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El Hogar: Están entre nosotras
El Hogar: Están entre nosotras
El Hogar: Están entre nosotras
Libro electrónico489 páginas6 horas

El Hogar: Están entre nosotras

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Información de este libro electrónico

Corren los años 70 en España, país gobernado por la dictadura. En uno de los muchos internados localizados en las distintas provincias, también llamados hogares, viven Shira y sus amigas, que, a diferencia de otras niñas, les toca vivir su niñez en un entorno cubierto en luces y sombras, donde la inocencia se ve sobresaltada y perturbada por la tiranía y la maldad, creando así un mundo entre la realidad y sus sueños.

Un hogar envuelto en sucesos paranormales e inexplicables, donde las reuniones secretas y las desapariciones de las internas son un misterio.

La sensibilidad de Shira y su curiosidad por descubrir los oscuros secretos que se ocultan tras esos muros, le llevará a involucrarse y descubrir la parte más turbia del ser humano. A pesar de ello, supo mantener su espíritu noble y alegre.

Una historia de amistad, esperanzas y temores.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento8 mar 2020
ISBN9780463130247
El Hogar: Están entre nosotras

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    El Hogar - Gisela Cutanda

    El Hogar

    Están entre nosotras

    Gisela Cutanda

    El Hogar. Están entre nosotras

    © Gisela Cutanda, 2019

    Primera edición: Noviembre 2019

    mail: elhogar.estanconnosotras@gmail.com

    Deposito legal: M-36862-2019

    ISBN: 978-84-09-16064-8

    Madrid - España

    © Fabiola Berton, por la ilustración

    Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito del titular del copyright.

    Este libro, está dedicado a todas esas niñas que ahora son mujeres, y que hicieron que sus vidas y las vidas de los demás, tuviesen significado.

    Una especial dedicación de estas líneas, a la mujer que me enseñó a ser fuerte con su propia fuerza, a la mujer que agradezco que me diese la vida para: vivir, aprender, conocerla, respetarla y amarla.

    Siempre será la persona que echaré de menos, en el momento de los sucesos y en el momento que escribo este libro.

    No le tengo que perdonar nada a nadie, si esa era la vida que tenía que vivir, me ha servido como aprendizaje en lo sucesivo.

    ¡Gracias Mamá!

    Dolores, ya no sufras más.

    Agradecimiento especial

    Gracias, por haber estado siempre apoyándome

    desde que empecé con el periplo del libro.

    Por haber estado a mi lado en los momentos

    de luces y sombras.

    Gracias Ivonne.

    PROLOGO DEL AUTOR

    Dolores, como muchas otras mujeres, madres de aquella época, vivía los tiempos convulsos de los años de una dictadura.

    Las riendas de España se encontraban bajo el poder del general Francisco Franco.

    Madres como Dolores, solteras y con hijos, luchadoras e infatigables, salían cada día a la calle a trabajar desde que salía el sol hasta que se ponía, para llevar a casa el alimento y las necesidades de sus hijos.

    No era sencillo conciliar la vida de la casa con la vida laboral, siempre pendiente de no fallar en ninguno de los dos aspectos, mujer y madre.

    Vivían en un edificio grande en Madrid, un barrio obrero como los había muchos. A sus hijos les gustaba el entorno, había mucho espacio sin edificar, donde podían jugar a los juegos que se encontraban en auge, que consistían en: correr, correr y más correr.

    A Dolores, le inquietaba dejar a sus hijos solos en casa, aunque cada día les recalcaba que no abriesen la puerta a extraños, además, de que dijesen que su mamá había salido a comprar pan y leche, de que no se asomasen a las ventanas, de no tocar nada de la cocina, y de que el mayor cuidase a sus hermanos y estuviese pendiente para que no cometiesen travesuras.

    Shira era la más pequeña de los hermanos, escuchaba atentamente, no entendía muy bien por qué todo aquello que su mamá le decía podía ser peligroso. A lo que ella prestaba atención era a jugar con sus muñecas, para lo demás, tenía a sus hermanos.

    La situación de Dolores, de no poder dar todo lo que sus hijos necesitaban, todos bajo el mismo techo, pero con muchas de las necesidades básicas al descubierto, se fué haciendo insostenible con el tiempo. Los colegios, los turnos de su trabajo, preguntas como: ¿qué van a comer?, ¿estarán bien?... Etc.

