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Las Desaparecidas
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Libro electrónico327 páginas3 horas

Las Desaparecidas

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Las Desaparecidas

Aborda un tema candente: la esclavitud sexual. Los personajes que trasiegan por las pginas de esta novela muestran toda la gama de los sentimientos humanos, desde actos de ternura del estilo de la novela romntica, hasta las lgubres actuaciones de personajes que parecen tomados de un cuento de terror. La hija de un pastor, el heredero de una fortuna familiar, docenas de mujeres secuestradas, un mafioso cuya ambicin no conoce lmites, un grupo de muchachos indigentes, un corrupto jefe de policas, una mujer atrapada por su pasado y un investigador comprometido con su trabajo forman parte de esta gesta humana con una alta dosis de espiritualidad. El comercio de seres humanos es el crimen de mayor crecimiento en la actualidad. Es una crisis donde infinidad de mujeres jvenes han sido atrapadas en la abominable red de narcotraficantes para destruirle su futuro. Estos son los tristes testimonios de este flagelo que consiste en desnudar la dignidad de la mujer para transformarla en una esclava social. Detrs de esas redes internacionales de prostitucin aparece agazapado el detestable negocio de las drogas, el abuso de nios, la inmigracin ilegal, el contrabando, el lavado de dinero, y el crimen organizado, todo en un paquete gravoso. Es en este entorno donde se desarrolla la historia de Las Desaparecidas, basada en una trama tejida con un hilo que va desde los guetos latinos de Nueva York hasta las montaas de Puerto Rico. Piensa usted que nada de esto sucede a su alrededor? Lo invito a Reflexionar.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento30 nov 2012
ISBN9781463344290
Las Desaparecidas
Autor

Dario G. Gonzalez

Darío G. González Nació un 22 de diciembre de 1924. Durante la segunda guerra mundial, sirvió 4 años en el ejército, más nueve en la reserva del Cuerpo Aéreo. Jubilado del Servicio Postal, fue a vivir con su familia al área de Florida Central. Casado con Rosa C. González, tienen dos hijas y un hijo. Estuvo activo en actividades cívicas en la Ciudad de Nueva York y ahora en Orlando, Florida. Escribir es su pasatiempo favorito. Ha escrito varios cuentos cortos, poemas, y tres novelas: “Milonga, con inefable Ternura”, recientemente publicada en español e inglés. “Las Desaparecidas,” la cual está siendo traducida a inglés, y “Agridulce,” casi terminada. Tiene un guión cinematográfico de Milonga, preparado en Buenos Aires.

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    Las Desaparecidas - Dario G. Gonzalez

    1

    Adiós a Palma Real

    El apacible mundo que Laura y Marcos habían disfrutado desde la infancia se derrumbó de la noche a la mañana cuando su padre, el reverendo Tomás Martell, decidió abandonar el pintoresco poblado de Palma Real para mudarse a Las Colinas. La nueva ciudad, situada al otro lado de la Cordillera Central era una urbe de densa población plagada de barrios pobres, con un desempleo creciente y una demoledora corrupción.

    En cambio, Palma Real, representaba el estilo de vida típico de tierra adentro de la isla borinqueña. Las costumbres y tradiciones prevalecían allí imperecederas. La gente era celosa de su cultura y amante de las cosas sencillas.

    A través de los años, se repetían las mismas estampas: los vendedores ambulantes, los piragüeros, los borrachos de fin de semana, los jóvenes de sábado y domingo en la plaza. Todo en medio de la misma monótona tranquilidad, donde nada cambiaba.

    Los Martell habían residido por décadas en ese apacible ambiente, apartados de los males políticos y sociales que afectaban a las ciudades vecinas. Dedicados por años al evangelio, habían levantado una pequeña iglesia que no había adelantado en feligresía debido a la exigua población de Palma Real.

    Laura era aún niña cuando su madre, a punto del alumbramiento de su segundo embarazo, comenzó a sufrir de ansiedad, melancolía y dolores de cabeza. Pasaba por frecuentes y profundas depresiones y cambios de ánimo extremos. Tenía momentos de viva alegría que, de momento, se tornaban en una completa incapacidad mental. A medida que pasaban los días, la condición se agravaba sin que los médicos pudieran hacer nada. Finalmente, se vieron imposibilitados de seguir atendiendo a doña Rosa en casa y la recluyeron en el hospital de Las Colinas.

