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YKA
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Libro electrónico152 páginas2 horas

YKA

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Información de este libro electrónico

YKA es el relato de una historia real cargada de dificultades donde, a través de diversos escenarios de la geografía española, domina y vence siempre la persistencia y la superación.
Este testimonio quiere mostrar y compartir con el lector la ingrata vida profesional de una joven que irrumpió en un mundo creado solo para hombres, donde era inexistente una preparación mínima para aceptar a la mujer como compañera.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento18 jun 2018
ISBN9788417542269
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    YKA - Bárbara Douskas

    © Derechos de edición reservados.

    Letrame Editorial.

    www.Letrame.com

    info@Letrame.com

    Colección: Relatos

    © Bárbara Douskas

    Edición: Letrame Editorial.

    Maquetación: Juan Muñoz Céspedes.

    Diseño de portada: Antonio F. López.

    Fotografía de cubierta: © Fotolia.es

    ISBN: 978-84-17542-26-9

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

    Letrame Editorial no tiene por qué estar de acuerdo con las opiniones del autor o con el texto de la publicación, recordando siempre que la obra que tiene en sus manos puede ser una novela de ficción o un ensayo en el que el autor haga valoraciones personales y subjetivas.

    «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra sólo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

    PRÓLOGO

    Con la tinta vertida en estas páginas, me desprendo de una parte íntima de mí, con la que pretendo compartir los sentimientos, emociones y experiencias de un fragmento importante de mi vida.

    Mi nombre, Bárbara Douskas, es ficticio. Yka y yo somos la misma persona, y con su nombre he procurado acercar al lector a una realidad cotidiana poco conocida, desde la perspectiva de una de las primeras mujeres que irrumpió en un difícil mundo, ideado solo para hombres, que no estaba preparado ni mentalizado, para tener a la mujer como compañera.

    —Mis mejores deseos para tu nueva vida —dijo él, dando por finalizada la conversación.

    —Muchas gracias, Don Everardo —contestó la muchacha, despidiéndose ambos con un firme apretón de manos.

    Estas fueron las palabras que supusieron para ella un punto de inflexión en su vida, generándole un potente torrente de extrañas sensaciones, ¿habría optado por el camino correcto, o por el contrario se arrepentiría? Con sus manos trémulas y la mente en estado de completa agitación, cerró la puerta del despacho y se marchó invadida por la inseguridad y la duda. Una vez en la calle, presa de un angustioso desasosiego, sintió que se precipitaba a un vacío titánico del que le costó algunos días emerger. Aquí comenzaba el principio del final, ¿o quizás fuera el final del principio?

    Cerró los ojos y prestó oídos a las nuevas emociones que balbucían en su interior, la soledad la hizo reflexionar, el tiempo le enseñó a añorar, pero solo cuando fue capaz de conjugar reflexión y añoranza, pudo establecer un juicio objetivo de valores, que le permitió ponderar con más acierto la situación.

    LADY MADRID

    Un enérgico estruendo hizo temblar en extremo el exiguo habitáculo de la casa, provocando un festival de cristales que casualmente se encontraban bien adheridos a la antigua ventana. La lluvia golpeaba con fuerza, dibujando con sus goterones un inquietante baile al chocar contra el bajo alféizar. La noche se mostraba especialmente oscura y fría. En el interior de la estancia, al suave calor del brasero, bien arropada con las faldillas de la mesa redonda, y bajo la tenue luz del viejo flexo, estudiaba con afán Yka, que en lugar de dormir, no desaprovechaba ni un segundo de su tiempo; pues a sus veinticuatro otoños, aún vivía en el seno de una familia numerosa, cuya situación económica requería si acaso más de auxilios, que de los agravantes que se producían a veces, de manera fortuita y carentes de intención.

    Ella conocía a la perfección, por ser la primogénita de siete hermanos, la situación familiar no muy favorable por la atravesaban. Y aunque por entonces era imagen para una firma de moda madrileña en la que empezó muy jovencita, sabía que ese tipo de actividades tenía un recorrido profesional muy corto, por lo que lo compaginaba siempre con sus estudios y otras opciones con mejores perspectivas. Los desfiles eran numerosos y estaban bien remunerados, pero a pesar de todo, para ella no dejaban de ser una mera afición de juventud.

