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Los Modelos del horror: Represión e información en Chile bajo la Dictadura Militar
Los Modelos del horror: Represión e información en Chile bajo la Dictadura Militar
Los Modelos del horror: Represión e información en Chile bajo la Dictadura Militar
Libro electrónico350 páginas4 horas

Los Modelos del horror: Represión e información en Chile bajo la Dictadura Militar

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Pablo Policzer discierne la estructura coercitiva de un régimen tiránico en el contexto más amplio de la política, lo que incluye, por un lado, las labores propiamente represivas, sus objetivos y organización y, por otro, los efectos políticos de dicha acción coercitiva hacia adentro y hacia afuera del régimen. Una obra que combina, con originalidad y fluidez, teoría con historia, y que se hace cargo con notable visión democrática de una serie de problemas que debemos enfrentar con urgencia, para andar seguros por el camino de las naciones hacia un sistema político y social más humano y más justo.
IdiomaEspañol
EditorialLOM Ediciones
Fecha de lanzamiento21 may 2017
ISBN9789560005670
Los Modelos del horror: Represión e información en Chile bajo la Dictadura Militar

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    Los Modelos del horror - Pablo Policser

    Pablo Policzer

    Traducción de Hernán Soto Henríquez

    y Gloria Casanueva Claverie

    Los modelos del horror

    Represión e información en Chile bajo la Dictadura Militar

    LOM PALABRA DE LA LENGUA YÁMANA QUE SIGNIFICA SOL

    © LOM Ediciones

    Primera edición, 2017

    ISBN Impreso: 978-956-00-0567-0

    ISBN Digital:

    Motivo de portada: «Detalle de Londres 38», Mabel Vargas Vergara

    Todas las publicaciones del área de

    Ciencias Sociales y Humanas de LOM ediciones

    han sido sometidas a referato externo.

    Diseño, Composición y Diagramación

    LOM Ediciones. Concha y Toro 23, Santiago

    Fono: (56-2) 688 52 73 • Fax: (56-2) 696 63 88

    www.lom.cl

    lom@lom.cl

    Para André, Nico y Hanna

    Prefacio y agradecimientos

    Aunque en ese momento yo no lo sabía, este libro comenzó a escribirse con el golpe militar en Chile el 11 de septiembre de 1973. Tenía ocho años y el golpe me marcó, como a todos los chilenos. Mis padres habían apoyado a Allende; mi padre fue prisionero político durante dieciocho meses y, en 1975, él y mi madre viajaron como refugiados a Canadá, conmigo y mis dos hermanas.

    Este libro se publica después de la muerte de Augusto Pinochet, cuando muchos de sus secuaces están en prisión por crímenes cometidos durante la dictadura. Aunque se libró de ir a prisión, Pinochet fue perseguido por los tribunales chilenos en sus últimos años, especialmente después de haber sido arrestado en Londres en 1998, gracias a los esfuerzos de un dedicado fiscal español que hizo uso pleno del crecientemente restrictivo régimen legal de derechos humanos. Durante esos años, Pinochet perdió gran parte del apoyo político con el que había contado, como resultado de escándalos financieros que demostraron que, contrariamente a lo que en amplios círculos se pensaba, su régimen no había estado libre de corrupción y que él y su familia habían aprovechado el poder para enriquecerse. Los crímenes de la Dictadura que siguen impunes son numerosos, pero muchos chilenos aún apoyan a ese régimen, si bien no tanto por Pinochet, como por lo que entienden fueron sus metas globales. Sin embargo, en comparación con la generación anterior a la democracia, los crímenes del régimen son bien conocidos; Pinochet y la dictadura están mucho más desacreditados que en el pasado, y el nudo legal alrededor de sus jefes continúa apretándose.