    La mujer, tuvo que tomar la decisión de pedir ayuda a los servicios sociales. Aquello, le generaba una gran tristeza, pero se convencía cada día y más adelante, cada año, de que, esa decisión sería lo mejor para sus hijos. Estarían cuidados y alimentados, tendrían una educación y un lugar donde jugar con otros niños.

    Dolores encontró con que, no era la única madre que atravesaba por tomar aquella decisión, no porque fuesen hijos con maltratos, ni por conductas conflictivas por parte de ellos o incluso de ellas mismas, no eran delincuentes, ni se hallaban marginados.

    Era la solución que el Estado le daba a aquellas madres, cuando la desesperación de éstas debilitaba toda esperanza de seguir adelante, con su vida y con la de los suyos.

    A los hijos varones los llevaron a un colegio, a una población de Murcia y a Shira a otro, en la misma región, un hogar para niñas.

    ***

    Los hechos que aquí se relatan están basados en la realidad vivida por la autora. Los lugares son reales. Sin embargo, debido a la corta edad de la protagonista, nunca se ha sumergido en la labor de investigación, y por ello, parte del relato está basado en suposiciones e imaginación.

    Es posible, que algunas personas se sientan identificadas e incluso crean haber estado en este lugar o en una situación semejante.

    Los nombres de los personajes son ficticios.

    CAPITULO I

    La mañana de marzo de 1975, se levantaron más temprano que de lo habitual, chicas apresuradas, revoloteando de un lado para otro, correteaban por las habitaciones nerviosas, recogiendo sus pocas pertenencias, para meterlas en la bolsa hecha de tela que tenían guardadas para una ocasión como la de hoy.

    Las habitaciones se encontraban en la planta de arriba, en cada habitación había diez literas, que ocupaban según les parecía a ellas, eso se debía al grado de amistad que tuviesen las unas con las otras. No había una norma específica en la institución para ocupar las camas, si estaba acorde a las edades, de ahí, que Shira y sus amigas estuviesen en la misma habitación.

    Mientras hacían los preparativos, se preguntaban unas a otras por las cosas que se iban a llevar, casi todas tenían obsequios mayormente de sus madres, o cosas que habían ido adquiriendo con los años, regalos que se daban de cosas que encontraban o que hacían con sus propias manos.

    —¿Estas nerviosa? —preguntó Belén.

    —No, no estoy nerviosa. Estoy triste. Nos vamos a separar de muchas amigas —dijo Shira.

    —¡Seguro que vamos a hacer muchas amigas a donde vamos! —dijo Belén casi con entusiasmo.

    Por los pasillos había el mismo alboroto que en las habitaciones. Terminaron de meter sus cosas en las bolsas y bajaron al comedor, allí les aguardaba una sorpresa. Cuando entraron al comedor el alboroto era mayor aún, si cabía, se dirigieron a las mesas que siempre ocupaban, organizadas para seis comensales.

    La directora de la institución pidió silencio, tuvieron que pasar varios minutos hasta que se hizo el silencio total.

    —Chicas atención—. Comenzó hablando la directora. Junto a ella se encontraban todas las profesoras y monitoras—. Ya sabéis que hoy es el día en que dejáis este colegio para ir a otro. Os deseo todo lo mejor, y que aprendáis mucho con vuestras nuevas profesoras… —. Siguió con el discurso.

    Mientras desayunaban, la directora y los demás adultos que durante años las habían cuidado, las animaban con buenos deseos. Las chicas, por otro lado, mantenían el silencio como podían, debido al nerviosismo y la inquietud que provocaba las despedidas, e incluso los sollozos. Fueron saliendo poco a poco del comedor hacia el patio.

    Shira animó a sus amigas: Belén, Susana y Suko, para que fuesen juntas a la parte trasera desde donde se podía ver la playa, corrieron atravesando los enormes cactus hasta el pequeño muro que separaba el edificio del terraplén, y se sentaron en la terraza donde había un mástil que izaba la bandera de España.

    Desde su posición podían ver la inmensidad del mar con su extensa playa, una junto a otra, sentadas con las piernas colgando del muro, contemplaban la masa de agua y escuchaban el rugido que las olas hacían al llegar a la orilla.

    Shira alzo los brazos y movió las manos dándole un adiós a la playa, donde cada verano bajaban a bañarse, las demás hicieron lo mismo, y sonrieron.

    Habían llegado los autobuses, que se habían situado en el extenso patio. Ellas con sus bolsas de viaje en la mano, llegaron corriendo, una de las monitoras les preguntó que dónde se habían metido, y sin esperar respuesta las fué agrupando.

