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Casi Nada
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Libro electrónico161 páginas2 horas

Casi Nada

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Uno se podra preguntar si l personalmente ha experimentado todo lo que detalla, o si se escribe sobre historias contadas por terceras personas o si slo es ficcin aterrizada a la realidad, pero el hecho es que, independientemente del origen, tiene una manera diferenciada de escribir. A veces, ruda y directa, a veces obscena y soez, aunque en el fondo sentimental y sensible. Es un contraste que permite transitar por diferentes estados de nimo en una misma lectura.

Ren Surez.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento10 ene 2013
ISBN9781463336585
Casi Nada
Autor

Pedro M. Guadarrama

Pedro Martínez Guadarrama (1975) Nace en la ciudad de México, hijo único de padres divorciados. En la década de los noventas incursionó en el terreno de la actuación, participando en diferentes grupos de teatro. Comenzó a escribir durante su adolescencia, y en 2009, publicó Acerca de ti y otras Exageraciones, su primer título. Actualmente combina sus actividades profesionales como Administrador con la preparación de su siguiente libro.

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    Casi Nada - Pedro M. Guadarrama

    Fin de Semana

    Fin de semana, mediodía, vacaciones en casa, a solas. Las cosas no empiezan hasta después de mediodía. Las cosas no suceden en horarios inhábiles, las cosas se vienen a joder siempre hasta que uno está plena y absolutamente consciente de que las cosas suceden, no antes.

    Seguro te preguntas ¿qué cosas?; yo digo las cosas, todo: la tienda de la esquina, el perro cagando en el patio del vecino, el taxi, la fila de las tortillas, el gato en el filo de la barda acechando las horas con su mirada aguda y sus terribles bigotes.

    Él se fue temprano porque, seguramente, tiene muchas cosas por hacer; cosas importantes como conducir su auto (casi pagado) y atravesarle el pecho a la ciudad desde Insurgentes Norte y salir por su espalda, en Insurgentes Sur. Comete este crimen para llegar a la oficina y seguir metido en balances, estados de resultados y cosas como esas. Cosas de mucho interés.

    Él siempre dice que la vida está en otra parte y ella supone que si no se refiere a la novela de Kundera, entonces se refiere a eso, a hacer un camino diario de dos horas para llegar a su asidero emocional. Porque eso sí, cada quien es libre de elegir su asidero y ahora es más fácil confiar en la oficina y en la rutina que se derrama por las ventanas como una espantosa miel; es más fácil acudir como estúpidas abejas obreras al panal y mantenerse a salvo de la vida ahí, encerrado en el laberinto particular, tal y como lo pueden ser los pasillos de la oficina.

    -   Huyes de aquí dice ella cuando él sale por las mañanas – para después huir de allá al cabo de un rato – dice ella atrincherada en la cama, segura de lo que dice porque lo que dice no pende de una cuerda floja; lo que dice tiene la certeza de un panal de abejas lamiéndole el oído.

    -   Nos vemos cariño, más tarde platicamos – contesta él porque no tiene más respuestas acumuladas, ese terreno es ajeno. No hay chantaje, no hay agua tibia ni terciopelo en su respuesta; hay lo que hay. Somos lo que queda.

    Además hay que seguir el orden de las cosas y las cosas están así:

    Viven al fondo de la calle, en la planta alta de una casa dúplex, ya sabes, la sala, el comedor; el baño a la derecha, la recamara a la izquierda. Las cosas tienen siempre un orden y hay que seguirlo o morir en el intento (en ese orden se tiene orden). Ella dice que una vez que se ha podido definir tal, uno se siente mejor, recostado en el sofá de la casa sabiendo que no hay riesgo alguno, sabiendo que, solamente en caso de un evento extraordinario (como puede ser el vuelo de una mosca que levanta su maldito zumbido a dar una vuelta alrededor de nuestra calma, cagar sobre ella, ponerle una mancha con alas y pelos al panorama que ya tenías dominado con singular maestría y al que habías convocado una serie de terribles recompensas que no generan ningún tipo de remuneración pero que son bastante remuneradas) el orden establecido se viene a derrumbar justo frente a ti, y entonces, no habrá calma bajo ninguna circunstancia, sino hasta el día del juicio final.

