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El historiador Joaquín Tamayo
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Libro electrónico130 páginas1 hora

El historiador Joaquín Tamayo

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El presente libro ofrece un balance crítico de la obra del
historiador Joaquín Tamayo (1901-1941). Tamayo abordó una variedad de temas que
van desde bocetos de figuras secundarias de la historia de Colombia hasta
biografías de importantes conductores de la vida nacional como Rafael Núñez y
Tomás Cipriano de Mosquera. A ello sumó un sugestivo trabajo sobre la Guerra de
los Mil Días y un amplio balance de la Gran Colombia, dos investigaciones de
gran significado de las que son deudores los investigadores de nuestros días.
Joaquín Tamayo fue un historiador de transición entre la historia política de
carácter narrativo y la historia social de fondo analítico. Fue un precursor de
la "Nueva Historia", muy sensible a los fundamentos sociales y
económicos del pasado nacional. Murió tempranamente y no logró culminar su
proyecto intelectual, programa que solo llevó a feliz término la generación
siguiente representada por Luis E. Nieto Arteta, Indalecio Liévano Aguirre y
Luis Ospina Vásquez. La investigación del profesor Cataño es un complemento
directo de su obra anterior publicada por el Instituto de Estudios Constitucionales,
Luis Eduardo Nieto Arteta: esbozo intelectual. Como buen heredero de la tradición
humanística de las ciencias sociales, el volumen de Cataño despliega un
lenguaje claro y directo que no ofrece dificultad alguna para el lector
corriente y menos aún para el especialista.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 ene 2021
ISBN9789587906356
El historiador Joaquín Tamayo

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    El historiador Joaquín Tamayo - Gonzalo Cataño

    PROPÓSITO

    Estas páginas ofrecen un retrato del historiador Joaquín Tamayo acompañadas de unos apuntes biográficos. Poco se sabe de la vida de Tamayo pero lo que sabemos ayuda a comprender su obra. Sus libros se leen por el gran público cuando están disponibles. Son informativos y organizan temáticas ayer dispersas que después de él tuvieron un desarrollo más acabado por parte de investigadores más avezados. No tenemos noticia de cuántos ejemplares salieron en la edición príncipe de sus títulos, pero por Nieto Caballero (1941a) advertimos que en su tiempo se los veía prontamente agotados y golosamente leídos. A pesar de este relativo éxito, los jóvenes investigadores de nuestros días los han dejado de lado por descriptivos, tradicionales y retóricos. Consideran sus libros solo aprovechables para hacer pajaritas. Piensan que se reducen a mera histoire événementielle, al registro de acontecimientos –fechas, gestas, crónicas, efemérides, sucesos políticos– con escasa o nula hilación con los procesos sociales y culturales más amplios. Se sabe, sin embargo, que toda narrativa, por rica, atractiva y pródiga que sea, exige un fondo analítico no siempre explícito que la articule y le confiera sentido.

    Uno de los objetivos de este trabajo es el de sugerir que el joven Tamayo, historiador malogrado que no alcanzó a cumplir los cuarenta años, es todavía muy sugestivo. Si bien partió de una historia de eventos, siempre se vio urgido por buscar interpretaciones generales de las ocurrencias particulares. Se redujo a la narrativa y en medio de ella a la historia política, pero fue consciente del nacimiento de una nueva forma de hacer historia, que solo alcanzó a fundar la generación siguiente más familiarizada con las contribuciones de las ciencias sociales. Cuando la historia se acercó a los logros de las demás disciplinas que estudiaban lo social –la antropología y la sociología, la economía y la geografía, la psicología, el derecho y las ciencias políticas– ella misma se hizo una ciencia social. Progresó junto a ellas y en medio de ellas contribuyó al refinamiento de sus compañeras de viaje.

    Pero el objetivo de este trabajo no se reduce a lamentar el olvido de Tamayo y a sugerir de nuevo la lectura de sus libros. Busca, ante todo, recordar lo que dijo y la manera como lo dijo. Ello da lugar a exponer cómo se emprendía el escrutinio del pasado antes de la llegada de la historia social y de la institucionalización de la ciencia de Ranke en los marcos universitarios o en los centros de investigación especializados.

    El autor no ha examinado aquí toda la obra de Tamayo. Se redujo a una exploración inicial de sus libros. Quedan por rastrear sus múltiples artículos y ensayos diseminados en periódicos y revistas de la época. En ellos hay suficiente material para brindar una pintura más completa de su esfuerzo intelectual y de su influencia, latente o manifiesta, en su tiempo y en la generación siguiente de historiadores.

    El presente trabajo hace parte del interés del autor por el desarrollo de las ciencias sociales en Colombia. Es un proyecto relacionado con el desenvolvimiento de la sociología y la historia, de la economía y la antropología, sin descuidar las manifestaciones de la filosofía social y la teoría política. Son muchas disciplinas, pero en el pasado se agrupaban bajo una sola denominación: las ciencias morales y políticas. Este enunciado jamás fue claro y unívoco. Moral, un vocablo semejante al actual de cultura, aludía a los modos de vida de los pueblos y política a las formas en que se organizaba el poder coercitivo en la sociedad.