    El reverendo Martell adoraba a su esposa y a su hija. Se sentía bendecido por ser padre otra vez. Pero el problema de la esposa lo preocupaba. Temía que el padecimiento de doña Rosa fuera congénito, ya que en su familia había antecedentes de ese típo. El reverendo se sentía atribulado sin la compañía de su esposa. Lo consternaban las obligaciones que se le habían venido encima: viajar con frecuencia al hospital de Las Colinas, pastorear la iglesia y llevarle un mensaje cristiano a los enfermos en sus camas y a los presos en las cárceles, atender un empleo de tres días por semana en la alcaldía para sufragar los gastos de su hogar y, por supuesto, atender a su pequeña hija que demandaba continua atención.

    El reverendo Martell estaba considerando mudarse a Las Colinas en busca de soluciones para sus problemas. Así podría estar cerca de la esposa y usar mejor el tiempo disponible. Sin embargo, temía que un cambio tan radical le acarreara mayores contratiempos a él y a su familia. La indecisión lo consumía. Pero, las cosas tomaron otro rumbo. Después del nacimiento de Marcos, doña Rosa tuvo una transformación asombrosa y como si fuera una bendición divina se recobró de su padecimiento.

    Luego del nacimiento, la familia gozó de un largo período sin enfermedades ni contratiempos. Los niños crecían sanos y robustos y en el hogar reinaba la felicidad. Pero, la desventura los volvió a golpear poco después de que Laura terminara sus estudios universitarios. Doña Rosa sufrió una recaída. A veces salía de la casa sin rumbo alguno. En ocasiones, la encontraban sentada en un banco de la plaza mirando a lo lejos, perdida en un mundo extraño. En otras, la encontraban caminando atontada por el pueblo.

    Se le ordenaron exámenes, pero los médicos no dieron con la causa. Al agravarse su condición, tuvieron que ingresarla al hospital y el reverendo tuvo que reanudar sus viajes a Las Colinas.

    A pesar de la adversidad, padre e hijos conservaban la esperanza de que la madre retornara pronto al hogar. Esa fe los estimulaba a orar constantemente por su recuperación.

    Este golpe sacudió con severidad al reverendo. ¿Cómo es posible que después de tantos años, cuando parecía que las bendiciones del Todopoderoso habían sido derramadas sobre nosotros, mi esposa vuelva a sufrir de este mal?, se preguntaba.

    Como consecuencia, Laura tuvo que posponer su maestría y dedicarse más al hogar y a las labores de la iglesia. Además, le era difícil buscar empleo en esas circunstancias. El reverendo, por su parte, sufría en silencio la pena de sentirse despojado de la compañía y ayuda espiritual de su esposa.

    Consciente de la meta que se había trazado, Laura continuaba estudiando por su cuenta en casa. Esperaba retomar sus estudios algún día. Su conocimiento aumentaba y su intelecto progresaba, a la vez que su figura. La niña había abandonado su cocoon de púber y se había convertido en una hermosa mujer. La verdad era que Laura hechizaba con su belleza.

    Los viajes de noche y de día por el largo y empinado trecho entre Palma Real y Las Colinas, dejaban al reverendo agotado física y mentalmente. Pero, a pesar del sacrificio, las pocas horas que compartía con su esposa lo aliviaban y le daban nuevos bríos para continuar con su misión.

    De día, el recorrido tomaba más de una hora y de noche… una eternidad. La carretera, repleta de estrechas curvas y profundos abismos presentaba serios riesgos a los conductores que se aventuraban a viajar. De noche, los riesgos se duplicaban por ser la época de las borrascas. Los derrumbes que bajaban de la montaña arrasando todo a su paso eran el mayor peligro.

    Las hondonadas de la carretera eran testigos de las muchas tragedias ocurridas allí. En días claros, se veían innumerables esqueletos de autos y camiones en el fondo de los barrancos.

    En noches de mal tiempo, los chóferes acostumbraban guiarse por las luces del vehículo que los precedía. Práctica que no recomendaban los más experimentados debido al riesgo al que se exponían si el automóvil del frente se salía de la carretera.

    Una noche de fuertes aguaceros desaparecieron varios automóviles por uno de los barrancos. El conductor del primer auto de la caravana perdió el camino y se fue ladera abajo por una de las montañas y, con él, los que lo seguían: ocho en total.

