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Antaño y Ogaño: novelas y cuentos de la vida hispanoamericana
Antaño y Ogaño: novelas y cuentos de la vida hispanoamericana
Antaño y Ogaño: novelas y cuentos de la vida hispanoamericana
Libro electrónico400 páginas8 horas

Antaño y Ogaño: novelas y cuentos de la vida hispanoamericana

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La obra literaria de J. V. Lastarria, es patrimonio clave para comprender la evolución de la literatura chilena en sus 200 años de historia.
La reedición de Antaño y Ogaño constituye una oportunidad para volver a las raíces del imaginario republicano de Chile, de volver a experimentar el aliento utópico del Lastarria fundador y artífice de la literatura de Chile. Las escabrosas historias que componen la obra, dan cuenta de la lucha por poner fin al sistema colonial.
IdiomaEspañol
EditorialLOM Ediciones
Fecha de lanzamiento30 jul 2015
Antaño y Ogaño: novelas y cuentos de la vida hispanoamericana

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    Antaño y Ogaño - José Victorino Lastarria

    lom@lom.cl

    Prólogo de Antaño y Ogaño

    de José Victorino Lastarria

    A doscientos años de la Independencia de Chile, hay un sentimiento generalizado de homenajear a quienes han sido formadores del Estado y la nación chilena, conceptos que en los últimos años han sido tema importante en los Estudios Culturales.

    Desde las esferas gubernamentales a las bases populares, ha prendido la idea de celebrar el bicentenario. Es en este contexto que, con el apoyo del Fondo del Libro y la Lectura, estamos reeditando Antaño y Ogaño de don José Victorino Lastarria Santander, el Padre de las Letras Nacionales, y, por ende, uno de los primeros y principales formadores de la nación que, como producto de la modernidad, concebimos como una elaboración simbólica y discursiva, una construcción intelectual emocional e historiográfica en la cual confluyen los mitos fundacionales y de origen, la escenificación del tiempo nacional, las metáforas, los símbolos y rituales cívicos establecidos, e incluso las propias políticas historiográficas y filológicas.[1]

    En la construcción de la nacionalidad intervienen diversos agentes que a lo largo del tiempo y las diversas perspectivas de estudio o de lecturas, como suelen decir hoy algunos intelectuales, van cambiando el orden de importancia de sus mensajes y configuraciones, pero, desde la perspectiva que sea, o desde la lectura que se haga, la figura de don José Victorino Lastarria emerge como señera de la identidad, de un espíritu visionario que supo, ya en su época, pensar la nación.

    Lastarria, nacido el 23 de marzo de 1817 en la ciudad de Rancagua, formó parte del importante grupo de intelectuales chilenos, pertenecientes a la alta burguesía, que conocemos como la generación del 42. Lastarria estudió diversas materias, principalmente Derecho e Historia, constituyendo la élite cultural del país que todavía estaba en formación. Luego de egresar del Instituto Nacional, estudió variadas carreras, lo que le valió recibir los títulos de geógrafo y abogado otorgados por la Universidad de San Felipe y el Instituto de Leyes y Sagrados Cánones.

    En 1842, junto a un grupo de alumnos del Instituto Nacional, funda la Sociedad Literaria, establecida como ente para la difusión de ideas liberales, entonces prohibidas por el gobierno de Manuel Bulnes. Asume la dirección de la Sociedad Literaria con un discurso de incorporación que constituye un documento de importancia para la conformación del identitario nacional.