    Los orígenes intelectuales de este libro surgen, en parte, de la obra de Max Weber, a quien estudié como alumno de la Universidad de British Columbia, y que llegué a apreciar especialmente en el programa de doctorado en ciencia política del MIT. Weber (como antes Hobbes) comprendió la importancia de la coerción en la política, una de las intuiciones fundamentales de las ciencias sociales. Dicha centralidad de la coerción se vuelve elemento esencial en los regímenes autoritarios, que la usan con menos limitaciones que las democracias, llegando a constituir verdaderos modelos del horror. Durante los años noventa, el mundo parecía estar en un camino inexorable hacia la democracia, pero hoy, desde la perspectiva de la segunda década del siglo xxi, ese camino parece menos seguro; de hecho, llama la atención la resistencia de los regímenes autoritarios ante el reloj de la historia. Desgraciadamente, en comparación con la democracia, todavía sabemos poco sobre el autoritarismo; una razón de ello es que las operaciones de los regímenes autoritarios, especialmente aquellas conectadas con la coerción y el uso de la fuerza, son más secretas. ¿Significa esto que una parte fundamental de la política está destinada a permanecer en las sombras?

    En ese sentido, el estudio de la dictadura chilena presenta diversos desafíos y oportunidades. Por una parte, fue un régimen de intensa coerción, bien conocido por sus abusos, sobre todo durante sus primeros años. Por otra parte, en un momento, el régimen restringió su aparato represivo como parte de una reforma institucional que, a mi juicio, no ha sido suficientemente estudiada y comprendida. Por supuesto que el régimen no dejó de reprimir abusivamente ni suprimió la práctica de la tortura, pero desde entonces asesinó menos personas. Esta nueva restricción abrió algunos espacios políticos que hasta entonces habían estado cerrados. Escribí este libro para comprender de mejor manera el auge y caída de la represión en Chile, con el fin de iluminar una de las partes más oscuras de la política, que hasta el día de hoy caracteriza a demasiados regímenes en el mundo.

    Algunas de las etapas de la investigación que condujo a este libro, y de su producción, fueron realizadas con el apoyo del Programa Canadiense de Cátedras de Investigación y el Consejo de Canadá para la Investigación de Ciencias Sociales y Humanidades; la Fundación Canadiense para la Innovación, el Instituto Aspen, la Asociación Norteamericana de Historia, la Fundación Inter-American, el Fideicomiso I. W. Killam, el Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT), la Universidad de British Columbia, y la Universidad de Calgary.

    Este libro debe su existencia al consejo, la crítica, la ayuda y el apoyo de muchas personas, ninguna de las cuales es responsable de los análisis resultantes, pero cuyos aportes han sido invaluables. Estoy especialmente agradecido de mis profesores en el MIT, Josh Cohen, Jonny Fox y Myron Weiner, quienes representan los más altos estándares de rigor analítico y moral académica. Phineas Baxandall, Max Cameron, Ram Manikkalingam, Chap Lawson, y Tony Pereira me alentaron a llevar adelante el Proyecto en sus momentos cruciales, y ciertamente, sin ellos, este libro no hubiese visto la luz. Agradezco, también, a Sandra Aidar, Ariel Armony, Estela Barnes, Robert Barros, Mabel Belucchi, Brian Burgoon, Marcelo Cavarozzi, Diane Davis, Jorge Domínguez, Ricardo Domínguez, Agustín Fallas, Robert Fishman, Archon Fung, Clelia Guiñazú, Frances Hagopian, Darren Hawkins, Waleed Hazbun, Lisa Hilbink, Dick Johnston, Loren King, Mirna Kolbowski, Dan Kryder, Liz Leeds, Gerry McDermott, Andrés Mejía Acosta, Mercedes Mignone, José Molinas, Patricio Navia, Melissa Nobles, Phil Oxhorn, Susana Pérez Gallart, Enrique Peruzzotti, la Dra. Alicia Pierini, Eduardo Rabossi, Phil Resnick, Anny Rivera, James Rosberg, Ricardo Salvatore, Catalina Smulovitz, Mario Sznajder, Arturo Valenzuela, y José Miguel Vivanco.

