Dos mundos opuestos
Por Barbara Boswell
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Sin embargo, esa era una máxima por la que tenía que luchar, haciendo acopio de toda su buena voluntad, cuando tenía a Callie Sheely cerca, pues su sola presencia lo excitaba. Todavía más difícil le resultaba resistirse a su dulce y cálida mirada. ¿Podría un beso acabar con aquella inquietud?
Barbara Boswell
Barbara has been a longtime romance novel fan, becoming hooked on the Harlequin Presents series back in the mid-'70s when she was home with her three small daughters. When the youngest reached school age in 1983, she wanted something to do with her extra time. She thought about going back to nursing, but didn't care to deal with hospital shifts. She'd often made up stories in her head and/or continued the stories that she'd read, so it seemed like a fun idea to try to write a story of her own. It took a lot more effort and organization than the loosely strung-together scenes she'd run through her mind, but she was right about the fun part! She enjoyed the whole process and wrote a story that she knew she would enjoy reading. She sent it off and was thrilled when it was accepted! It was even more exciting to see her name on the book cover. Some 50-plus books later, it's still a thrill to see her name on the book and it's still fun to make up stories - at least most of the time! Barbara gets her ideas from everywhere but especially from reading, which she loves to do. Sometimes, just a sentence in a newspaper or a magazine will spark an idea to develop into a romance. Other times, she'll be inspired by another romance novel and she will try to put her own spin on a favorite old plot. Barbara believes that we all have our preferences - she's always been partial to the "secret baby" story line. That, plus the "marriage of convenience" and class or family conflicts are some of her particular favorites. Her three daughters are all grown up now, and she and her husband are the proud grandparents of a beautiful little grandson. They also have three cats who seem to think that they are the rulers of their house. They are terribly spoiled, and they just might be right.
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Dos mundos opuestos - Barbara Boswell
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2000 Barbara Boswell
© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Dos mundos opuestos, n.º 1003 - julio 2019
Título original: Bachelor Doctor
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.:978-84-1328-421-7
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Créditos
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
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Capítulo Uno
La sala de operaciones estaba repleta de estudiantes que habían acudido para observar el trabajo del ilustre doctor Weldon, extraordinario neurocirujano. El paciente estaba en una situación desesperada, cuando el doctor Weldon le ofreció un nuevo procedimiento experimental que él mismo había desarrollado.
–Este es el mejor espectáculo que hay hoy en el centro médico. Todo el mundo quiere ver al maestro haciendo su labor.
–Callaos –dijo una enfermera estudiante–. El doctor Weldon está diciendo algo.
Pronunció el nombre con sonora reverencia.
Mientras explicaba su teoría, el neurocirujano miró a su enfermera jefe, Callie Shelley.
Trey se dio cuenta de que bajo la máscara quirúrgica, había una sonrisa.
Él no reprimió otra sonrisa en respuesta. Sabía que a Callie siempre le parecían exageradas las adulaciones de los alumnos.
Tiempo atrás, Weldon había recibido aquellos cumplidos de otro modo, nunca considerándolos motivo de sorna y, en ningún caso, como algo exagerado.
Eso fue así hasta que conoció a Callie Sheely y su punto de vista sobre ciertas cosas cambió.
Mientras algunos compañeros suyos dejaban constancia de su admiración hacia él, ella sonreía divertida al fondo.
Un día, Trey decidió preguntarle sobre aquella sonrisa. Ella respondió sin ningún tipo de reparos: le divertía oír a la gente haciendo semejante despliegue de piropos, tratando de convertirse en sus favoritos, mientras se empujaban unos a otros.
Trey se había quedado atónito ante la franqueza de sus palabras
–Es cierto que te admiran –le aseguró ella a pesar de todo, pero aquel comentario había despertado cierta consciencia en él.
Los comentarios de Callie, siempre llenos de humor, le resultaron cálidos y reveladores. Se dio cuenta de que no necesitaba la admiración de unos cuantos adolescentes. La sola idea era irrisoria.
A partir de aquel momento, cada vez que alguien le hacía un cumplido, miraba a Callie y compartían una sonrisa en silencio.
Trey continuó operando, mientras le explicaba la operación a su auditorio. Cada vez que necesitaba un instrumento, no tenía más que chascar los dedos y Callie le entregaba lo que necesitara. Muy rara vez tenía que especificarle algo, solo cuando se presentaban problemas y tenía que improvisar. Generalmente, ella recordaba perfectamente la rutina a seguir.
Trey admiraba su excelente memoria y su gran capacidad como enfermera, así como la calma que mantenía cuando estaban bajo mucha presión. Nunca antes había trabajado así de bien con nadie, nunca había tenido esa compenetración con nadie. En la sala de operaciones, sentía como si ella fuera una extensión de él.