    Este discurso inaugural se inicia con el tópico de la falsa modestia, para luego, en un inflamado ímpetu patriótico, exaltar la idea de libertad de los cánones españoles, el esfuerzo por lograr el progreso del país, el culto a la inteligencia y el rechazo enérgico a la ignorancia. El discurso evidencia sus ideas masónicas en una etapa de la historia social de la Humanidad en que se presentaban como antagónicos la fe y la razón. La primera, representada por los principios de la Iglesia Católica, y la segunda, por la masonería, que tanta importancia tuvo para la Independencia de América y para la formación del Estado y la Nación. Destaca la clara conciencia del momento que estaba pasando el país y el proyecto futuro:

    Sí, señores, vuestra dedicación es una novedad, porque os conduce hasta formar una academia para poner en contacto vuestras inteligencias, para seros útiles recíprocamente, para manifestar al mundo que ya nuestro Chile empieza a pensar en lo que es y en lo que será.

    Este sentido de proyecto nacional en la literatura es lo que ha llevado a otorgarle el título de Padre de las Letras Nacionales. La visión de Lastarria es la de un político tal, que sus palabras pueden tener plena vigencia en el mundo de hoy, frente a una realidad que cada vez le da mayor importancia a la riqueza económica y, como consecuencia, al empobrecimiento cultural. Lastarria nos dice:

    ¡Pero la riqueza, señores, nos dará poder y fuerza, mas no libertad individual, hará respetable a Chile y llevará su nombre al orbe entero; pero su gobierno estará bamboleándose, y se verá reducido a apoyarse por un lado en bayonetas, por el otro en montones de oro; y no sería el padre de la gran familia social, sino su señor; sus siervos esperarán solo una ocasión para sacudir la servidumbre cuando si fueran sus hijos las buscarían para amparar a su padre. Otro apoyo más quiere la democracia, el de la ilustración. La democracia que es la libertad, no se legitima, no es útil, ni bienhechora sino cuando el pueblo ha llegado a cierta edad madura, y nosotros somos todavía adultos.

    Me llamáis para que os ayude en vuestras tareas literarias, pero yo quisiera convidaros antes a discurrir acerca de lo que es entre nosotros la literatura, acerca de los modelos que hemos de proponernos para cultivarla y también sobre el rumbo que debemos hacerle seguir para que sea provechosa al pueblo. Porque, señores, no debemos pensar solo en nosotros mismos, quédese el egoísmo para esos hombres menguados que todo lo sacrifican a sus pasiones y preocupaciones: nosotros debemos pensar en sacrificarnos por la utilidad de la patria. Hemos tenido la fortuna de recibir una mediana ilustración, pues bien, sirvamos al pueblo, alumbrémosle en la marcha social para que nuestros hijos le vean un día feliz, libre y poderoso.

    Llama la atención su conciencia social y el claro entendimiento de la responsabilidad de quienes han recibido una educación superior, situación propia de la Ilustración y del sentido paternal de ésta y del despotismo ilustrado que la lleva a extremos, pero que en el mundo contemporáneo parece diluirse, transportándonos al otro extremo, el de la indiferencia, de las utopías personales a diferencia de las antiguas utopías colectivas. Todos sabemos que la educación es un derecho, pero también quienes han tenido la oportunidad de recibir mayor educación o conocimientos, debieran poner esto al servicio de la comunidad y no exclusivamente al beneficio propio. En Lastarria, el bien común y el desarrollo social son una preocupación fundamental.

    Característica de la época es la formación de revistas; aunque muchas de ellas tuvieron una existencia efímera, constituyeron un importante aporte a la difusión cultural y desarrollo de las Letras, principalmente debido a que las nuevas repúblicas no contaban con recursos económicos suficientes para imprimir libros y las publicaciones periódicas fueron la forma más recurrente para que los escritores divulgaran sus obras. En 1842, Vicente Fidel López fundó La Revista de Valparaíso y Lastarria fundó El semanario de Santiago, como un órgano de la Sociedad Literaria que presidía. En esta revista y en El Semanario, El Crepúsculo (1843-1844) y en La revista de Santiago (1848-1851) colaboraron no menos de cuarenta escritores.[2]