    En Chile, conté con la ayuda de Rose-Marie Bornard, Fernando Bustamante, Jaime Castillo Velasco, Juan de Castro, Enrique Correa, Andrés Domínguez, Roberto Durán, Gonzalo Falabella, Hugo Frühling, Claudio Fuentes, Juanita Gana, Manuel Antonio Garretón, Roberto Garretón, Alejandro González, Mónica González, José Miguel Insulza, Luis Maira, Carlos Maldonado, Violeta Morales, Juan Pablo Moreno, Tomás Moulian, Elías Padilla, Alejandro Rojas, Héctor Salazar, Augusto Varas, Alex Wilde, José Zalaquett, y especialmente de Carlos Huneeus, cuyo trabajo sobre la dictadura sustenta el mío, incluso allí donde llegamos a conclusiones algo diferentes.

    Mis agradecimientos van también para Carmen Garretón, que me guió por los archivos de la Vicaría de la Solidaridad; Neville Blanc y Juan Guillermo Prado, que me ayudaron en la Biblioteca del Congreso; al personal de la Fundación Jaime Guzmán; a Rosa Palau, en el «Archivo del terror» de Asunción. A medida que el libro tomaba forma, fui dejando fuera del texto final gran parte de la información que encontré en dichos archivos. Sin embargo, aquella documentación enriqueció enormemente mi comprensión del régimen chileno y de otros gobiernos autoritarios.

    Raúl Bertelsen, Sergio Fernández, Mónica Madariaga, Miguel Schweitzer y los generales (r) Jorge Ballerino, Carlos Donoso, Alejandro Medina, Odlanier Mena y René Peri compartieron con generosidad sus reflexiones y perspectivas como participantes del régimen militar. Ellos pueden no compartir los argumentos de este libro, pero me ayudaron a comprender mejor cómo funcionaba la dictadura por dentro.

    También agradezco a Jan Boesten, Alejandro García Magos, Alex McDougall y Juliana Ramírez, que me proporcionaron una valiosa ayuda en la investigación, y a Elizabeth Pando, por su excelente asistencia editorial.

    Asimismo, agradezco a mis padres, Adam e Irene Policzer, que me mostraron el amor por los libros y el estudio, y porque han dedicado sus vidas a ayudar a los demás, ejemplo maravilloso que recibí desde niño como un gran regalo. Mi mayor deuda es con mi esposa, Lara Olson, que ha visto surgir y desarrollarse este proyecto, que fue tomándonos mucho más tiempo que el que ella inicialmente pensaba. Esta obra no existiría sin su amor y paciente apoyo, su aguda inteligencia y su sabio consejo. Dedico este libro a nuestros tres hijos, André, Nico y Hanna. Que sus luces brillen con esplendor.

    Parte I

    Uno

    Los espacios oscuros de la política

    Ad mala patrata haec sunt atra theatra parata.

    [Los escenarios oscuros son adecuados para acciones oscuras.]

    Un lema de la Inquisición papal, ca. 1233.

    La coerción, es decir, la amenaza de emplear la fuerza física y el empleo real de esa fuerza, es central en la política. En un cimiento que se extiende desde Hobbes a Weber, la coerción define nuestras instituciones políticas básicas. Pero a pesar de su importancia, resulta difícil analizar cómo operan —y por qué difieren a lo largo del tiempo y el espacio— los distintos tipos de instituciones coercitivas, llegando a constituir diferentes modelos del horror. A menudo la coerción se practica en los espacios oscuros de la política, vedados al escrutinio público. Incluso en sociedades relativamente abiertas, las instituciones coercitivas, tales como la policía y las Fuerzas Armadas, tienden al secretismo y a desconfiar de cualquier intento de terceros de vigilar sus operaciones. En sociedades más cerradas, como las gobernadas por regímenes autoritarios, el secreto es la norma, por lo que la coerción es mucho más difícil de observar y comprender.

