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Urabanashi
Urabanashi
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Libro electrónico277 páginas4 horas

Urabanashi

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Urabanashi: "Historia de fondo" en japonés.

Dividido en tres partes, descubriremos en esta historia lo que Hiroshi, Yoshiro y Kaori, han tenido que vivir para terminar en la aventura surreal que vivieron en Kyoki.

Un niño sin amor materno. Un adolescente que tiene todo pero se está quedando sin nada. Una chica el amor la enferma de poder. Sin que lo sepamos, a veces todos los caminos llevan al mismo destino.

IdiomaEspañol
EditorialAris Meyer
Fecha de lanzamiento8 nov 2019
Urabanashi
Autor

Aris Meyer

Autora mexicana, nacida en 1992. Dedicada principalmente a la literatura erótica, LGBT y policial/noir.

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    Urabanashi - Aris Meyer

    Urabanashi

    Aris Meyer

    ©Todos los derechos reservados.

    Esta obra está protegida por las leyes de copyright y tratados internacionales.

    Registro en Safe Creative: 1901259731655

    Nunca pierdas la luz de tu corazón

    —Yutaka Ozaki, "Seventeen's Map"

    Primera parte

    Wasurenagusa (No-me-olvides)

    1

    El trece de marzo fue el peor día de la vida de Hikari, quien dio a luz al que sería su único hijo y su perdición a partir de ese día. Entre gritos, rasguños y maldiciones, tuvo un saludable y, según Jotaro, precioso bebé varón. 

    La muchacha, de no más de diecisiete años, sostuvo al pequeño entre sus brazos, y ante la mirada pasiva y quieta del recién nacido, solo dijo una sola frase.

    «Ojalá hubieras muerto»

    Era irónico, pues Hikari toda su infancia había hablado sobre tener bebés. El deseo de la maternidad parecía ser natural en ella, pero ahora esa ilusión se veía tan distante. Bien decían, entre el decir y el hacer existe un larguísimo trecho. Era algo que Harada Jotaro no podía comprender.

    —Bueno, entiendo que a los diecisiete nadie se imagina teniendo un bebé —explicaba el joven, metido en una cabina telefónica, a su madre. Había costado asimilar toda la situación, pero intentaba siempre tomarlo con la madurez correspondiente.

    —Puede que sea la depresión postparto. Es algo que parece ser nuevo entre las madres jóvenes. Por supuesto, yo no tuve nada de eso. Pero, supongo que, si pones un esfuerzo de tu parte, ella va a estar bien.

    Hubo un breve silencio entonces. Aunque el consejo era agradecido y era atinado, que mencionara a Hikari, con un simple ella, daba a entender de nueva cuenta que la nueva esposa de Jotaro no era bienvenida por su madre.

    —Jotaro-kun —añadió la mujer mayor—, te quiero demasiado. Pero, sigo opinando que has hecho una terrible elección de vida. Esa niña nunca me ha agradado, y bien que lo sabes.

    —Lo sé bien, pero es en serio, mamá. Hikari no es lo que piensas, es una buena chica, y estoy seguro que en cuanto todo esto pase, va a ser una excelente madre y esposa. Y entonces te enorgullecerás de tu nuera.

    Era una afirmación dudosa. Especialmente porque Hikari era vista como problemática incluso por sus padres. Y ahora que estaba embarazada, la habían olvidado. 

    Definitivamente era la peor ocasión para traer un niño al mundo, entre una vida turbulenta y obviamente futuras carencias. Pero a los ojos de Jotaro, lo que jamás le faltaría sería amor. Ni a su hijo, ni a su esposa. 

    —Estuve pensando en el asunto de los nombres para el bebé, pero sé que seguramente tendrías alguna idea. Así que, quisiera escuchar qué nombre tienes en mente. Puede que tú termines nombrándolo, que estés pensando en un nombre hermoso para él, y en cuanto lo digas no haya necesidad de pensar en otro —el joven Jotaro se sentaba al lado de la cama, en una sillita dispuesta para él, hablando en un volumen prudente que no pudiera ser escuchado del otro lado de las cortinas que fungían como muros entre las camas del hospital.

    Hikari, por su lado, se quedaba en silencio, viendo fijamente al pequeño que en esos momentos estaba prendado al pecho de ella. Se le veía pacífico, tan saludable que, a ojos de su padre, era imposible que alguien en todo el mundo no pudiera amarlo. Por ello no podía imaginar que Hikari fuera ese alguien que él pensaba que no existía en el mundo.