    La figura de Lastarria emerge como uno de los más grandes intelectuales formadores de nuestra república, que se manifiesta en un discurso transversal en los campos de la educación, del derecho, de la política, de la diplomacia y, en especial, de la literatura como crítico, ensayista, cuentista, novelista y académico.[3] Su personalidad y proyecto de nación emerge como una utopía colectiva que se vincula no solo con los intelectuales chilenos, sino con los llamados proscritos argentinos, como Vicente Fidel López, Domingo Faustino Sarmiento y José María Alberdi, entre otros, que los lleva a la implementación de la corriente romántica que se establece tardíamente, ya que la novela romántica no se aclimata en Hispanoamérica hasta 1846 en un claro asincronismo respecto a la literatura europea y norteamericana. El proyecto común se genera y robustece a la luz de las polémicas entre clásicos y románticos, en el Salón Literario de Buenos Aires, en el Certamen de Mayo de Montevideo, o en las tres polémicas sucesivas surgidas en Chile, en 1842, entre los argentinos Sarmiento y Vicente Fidel López y los chilenos José Manuel Núñez, Salvador Sanfuentes, Jotabeche y García Reyes. También se proyecta en el contacto con otros intelectuales y políticos que conoce en sus viajes a Perú y Brasil. La inquietud ideológica y cultural impulsada por las Sociedades Literarias y el auge del periodismo hacen posible el cumplimiento de la aserción de Víctor Hugo: El Romanticismo es el liberalismo en la literatura.[4]

    A la generación del 42 le cupo la gran responsabilidad de poner el proyecto político e ideológico en la literatura, en prosecución de lo logrado por la generación anterior en el ámbito de la estructuración política y de gobierno.

    *

    El concepto de Literatura como reflejo de la sociedad y la importancia de ésta y del periodismo como factores de desarrollo social y espiritual, lo llevan a desarrollar un planteamiento de lo que debe ser una literatura nacional; llama a los escritores a ser muy ilustrados, a leer a los grandes modelos de la literatura universal; pero a la vez ser prudentes en la imitación, situación que indudablemente no se llevó a cabo, pues la imitación fue una constante y muy marcada característica de la literatura chilena del siglo XlX. Lastarria aborrece los cánones españoles pero insta a buscar inspiración en la literatura francesa, bastante más libre que la española; con esto no hace sino corresponder al espíritu eurocentrista propio de la época. Desde nuestros primeros pensadores estaba presente la imitación europea y la valoración negativa de los pueblos originarios, con un total olvido y depreciación de ellos. Alberdi y Sarmiento consideran que la recolonización es fundamental para organizar la República Argentina. Sarmiento piensa que los argentinos deben convertirse en los yanquis de América del sur y Alberdi piensa que, más que en modelos de personas, se deben buscar los modelos de ideas, el orden, la riqueza, la civilización cristiana ya viene de Europa. Lastarria nos dice:

    La Francia ha levantado la enseña de la rebelión literaria, ella ha emancipado su literatura de las rigurosas y mezquinas reglas que antes se miraban como inalterables y sagradas; le ha dado por divisa la verdad y le ha señalado a la naturaleza humana como el oráculo que debe consultar para sus decisiones: en esto merece nuestra imitación. Fundemos, pues, nuestra literatura naciente en la independencia, en la libertad del genio; despreciemos esa crítica menguada que pretende dominarlo todo, sus dictados son las más veces propios para encadenar el entendimiento; sacudamos esas trabas y dejemos volar nuestra fantasía, que es inmensa la naturaleza. No olvidéis con todo que la libertad no existe en la licencia, éste es el escollo más peligroso: la libertad no gusta de posarse sino donde están la verdad y la moderación. Así, cuando os digo que nuestra literatura debe fundarse en la independencia del genio, no es mi ánimo inspirar aversión por las reglas del buen gusto, por aquellos preceptos que pueden considerarse como la expresión misma de la naturaleza, de los cuales no es posible desviarse sin obrar contra la razón, contra la moral y contra todo lo que puede haber de útil y progresivo en la literatura de un pueblo.