    Este libro nace de la urgente necesidad de entender cómo funcionan las tiranías coercitivas que existen en los espacios oscuros de la política. La urgencia es comprensible: históricamente, los regímenes autoritarios han sido los más exitosos y comunes. Acontecimientos recientes en países como China, Rusia, Siria, Bielorrusia, Zimbabue, Irán y Paquistán, entre muchos otros, muestran que el autoritarismo no da señales de ir a parar al basurero de la historia dentro de un plazo breve. La democracia ha hecho grandes avances en las últimas décadas; sin embargo, el 2012 solo 90 de los 192 países del mundo fueron clasificados como «países libres» que disfrutan de los derechos políticos y de las libertades civiles propias de los regímenes democráticos (Freedom House 2013). El autoritarismo tampoco es una práctica exclusiva de los Estados. Muchos, sino la mayoría de los grupos armados no estatales, incluyendo guerrillas, grupos rebeldes, bandas criminales, terroristas y movimientos nacionales de liberación, son más autoritarios que democráticos (Policzer 2006). Tales grupos ejercen control, habitualmente más de facto que de jure, sobre un gran número de personas y territorios. Todo aquel que se preocupe del bienestar de las comunidades obligadas a vivir bajo tiranías debe tratar de comprender la fuerza coercitiva, ya sea la empleada por regímenes autoritarios o por grupos autoritarios no estatales.

    La tarea de comprender la coerción autoritaria no es sencilla. Cuando la norma es el secreto y la disidencia es castigada regularmente con la muerte, la información sobre instituciones coercitivas no siempre está disponible. A pesar de las restricciones, es sorprendente la cantidad de información disponible sobre las operaciones de organizaciones coercitivas en regímenes autoritarios. En algunos casos, monitores independientes —grupos de derechos humanos, por ejemplo— han compilado impresionantes archivos con documentos relativos a crímenes cometidos bajo diversas dictaduras. En otros casos, las mismas dictaduras producen y conservan registros que estarán disponibles en el futuro.

    También es posible saber de la coerción autoritaria sin tener que descubrir archivos previamente cerrados. En realidad, la información preexistente puede ser analizada de nuevas maneras y arrojar una nueva luz sobre viejos problemas. Todos los gobernantes autoritarios enfrentan un dilema clave ante instituciones coercitivas como las Fuerzas Armadas y la policía. Por una parte, tienen que crear una organización coercitiva que sea lo suficientemente poderosa como para cumplir sus objetivos, tales como conquistar y conservar el poder, perseguir a sus enemigos y controlar a la población. Por otro lado, las fuerzas militares y policiales no pueden ser tan poderosas como para amenazar o, incluso, deponer al gobernante. Los gobernantes autoritarios deben calibrar su necesidad de disponer de un aparato coercitivo fuerte y que, al mismo tiempo, defienda su interés de mantenerse en el poder y controlar a la población. Se ha escrito mucho sobre la violencia (a menudo masiva) y los abusos contra los derechos humanos en los regímenes autoritarios, pero el dilema que afrontan los gobernantes autoritarios al organizar la coerción es un problema fundamental de gobernanza que ha merecido poca atención académica.

    Interrogar con nuevas preguntas a los datos conocidos puede entregar hallazgos novedosos¹. Por ejemplo, a menudo los líderes marcadamente autoritarios justifican su gobierno con la premisa de «librarse de los políticos», reemplazando a los políticos civiles corruptos o incompetentes con cuadros más disciplinados². Una mirada más cercana al dilema organizativo que enfrentan los gobernantes autoritarios desmiente esa justificación. A cierto nivel, se podría pensar que la coerción en los regímenes autoritarios es la menos política de las actividades, precisamente porque tiene lugar en los espacios oscuros de la política, mucho más allá del escrutinio de observadores tales como parlamentarios, autoridades judiciales y miembros de la sociedad civil. Pero, de existir, en la mayoría de los regímenes autoritarios estas instituciones son inmensamente más débiles que en democracia. Sin embargo, la política no tiene lugar solamente en instituciones formales como los parlamentos. Incluso en las dictaduras cerradas, los gobernantes deben decidir cómo resolver los dilemas inherentes a la organización de la coerción, lo que implica decidir entre diferentes opciones organizacionales. Estas decisiones son inevitablemente políticas: requieren cancelar algunas opciones y optar por otras, a menudo con un gran costo político. En otras palabras, contrariamente a las propias pretensiones y justificaciones de los gobernantes, aun la más emblemática de las funciones autoritarias como la fuerza coercitiva requiere, de manera inherente, elegir entre diferentes opciones políticas. Es así como se constituyen distintos modelos del horror.