    Aun así, absorto a los peligros y con una fe obstinada, el reverendo Martell continuaba los viajes al hospital. Pero había vuelto a acariciar la idea de mudarse a Las Colinas. Sin embargo, pensaba en sus hijos y en la pequeña iglesia que con tanto amor y dedicación había construido. Además, distanciarse de feligreses y amistades de tantos años era una decisión difícil.

    Su intuición le dictaba que, una vez al lado de su esposa, sus oraciones la ayudarían a recuperarse. Lo demás lo dejaba en manos del Todopoderoso. Él le daría la solución a su problema y en esa esperanza descansaba.

    2

    De camino a Las Colinas

    Tomás Martell era un destacado pastor y evangelista con largos años de experiencia en teología. Sus vastos conocimientos y dedicación se notaban en la belleza de su expresión y en la fuerza del contenido en sus mensajes.

    Una tarde mientras estaba de visita en el hospital, se topó con un amigo pastor de una iglesia denominada Primera Iglesia Comunitaria de Las Colinas. El pastor estaba a punto de jubilarse debido a quebrantos de salud por su avanzada edad. Su amigo le expresó que los miembros del Comité de Púlpito de su iglesia esperaban remplazarlo tan pronto como consiguieran al sucesor de sus preferencias. Consciente de las credenciales del Reverendo Martell, el anciano colega le recomendó que de interesarle la posición, la solicitara.

    La recomendación fue del agrado del reverendo, quien le manifestó a su amigo que esa posibilidad le ofrecía la oportunidad de resolver parte de sus enrevesadas dificultades. El Señor obra por senderos misteriosos, y esta conveniencia viene como ofrenda celestial, concluyó. Estudiaré el asunto y si me decido a solicitar la posición, lo pondré en Sus manos. Martell consideró que, de obtener ese nombramiento, podría dedicarle más tiempo a la esposa enferma, cómo era su deseo.

    Días después, confiado en su causa y seguro de que sus hijos respaldarían su decisión, solicitó la plaza. Mientras tanto, optó por guardar silencio hasta que recibiera noticia sobre la solicitud.

    No pasó mucho tiempo, tal como lo esperaba, le fue notificado su nuevo nombramiento en la iglesia de Las Colinas. Contento con la noticia, solo quedaba darles las nuevas a los muchachos y decidió informarles en uno de sus ratos de oración.

    Cuando llegó el momento, dudoso de la acogida que los muchachos pudieran darle a su mensaje, titubeó un poco. No sabía cómo expresarles la noticia y a la vez, conseguir que los muchachos la recibieran con beneplácito. Aunque, algo aprensivo, su decisión estaba tomada y trataba de no preocuparse por lo que sus hijos pensaran. Recobró valor, les manifestó lo del traslado y se quedó esperando por la reacción de sus hijos.

    La noticia fue una bomba. Asombrados, hijo e hija, rehusaban asentir a lo que el padre les decía; dejar Palma Real por Las Colinas era inconcebible, imposible de aceptar. Era como cambiar la luz por las tinieblas.

    Por su parte,Laura se oponía al cambio. La muchacha había cursado estudios en un colegio de Las Colinas y nunca se había sentido a gusto allí. Además, gravitaba en su mente la experiencia sufrida en esa ciudad unos meses atrás cuando un maleante le arrebató la cartera mientras esperaba la guagua. En la lucha por salvar sus pertenencias, sufrió varios moretones y contusiones al rodar por el piso. Por esta razón, Laura odiaba Las Colinas.

    Añadió Laura, que recientemente había leído manifestaciones publicadas en un periódico de esa ciudad hechas por el jefe de detectives, Anselmo Sandoval, respecto al aumento de criminalidad en Las Colinas. Declaraba el agente que en la ciudad se hallaba una de las más violentas bandas de criminales, entre otras, responsable de una gran cantidad de delitos ocurridos en los últimos meses. Uno de los más horrendos crímenes cometidos fue la reciente muerte de una joven de 15 años mientras viajaba en un autobús de la ciudad. Además de los asesinatos, entre los crímenes cometidos por las gangas, se hallaban las ventas de cocaína, el posible tráfico de prescripción de drogas, y las armas de fuego. Por el momento, se desconocía quiénes eran los líderes de esas pandillas.

