Cuando Ana se casó pensó que ya estaba blindada de pruebas difíciles por situaciones que había enfrentado previamente, sin embargo, no fue así. Cuando nace su primera hija Eliana le toca afrontar un inesperado diagnóstico: su niña tenía un síndrome poco común llamado cri du chat. Con mucha fortaleza, y de la mano de su esposo, Ana decide no etiquetar a su hija con lo que es o no esperado que desarrollé por su condición, sino que, por el contrario, elige acompañarla sin ataduras para sacar su máximo potencial, haciéndole la promesa de que, independientemente de cualquier logro o dificultad, su amor por ella sería incondicional. Posteriormente llegaron más hijos: Anabella y Rosana; y como una gran e inesperada sorpresa llegó Luca, quien nació con una cardiopatía congénita y quien le vino a reforzar la creencia de que no podemos ser indiferentes al dolor de los demás. Ana está convencida que la discapacidad es parte de la diversidad humana; es algo que debemos ver de manera natural y no como un defecto pues hay muchas más similitudes entre todas las personas que diferencias. En su lucha diaria por la inclusión, ella se niega a dejar este mundo igual que como lo encontró, está decidida a hacer una diferencia. Una historia de sensibilidad y fuerza.

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