    De una forma u otra, los gobernantes de cualquier sistema político enfrentan opciones similares. Los gobernantes elegidos democráticamente también deben considerar la organización de las fuerzas militares y policiales para que apliquen la coerción de manera efectiva, sin caer en excesos. Sin embargo, hay una diferencia. Como los regímenes autoritarios son fundamentalmente represivos porque la fuerza coercitiva define de muchas maneras su forma de gobernar, lo que está en juego al calibrar la organización de la coerción es mucho más relevante para ellos. Los dictadores pueden ejecutar sumariamente a sus enemigos, opción que no tienen los gobernantes democráticos. Asimismo, si pierden el control del poder, los dictadores también pueden ser ejecutados sumariamente por sus enemigos. Las instituciones coercitivas son cruciales para mantener ese poder y, sin embargo, el diseño y organización de esas instituciones está lleno de trampas que a menudo significan decidir entre la vida y la muerte.

    Las dictaduras generalmente ocultan sus prácticas coercitivas, pero si se mira detrás del velo, mediante la obtención de cualquier información que pueda ser aprovechada o haciendo las preguntas correctas, se puede apreciar la amplia variedad de modos en que los gobernantes de estos regímenes organizan la coerción. En algunos casos construyen instituciones jerárquicas altamente burocratizadas (tales como una policía secreta) con el poder de reunir información sobre todos los aspectos del Estado, incluyendo las vidas de sus ciudadanos. En otros, confían en grupos de agentes descentralizados, tales como fuerzas de tarea independientes o escuadrones de la muerte, que operan con gran autonomía y sobre cuyas actividades los gobernantes tienen poco conocimiento directo. También puede ocurrir que el Ejecutivo monopolice el espacio reprimiendo todas las fuentes alternativas de poder. En otros casos, se toleran al menos algunas fuentes alternativas: por ejemplo, los medios de comunicación, alguna limitada oposición política o algún poder del Estado distinto del Ejecutivo. Aquí las instituciones coercitivas operan en el marco de acuerdos mayores y son observadas por una variedad más amplia de actores. Sin embargo, a veces las instituciones coercitivas permanecen relativamente estables a través de la estancia en el poder de un solo régimen y otras veces fluctúan ampliamente cada vez que otro gobernante autocrático reemplaza al gobernante anterior.

    Este libro desarrolla un esquema para comprender cómo se pueden organizar las diferentes fuerzas coercitivas en épocas y regímenes diversos. El punto de partida de este esquema es la observación de que ningún gobernante puede regir solo. Incluso en regímenes altamente centralizados, los gobernantes confían en otros para cumplir órdenes y poner en práctica la legislación. Ese tipo de gobierno implica compartir y delegar el poder, lo que a su vez requiere que los gobernantes organicen el marco de esas relaciones. Algunos pueden no querer compartir el poder, lo que significa que posiblemente se produzcan disputas con los excluidos. Otros comparten con agrado el poder, pero deben coordinar cuidadosamente la forma en que se opera. Sea cual sea el caso, todos los gobernantes enfrentan el mismo problema fundamental: el control de las operaciones y de la actuación de sus propios agentes, es decir, de la gente en que confían para que realicen ciertos trabajos desagradables. Pero ese no es, por cierto, el único problema de gobernar o de organizar y hacer funcionar una organización; hay que decidir cómo y dónde reclutar agentes, cómo entrenarlos y cómo financiar sus operaciones; decidir cuán abierto o cerrado será su funcionamiento. El control del trabajo de los agentes es fundamental para todo gobierno.