    Apuraba su tercer café, en completo silencio, que ahora solo rompía el tintineo constante de gotas de agua producidos por la fuerte tormenta, mientras preparaba oposiciones inmersa en un halo de desesperación por conseguir, algún día, poder situarse en cualquier esfera laboral, con el único propósito de resolver a largo plazo su futuro con autonomía, y aliviar así también las cargas familiares. Tras haberlo intentado sin éxito en repetidas ocasiones, y con temas diversos, se vio en la obligación de tener que reconsiderarlo todo de nuevo, y probar otras alternativas que hasta ahora no se había planteado.

    Por mediación de una vieja amiga, pudo conocer la existencia de unas novedosas oposiciones que suponían, por aquellos años ochenta, una verdadera revolución para la mujer. Decidió entonces de manera casi instantánea probar suerte zambulléndose de inmediato en ellas, alentada por su espíritu aventurero y atrevido que no conocía barreras ni límites que pudieran derribar su incansable sed de triunfo personal. Así comenzó la andadura por una nueva etapa de su vida. Entre libros, entrenamientos físicos, idas y venidas a clases, gimnasios, cafés para sostener las noches y el deseo imparable de ver satisfecha esta nueva ilusión que, en principio, presentaba en general buenas perspectivas.

    Todo ello transcurría en el marco de un Madrid emergente, que estrenaba, como el resto del país, una tímida democracia tras muchos años de represión, incertidumbres y vaivenes políticos. Cierto era, que una vez a pie de calle, se perfilaba en la conducta de la gente, de modo lento y progresivo, ese aire desprovisto de tensión a la hora de expresarse o realizar cualquier acto cotidiano. El Madrid bohemio y soñador que anhelaba aquella libertad comenzaba a hacer visible su ansiada realidad de enterrar, de una vez por todas, ese miedo aterrador que condujo al país a la parálisis del progreso y a la temida comparación con una Europa que le llevaba mucha ventaja. Bien patente quedaba en sus céntricas calles, todo un mundo de revelación, manifestación, protesta e inconformismo de una ciudad que renacía. Una mutación generacional, que en la gente podía apreciarse hasta en su forma de vestir, mucho más relajada, sin ese rigor que el obsoleto concepto de las buenas formas venía exigiendo al ciudadano. La música y sus nuevas tribus urbanas nacidas en las universidades removían una sociedad que despertaba con sed de cambio.

    En el metro anidaba un buen elenco de artistas de lo más variopinto, dejando buen testimonio de la transformación y aceptación del nuevo horizonte cosmopolita que se gestaba, y que se iba imponiendo con normalidad en la sociedad. Se coló entre los jóvenes, ese famoso movimiento contra cultural, al que se denominó movida madrileña en estos primeros años de transición de la España posfranquista. Tras décadas de aislamiento, llegaba el exceso, el moderno caballo causaba estragos en las calles tiñendo de muerte una década inocente poco informada sobre sus efectos demoledores. Una droga que arrasaba sin piedad a los hambrientos por innovar y probar nuevas sensaciones. Yka fue una víctima más de los continuos robos y atracos que se producían incesantemente por esta pobre gente en busca de dinero, para procurarse una dosis con la que calmar ese maldito síndrome de abstinencia, y ocurrió una mañana cuando iba camino a la tienda de moda para la que trabajaba, dispuesta a hacer las últimas pruebas para un desfile que tendría lugar en el hotel Palace a los pocos días, pues con la paga que recibía por ejercer esta labor, se costeaba la academia donde cursaba sus estudios y todos los gastos que derivaban de la misma.

    Ella no abandonó su suerte a esta movida que el tiempo se encargó de mitificar, su Madrid no se encontraba en aquel lugar, sino en uno paralelo con idéntico escenario político, pero apartado del fango que eclipsó a una juventud deambulante, sin horizonte, intentando tan solo sobrevivir. Ella intentaba hacerse un hueco en la sociedad siendo alguien útil, y quiso recordar estos años con otro tipo de pequeñas realidades que componían su cotidianidad, hechos sencillos que perdurarían para siempre en su recuerdo.