    Como propio de un espíritu ilustrado, confiere a la literatura la función didáctica moralizante que él mismo manifestará en sus creaciones. Es por ello que sus primeras obras literarias como El Mendigo, clasificado como cuento (1843); Rosa (1847); El alférez Alonso Díaz de Guzmán (1848); El manuscrito del diablo (1849); y Peregrinación de una vinchuca (1858), se señalan como de escaso mérito literario, aunque al volver a leer, con la perspectiva que da la distancia y el análisis del tiempo, creemos que la obra de José Victorino Lastarria tiene méritos literarios y que para su época fue, indudablemente, un iluminado, un visionario.

    *

    La tarea de movilización social y cultural de Lastarria es enorme. En 1848 integra el plantel de profesores fundadores de la Universidad de Chile e ingresa a la Sociedad de la Igualdad, organización política creada el 14 de abril de 1850 por los intelectuales Santiago Arcos y Francisco Bilbao, como una manera de oponerse a la República Conservadora iniciada en Chile en 1831. La profesión de fe ineludible para el ingreso en la Sociedad, rezaba así, primero, ¿reconocéis la soberanía de la razón como autoridad de autoridades?; segundo, ¿reconocéis la soberanía del pueblo como base de toda política?; y tercero, ¿reconocéis el amor y fraternidad universal como vida moral?

    Esta Sociedad contemplaba la creación de escuelas gratuitas, baños públicos, bancos de obreros y montes de piedad, convirtiéndose en un foco revolucionario con intención de acabar con el gobierno de Prieto y la Constitución de 1833. En 1850 es detenido por el gobierno, el cual lo envía a Lima. Participa en la Revolución de 1851, que buscaba la anulación de las elecciones que dieron por ganador a Manuel Montt, la cual fracasa por la enérgica acción del gobierno. Lastarria escapa al Perú mientras era sindicado como uno de los diez hombres más buscados de Chile. Su hermano Manuel fue detenido por el gobierno.

    Una vez fuera de Chile, Lastarria se unió a otros exiliados que buscaban apoyo internacional para sacar del poder al gobierno conservador que gobernaba el país. Por consejo de Francisco Bilbao, volvió a Chile en 1853, instalándose en Valparaíso, donde apoyó las movilizaciones en contra del gobierno e ingresó a la masonería, institución por entonces no reconocida en Chile. La masonería tuvo gran importancia para la independencia: los más importantes próceres de América junto a Francisco Miranda organizaron asociaciones libertarias secretas conocidas como órdenes masónicas que, una vez lograda la independencia, se disgregaron hasta que en Valparaíso volvió a renacer el espíritu masónico en 1850, cuando los extranjeros residentes fundaron una logia francesa y una americana.

    En 1859, tras el alzamiento popular que obligó a Antonio Varas a deponer su candidatura, Lastarria se transforma en uno de los principales personajes de la transición hacia el gobierno liberal que se produce entre 1861 y 1871 bajo el gobierno de José Joaquín Pérez. En esta época, además de decano de la Facultad de Filosofía de la Universidad de Chile, fue nombrado ministro de Hacienda, donde trató de imponer las ideas de la economía social de mercado sin mucho éxito.

    *

    A mediados de 1860, publica en el periódico La Semana, de los hermanos Domingo y Justo Arteaga Alemparte, la novela Don Guillermo, a la que pone como subtítulo Historia Contemporánea, en la que encontramos un manejo literario que lleva al profesor Cedomil Goic[5] a considerarlo como el primer escritor chileno en asumir efectivamente las normas de la novela moderna. Esta obra es señera en la formación de nuestra nacionalidad al ser un discurso absolutamente ideológico, de tal pasión que Goic habla de virulencia ideológica. El principio totalizador de la novela es la alegoría.[6]