    En la lógica del ser humano, el instinto materno es un sentimiento que se genera en cuanto una mujer tiene un bebé —o solamente al madurar—, el cual parece estar programado. Las mujeres, a fin de cuentas, son creadas por los dioses para engendrar y atender a sus hijos, para tenerles amor y una infinita paciencia. Sin embargo, en tiempos modernos no se dan siempre los casos, y las mujeres que no poseen el instinto materno pueden elegir el no tener bebés. Tampoco la condición de Hikari ayudaba.

    Ella se quedaba así, en silencio, viendo a su bebé beber, dormir, llorar incluso, y sin mover ningún músculo de su cuerpo. Las enfermeras más de una vez le habían pedido tener atenciones con el niño, pero ella parecía hacerse de oídos sordos. Tal vez el asunto del parto le había dejado alguna clase de secuela que le imposibilitaba el pensar con claridad al respecto. Posiblemente tuviera una capacidad diferente, o simplemente no le importaba.

    Al ver la ausencia de respuesta por parte de la joven con respecto a algún nombre, Jotaro siguió hablando, continuando su conversación unilateral.

    —Estuve pensando en algunos nombres. Hoshi, para empezar, porque veo a este pequeño como una pequeña y brillante estrella que ha llegado a iluminar nuestras vidas —la chica no respondió.

    —También pensaba en Hiroshi, era el nombre de mi abuelo. Pienso que no sólo porque sea el nombre de mi abuelo, sino porque es un nombre tan significativo. Siento que nuestro pequeño tendrá una gran historia por vivir en un futuro —la chica no respondió.

    —Bien, hablaré con mi madre esta noche. Al menos espero que me ayude a elegir uno de esos dos —una enfermera entonces recorrió la cortina. 

    —Lo siento, Harada-san, pero la hora de visitas ha terminado. Puede volver mañana a las once de la mañana —comentó la enfermera.

    —Muchas gracias, señorita —agradeció a la mujer, y luego volteó a ver a su esposa—. Te vendré a ver mañana. Escuché que ya podremos volver a casa en la tarde, así que, por favor cuida muy bien de nuestro hijo —dicho eso, le besó la mejilla. Pero la chica no respondió. Aun así, Jotaro confiaba en el amor de una madre a su hijo, el cual creía que toda mujer poseía.

    Había que señalar la diferencia de castas entre ellos. Hikari y Jotaro venían de lugares diferentes en muchos sentidos. Mientras él era hijo de unos humildes pescadores, ella venía de una familia rica. Que fuera a la misma escuela de Jotaro era algo extraño.

    Ella terminó captando así la atención del adolescente, pues siempre se le veía sola, y nunca iba a excursiones o paseos escolares. Por esa última condición, todo el curso, incluidos los profesores, pensaban que la chica vivía con bajos recursos. Sin embargo, no encontraban el cómo ayudarla, pues no era candidata para una beca al presentar un promedio bastante bajo, por no decir deplorable. 

    Un sentido de humanidad y solidaridad se despertó en el joven Harada, quien un día le recibió en la entrada de la escuela con una caja de bento casero, además de una presentación formal y la oferta de su ayuda en todo lo que necesitara. Para Hikari eso fue algo sorpresivo y, aunque no mostró signos de gratitud en el momento, no dejó de verlo durante las clases.

    Las atenciones que Jotaro le tenía iban logrando que en algún punto la interacción por ambas partes fuera totalmente mutua, y hablando por primera vez, a voluntad, le terminó agradeciendo una de tantas mañanas. Y Jotaro, por alguna razón, podría pensar que ella tenía la voz más linda que hubiera escuchado. Por ello, la petición a una primera cita fue inevitable.

    La historia de amor empezó entonces, fraguándose con el tiempo, y al inicio parecía algo que era correspondido y duradero. Sin embargo, los errores siempre son un imprevisto. Y es que ellos no se explicaban qué tan mala suerte tenía que tener para concebir en su primera vez, utilizando un condón.

    —No deben preocuparse por el bienestar de su hija. Sé que mi familia no es tan bien acomodada como la suya, señores Shigeru, pero les pido que confíen en mí para poder casarme con su hija —el joven se encontraba ahora, cara a cara con los padres de Hikari, mientras esta permanecía en silencio, en el sofá de terciopelo borgoña, en medio de la enorme y elegante sala de sus padres.

    —Niño, ¿en serio piensas hacerte cargo de ella? Qué mejor para ella, porque a partir de ahora, que ha mancillado el nombre de nuestra familia, no es bienvenida en esta casa —el padre de Shigeru Hikari era severo, sin compasión. Su madre era un tanto peor, mirándola con asco y desprecio. Como si estuviera de acuerdo con la idea, aunque más bien era como si supiera lo severos y necios que eran sus padres, Hikari asintió, pidió disculpas, y subió a hacer su maleta.