    Ellas no sabían lo que significaba estar en un grupo o en otro, pero, aun así, cuando se vieron todas juntas se alegraron, más tarde se enterarían de que los grupos que allí había formados, era para los distintos autobuses que llevaban a lugares diferentes, todos ellos mezclados por edades.

    Las cuatro amigas se cogieron de las manos, y saltaron de alegría. «Aquel traslado sería mucho mejor si iban contigo las amigas», pensó Shira.

    Se formaron en una fila y fueron encaminándose al autobús que les correspondía, en la puerta, había dos monitoras, que las abrazaron y les fueron dando besos. Les dieron una bolsa de comida que contenía un par de bocadillos, fruta y agua.

    Ya de camino, Shira miraba por la ventanilla del autobús abstraída en sus pensamientos, tenía nueve años, y un montón de cosas en su cabeza. A su madre principalmente, que siempre pensaba en ella. «¿Sabría su madre que hoy dejaba esa institución para ir a otra?», pensó. Les habían dicho que no se encontraba muy lejos desde donde habían partido, pero, aun así, no sería Madrid.

    Las cuatro amigas eran de Madrid, pero había sido en Murcia donde se habían conocido, exactamente en el Puerto de Mazarrón, donde se encontraba el Hogar Crucero Baleares.

    Habían oído decir a las chicas mayores, que, a donde iban no tendrían la magnífica playa, ni el sonido del mar, ni las estupendas vistas que tenían desde la amplia terraza de la parte trasera del edificio.

    No, no sería lo mismo, «lo echaría de menos», pensó Shira. Le había llegado a gustar mucho el mar y bajar a la playa cuando se aproximaba el verano, y bañarse frotándose con jabón el pelo y el cuerpo, sin ropa o solamente con las bragas puestas.

    Pensando en todos esos momentos que recordaba, se quedó dormida, sus amigas debieron de hacer lo mismo, apenas habían podido dormir esa noche de los nervios. Nadie le molesto, hasta el momento en que el autobús paró para que bajasen al baño y a comer los bocadillos.

    —¿Os habéis enterado a dónde vamos? —preguntó Susana.

    —Oí decir a las mayores que a Albacete —dijo Suko. Las llamaban las mayores porque tenían de los 14 años en adelante.

    —Las he oído decir que allí no hay playa —dijo Shira.

    —¡Yo no quiero ir allí! —dijo Susana—. No me gusta que nos cambiemos.

    Susana era las más tímida y débil de las cuatro, en el tiempo que le conocían, le recordaban en muchas ocasiones enferma y cuando se iban a uno de los campos, de los siete que había, tan grandes como siete campos de futbol, ella se quedaba jugueteando con las plantas, o hablando sola, mientras que las demás corrían y exploraban. Su color de pelo rubio, le daba una apariencia a la piel más blanquecina de la que ya tenía.

    Las cuatro se pusieron de acuerdo en que no les gustaba el cambio, a pesar de que todavía no conocían el otro lugar. Se animaban pensando que iban a estar juntas y que se cuidarían entre ellas.

    —¡Somos las mejores amigas! —dijo Suko.

    CAPITULO II

    —¡Shira hemos llegado! —. Belén le dijo al oído—. Nos hemos parado.

    Todas se fueron desperezando en sus asientos, la monitora que las acompañaba les decía que recogiesen sus cosas y que fuesen bajando con cuidado.

    Salieron del autobús, una mujer les recibió diciéndoles en tono autoritario que se pusiesen en fila, y sin alboroto. La monitora que las había acompañado bajó y se acercó a la mujer dándole unas carpetas que contenían papeles.

    Se miraron entre ellas y obedecieron, ya sabían cómo hacer una fila. En ese momento en que ya estuvieron ordenadas, vieron que, a su alrededor todo lo que había era campo y árboles.

    Se encontraban frente a un portalón grande de hierro y muros altos que rodeaban a un edificio, con un cartel que ponía Hogar Chinchilla.

    Cuando les hicieron pasar por el portalón, vieron la fachada de la entrada del edificio, con una puerta muy grande de madera, era la entrada al colegio, y unas escaleras que conducían a ella, había un pequeño jardín con plantas y árboles frutales en la entrada. Era un edificio grande y gris.

