los chicos son siempre muy curiosos.

    La curiosidad por cuantas maravillas aún podrían descubrir no los detuvo, de hecho avanzaron más y más. Después de haber caminado mucho tiempo desembocaron en una gran caverna donde las extrañas piedras luminosas colocadas en las paredes eran mucho más grandes que aquellas que habían visto hasta ahora. Y la gruta parecía terminar justo allí. Mientras admiraban las hermosas rocas, Iván se acercó a una de ellas para sacarla de la ´pared y llevársela a sus padres, para que pudieran explicar qué clase de piedra era: nunca las habían visto así luminosas. ¡Ojalá nunca lo hubiera hecho!  Apenas Iván intentó tomar la roca más grande, ésta con un movimiento fulminante intentó morderle la mano, no teniendo éxito solo por la velocidad con que Iván se alejó de sus fauces. Aquellas que parecían ser piedras luminosas, no eran otra cosa que pequeños animales, con una boca equipada con colmillos muy gruesos.

    Al ver esto, nuestros cuatro pequeños amigos se asustaron y, a la carrera, buscaron llegar a la salida. El ruido de sus pasos despertó a los pequeños animales que dormían sobre las paredes: ahora no resplandecían más como cuando habían entrado, pero se lanzaban con pequeños gruñidos contra los chicos, intentando morderlos. Era una carrera desesperada hacia la salvación. Mientras intentaban salir indemnes de la huida, gritaron pidiendo ayuda vigorosamente.

    Los padres escucharon sus gritos y se lanzaron hacia la gruta para ver qué peligro se cernía sobre sus muchachos. Después de haber visto esos extraños animales que los rodeaban con la fuerza de la desesperación agarraron a sus hijos y se apresuraron a buscar refugio en la nave. Rápidamente la astronave fue literalmente cubierta por las pequeñas bestezuelas: que con sus dientes intentaron perforar su coraza.

    Después de haber controlado que no hubiesen causado daños de manera alguna, Máximo les pidió prepararse para un despegue rápido. Pasados pocos minutos dejaron aquel peligroso planeta.

    Estaban viajando ya por varias horas, cuando Miguel informó a Máximo que los pequeños animales estaban aún enganchados a la nave, y se mostró preocupado de que su presencia pudiese causar algún problema.

    _Intentaré dar un golpe de corriente al casco de la nave, para alearlos definitivamente. – Respondió Máximo. Después de haber alertado a toda la tripulación de permanecer sentados en sus respectivos lugares, Máximo dio varios impulsos de corriente al exterior de la nave espacial y vio que las pequeñas bestias se caían de la nave para  dispersarse en el espacio: finalmente se habían liberado de aquella oscura amenaza.

    Después de tantas emociones decidieron dedicarse a un merecido descanso, mientras el vehículo espacial continuaba buscando su destino. Viajaron por casi tres meses sin detenerse nunca. Pero todavía necesitaban casi el mismo tiempo para llegar al planeta que deseaban, las existencias de alimento comenzaban a escasear y tuvieron que buscar algún otro planeta, con la esperanza de encontrar comida para surtir su despensa casi vacía.

    ¡Encontrar comida y rápido! Esta era su única oportunidad de supervivencia.

    Finalmente después de otros dos días de viaje lograron identificar en el monitor un pequeño planeta. Decidieron igualmente bajar en búsqueda de alimento.

    Luego de haber hecho una recorrida de inspección para comprobar si pudiera haber algún peligro, aterrizaron cerca de un pequeño lago que habían visto desde la nave.

    Un chequeo adicional para verificar la posibilidad de bajar sin la ayuda de las máscaras – también esta vez fueron afortunados: los respiradores no eran necesarios – y con las armas en las manos recorrieron el montante que desde la astronave llevaba hasta el continente encontrándose en poco tiempo todos sobre el suelo de aquel minúsculo planeta.

    El primer día, sin alejarse demasiado de la nave buscaron comida: no querían correr el riesgo de ser agredidos como antes les había sucedido. Pero en la inmediata vecindad no vieron nada de lo que tenían necesidad. El día después continuarían la búsqueda en un radio mayor.

    Por la noche, mientras los niños y las mujeres descansaban, los hombres por turnos velaron por la integridad de la nave.

    La noche transcurrió sin problemas y en la mañana estaban listos para iniciar una nueva jornada a la búsqueda del alimento que necesitaban para continuar el viaje. 