    Los gobernantes necesitan recopilar información para evaluar el comportamiento de sus agentes y también evaluar si se ajusta o no a sus propios objetivos. Para ello tienen fundamentalmente dos opciones: pueden reunir información dentro de su propia organización a través de mecanismos como informes y bases de datos, o desde fuentes externas de información tales como la prensa, los tribunales o incluso grupos ciudadanos. A la primera estrategia la llamamos monitorización interna (MI) y a la segunda, monitorización externa (ME).

    La determinación de grados de monitorización interna y externa a lo largo de ejes verticales y horizontales (de acuerdo a criterios como la calidad y frecuencia de los informes) permite desarrollar una tipología mensurable de las diferentes opciones organizativas que se pueden utilizar para analizar la ordenación de la coerción en los diferentes casos³. Los gobernantes pueden confiar en la monitorización interna excluyendo la monitorización externa, o utilizar alguna combinación de ambas.

    Cada una de estas opciones tiene diferentes costos y beneficios. Por ejemplo, confiar solamente en una fuente dominante de control interno hace vulnerables a los gobernantes al peligro del sesgo y las influencias. Por otro lado, la monitorización externa requiere gobernantes que acepten limitaciones a su poder y aflojen las restricciones a las actividades de otros grupos o instituciones ajenas al Ejecutivo que puedan o no apoyar al Gobierno. Los costos y beneficios de las diferentes opciones de monitorización pueden llevar a los gobernantes a confiar mucho más en una fuente de información que en otra, lo que a su vez afecta tanto la calidad como el rigor de la coerción en un régimen autoritario.

    La coerción autoritaria puede tener inesperados giros y trampas. Por ejemplo, si la monitorización externa es realmente «externa», ni siquiera los gobernantes autoritarios son capaces de controlarla o regularla directamente. En la medida que implica actores independientes, tales como observadores y organizaciones ciudadanas, la monitorización externa es a menudo altamente cuestionada. Los gobernantes autoritarios pueden tolerar o prohibir del todo esos grupos, pero no pueden controlar las operaciones de los monitores externos una vez que estos existen. Una de las diferencias claves entre los regímenes autoritarios y los totalitarios es que en los primeros existe al menos un limitado pluralismo (Linz 1975); esto es, que en los regímenes autoritarios es probable que haya una política de monitorización externa, lo que generaría conflictos de intereses entre los gobernantes que quieren retener el control y los observadores independientes que quieren supervigilar las prácticas coercitivas del Gobierno. Como ocurre con la política en otras áreas, los resultados de estos conflictos pueden ser muy sorprendentes y, al mismo tiempo, de grandes consecuencias para las futuras relaciones entre los oponentes.

    Aún más central para este libro es que, en algunos casos, la información recopilada por monitores externos impacta dentro de los regímenes autoritarios⁴. Ya otras personas han documentado cómo la información reunida por grupos independientes puede, al publicitar los abusos, presionar a los regímenes autoritarios para atenuar la represión (Sikkink 1993, Keck y Sikkink 1998). Este libro complementa esas investigaciones al enfocarse en cómo la información de esa naturaleza ayudó a conformar las instituciones represivas de un régimen en particular; pero también se desvía de esa investigación en forma significativa. Primero, muestra cómo la información recopilada por monitores externos puede tener inesperadas consecuencias dentro de un régimen autoritario. Los gobernantes pueden usar esa información para monitorizar o incluso para regular las actividades de sus propios agentes coercitivos. Por ejemplo, para un gobierno que desea mantener en secreto sus operaciones, un informe de observadores independientes sobre abusos a los derechos humanos, cometidos por los propios agentes del gobierno, es una señal de que no se ha logrado el secreto. Esto no significa que los observadores se hayan coludido deliberadamente con los gobernantes autoritarios, sino más bien que en algunos casos la información de los observadores puede tener consecuencias inesperadas dentro del régimen, dependiendo de los objetivos e intenciones del Gobierno.