    Shira miró a su derecha y vió el muro alto con alambres en espiral, cogió de la mano a Belén y le indicó con la mirada que mirase a su derecha. Las dos se miraron, y miraron con el rabillo del ojo hacia atrás, para saber si sus amigas habían visto lo mismo que ellas. También lo habían visto.

    Otra voz de mujer, más autoritaria todavía si cabe, más tarde sabrían que era la directora, les decía a las chicas que entrasen al colegio de forma ordenada, sin correr y sin hablar. A Shira, aquella mujer, le pareció una momia recién sacada de un sarcófago, como los que había visto en algunos libros, más tarde se lo diría a sus amigas, las cuales se rieron bastante.

    Subieron las escaleras agarradas de la mano, nerviosas y sin articular palabra. Con un nudo en el estómago, Shira solo podía pensar en lo más primordial, iba a entrar a un sitio extraño, con nuevas monitoras que no conocía y con un recelo por dentro, que no sabía explicar por qué se producía.

    Mientras pasaban por la puerta de la entrada del edificio, sentían las miradas que las ponían aún más nerviosas, si cabía. Una mano cogió del brazo a Shira haciendo que parase y le quitó la mano de la mano de Belén, a continuación, le dió un golpecito en el hombro para que siguiese caminando.

    Pasaron por un pasillo largo, por dentro no parecía tan tétrico como por fuera. Vieron un despacho grande justo cuando se pararon para que la directora entrase y volviese a salir con un manojo de llaves. Se puso al frente del grupo junto con la otra mujer, la que habían visto de aspecto austero cuando salieron del autobús, y les dió instrucciones a las monitoras.

    —Ahora, este será vuestro hogar, portaros bien, respetar las normas, y cumplir con vuestros deberes —dijo la directora.

    Les separaron por edades, primero las pequeñas, que venían a ser Shira con sus amigas y veinte chicas más, y después las mayores, hasta hacer varios grupos.

    Una mujer vestida con una falda larga azul claro y un delantal blanco, de cabello moreno, y cara de pocos amigos, se puso al frente del grupo de las pequeñas y les fué nombrando, indicándoles donde tenían que agruparse. Shira y Belén se quedaron en un grupo, mientras que Suko se fué a otro, y Susana a otro.

    Dos monitoras más, que se encontraban una al lado de la otra, cogieron cada una a un grupo y se las llevaron.

    «¡Vaya! Nos ha tocado la gruñona», pensó Shira.

    El grupo de Shira se fué con la que pensaron que sería su monitora, en meticuloso silencio. Pasaron por un vestíbulo y subieron una de las escaleras laterales hasta llegar a otro vestíbulo más grande, que se hallaba en el primer piso.

    Se quedaron detenidas en el vestíbulo un rato, viendo como algunas chicas que se encontraban allí hablando o de paso, las observaban detenidamente y murmuraban entre ellas. Ellas también las miraban con curiosidad, algunas iban vestidas iguales y otras, las mayores, llevaban su propia ropa.

    Las que iban con la ropa igual y que serían más o menos de la edad de Shira, tenían el pelo muy cortito, y otras casi rapado, mientras que las mayores llevaban un corte de pelo más normal.

    La monitora les hizo una señal para que le siguiesen, y subiesen por una de las escaleras laterales al segundo piso, se encontraron en otro vestíbulo, siguieron subiendo hasta la tercera planta por otra escalera lateral, caminaron hacia la derecha, ahí el espacio era más amplio, vieron puertas de colores, eran las habitaciones.

    Se pararon frente a una puerta doble de color amarillo y la monitora se dirigió al grupo, presentándose como Aurora y como la encargada de ellas y de la habitación, en un tono tan enfurruñado, que pareciese que le fastidiase que hubiesen llegado, seguramente que sí, «más chicas a las que controlar» pensó Shira.

    Les hizo pasar a la estancia, era grande, con camas individuales en los laterales de la sala, y una fila de camas en el centro, una detrás de otra. Había camas para al menos cincuenta chicas. Entraba mucha luz por los grandes ventanales que había en el lateral derecho y en el frente.

    Shira y Belén se miraron pensando que aquella habitación era enorme, y que también, debía de haber muchas chicas en ese colegio, si las habitaciones que había en esa planta eran todas iguales.

    A la derecha de la habitación junto a la entrada había unos lavabos, separados de la sala por un muro pequeño con adoquines, y a la izquierda unos armarios.