    Jotaro encontraría una forma todavía de reñir con ellos, pidiendo que no se olvidaran de su hija y que no la abandonaran, pero era imposible para ellos comprender. Sin que llegaran a nada, ella bajó con su maleta, solamente pidiendo a su novio y ahora prometido que se fueran.

    En cuanto llegaron a la casa que ahora les pertenecía, después de haberles otorgado el alta, Jotaro llevó las pertenencias de su esposa al interior. Ella no hizo por entrar, por lo que él tuvo que volver para tomarla del brazo con cuidado y hacerla pasar al interior. Era un lugar pequeño, apenas con una habitación, una sala conectada a la cocina, y un baño. Era demasiado pequeño y desechable tal vez, ubicado para variar, en una zona deplorable de Chubu, barato por la poca demanda de sitios debido al ambiente violento, pero era lo que había. Lo que podían pagar con el salario del muchacho en una carnicería, y el poco sustento que sus padres le podían permitir. Debían de agradecerle a dios que pudieran obtener ayuda de esa forma, pues de los Shigeru no consiguieron ni una bendición para su matrimonio. Los padres del muchacho se encargaban de eso.

    —Aquí, por favor, siéntate, querida. Debes descansar todavía. Siento el no poder quedarme en casa el resto de la semana, pero de verdad necesitamos dinero, así que tengo que trabajar mucho para ti y nuestro pequeño Hiroshi —mencionaba el muchacho, sirviendo una taza de té verde a la muchacha, quien solamente lo bebía, con el bebé en brazos.

    —Mi madre dijo que iba a venir a dejar comida todos los días. Por favor, recíbela, aunque ella no se quede contigo. En cuanto llegue de trabajar te ayudaré con la casa. También, si necesitas algo, te sientes mal o algo le pasa a Hiro-chan, no dudes en llamarme al trabajo. Te he dejado el número de la carnicería para que puedas llamarme por si necesitas algo.

    Sí que había planeado todo a detalle, incluso de haberse permitido económicamente, hubiera preparado la casa para todo tipo de emergencia que pudiera surgir. Solamente le pedía a la muchacha que fuera comprensiva y atenta con el bebé, y que le amara y cuidara. Ella poco a poco volteó a verlo, con los mechones de cabello lacio en el rostro.

    —Tengo hambre.

    La convivencia de marido y mujer no era un fuerte habitual en las relaciones tan inmaduras como la de ellos. Menos al tener la atención dividida entre bebé y pareja. Pero lo que relucía del nuevo matrimonio Harada era que la atención de Hikari se iba por ahí, a quién sabe dónde, mientras que la de Jotaro se dividía perfectamente, y aunque le daba más importancia al pequeño Hiroshi, no se sentía el abandono hacia Hikari. Jotaro pensaba que no se debía sentir.

    La chica se mantenía fría, callada y solitaria, haciendo poco de lo que debía, apenas si manteniendo en orden al bebé, pero sin interesarse mucho por ello. Era como si el vínculo materno no fuera existente entre ellos. O en el peor de los casos, a ojos del muchacho, que fuera unilateral. Como las conversaciones con Hikari.

    Las conversaciones con su madre, de hecho, tenían eso como punto central la mayoría de las veces. Pedía consejos para poder acercarse a Hikari, pues su salario no le permitía pagar algún especialista que la pudiera ayudar. Y si bien a su madre le dolía escuchar esa desesperación en su hijo, poco podía hacer por una nuera que no era de su agrado. Había escuchado cosas de ella, cosas horribles de hecho, que la hacían temerle.

    Pero era tal el amor que le tenía Jotaro, que se preguntaba si valía más su felicidad, o era tan necesario hacerle saber tan horribles rumores. Sobre todo, por la seguridad de su hijo y la de su nieto.

    No tuvo que pasar más tiempo, después de seis meses de convivencia, antes del primer quiebre emocional. Se había reunido con Hikari una de tantas noches, a pesar del cansancio y el sueño. Hikari estaba quieta, con la mirada fija en el bebé, quien dormía de forma calmada en el futón. En los últimos días le dedicaba miradas de ese tipo, que se veían enfocadas en él, pero que realmente no encontraban un propósito de ser.