    Pero tú simplemente intentabas escuchar tus diferentes versiones favoritas de Lover Man, como sueles hacerlo; sentada en el pequeño sillón de la habitación, con los pies descalzos en una ridícula y precaria flor de loto que siempre se queda al borde de serlo (lo has intentado desde hace años pero nunca has conseguido nada decente, nada que se inscriba en los días de gloria, supongo que se trata de una condición anatómica lo que te lo impide).

    Tú y la vieja costumbre de compararlo todo. Siempre comparar para entender mejor, para medir, para aterrizar. Y entonces tienes Flautas, Saxofones, Contrabajos, Pianos, Vibráfonos y Xilófonos. Tienes la versión de Charlie Parker que grabó, seguramente ebrio y que no pudo haber quedado mejor de otra manera, o la versión ciega y de lentes oscuros de Roland Kirk, ataviado de instrumentos de viento y de unas tremendas ganas de sufrir una hemiplejia, que conseguiría unos años después.

    (Paréntesis)

    Humo.

    Las cortinas del telón no eran tan espesas como las cortinas de humo que se suspendían sujetas de una variante de rencor; graves ya desde el principio y graves ahora que ni subían ni bajaban. Graves porque estaban irremediablemente sujetas a ellas mismas y condenadas a estar ahí hasta que llegase la hora de desvanecerse.

    Humo en la sala y él en medio de trajes negros y sudores ajenos. Escuchaba el murmullo de la sala que lo esperaba mientras acariciaba la boquilla de su instrumento, le hablaba al hipotético oído que, en otras circunstancias, también podría ser boca y, en otras circunstancias, podría ser nada pero que afortunadamente esas circunstancias eran más hipotéticas.

    Estaba ebrio y tenía ganas vomitar, se tambaleaba y aquel sonido no terminaba de molestarle. El sonido no venía de ningún sitio y sin embargo estaba en todos lados. Era una especie de distorsión del silencio, de ese que se puede escuchar a la perfección por encima de cualquier otro silencio. Es un silencio distorsionado que se lamenta como libélula y que se establece detrás de uno para joderle la vida. Estaba ebrio pero sabía que ese sonido no desaparecería y eso le irritaba. Eso y su incansable necesidad de borrarse del mapa.

    La sala era más bien pequeña pero él ya no necesitaba más. Tenía el sabor del Whisky en la boca y la necesidad de inyectarse algo de heroína para soportar un poco. Sus dedos se movían impacientes sobre las llaves de tacto dormidas de su Saxofón. Él tenía un par de meñiques urgidos de acción y le era urgente entrar al escenario; la muerte urge le dijo a su ex en la carta de anoche. Ya era el genio sin su lámpara maravillosa, y al mismo tiempo era un fracasado. Nadie entiende eso hasta que está en la lona, y él estaba en la lona. Siempre estuvo en la lona; desde pequeño. Nació negro y pobre en el lugar menos indicado para ser negro y pobre. Así es la mierda cuando te es asignada; aunque seas un pájaro, aunque seas Charlie Parker, aunque tengas 34 y estés próximo a morir de ulcera-cirrosis-neumonía.

    La sala era pequeña y ya no importaba demasiado, su estado mental ya no era muy bueno. Su apariencia era de la de un viejo cansado. Iba a dejar lo último, lo que quedaba en el interior. –siempre queda algo seguramente pensaba mientras el humo no podía hacer más que sujetarse de sí para no caer. "El mejor saxofonista de todos los tiempos", decía en la marquesina, y él sabía que lo era pero eso no cambiaba las cosas. Uno puede ser el mejor saxofonista de todos los tiempos pero no por eso deja de haber algo que no encaja, algo que hace que todo se vaya al demonio y que surjan las necesidades menos razonables. Charlie Parker estaba en espera de entrar para hacer lo único que lo mantenía vivo, aunque deseaba también sentarse en un sofá y ver un programa de comedia. Nada mejor para morir a gusto.