    ¿Qué importancia tiene esto? Los grupos de defensa de los derechos humanos presuponen que llamar la atención a los abusos es parte de un proceso lineal de «señalar y avergonzar», lo que automáticamente reduce los abusos. En otras palabras, más información tendrá como resultado menos violencia. Si no, ¿cuál sería la razón para publicitar los abusos de un gobierno? Sin embargo, todavía sabemos muy poco acerca de la manera en que esa información realmente interactúa con los debates internos o las decisiones de un gobierno autoritario, o de cualquier otro tipo. En algunos casos, como se sugirió antes, los gobernantes pueden estar interesados en disminuir el poder de sus aparatos represivos, por ejemplo, mediante el apoyo a observadores independientes. Sin embargo, en otros casos, más información puede resultar en más y no en menos violencia; es el caso de un gobernante «avergonzado» por informes sobre violaciones a los derechos humanos cometidos por sus aparatos coercitivos que decide castigar a sus enemigos más duramente, a fin de no tener problemas embarazosos en el futuro. Este libro sugiere que las conexiones entre la información proporcionada por los observadores y el comportamiento de organizaciones coercitivas pueden revelar muchas cosas acerca del lado más oscuro de los regímenes autoritarios.

    La segunda forma en que este libro se aparta del trabajo de las redes internacionales de defensa de derechos humanos deriva de la primera: el foco principal no son las redes de defensa, sino cómo los diversos regímenes autoritarios organizan la coerción en diferentes épocas. En algunos casos, la información externa perfila las operaciones coercitivas del régimen y en otros no; pero en general, la información externa es rechazada por las instituciones político-administrativas intrarrégimen, a veces con consecuencias inciertas.

    Hasta ahora hemos destacado el problema de la coerción autoritaria a grandes rasgos en términos teóricos abstractos. Pero este libro examina cómo un régimen autoritario específico luchó con los dilemas inherentes a la organización de la coerción, dando vida a determinados modelos del horror. A este respecto, la primera parte de la dictadura militar en Chile, que se extendió desde 1973 a 1990, ofrece un interesante material de estudio. Durante un período de gran fluidez institucional, entre 1973 y 1978, las instituciones coercitivas fueron organizadas de tres maneras diferentes. Cuando derrocaron al gobierno de Allende en un violento golpe de Estado en 1973, las tres ramas de las Fuerzas Armadas, y además la policía, desplegaron amplias campañas de irrestricto terror y represión, que comprendió desde arrestos en masa hasta ejecuciones sumarias. En 1974, la aplicación y organización de la coerción quedó a cargo de una sola agencia de policía secreta, estrechamente controlada por el gobierno, con amplios poderes para llevar a cabo sus propias operaciones y también para supervigilar las de las otras ramas de las Fuerzas Armadas y la policía. Y entre 1977 y 1978, cuando aún no transcurrían cinco años desde el Golpe, tuvo lugar un segundo cambio. La Junta reemplazó su conocida policía secreta por una organización diferente, sometida a mayores controles y restricciones, lo que tuvo por resultado una disminución del número de detenciones y asesinatos. Aunque la represión violenta de grupos opositores continuó hasta fines de 1990, después de 1978 el régimen aplicó la coerción en forma más restringida y nuevos actores independientes pudieron utilizar crecientes recursos para oponerse a las prácticas coercitivas del régimen. Con el enfoque de la monitorización interna y externa, este libro examina los distintos modos en que la dictadura chilena organizó la represión.

    El análisis que se realiza pone su foco en un solo período de gran fluidez institucional durante la primera parte del régimen militar. La principal ventaja de este estudio en profundidad es que muestra cómo un factor o mecanismo evoluciona y cuáles son sus efectos a a través del tiempo (Russett 1974, Abbott 1992, Bennett 1997, Ragin 1997). El libro muestra cómo los actores clave en cada una de los períodos que trabajo enfrentaron un conjunto específico de problemas relativos a la organización de la coerción, y cómo se las arreglaron con un limitado conjunto de posibilidades organizativas. Los acuerdos involucrados en las distintas posibilidades significaron que en la mayoría de los casos los actores principales fueron capaces de manejar un conjunto de problemas mientras, al

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