    —Eh, Kari-chan. Sé que esto no ha sido fácil, aun cuando no estoy en tu lugar, y no sé lo que has pasado ni cómo te sientas realmente, sé que no ha sido fácil. Tan sólo para mí no lo es, no quiero ni imaginar lo que ha sido para ti. Tal vez por eso estás tan callada, y solamente te ocupas en sostener a Hiro-chan, alimentarlo y se acabó. Pero, por dios, ya tiene seis meses y contando. Este niño empezará a caminar pronto, y necesitará actividad, que alguien juegue con él y le preste más atención. Así que te lo ruego, por favor cambia. Deja de quedarte así, sentada y callada, como si no pudieras escuchar, o hablar, o moverte en general.

    Sentía un nudo en la garganta, mientras veía a la chica, parpadeando únicamente, sin dar a notar que en efecto lo escuchaba.

    —Por favor, ¿me prometes que lo harás? ¿Prometes que vas a dar lo mejor de ti para hacer de Hiro-chan un niño feliz?

    No pudiendo contener mucho sus emociones, empezaba a dejar caer lágrimas. Qué alivio que su padre, que en paz descanse en estos momentos, no lo veía, o si no lo estaría tachando de poco hombre al mostrar sus sentimientos. Pero era necesario mostrar su debilidad ahora, para que su esposa comprendiera lo grave que era el asunto parta él. Tomó con los dedos uno de los mechones de cabello que cubrían el rostro de ella, acomodándolo detrás de su oreja. Fue con ese detalle, que ella volteó a verlo. Al principio guardó silencio, pero luego le dijo una única frase.

    —Para empezar, ni siquiera quería tener un bebé —espetó fría, desinteresada, sin quitar su mirada de él. Dicha afirmación hizo que Jotaro sintiera que el corazón se le detenía. Sería tal vez por el shock que le causaba, o solo por estupidez propia, pero lo único que le dijo fue «tal vez necesitas descansar»

    Como había comentado esa noche, Hiroshi iba a ir creciendo y a desarrollar ciertas habilidades. Vamos, que era natural que en algún punto fuera uno de tantos bebés curiosos y tentones. Pero esa actividad de exploración tan natural y orgánica fue lo que empezó a desatar todo lo malo de Hikari. Pasó mientras Jotaro no estaba en casa. Hiroshi empezaba a balbucear con más entusiasmo, formulaba los primeros intentos de palabras, y ese era un sonido que a Hikari le disgustaba. Suficiente tenía con su llanto como para ahora añadirle un parloteo sin forma ni armonía. Lo inicial fue una nalgada. El bebé, por ende, lloró. Y Hikari odiaba oírlo llorar. Una segunda nalgada, y entonces el llanto empeoró. No podía simplemente soportarlo, y empezó a gritar maldiciones y groserías en contra de su hijo. Y el bebé, asustado, solamente podía ocuparse en llorar, intentando articular palabras para pedirle a su madre que se detuviera. Incluso la llamó así. Ma-ma, dijo entre llanto, y en lugar de conmover a la muchacha, en lugar de detenerse y llorar mientras lo abrazaba y pedía perdón, le gritaba que no la llamara así.

    Fue al momento en que Jotaro llegó, que la vio intentando introducir un trozo de tela en bola en la boca del bebé.

    El muchacho, siendo presa del pánico, se quedó estático por un segundo y medio. No podía digerir la escena de naturaleza dantesca que ocurría en frente suyo. Y de haber permanecido en ese estado un segundo más, de no haber corrido de inmediato para empujar a Hikari y sacar el trozo de tela de la boca de Hiroshi, ciertamente el bebé hubiera muerto. Así, con la garganta libre, Hiroshi lloró con más fuerza. Se le notaba en el llanto que su garganta había resultado lastimada, y tenía marcas del agarre fuerte de su madre en el torso y hombros.

    — ¿Qué mierda intentas hacer, idiota? —estaba alterado, intentando calmar a Hiroshi, sin saber qué podía hacer realmente. Era muy obvio que, si lo llevaba al hospital, llamarían a la policía, y probablemente las autoridades le quitaran al bebé. Así que, por el bien de su esposa y su familia entera, tendría que guardar el secreto. Decirle a su madre lo que había ocurrido podría tampoco ser la opción, pues desataría un millón de te lo dije, maldiciendo una y otra vez a la chica por su «pequeña» crisis».

    Al voltear a ver a la joven mujer, se encontraba llorando, empezando a pedirle perdón a Jotaro.

    —No sé lo que me ocurrió. De verdad no quería hacer eso —clamaba por perdón, cosa que el otro, si bien pudo dudar, lo atribuyó a la supuesta depresión post parto.