    Laura comprendía el porqué de la decisión de su padre, pero aun así, no veía el traslado con buenos ojos. A ella, como a Marcos, no les atraía nada de lo que hubiera más allá de las riberas del río que circundaba Palma Real y, mucho menos, si estaba al otro lado de la cordillera. Lo que ambicionaban, era pasar el resto de sus vidas en el pequeño poblado donde se habían criado, lejos del ajetreo y la turbulencia de las grandes ciudades. Para ellos, Palma Real era principio y fin de su universo. Allí disfrutaban a plenitud de todo lo que podrían ansiar. Afuera no había más mundo que les interesara.

    Después de escuchar la oposición de su hermana de mudarse a Las Colinas, para Marcos, de quince años, el traslado era una difícil aventura. Sintió que su padre lo desterraba a un mundo desconocido y peligroso. Con lágrimas, expuso que una vez se mudaran a Las Colinas era casi seguro que jamás regresarían a Palma Real, y eso lo aterraba.

    Por boca de Laura, y lo que había oído a través de los medios, advertía los peligros que presentaba la ciudad y los muchos crímenes que a diario en ella se cometían.

    Exponía que el cambio de lugar y las modificaciones a sufrirse eran tan radicales que no daban margen de esperar beneficio alguno bajo tales condiciones de vida. Aunque captaba el motivo de su progenitor, consideraba que, a la larga, la madre retornaría al hogar y los sacrificios del padre se obviarían, y todo retornaría a lo normal.

    No obstante, tras su sensata exposición, muy en secreto, Marcos ocultaba una razón sentimental que lo ataba a Palma Real y que no deseaba exponer en el momento.

    Además, en esos días, Las Colinas encaraba dificultades de grantrascendencia en el ámbito político, social, y económico. Muchas empresasmanufactureras, estaban abandonando el país para ubicarse en otros lugares. Como consecuencia, tal situación trajo un auge de desempleo que produjo una baja en la economía, un marcado crecimiento de pobreza, y un aumento de criminalidad que, como maldición, se sumaba ahora a los muchos males de la ciudad. La población estaba sumida en la incertidumbre. Las autoridades civiles no sabían como controlar el problema.

    La noticia les causó un amargo trauma a los muchachos. En Las Colinas no conocían a nadie, no tenían familiares, ni tendrían la pequeña iglesia a la que asistían desde niños y que tanto amaban. Consideraban injusto que su padre los apartara del tesoro que poseían y de las remembranzas que guardaban de su lindo poblado.

    No obstante, firme en su propósito y satisfecho de haber hecho una buena decisión, el Reverendo Martell dejaba a Palma Real confiado en que, si su petición había sido bendecida por el Señor, entonces su decisión era la correcta, por lo tanto, no aceptaba opinión contraria. En cambio, los muchachos exponían que si la distancia de un lugar a otro no era significativa, ¿para qué, entonces, el traslado?

    Días más tarde, apenados por los gratos e inexorables recuerdos que dejaban atrás, Laura y Marcos se dirigían con su padre a su nueva residencia en Las Colinas. Allí les esperaban nuevas experiencias y nueva vida. El pastor confiaba en que el Todopoderoso los protegería y que los ayudaría a aceptar el cambio.

    3

    El secreto de Marcos

    Acontecía, que desde el segundo año de escuela superior, el muchacho comenzó a sentir interés por una jovencita que empezaba el primer año. Aparentemente, lo atraía hacia ella los puros sentimientos cristianos de Marcos y la triste condición de la muchachita. La niña se notaba desnutrida, vestía mal, y la envolvía un velo de tristeza. La dulce melancolía en la cara de ángel de la jovencita, enternecieron al muchacho quien desde entonces, buscaba acercarse a ella, pero el temor se lo impedía. Nunca antes había sentido atracción por el sexo opuesto, y no sabía cómo confesar sus sentimientos.

    No obstante, al indagar con otros estudiantes, se enteró que la niña se llamaba Maritza Alvelo, tenía casi quince años de edad, y era huérfana de madre.

    La realidad era que la muchachita vivía con su padre en un pequeño apartamento rentado. El hombre había perdido un brazo en un accidente de trabajo y se sustentaba de lo poco que recibían del gobierno y de la caridad pública. La niña se ganaba unas pesetas lavando y planchando ropa.

    En una conversación con una compañera de clases, Maritza se enteró de que Marcos Martell parecía estar interesado en ella. Impresionada, la jovencita le preguntó que si ella se refería a Marcos Martell, el que muchacho que jugaba en el equipo de fútbol.

    —Si, el mismo—contestó la amiga.—Me dijeron que se pasa haciendo preguntas sobre ti.