    Aurora abrió los armarios, mostrándoles que ahí se hallaban las sábanas y los camisones, les dijo que arriba de los estantes podían guardar sus cosas. Sacó del armario un juego de sabanas y se los fué dando junto con un camisón. Nombrándoles, les indicó que cama le correspondía a casa una.

    Las dos amigas se encontraban en la misma fila de la sala, separadas por unas pocas camas. Había una mesita separando cada cama, y una de ellas les correspondía. «Ahí podrían guardar sus cosas», pensó Shira.

    —Cuando hayáis terminado de sacar vuestras cosas y de hacer la cama, os quedáis frente a la cama —dijo Aurora.

    Cuando ésta se fué dejándolas en la habitación, hablaron con asombro sobre que tuviesen camas individuales, y de que, la lástima es que estuviesen separadas.

    —Bueno, por lo menos estamos en la misma habitación. ¿Dónde estarán Suko y Susana? —preguntó Belén.

    —Cuando las veamos se lo preguntamos —dijo Shira—. ¡Vamos a hacer la cama, que como venga Aurora y no estén echas nos va a regañar!

    —No me gusta esa monitora, habla enfadada y es fea —dijo Belén.

    Belén no era precisamente la más valiente del grupo de amigas, más bien era de las que le gustaba pasar desapercibida. Su idea de pasarlo bien no eran las actividades de riesgo, pero tampoco se quedaba a un lado sino era excesivamente peligroso. Era más alta que las demás y más gruesa. Le gustaba, como a todas, comer chucherías, pero ella comía más de lo normal. Se le daba bien imitar y eso les hacía reír.

    Se sentían un poco especiales, porque aún conservaban la ropa con la que habían llegado. Se notaba que eran nuevas solo por el hecho, de que aún tenían el pelo lo suficientemente largo como para distinguirse de las demás chicas de su edad, y por supuesto, por su vestimenta.

    Aurora entró para llevárselas, les bajo a la primera planta, les abrió una puerta al final del pasillo, donde había mucho alboroto por los juegos y las risas, y les dijo que entrasen ahí.

    Era una sala grande con grandes ventanales, con una puerta que daba al interior, por donde ellas habían entrado, y otra puerta pequeña que daba a un patio exterior. Había bancos largos para sentarse, dispuestos a lo largo de la sala y junto a los ventanales. Entraron y buscaron donde poder sentarse.

    Sentían que eran el centro de atención, lo habitual de recién llegadas. A ellas también les causaba curiosidad las chicas que llegasen nuevas, en el lugar de donde habían venido. Tampoco les parecía extraño que las mirasen, ya se habían acostumbrado a este tipo de cosas: las nuevas, los comentarios, las miradas, las bromas y las preguntas.

    Buscaron con la mirada a Suko y a Susana entre todas aquellas chicas, pero fueron ellas las que les encontraron primero.

    —¡Por fin bajáis! —dijo Suko—. ¿En qué habitación estáis vosotras?

    —La nuestra tiene la puerta amarilla —dijo Shira.

    —A mí, me han puesto en una con la puerta azul y a Susana en otra, con la puerta verde —dijo Suko.

    Susana se quejó de que no quería estar sola en la habitación, Shira le animó diciéndole que ellas estarían cerca, y que pronto tendría amigas en esa habitación.

    —¿Habéis visto que no hay juegos aquí? —. Observó Suko cambiando de conversación—. Ni juegos, ni juguetes, ni libros.

    —¡Nosotras sabemos muchos juegos! —dijo Shira.

    Se sentaron en un banco en uno de los laterales de la sala, donde se encontraban las ventanas, para ver mejor el exterior. Desde ahí podían ver la fachada interior del edificio, y una visión de una gran parte del patio. La puerta que daba al patio se encontraba cerrada, era una puerta acristalada con barrotes.

    Se lamentaron de no estar fuera, donde se podía jugar, estar ahí dentro les parecía aburrido, ya que no podían correr, o jugar al escondite. Si bien era cierto que, ahí dentro no podían jugar a ese tipo de cosas, pensaron en jugar a otras, las adivinanzas se les daba bien, o contar historias, o el juego de las palmas.

    Silvia, era una chica con el pelo casi rapado, lo que le quedaba era rubio, parecía un chico por lo fuerte que era, se remangaba las camisetas y se bajaba los calcetines hasta los tobillos. Se había autoproclamado jefa de su grupo, hacía ya unos años, puesto que no había encontrado oposición para ello, ya que era la que tenía las mejores ideas, o al menos eso le habían dicho sus amigas, Marcos y Carol.