    Don Guillermo trata de la travesía que debe hacer el ciudadano británico Mr. Livingstone por el submundo llamado Espelunco, al cual entra a través de La Cueva del Chivato.  En este mundillo debe enfrentarse, para alcanzar su libertad, al poder de la Mentira, la Ignorancia, el Fanatismo y la Ambición, tarea que emprende ayudado por Lucero, el hada del patriotismo, de la cual se enamora perdidamente. Lamentablemente, durante la travesía, Lucero es apresada y Don Guillermo se ve en la obligación de, para rescatarla y con ello conseguir también el talismán del patriotismo, hacer tres mil viajes entre Valparaíso y Santiago. Sin embargo, cuando el protagonista se aprontaba a culminar su tarea, muere al ser despeñado en una cuesta del camino de Valparaíso.

     Compuesta por XXIII capítulos y una posdata añadida el año 1868, la novela puede subdividirse en tres segmentos. El primero (I-III), que trata acerca del encuentro entre el narrador y Don Guillermo, y donde el primero le pide al segundo que le narre su historia,  corresponde a la narración del marco y está caracterizado por cierto aire costumbrista. El segundo segmento y el más extenso (IV-XXI) constituye la narración enmarcada, donde el narrador reproduce –y contribuye por medio de largas digresiones– la aventura de Mr. Livingstone en Espelunco. Su configuración es alegórica. Y el tercer segmento (XXII, XXIII y Posdata) es cuando Don Guillermo logra salir de Espelunco y el narrador da cuenta de su destino y explicita los vínculos ideológicos que lo hacían simpatizar con él.

    Espelunco, anagrama que esconde la palabra pelucones,[7] rivales políticos de los liberales, según el escribano que recibe a Don Guillermo, deriva de la voz latina Spelunca, que significa cueva. Vemos de esta forma que Chile, bajo el gobierno de los conservadores es, a los ojos de Lastarria, una cueva infernal. Esta analogía se establece a través de la consigna que Don Guillermo alcanzó a descifrar en una de las paredes de su celda: "Lasciate ogni speranza, voi che entrate, la misma que se encontraba en las puertas del infierno de Dante. Dentro de este mundo infernal, que se subraya en cuanto se lo denomina en oposición con el mundo de arriba, se encuentran metaforizadas todas las instituciones del Chile de la época. La casa de gobierno es El Alcázar de los genios, pero a la vez, para aumentar el carácter satírico, se señala que los genios son sombras diáfanas, pero opacas" que circulan lentamente. De esta manera, se hace alusión irónicamente al poder impersonal que se intentó establecer con la Constitución de Portales y se reafirman las características infernales del submundo.

    Otra de las instituciones que aparecen metaforizadas es la policía, quienes son brujos cuya tarea es imbunchar a todos aquellos que atesoren el ideal de libertad.