    —¿Sobre mí? Ahora sé porque lo he notado mirándome con insistencia. Me imaginé que lo hacia al ver la ropa que llevo puesta y lo mal que me veo—dijo Maritza, con tono de tristeza.

    No obstante, interesada en saber más, Maritza inquirió de la amiga que cómo se había enterado de lo de Marcos. La amiga le contestó que alguien se lo había contado.

    —No puedo creerlo,—contestó la jovencita.—¿Cómo es posible que se fije en mí? No se habrá dado cuenta de cómo visto y de lo fea que me veo. De todas en la escuela, yo debo ser la menos que lo debería atraer.

    —No pienses así, Maritza. ¿Me parece que nunca has leído a Cinderella, verdad? Mi mamá me dice que en el amor todo es posible.

    —Oye, como sea. Te agradezco lo que me has dicho—dijo Maritza.—Me has subido el ánimo.

    Desde entonces, dentro de sus medios, la muchachita trataba de verse más atractiva y comenzó a ir a la plaza de recreo los sábados por la noche para en un ambiente más propicio, buscar que Marcos se le acercara.

    Por otra parte, el padre de la niña sufría en silencio al verse inútil y comprender que no podía serle de mucha ayuda a su hijita mientras ella, resignada a su infortunio, continuaba trabajando y estudiando, sin quejarse de nada.

    Luego de cavilar por algún tiempo sobre la situación de la niña, el hombre decidió buscarle solución al problema. Recordó que en la ciudad de San Cristóbal residía un familiar de la niña, prima segunda de la madre, por parte de los Alvelos. Pensó que nada se perdía si le escribía, y se dirigió a la señora explicándole la triste situación por la que pasaba la jovencita, con un padre inútil y sin recursos. Varios días después recibió contestación para que le llevara la muchacha. Decía la señora que la albergaría en la casa unos días para ver el comportamiento de la niña y luego le informaría.

    Maritza rehusaba abandonar a su padre para irse a vivir con extraños, pero el hombre insistió, y así Maritza pasó a vivir en San Cristóbal. Al paso del tiempo, la niña fue adaptándose a su nuevo ambiente mientras se ganaba el afecto de la nueva familia hasta considerarla parte de la prole. La muchachita ayudaba a la señora en la cocina y en los demás quehaceres del hogar, además de asistir a la escuela. En recompensa, le compraron ropa y zapatos nuevos, efectos de belleza, y tenía su propio particular.

    Transcurrían los días y Marcos no podía olvidar aquella cara de ángel, aquel rostro que, envuelto en un velo de apacible melancolía, lo había atraído románticamente, y que por primera vez le había estremecido su tierno corazón.

    Una tarde, mientras asistía a un juego de fútbol en la ciudad, se encontró con uno de los estudiantes de la escuela donde conoció a Maritza. Le preguntó que si sabía algo de ella y él le informó que hacía semanas la muchacha había salido de Palma Real y desde entonces no sabían de ella. La noticia entristeció a Marcos que, en esos días, intentaba visitar a su viejo poblado para tratar de verla una vez más.

    De la misma manera, Maritza pensaba en aquel jovencito que a su temprana edad la hizo sentirse mujer, y quien no vio en ella lo que su triste apariencia presentaba, sino el alma noble que moraba en su interior. Un alma que comenzaba a conocer al mundo en todo lo que verdaderamente era. Un mundo en el que imperaba la pobreza material, el orgullo y la vanidad, pero rico en bondades y benevolencia.

    4

    Adaptación

    Luego de la llegada de los Martell a Las Colinas, los días de adaptación al nuevo domicilio y a las nuevas rutinas transcurrían lentamente.

    Marcos continuaba con sus estudios, practicaba los deportes y ayudaba a su padre en los asuntos del nuevo templo ahora que sus responsabilidades se le habían duplicado.

    Mientras tanto, Laura había comenzado su primer empleo como ayudante de maestra en un colegio cristiano. Fuera del ambiente religioso, Laura se mantenía alejada de grupos sociales. Sus primeros días en Las Colinas fueron de tristeza y soledad hasta que conoció a Celeste Rosado, una joven simpática quien, junto a sus padres, había asistido durante varios años a la nueva iglesia del reverendo Martell. La muchacha era una dínamo humana. Además de ejercitarse como trabajadora social con el Gobierno, cooperaba en las distintas actividades de la iglesia.

    Con el correr de los días, Laura se acostumbraba

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