    —Mirad a esas —dijo Silvia.

    —¿De dónde vendrán? —dijo Marcos.

    Marcos no era su verdadero nombre, pero un buen día decidió que quería que la llamasen así, también tenía el pelo casi rapado, no era tan fuerte como Silvia, pero igual de envalentonada.

    —He oído que vienen de Murcia —dijo Silvia.

    —¿Les damos la bienvenida? —dijo Carol. Ella era lo más parecido a lo que venía siendo una chica normal.

    —Se me está ocurriendo una idea —dijo Silvia.

    Se levantaron del banco y fueron hacía ellas recorriendo la sala. Les preguntaron, o más bien, quiso que le confirmasen que venían de Murcia, ya que habían sido un grupo numeroso, y a continuación le hizo la pregunta adecuada a su plan.

    —¿Queréis entrar en nuestro grupo? —preguntó Silvia.

    —Ya tenemos un grupo —dijo Shira.

    Silvia se echó a reír y les dijo que en realidad no querían cobardes en su grupo, buscó en sus amigas la complicidad dándoles una palmada en la espalda para que se riesen y le siguiesen el juego.

    —No somos unas cobardes—. Se indignó Belén.

    Para Silvia, que le contestasen así era señal de reto, con lo cual le gustó, y con astucia les preguntó quién de ellas era la más valiente. Miró a cada una esperando una respuesta. El grupo de Shira se mantuvo callado, pero Silvia de manera insistente, les provocó.

    —¿Lo veis? Sois unas cobardes —dijo Silvia echándose a reír.

    —Yo soy la más valiente—. Suko se levantó.

    Suko era muy escuálida, tenía las orejas más grandes de lo habitual, su piel era negra al igual que sus ojos, que además eran muy redondos. Cuando se ponía a bailar parecía un terremoto, hacía pasos que a ninguna se le ocurría.

    Cuando Silvia vió que era ella la que se levantaba, no se lo esperaba, hubiera apostado por cualquier otra, pero eso no importaba, lo que importaba es que cayese en su juego.

    —Así que… ¿Tú eres la más valiente? —le miró de arriba abajo—. Tendrás que demostrarlo —dijo Silvia.

    Shira se levantó diciéndole a Suko que ella no tenía que hacer nada, que no había nada que tuviese que demostrar a esas chicas.

    —Tú amiga es una valiente. Así que, déjala —dijo Marcos dándole un pequeño empujón a Shira.

    —¿Qué tengo que hacer? —preguntó Suko.

    Silvia le explico que, en el comedor, donde se encontraba la cocina, solían dejar una caja de naranjas para repartirlas al final de la comida, y, que lo único que tenía que hacer, era coger tres naranjas, para ella y sus amigas, con la condición de que lo hiciese antes de salir del comedor.

    —¡Eso esta chupado! —dijo Suko.

    —Si no lo haces, tendrás que darnos durante un mes todas las naranjas que te den. ¿Lo has entendido? —. Esta vez Silvia endureció el tono poniéndole un dedo en el pecho.

    —¡Claro que lo he entendido! —dijo Suko.

    Se abrió la puerta de la sala que daba al pasillo, una monitora de pelo rubio e igualmente vestida como las demás monitoras, entró, ordenándoles que se formasen para ir al comedor.

    —Ella se llama Margarita —dijo Silvia al nuevo grupo.

    Observaron lo que hacían las demás, formándose en una fila. Por el pasillo se oían murmullos de las chicas hablando, pero ellas caminaban calladas, eran recién llegadas y lo mejor era observar.

    Se detuvieron en la entrada de puertas dobles del comedor, esperando a que alguien viniese a decirles donde sentarse. Llegó Margarita y les dijo que le siguiesen, las sentaron a cada una en una mesa, ocupando las sillas vacías.

    El comedor era grande, con grandes ventanales en un lado de la pared que daban al patio, mesas y sillas formadas en línea, con el mismo número de sillas en cada mesa, desde la puerta de entrada hasta el final de la sala. En el lado contrario de las ventanas, se encontraba la cocina, la despensa y la zona de fregaderos.

    El ruido de tantas chicas y sillas moviéndose en el comedor, paró de súbito cuando entró la misma mujer que habían visto anteriormente, vestida de negro, con el pelo recogido en un moño, alta y gruesa, las manos muy grandes, con el semblante muy serio.

    —Es Ramona, la subdirectora —. Susurró una chica de la mesa a Shira —. No hables ahora.