    Resulta muy interesante que Lastarria utilice en esta, la primera novela chilena, un mito de tanta simbología, plasmado también magistralmente por José Donoso en El Obsceno Pájaro de la Noche. Sabemos, por la descripción que aparece en la novela, que imbunchar es coserle todos los orificios del cuerpo a un hombre. El mito señala que el Imbunche o Machucho de la Cueva es un monstruo que protege la entrada a la Cueva de los Brujos. Cuando los brujos quieren hacerse de un guardián para su cueva, ellos raptan al primogénito de alguna familia… Se dice también que muchas veces es el mismo padre quien vende al niño, o lo da a cambio de favores por parte de los brujos. La manera que los brujos utilizan para transformar a un niño en imbunche consiste en quebrarle una pierna y torcérsela sobre la espalda. Luego aplican, en la espalda del desafortunado niño, un ungüento mágico que hace crecer gruesos pelos. Por último, le parten la lengua en dos, imitando la lengua de las serpientes. La evidente alegoría que encontramos en este mito en la obra es que la policía estaría encargada de silenciar a las personas e inhibir el proceso de libertad y el desarrollo de la nación. Resulta muy interesante que Lastarria, en consecuencias con sus ideas de innovar en la literatura y en tratar de ser original, haya integrado a esta novela aspectos de la mitología chilena. El imbunche es un mito araucano, lo que sorprende más aún, considerando que en dicha época el mundo aborigen no era considerado, y está relacionado con el mito de la Cueva del Chivato, de mucha presencia local. Lastarria une ambos mitos, por cuanto el chivo, que habitaba una cueva situada al centro de la ciudad de Valparaíso, atrapaba a quienes pasaban cerca para transformarlos en imbunches. Para salvar a una muchacha que el chivato tenía embrujada, tenían que combatir primero con una sierpe que se les subía por las piernas y se les enroscaba en la cintura, en los brazos y la garganta, y los besaba en la boca; después tenían que habérselas con una tropa de carneros que los topaban atajándoles el paso hasta rendirlos, y si triunfaban en esta prueba, tenían que atravesar por entre cuervos que les sacaban los ojos, por entre soldados que les pinchaban. Por consiguiente, ninguno acababa la tarea y todos se declaraban vencidos antes de llegar a penetrar en el encanto. Entonces, no les quedaba más arbitrio para conservar la vida, que dejarse imbunchar y resignarse a vivir para siempre como súbditos del famoso chivato, que dominaba allí con voluntad soberana y absoluta. Lo cierto es que nadie volvía de la Cueva a contar lo que acontecía, y que casi no había familia que no lamentara la pérdida de algún pariente en la Cueva, ni madre que no llorase a un hijito robado y vuelto imbunche por el chivato, pues es de saber que éste no se limitaba a conquistar vasallos entre los transeúntes, sino que se extendía hasta robarse todos los niños malparados que encontraba en la ciudad.[8] La situación nos remite entonces a un país imbunchado, como la gran metáfora de la novela.

    Otra de las instituciones que aparecen en la novela es el clero. Esta institución, a pesar de su gran poder, observa el devenir desastroso del mundo en que habita, condenándolo en secreto, pero sin proferir una sola palabra. Esta actitud de pasividad cómplice indigna al narrador de la novela, y su crítica se va a mantener como una constante a través de todas las obras de don José Victorino Lastarria y se corresponde con su espíritu liberal y progresista. La unión entre el poder de la Iglesia y el poder económico va a ser una de las variantes más destacadas. Cabe señalar que no hay una burla del sentimiento religioso en los seres humanos, sino un sentir contrario al poder de la Iglesia Católica y su función política. Es más, los protagonistas muchas veces invocan a la virgen o se postran ante los altares buscando el refugio divino.

    La voluntad alegórica satírica de Lastarria se manifiesta a través de toda la narración en un hablante que constantemente ironiza, ridiculizando los aspectos negativos de los otros, en un grado tan hiperbólico que llega a la falacia, como lo señala Pedro Maino Swinburn.[9]

    El protagonista se erige en un luchador por la libertad en contra de los poderes que gobiernan el Espelunco: La Mentira, la Ignorancia, el Fanatismo y la Ambición. La lucha sin embargo se torna muy difícil, tanto más, que Lucero, su guía, le manifiesta que los monstruos de la mentira, la ignorancia, el fanatismo y la ambición son alegorías de la verdad, pues viven en la sociedad y, a continuación, en la novela se van a mostrar cómo estos vicios viven en los distintos personajes. El mundo dividido en ellos y en Nosotros, no hace sino representar la lucha entre la ideología liberal y el sistema imperante, representado por los conservadores; es un conflicto de valores donde los héroes representan el amor a la libertad, la fe en el progreso y la naturaleza buena del ser humano. El cultivo de discursos alegóricos facilita al sujeto que opera en el campo cultural, obtener ganancias en el campo del poder y fortalecer la posición ideológica que él representa. En la tradición occidental la alegoría se ha integrado a complejos mecanismos de consecución y preservación de autoridad.[10]