Aquello era completamente nuevo para él, un intercambio puramente intuitivo. Ciertamente, nunca había sentido nada igual en su vida personal. Callie y él se convertían en una sola persona cuando trabajaban juntos.
Trey levantó la vista y miró a Callie. Tenía unos ojos enormes y expresivos, de un color oscuro que parecía terciopelo líquido, y que estaban inundados de calor e inteligencia, siempre vivos y alerta.
–¿Alguna pregunta? –dijo Trey, en un intento por interrumpir su cadena de pensamientos.
En las últimas semanas, los pensamientos sobre Callie Sheely eran cada vez más frecuentes y constantes. Cuando estaba en la sala de operaciones, o con sus amigos, o, en su apartamento, muchas veces lo asaltaban imágenes de Callie: sus ojos, su sentido del humor.
Pero aquel tipo de pensamientos no tenían lugar en una relación profesional, que era el único tipo de relación que se establecería entre ellos.
A pesar de todo, extrañas e inesperadas sensaciones estaban empezando a perturbarlo. La cabeza de Trey no podía permitirse aquel tipo de negligencias.
No obstante, lo cierto es que últimamente, Callie Sheely le inspiraba un desconcertante desvío de emociones.
–Repito, ¿tienen alguna pregunta? –dijo en tono impaciente.
Normalmente, era impaciente, aunque no solía serlo con los estudiantes que seguían en silencio, quizás intimidados por él.
–Así que asumo que todo el mundo ha entendido los pasos que he seguido –insistió pasando de la impaciencia al sarcasmo.
Por fin, uno de los estudiantes se atrevió a formular una estúpida pregunta. Sí, era realmente estúpida, pero, después de todo, el pobre crío no era más que un estudiante. Se compadeció de él y le respondió.
De un modo u otro, estaba decidido a apartar de su cabeza aquellos pensamientos sobre los ojos de Callie Sheely. Se negaba a dejarse influir por aquella compenetración que compartían, y por el modo en que su sentido del humor había afectado a su visión del mundo.
No, no le interesaba para nada, o al menos eso era lo que se aseguraba Trey a sí mismo.
No eran más que colegas. Ni siquiera eran amigos. Trabajaban juntos, eso era todo.
Así quería que siguieran las cosas.
Y, por supuesto, no le interesaba Callie para nada.
La enfermera jefe, Callie Sheely escuchaba con detenimiento cada palabra que decía el doctor Trey Weldon. Como siempre su tono de voz insinuante y varonil le provocaba cierta agitación. Solo una voz como aquella podía sonar seductora mientras explicaba una disfunción del cuerpo y los distintos modos de corregirla.
Callie lo observaba mientras trabajaba, anticipando, siempre, qué venía inmediatamente después y qué instrumento médico necesitaba.
La verdad es que no era justo el efecto que aquella voz provocaba en ella. No solo tenía un jefe guapo y con talento, sino que, además, tenía una voz sugerente y sensual. Lo peor de todo era que, inevitablemente, había de escucharla a cada momento, mientras que, se suponía, debía de permanecer inmune a sus encantos.
Callie conocía las normas. Como compañera de trabajo de Trey y su subordinada, ese era su papel y su única relación posible con él. Así era como la veía y siempre la vería.
Había un inevitable abismo que los separaba, pues Trey Weldon, de clase alta, nunca salía con enfermeras de clase media. Callie Sheely pertenecía a estas últimas.
Callie suprimió un suspiro. Deseaba que Trey Weldon se callara, pero no fue así. Continuó durante un buen rato explicando paso por paso cuanto estaba haciendo. Callie escuchaba y observaba, mientras él operaba meticulosamente.
Su técnica era impecable y siempre le impresionaba su destreza, pues sabía que usar aquellos instrumentos con tal precisión era lo que le garantizaba el éxito de su trabajo.
Nadie más actuaba con tan notable perfección. Era un reconocido neurocirujano respetado pro sus colegas y los poderes establecidos.
Trey Weldon era una estrella, una «supernova de la cirugía», tal y como lo había descrito un periodista científico en el periódico de Pittsburgh.
Callie había guardado aquel artículo y lo leía de vez en cuando, particularmente, cuando se veía en peligro de olvidar lo lejos que estaba del mundo al que pertenecía Trey Weldon.
Trey procedía de una rica familia de Virginia, dinero viejo que los distanciaba inevitablemente. Aunque eso era algo que, aparentemente no debía de importar, ella sabía que era un motivo de rechazo para la aristocrática familia Weldon.
El hijo de Winston y Laura Weldon no tenía nada en común con la hija de Jack y Nancy Sheely, cuyos abuelos habían llegado hasta allí huyendo de la pobreza de Irlanda y de Rusia. El trabajo duro y el tesón les había hecho ganar un puesto