    Era tarde cuando finalmente lograron encontrar algo para comer, una especie de raíz que sobresalía de la tierra, aunque ciertamente de aspecto nada apetitoso, sin embargo, aquella raíz se encontraba justo sobre la orilla opuesta del laguito en los bancos del cual habían aterrizado, entonces decidieron volver a montar en su vehículo y a moverlo a un lugar más cercano a la fuente de alimento.

    Llegados a destino rápido iniciaron los preparativos para recoger la mayor cantidad de provisiones en el menor tiempo posible, no deseando repetir la experiencia que habían vivido durante su primera detención en un planeta desconocido. Después de haber hecho algunos cálculos, establecieron que, para llenar la despensa de la nave ya casi vacía, deberían permanecer en el planeta unos die días, esperando que, mientras tanto, nada los molestara.

    Durante ocho días trabajaron incesantemente y sin que ninguna cosa los molestase, y estaban, ya bastante seguros que el planeta estaba deshabitado; así, mientras los padres continuaban sin parar cargando alimento en la nave, los pequeños reanudaron sus juegos y exploraciones, pero sin alejarse demasiado de la nave.

    CAPÍTULO 2

    Faltaban aún dos días antes de poder reemprender el viaje, y los niños preguntaron a sus padres si era posible darse un baño en aquel pequeño lago, las aguas no eran límpidas como en la Tierra, pero era mucho más densa y también de un color diferente. Después de haberla examinado, Máximo autorizó a los niños, que tanto lo deseaban, a bañarse en aquellas aguas: entre otras cosas, porque distrayéndose un poco, ellos dejarían de molestarlos continuamente con las más variadas preguntas.

    Nuestros amiguitos, contentos de poder tomar un baño, se alearon llevando con ellos algunas rocas, y después de haberse cambiado, se prepararon para dar el primer chapuzón en un planeta que no era la Tierra. El primero en tirarse al agua fue Sergio, seguido enseguida por Amy, mientras Iván y Diana controlaban desde la orilla por pudiese haber algún peligro.

    Habiendo visto que sus amigos en el agua se divertían, también Iván se preparó a entrar, mientras Sergio y Amy se acercaban a la orilla para pedir a sus amigos que entrasen y para que se den cuenta personalmente de lo lindo que era jugar en aquella agua tan densa que donde ni siquiera habría sido necesario saber nadar para flotar como patos.

    Amy se acercó a Iván y lo tiró de costado dentro del lago, cuando de pronto Sergio fue atrapado por un remolino que se había formado de repente y lo estaba llegando hacia el fondo del lago. Rápido, Amy alargó la mano para ayudar a Sergio, pero la fuerza del remolino era tan violente que la llevó también a ella. Al ver esto, Iván y Diana se lanzaron en su ayuda y lograron tomarlos de las manos, pero la potencia del remolino era demasiado fuerte para nuestros pequeños amigos: en pocos segundos desaparecieron, tragados por aquel lago maldito.

    Se abrazaron los unos a los otros, mientras giraban como trompos, llevados cada vez más hacia la profundidad del lago, hasta que perdieron el conocimiento. Su fin parecía inevitable, cuando de pronto ocurrió algo increíble: el remolino desvió su trayectoria y los llevó literalmente a una cueva, donde el agua del lago lentamente se retiró, dejando a los niños desmayados, pero por fortuna aún con vida. 

    Después de algunos minutos Iván se recuperó, vio que también sus amigos estaban en buenas condiciones y logró volverlos a la vida. Lamentablemente ahora no sabían dónde se encontraban ni cómo hacer para poder salir de aquella desagradable situación.

    Se miraron y, asustados, comenzaron a gritar pidiendo ayuda, pero, desgraciadamente para ellos, sin ningún resultado.

    Después de haber pensado qué hacer, decidieron inspeccionar la gruta, para saber si habría posibilidad de llegar a sus padres.

    Después de haber caminado mucho tiempo inútilmente, ya cansados, se acostaron uno cerca del otro buscando calentarse, para descansar algunas horas: la ruta estaba húmeda y comenzaban a sentir frío, después de recuperar fuerzas comenzarían de nuevo a caminar para encontrar el camino hacia la superficie, y estaban seguros que, en todo caso, también sus padres los estarían buscando.

    Pasadas alunas horas de sueño reemprendieron el camino. Pero, no obstante la buena voluntad, no lograban encontrar la salida. Más bien, la cueva parecía dirigirse cada

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