    El tránsito entre el neoclasicismo y el romanticismo también se manifiesta en la adjetivación de los personajes, donde los héroes son bellos y luminosos, y los malos feos y esperpénticos. La descripción de poco vuelo poético resulta demasiado evidente en su contraste. La belleza representa lo bueno y virtuoso; y lo feo, lo malo y caótico como una manifestación de la estética clásica. Al grupo Nosotros pertenecen don Guillermo, Lucero y el narrador; y a los Otros, el resto de los habitantes del Espelunco, en lo que es una evidente defensa de la ideología liberal.

    En 1862, Lastarria vuelve a Lima, esta vez como embajador, donde debe enfrentar en 1864 la agresión de España contra Perú, hecho que motivaría a Chile a declarar la guerra contra los españoles. Dos años después, el presidente Aníbal Pinto lo designa ministro del Interior. En su período se creó el Diario Oficial, que se transformó en el boletín oficial del gobierno. En 1879, con motivo de la Guerra del Pacífico, Lastarria fue enviado a Brasil con el objeto de evitar que ese país entrara a apoyar a alguno de los enemigos, tarea que culminó con éxito.

    En 1883, juró como ministro de la Corte Suprema.

    Los viajes se van a manifestar en sus obras, pues va a situar los espacios narrativos en Perú, Brasil y Chile, destacando la flora y el paisaje de cada país, siempre la naturaleza presente en la vida de los personajes, atemperada con los estados de los protagonistas.

    *

    La obra que nos ocupa en esta oportunidad es Antaño y Ogaño, publicada en 1885 en Santiago de Chile, por la Biblioteca chilena bajo la dirección de don Luis Montt Montt y don José Abelardo Núñez, que lleva, como era propio de la época, el nombre de fantasía y otro explicativo en el que se dice que se trata de novelas y cuentos de la vida hispanoamericana, denominación que Lastarria da a nuestra América, reconociendo la raíz hispana. La importancia histórica y cultural de aquellos años es decisiva para la identidad de nuestra América. La denominación Iberoamérica nace al fundarse la Unión Ibero Americana en 1885, aunque don José Victorino Lastarria ya había utilizado el nombre América Íbera en La América (1867). Panamérica se creó con la Primera Conferencia Panamericana en 1889-1890 y el primero en utilizarlo fue Bilbao en una conferencia dada en París en 1856. Hispanoamérica fue utilizado por Simón Bolívar con su ideología del Hispanoamericanismo y aparece asociada a la independencia americana. Todo esto constituye una búsqueda de nuestra identidad, aunque en todas se reconoce la lengua española y la conformación de países que habían sido colonias españolas. Otro nombre que aparece en este momento es el de América Meridional. Que nuestra divisa sea la América meridional, proclamaba Bolívar en 1818, señalando que la América meridional va desde Nuevo México hasta Magallanes; es la América Hispana porque su unidad descansa en la lengua. Pero si ésta es su pilar cultural, sus pilares políticos son la libertad y la independencia, y en este sentido es enemiga de España. Bolívar define esta América como profundamente diferente a la América Inglesa, precisamente por reconocerla culturalmente española.

    El concepto pan latinismo, aunque expresión de una política colonialista y hegemónica, se conservó porque oponía como esencias diferentes el latinismo al espíritu sajón y se levantaba como una política para detener el imperialismo de los Estados Unidos de Norteamérica.

    Muchos años después, la cuestión de los nombres de América del Sur y, por ende, la discusión de la identidad nos la recuerda el periodista chileno Sergio Marras, en América Latina Marca Registrada.[11] Rememora que la denominación América Latina no es nuestra sino francesa, inventada por Michel Chevalier (1806-1879), publicista de la Latinidad en los tiempos del archiduque Fernando Maximiliano de Habsburgo, el efímero emperador austriaco impuesto por Napoleón III a los mexicanos.