    Se situó en un lateral del comedor, el que se encontraba más próximo a la entrada de la cocina, y junto a ella se colocaron las monitoras. En ese momento todas se encontraban de pie junto a las sillas, y se escuchó decir resonando en todo el comedor —¡Sentaros!

    En silencio se sentaron, haciendo el menor ruido posible con las sillas, las monitoras con unos carritos que llevaban de unas mesas a otras les fueron sirviendo la cena, sopa con fideos y un huevo duro.

    Shira miraba a Suko que se encontraba sentada unas mesas más a su derecha, pensando en que Suko no debería hacer nada, quiso decírselo con señas, pero no lo hizo, las demás pensarían que estaba loca.

    En una mesa más allá, tampoco le quitaban la vista de encima a Suko. «Era mala suerte que esa noche estuviese en el comedor Ramona», pensó Silvia, e hicieron apuestas entre ellas, Silvia apostó a que sí se atrevería a hacerlo, las chicas nuevas no conocían a Ramona lo suficiente.

    Cuando dió por finalizada la cena, Ramona ordenó que se levantaran y que hiciesen las filas, permaneciendo inmóvil justo delante de la cocina, las monitoras se pusieron al frente de las filas, y cuando ésta ya dió la orden de que fuesen saliendo, Suko fué moviéndose en los puestos de la fila más atrasados, esperando el momento en que Ramona se moviese de donde se encontraba.

    Shira que le estaba mirando desde la fila que aún no se movía, pensó que no lo iba a conseguir. Se obligó a pensar rápidamente en hacer algo. Empujo a la chica que tenía delante de ella haciéndole caer justo donde había una mesa, las sillas se cayeron haciendo un ruido estrepitoso y eso alarmó a todas.

    —¿Qué está sucediendo? —dijo Ramona desde su posición.

    Al ver que nadie contestaba, decidió ir ella misma con paso ligero a comprobar lo que había sucedido.

    «¡Es el momento! ¡Vamos Suko!», pensó Shira.

    Cuando Ramona llegó a donde se encontraba Shira, ésta le explicó que se había tropezado. Ramona le clavó la mirada, ella lo sintió como si le hubiese lanzado cuchillos.

    En ese momento, llegó hasta su lado una monitora, Lucia, que ayudó a levantarse a la chica que se encontraba en el suelo.

    Ramona cogió de una oreja a Shira y le mandó recoger las sillas. Ordenó a las demás que siguiesen caminado.

    Shira, agachada, con las rodillas en el suelo, miró de reojo para ver dónde se hallaba Suko, justo cuando ésta iba a pasar por delante de ella, se levantó y se puso detrás.

    Subieron por las escaleras en silencio hasta llegar a la tercera planta, Ramona ya no se encontraba con ellas. Le preguntó a Suko si tenía las naranjas, ésta se las sacó de debajo del brazo y se las dió.

    —¡Era fácil! —dijo riéndose Suko.

    Después del incidente en el comedor, Ramona le indicó a Aurora, que las vería en la hora de la cena para hablar algunas cosas con ellas. Cuando ella decía eso, es que algo no le había gustado.

    Después de que ya estuvieron todas las chicas en sus habitaciones, las monitoras bajaron al comedor para cenar.

    —Señoritas, deben tener mano dura —dijo Ramona—. Las niñas que vienen del otro colegio están salvajes, por esta vez lo he pasado, pero recuerden… ¡El orden y la disciplina es la madre de todas las madres!

    Ellas, Calladas, de pie junto a sus sillas asintieron con la cabeza, esperando que de esa forma terminase el discurso. Repasó las tareas del día siguiente y se marchó.

    —Uff. Creí que le iba a pegar a la niña —dijo Margarita.

    —Por esta vez lo dejaremos pasar, acaban de llegar y no son conscientes de las normas que rigen esta institución. Cosa que tienen que aprender y pronto —dijo Aurora—. Cierto es, que vienen salvajes y tienen que aprender con mano dura.

    A Lucia, que no le gustaban las injusticias ni que les pegasen, salió en defensa de las nuevas, alegando que eran pequeñas, además de que había que darles tiempo.

    —Todas han sido pequeñas y no les ha impedido aprender —dijo Aurora—. Ahora, tenemos buenas jefas de habitación que colaboran con el trabajo, ¡así tiene que ser!, así ha sido siempre. Ahora señoritas, a cenar.