    —Sólo… no vuelvas a hacer eso. Temí mucho por la vida de Hiro-chan. De verdad tenía miedo… debería tal vez llamar a alguien, algún doctor para que sea revisado…

    — ¡No! —Exclamó entonces Hikari, como si tuviera terror de que hiciera eso— No podemos decirle a nadie de esto. Nos quitarán a Hiroshi, y a mí me encerrarán. Nadie creería que de verdad no tenía la intención. Por favor, por mí y por nuestra familia, guarda esto como un secreto.

    El intento de parecer inocente era contradicho por la frialdad de sus expresiones, y eso sólo aturdía el razonamiento de Jotaro. Era extraña, una mirada extraña que ella tenía y nunca le había visto. ¿Sería el miedo a que no le creyeran y la encarcelaran? ¿Había siquiera un miedo auténtico a perder a Hiroshi? No lo sabía a ciencia cierta, pero el miedo también lo tenía como presa, y terminó por ceder.

    —De acuerdo… no digamos nada, solamente cuida mejor de nuestro hijo.

    El peor error que estaba cometiendo Jotaro fue ese mismo, el no irse con el bebé en brazos esa misma noche, antes que el infierno se desatara.

    2

    Con el breve pasar de los días, las cosas parecieron ir viento en popa. Claro, era extraño, estresante incluso, el llegar a casa solamente con la intención de revisar que todo estuviera bien con Hikari, y por ende con Hiroshi. Pero afortunadamente ya no había luces rojas por ahí. Incluso se atrevía a decir que las cosas habían mejorado, pues Hikari poco a poco encajaba más en su rol de esposa y madre.

    Dejó de estar sentada en alguna parte de la casa, sin ver más allá de algún punto en blanco en el ambiente, a hacer eventualmente labores de la casa. En cuestión de poco tiempo era capaz de ponerse al corriente de las labores usuales, sin necesidad de que Jotaro llegara a realizar éstas o siquiera recordarle que debían ser atendidas. Y tal vez ese ligero regocijo hizo que él se durmiera en sus laureles.

    Tenía que admitir lo cómodo que era llegar a casa y descansar apenas llegar. Esa misma comodidad lo empezó a cegar, al punto que poco a poco dejó de revisar a Hiroshi, dejándolo en manos de su madre. Por ello no se daba cuenta de los ligeros moretones que iban apareciendo en su torso y brazos.

    Hikari ciertamente era buena actriz, las cosas que pasaban por su mente podrían ser un infinito misterio, pues en las mañanas y las noches empezaba a salir de su cascarón, se mostraba arrepentida y dando, supuestamente, lo mejor de sí para poder ser una buena madre, antes que nada. Pero al momento de estar sola con el bebé, daba paso a su actitud monstruosa. 

    Si Hiroshi lloraba, le llegaba a dar bofetadas, o a gritar en respuesta. Si empezaba a joderla por tener hambre, le llegaba a dar leche hirviendo con tal de castigarle. Era un monstruo que sabía perfectamente cómo salirse con la suya. Y por la falta de estimulación de parte de ella hacia Hiroshi, apenas si pasaba de los balbuceos, el clásico ma-ma, pa-pa. 

    No fue hasta una noche que Jotaro despertó por razones que hoy en día aún no se explica bien. Al despertar tan temprano, decidió ver a su pequeño, que para esto ya dormía en una pequeña cuna que pronto ya no le calzaría. Pensaba en eso mismo, que Hiroshi dormiría incómodo ya en ese pequeño espacio, y los movimientos del pequeño, como si buscara una posición más cómoda para descansar, lo motivaron a cargarlo para llevarlo a la cama con él.

    Teniéndolo en medio de Hikari y de él, lo hizo pensar por un momento en aquellas marcas que le había causado su esposa cuando ocurrió su arranque de locura temporal. Se preguntaba, específicamente, en si ya se habrían borrado, o seguirían doliendo. Por ello tomó la decisión de levantarle ligeramente la camisa de su pijama. Fue así como pudo notar que tenía no solamente aun esas horribles marcas en su cuerpecito, sino que tenía nuevas, frescas.

    Se asustó de hecho de ello, y nuevamente el shock le petrificó. Su respiración se fue haciendo entonces más pesada, y sentía un sudor frío bajando de su frente. 

    — ¡Despierta, maldita perra! —gritó hacia Hikari, quien despertó de golpe, mareada y asustada, sin comprender el por qué ocurría todo esto— Volviste a lastimar a nuestro hijo, ¿qué demonios sucede contigo, Hikari?

    —No, ¿de qué hablas? Yo no sería capaz de herirlo —Hikari insistía en su inocencia, mirando incluso a Jotaro con confusión y miedo.

    —No te creo,

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