    Aquellos veinte años que llevaba en Madrid dejaban entrever una desenvoltura absoluta y plena en sus movimientos por la capital. Ella llenaba algunos momentos de ocio acercándose hasta Madrid-Rock, en la Gran Vía, con el objeto de ojear alguna cinta o vinilo del momento, caminaba durante horas pegada a sus walkman con cascos inmensos, deteniéndose en cualquier quiosco para observar con detalle los primeros titulares del Diario 16 o El Caso, o incluso aprovechaba el paseo para adquirir algún cigarrillo suelto que el mismo estanco vendía por unidades. Una ciudad entrañable, que invitaba a las señoritas a las discotecas de moda a modo de reclamo, donde circulaban los taxis negros con raya, roja todavía sin aire acondicionado, se utilizaban las famosas bacaladeras para pagar con tarjeta, y no existían las tiendas chinas donde adquirir alguna baratija. Así se presentaba Madrid, una gran urbe emergente, que ofrecía toda la diversidad del momento, en la que curiosamente, enviar un telegrama resultaba ser todo una proeza por su coste nada asequible, para comunicarse había que hacer cola en una cabina de teléfonos en plena calle.

    Aquella tarde del dieciocho de marzo de mil novecientos ochenta y nueve, Yka salió de la céntrica boca de metro de Chueca, encaminando sus pasos como cada día hacia Pinto, la academia donde preparaba la parte teórica de sus oposiciones, cuando a su llegada, recibía la noticia —entre una nube de sensaciones un tanto dispersas de alegría, nervios, e inseguridades— que le confirmaba que el día del examen se aproximaba, quedando oficialmente establecida la convocatoria que anunciaba unas pruebas selectivas para el ingreso en el cuerpo de la Guardia Civil profesional, admitiendo a la mujer en segunda convocatoria. La ilusión de la joven de integrarse en las Fuerzas Armadas pasaba de la esperanza a una posible realidad mucho más cercana.

    La pequeña pero acogedora aula de Pinto parecía ser como una segunda casa para Yka por la familiaridad con que todos se trataban, existía una relación bastante cordial y amable entre profesores y alumnos, haciendo su estancia mucho más llevadera, creando la sensación en ella de moverse como pez en el agua. Fue allí donde pudo, por primera vez, tener un pequeño contacto con la benemérita, pues sus dirigentes y profesores eran de estimado rango dentro del citado estamento, un primer acercamiento que se desarrollaba en un ambiente cálido y distendido que nada tenía que ver con lo que le esperaba.

    Allí desmenuzaban y analizaban al detalle los pormenores de un concurso-oposición, que convocaba en esta ocasión unas tres mil plazas para acceso libre a nivel nacional, que comprendían además unas pruebas de carácter eliminatorio que consistían en: grado de conocimientos, referidas a varias materias de cultura general, reconocimiento médico, diversas pruebas de aptitud física, y finalmente, psicotécnico de inteligencia general, aptitud y personalidad; los exámenes se realizarían en los meses de junio y julio, allí mismo, en la capital de España.

    Comenzaba el último empujón para hacer realidad su gran sueño. La Dehesa de la Villa o la Casa de Campo, fueron fieles testigos del fuerte ahínco con que Yka remataba sus últimos días de preparación física, hipnotizada por la única idea de superarse y ver recompensado todo su esfuerzo. También las horas de estudio se multiplicaron, haciendo de los domingos o festivos días de labor, fueron tres meses sin descanso, todo un submundo de extremo sacrificio que redujo aquella primavera a tinta, libros y zapatillas de deporte. Ella sentía que la oportunidad llamaba a su puerta y por nada del mundo debía desaprovecharla.

    El día en cuestión llegó. Aquella mañana, después de haber mal dormido por culpa de unos nervios indómitos, tomó su desayuno habitual y tras él, una tila doble para apaciguar un poco su estado de euforia, aquel día tuvo un buen palpito a la hora de escoger su vestuario, iba vestida en tonos pastel, vaquero claro y camisa, y se dio cuenta enseguida al mirarse al espejo que la buena suerte aquel día iba a ir con ella de la mano, un presentimiento absurdo a priori, pero que casualmente o no, resultó ser cierto. Se despidió con un beso de su madre deseándole esta la mejor de las suertes, y se encaramó en el automóvil que la esperaba en la puerta con su padre al volante. El examen teórico de conocimientos transcurrió conforme a lo previsto, y finalizó con esa típica sensación de inquietud que queda sabiendo que se habría podido hacer mejor, pero también con la tranquilidad de haber puesto

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