    CAPITULO III

    Aurora entró en la habitación temprano, ordenándoles en voz alta que se levantasen. Shira, al igual que las demás, se encontraba en la cama, abrió los ojos. Aurora no cesaba de dar órdenes, y, aunque entraba de lleno la luz por su ventana, a Shira no le había despertado como era lo esperado.

    Shira, observó como las demás se fueron levantando y se pusieron de rodillas en el frente de la cama con las palmas de las manos juntas. Hacia frio, y el camisón no abrigaba, y, aunque fuese recién llegada, sabía que tenía que observar a las demás y hacer lo que ellas hiciesen.

    Aurora, de pie, en medio de la habitación empezó a recitar un padre nuestro, las chicas le siguieron.

    «Sí, eso me lo sé», se dijo Shira.

    Cuando ya hubieron rezado, se levantaron, con la mirada atenta de Aurora, y en el orden que ella iba diciendo, fueron a los lavabos. Con la pastilla de jabón en una mano y el cepillo y la pasta de dientes en la otra, mientras, las demás hacían sus camas.

    Shira ya sabía lo que tenía que hacer en los lavabos, pero, por si acaso, prestó atención de cómo era el procedimiento mañanero en todas sus facetas.

    Levantarse, rezar, lavarse, hacer la cama, vestirse y quedarse frente a la cama hasta que viniesen a buscarlas a la habitación.

    Mientras hacia la cama, sus vecinas le miraban sin decirle nada, eran más o menos de su misma edad. Eso le gustó, quizás podría tenerlas de amigas, y le podrían contar cosas de este nuevo lugar para ella.

    Belén se acercó a la cama de Shira para saludarle, comentaron lo fría que estaba el agua, y el frio que hacía. Para ser la primera noche, no había estado del todo mal. Comentaron que los colchones eran duros como piedras, pero eso no les impidió dormir, incluso bromearon sobre ello.

    —Tengo la cara y las manos heladas —dijo Shira.

    Una chica, de las mayores, paso por su lado, sabía que eran de las nuevas, así que tenía que estar pendiente de ellas, e indicarles las cosas que debían de hacer.

    —¡Chicas, no os entretengáis! Tenéis que tener todo ordenado antes de que venga Aurora —dijo Carmen.

    —Vale –le dijeron mirándole con una sonrisa.

    Tere, la chica que había al lado de la cama de Shira, estaba atenta a los movimientos de éstas, las miraba con cierta curiosidad, no era habitual que llegasen tantas chicas provenientes del mismo colegio.

    —Ella es Carmen. Encargada de la habitación —les dijo.

    Las dos, se quedaron sorprendidas por el hecho de que hubiese una encargada de habitación, de donde venían, todas se encargaban de la habitación y las monitoras supervisaban.

    Tere les dió más detalles sobre lo que era una encargada de habitación. Al ver que éstas se sorprendían, les dijo que no se preocupasen porque Carmen era muy buena, y, que habían tenido suerte de tenerla. Les aclaró que, si ellas hacían las cosas mal, la bronca se la llevaría ella.

    Belén se fué corriendo a su cama, quería comprobar si había dejado todo bien colocado y ordenado. Preguntó a la chica que se encontraba más próxima a ella, qué era lo que debían hacer a continuación. Esperar… simplemente esperar, hasta que tuviesen que bajar al comedor a desayunar.

    —¿Cómo te llamas? —le preguntó Shira a la chica que les había hablado.

    —Me llamo Tere.

    —Yo me llamo Shira.

    Tere no le había preguntado su nombre, pero de igual manera ella se presentó con una sonrisa. Tere le comentó, que en esa cama había dormido una amiga suya, la cual se había ido hace unos meses. Miró a Shira de forma penetrante, observando la reacción de ésta sobre lo que le acababa de decir.

    Tere tenía once años, de complexión normal, con el pelo cortito como todas allí, era amigable, sin embargo, en los últimos meses no se encontraba muy receptiva, su amiga Elvi, de la noche al día se había ido y no había vuelto.

    —Yo también puedo ser tú amiga —dijo Shira sonriendo.

    Tere le devolvió la sonrisa, una sonrisa un tanto sombría, aún no se había hecho a la idea de tener nueva compañera, Shira no le dió importancia.

    Entró por la puerta Aurora, y les ordenó, como cada mañana, que salieran en orden de la habitación. En el vestíbulo de la planta, Shira vió como otras chicas salían de las habitaciones, e intentó ver

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