    *

    En el volumen Antaño y Ogaño aparece El mendigo, con la que inició su trabajo de cuentista en 1843, publicando en El Crepúsculo, periódico de la juventud literaria de Santiago,[12] obra que podemos calificar de nouvelle, pues es bastante más extensa que un cuento y posee una línea argumental más compleja, cargada de situaciones románticas, iniciándose con una enmarcación que sitúa la acción en Santiago de Chile en 1842. Se describe el río y sus alrededores de manera bucólica con exaltado lirismo patriótico, constante estilística en Lastarria.

    A continuación se presenta la historia del protagonista, que está vinculado al ejército. Es un ex combatiente y héroe anónimo de importantes batallas, situación también recurrente en nuestro autor que al establecer personajes que han peleado en la guerra significa un personaje romántico que lucha por la libertad de su patria y que desprecia la muerte y las consideraciones mundanas, afirmando su concepto de honor en su valor y su buen nombre, marcado por el servicio a la patria. Los textos de Lastarria fijan las situaciones históricas en un afán de establecer un discurso oficial que refrende la idea de nación en torno a los principios de la libertad de los pueblos.

    El personaje protagonista de El Mendigo, signado desde su nacimiento por el sino trágico, pues su madre murió al dar a luz, inicia su mundo de adversidades en Lima, donde va a estudiar comercio con un amigo de su padre, un rico comerciante; pero luego morirá su padre y también su tutor, quedando en la orfandad y la pobreza, situaciones también recurrentes, principalmente el de la orfandad en el mundo como parte del sino trágico de los protagonistas.

    Como propia de la condición moderna, se nos presenta la ruina como un motivo que está siempre presente en las obras de Lastarria, coayudando a la situación romántica en cuanto se nos va a presentar el conflicto de oposición al amor por el dinero, al pertenecer los amantes a diferentes clases sociales. La ruina trae consigo la orfandad permanente de los personajes que deben deambular por el mundo, cumpliendo su destino cruel y aciago en la pobreza más absoluta y protegidos solo por la providencia.

    Álvaro, en Lima, va con el hijo de su tutor a jugar a la casa de la amante, quien ayuda a un español a ganar el juego, pero, advertido por un sacerdote, delata la situación. Hay una riña, su amigo Alonso mata al español y Álvaro debe huir y ocultarse, iniciando un peregrinar aventurero por dos años hasta llegar harapiento y hambriento a La Serena, su ciudad natal, donde lo acoge una anciana, antigua empleada en la casa de su padre. El momento político que se vive es el de cambio del gobierno del rey al de los insurgentes.

    Álvaro se establece y toma contacto con la hermosa Lucía, a la que había amado desde su infancia. Logra, mediante argucias, ingresar a la casa donde ella vive con un tutor déspota que la mantiene encerrada; se juran amor y deciden huir.

    Alvaro le cuenta a un amigo español, Laurencio Solís, la estrategia para la huida y éste, haciéndose pasar por él, huye con Lucía mientras el muchacho cae en una celada: es acusado de haber asesinado al tutor de Lucía. Preso es conducido a Santiago, donde lo enrolan como militar, iniciándose para él un período de vida militar en batallas. Este héroe moderno tiene un periplo doloroso en el que la supervivencia es su meta y también algún día vengarse de su amigo y de Lucía, a quien hasta ese momento considera una traidora.

    En el Sitio de Rancagua da muerte a un oficial que comandaba las fuerzas enemigas y resulta ser Laurencio. Su amada Lucía se contacta con él, le pide que huyan y le confiesa que siempre lo ha amado, que Laurencio se aprovechó de ella, que esa noche en que huyeron ella creía que era Álvaro. Cuando a Álvaro le van a dar muerte, Lucía, para salvarlo, promete casarse con el coronel que manda las tropas; se casa y se va al Perú.

    El protagonista continúa con

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