    Debo agradecer, finalmente, al jurista Gabriel Jaime Arango, a la educadora Yolanda Ramírez, al economista Mauricio Pérez y a los historiadores Álvaro Tirado Mejía, Juan Camilo Rodríguez y Rodolfo de Roux por la lectura puntual y precisa de estas páginas. He contado, además, con los consejos de dos eruditos venidos de las ciencias duras con intereses en las humanidades: el ingeniero Darío Valencia y la profesora de física teórica Alicia Guerrero. Todos ellos y ellas contribuyeron a depurar el texto en asuntos de materia y estilo, de contenido y forma y a darle apoyo y seguridad al autor en un terreno inexplorado de la historiografía nacional. Los capítulos biográficos contaron con la ayuda de María Cristina Tamayo, hija única de Joaquín Tamayo, y con la de su nieta Inés Elvira Rocha Tamayo. Sin el auxilio de una y de otra el retrato de este historiador hubiera dejado mucho qué desear.

    UN HISTORIADOR

    Julio H. Palacio, el gran cronista de la Regeneración y del Quinquenio, escribió en 1944: Joaquín Tamayo, el perspicaz historiador nacional, cuya prematura muerte nunca será suficientemente lamentada, tenía dotes de sociólogo (1990, 308). Lo mismo señalaron otros observadores. El título de su primer libro, Don José María Plata y su época sugería una novedad de teoría y método: una personalidad no se entiende si no se examina el entorno social y político de su peregrinaje. La expresión y su época, que rara vez se definía, era habitual en aquellos días. Lo mismo sucedía con la locución y su tiempo, muy socorrida por los historiadores interesados en recrear la vida de sus biografiados. Pero en el joven Tamayo el término parecía tener una fuerza única, hasta el punto de que no pocos de sus contemporáneos se vieron atraídos por su habilidad para trazar el cuadro animado de una época (Nieto Caballero, 1934), por la robustez de la descripción del medio ambiente en que se mueven sus personajes (López Michelsen, 1941) o por su maestría en recrear el clima de un periodo (Rueda Vargas, 1933b, xvi). Rueda Vargas llegó inclusive a calificarlo de investigador con criterio de historiador moderno. A este coro se unió don Joaquín Ospina en su Diccionario biográfico al señalar que desde joven Tamayo mostró una inclinación por los estudios de historia y sociología, ramas del saber en las cuales ha sobresalido notablemente en Colombia. Y algo más. Al día siguiente de su muerte el diario El Tiempo (1941a) informó a su audiencia que además de numerosos ensayos críticos, deja el señor Tamayo varias obras históricas y sociológicas.

    De estas apreciaciones se alejó Alberto Lleras Camargo en un discurso muy celebrado del 1.º de octubre de 1941 en el Concejo de Bogotá. No fue un sociólogo, afirmó, pero estuvo a punto de serlo. A pesar de su hondo realismo, Tamayo, que no deja de registrar ninguna influencia de la vida social, no es, ni con mucho, un materialista histórico. Jamás se dejó apresar por obstinados determinismos. El medio no lo explicaba todo; siempre había lugar para la autonomía de la voluntad. Un marxismo agreste hubiera puesto a sus próceres en manos de la fatalidad y el destino. A cambio de esto, sus héroes, que a veces parecen dominados por fuerzas exteriores, se los ve actuando con soltura. Rompen el entorno con su audacia e impulsos ideológicos. Sin embargo, lo que inicialmente parecía ser un acierto también fue su limitación. Con frecuencia sus héroes se quedan a la deriva y nada parece trenzarlos. Le faltó –dice Lleras– una filosofía de la historia, un instrumento analítico que apresara sus personajes. Narró multitud de sucesos, pero se le escapó el marco institucional, la idea de sociedad, que le ofreciera una perspectiva más comprensiva del desenvolvimiento histórico. Un sociólogo –afirmó– nos diría qué somos como nación y hacia dónde vamos si tenemos en cuenta de dónde venimos. Tenía intuiciones pero no alcanzó a ofrecer una imagen acabada de nuestro desarrollo. Por ello su obra despliega el aire inequívoco y excitante del precursor, de aquel que se acerca a la meta pero no alcanza a cruzarla (Lleras Camargo, 1941).

    ESTUDIO DE UNA FIGURA SECUNDARIA

    Su primer libro, Don José María Plata y su época, que le dio nombre a edad temprana, salió a la calle en 1933. Era una revelación. Su lectura produjo en todos sorpresa y entusiasmo, reveló el periodista Nieto Caballero (1941a). El autor tenía 32 años y era conocido en los medios intelectuales por sus artículos y ensayos publicados en Cromos, una revista de la familia donde había hecho sus primeras armas como escritor. Se iniciaba la República Liberal y los jóvenes historiadores se daban a la tarea de liberar el pasado de los elogios desmesurados de la historiografía tradicional. Ahora los Bolívar, Nariño, Santander y Murillo Toro, tan reverenciados, no eran ajenos al rencor, la envidia y el interés personal. Tamayo los abordaba sin escamotear sus cualidades y defectos. Es pueril cerrar los ojos con gesto beato al descubrir defectos en nuestros próceres (Tamayo, 1941, 14). Su historia política no era el examen de una serie de decretos sino de las pasiones de los hombres que los idearon. La idea de verlos en su tiempo no era, por lo demás, original. Ya circulaban El doctor José Félix de Restrepo y su época de Mariano Ospina Rodríguez (1884), la Vida de Rufino Cuervo y noticias de su época de los hermanos Ángel y Rufino José Cuervo (1892), la Vida de Don Ignacio Gutiérrez Vergara y episodios históricos de su tiempo, 1806-1877 de Ignacio Gutiérrez Ponce (1900), el

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