    Bird: El sobrenombre no le molestaba y, es más, estaba dispuesto a disfrutarlo tal y como se disfrutan los aplausos en el escenario cuando te llegan como una cálida ola de embriaguez monstruosa; cuando se van acumulando en la cabeza hasta que, de plano, el mareo es inminente.

    Parker estaba más enfermo de una cosa que de otra pero eso tampoco lo quitaba de ser el mejor y el peor, esa era su batalla y en esa clase de pugnas nadie más pone las reglas. El momento de acabar estaba cerca, había que volver a soplar.

    Softly as in a morning sunrise

    Ella es un caso realmente excepcional; se trata de una mujer que bien puede sentarse en el lomo de la media noche y escuchar la Balada No.1 en G menor mientras se recorta las uñas de los pies y al mismo tiempo piensa en inglés. Ella se sienta en el pequeño sillón de su recamara; ese reducto de desolaciones y fortunas perdidas que siempre la espera sentado en su propio sillón interno (cada sillón < según los expertos> tiene su propio sillón; por eso son capaces de esperar a que uno pueda llegar a descansar sobre su cansancio). Se sienta y ya lleva su cuaderno de cuadro chico y escribe cosas que no llegan a ser más que eso, cosas. No deja de hacerlo y en ese acto está incluida la tregua con el resto de los muebles de la casa, incluyendo la cocina con quién no tiene muy buen relación pero han sabido convivir en los últimos años.

    "I stand here…

    behind you,

    beside you,

    before you,

    belong you,

    below you,

    beyond you,

    between.

    Standing, waiting.

    Somewhere, anywhere, everywhere."

    Escribe el tipo de cosas que escribiría si estuviera en silla de ruedas o corriendo el maratón de la ciudad de México, in the meantime, piensa en mover los muebles de la casa, cambiarlos de lugar, envolverlos en su necesidad de estar en movimiento. No sé a qué carajos se debe exactamente esta necesidad tan femenina de mover constantemente los muebles de la casa, justo cuando uno está terminando de hallar su lugar ahí, ellas llegan y lo mueven todo; lo van empujando con esas ganas de renovarse cada 5 minutos. Es cuestión de género, lo sé, quizá sea necesario padecer de esa neurosis femenina para poder entender este asunto de desplazamientos y remplazos. Al parecer se trata no sólo de la ubicación de los sartenes y de las sabanas, va más allá; al menos es lo que ella siempre le dice cuando él regresa por la noche a colgar el abrigo en el perchero y todo está fuera del alcance again.

    -   ¿Qué pasó aquí? pregunta obligadamente después de echar un vistazo y darse cuenta de que tendría que sentarse en la mesa de centro para leer en la zona que ya tenía asignada para leer.

    -   Nada, moví las cosas…- la respuesta siempre es sencilla y directa – la casa necesitaba un cambio.

    -   ¿la casa? – sigue dudando.

    -   Sí.- responde sin atajos nuevamente.

    -   ¿y cómo llegaste a la conclusión de que la casa necesitaba este cambio? dice él mientras intenta dejar su mochila en el suelo en vía de mientras, porqué además sabe que ahora su mochila tiene un nuevo lugar asignado pero aún desconoce su ubicación exacta.

    -   Siempre lo necesita – dice con una seguridad repugnante -¿a poco no se ve mejor así?

    -   ¿sí? – observa a su alrededor para tratar de encontrar lo que para ella es evidente.

    -   Claro que se ve mejor, nunca lo admites, pero yo sé que te gusta – dice con tal seguridad que raya en la maldita nausea.

    Ella está segura, seguramente, de que las conjugaciones de los verbos cambian al mismo tiempo. Cambia de lugar el servilletero y por una cuestión de física cuántica, cambia el pasado. Ya no es lo mismo, o mejor dicho ya no fue lo mismo. Cambia las tollas de lugar y el presente se ve afectado por un efecto mariposa ineludible y todo se va desplazando. Cambia de lugar los ajos y el salero y el futuro ya no es lo que antes era, se mueve irremediablemente unos grados (sólo un par de grados) hacia la derecha. No es necesario más, sólo un par de grados han sido necesarios para mover todo de lugar; ahora en

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