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Información de este libro electrónico

Un chico con complicaciones para encajar en la sociedad es enviado hacia Western Bay para intentar revertir el problema, embarcándose en una travesía en la cual conocerá a personas que cambiarán su vida para siempre.

IdiomaEspañol
EditorialLuis F.
Fecha de lanzamiento22 jun 2018
ISBN9781370051779
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    Vista previa del libro

    31.000 Millas - Luis F.

    ÍNDICE

    PRÓLOGO

    CAPITULO I

    CAPITULO II

    CAPITULO III

    CAPITULO IV

    CAPITULO V

    CAPITULO VI

    CAPITULO VII

    CAPITULO VIII

    CAPITULO IX

    CAPITULO X

    CAPITULO XI

    CAPITULO XII

    CAPITULO XIII

    CAPITULO XIV

    CAPITULO XV

    CAPITULO XVI

    CAPITULO XVII

    CAPITULO XVIII

    CAPITULO XIX

    CAPITULO XX

    CAPITULO XXI

    CAPITULO XXII

    CAPITULO XXIII

    CAPITULO XXIV

    CAPITULO XXV

    CAPITULO XXVI

    Para ti que me inspiraste a crear esta historia y me ayudaste a recordar que las cosas nunca están perdidas.

    Hay veces en las que ni la muerte puede alejarte de lo que de verdad amas.

    PRÓLOGO

    23 de marzo de 1948.

    Londres, Inglaterra.

    Los recuerdos que se crearon a lo largo de toda mi existencia viven aún en mi inconsciente y por las noches suelen atraparme en a través de mis sueños, justo donde creía que podía estar alejado de la incertidumbre de los recuerdos, pero ellos aún están dentro de mí, obligándome a revivir ciertos detalles que acontecieron, aunque sé muy bien que gran parte de esos detalles son engañosos y gracias a los años se vuelven cada vez más borrosos.

    Sé bien que gran parte de mis recuerdos se ha distorsionado, tanto, que me cuesta demasiado recordar la verdadera historia de mi vida, pues, gran parte de mis días me es muy complicado el poder distinguir entre los recuerdos reales y los que fueron inventados por mi cerebro a través de tantos años, pero, hay una parte de mi vida que suelo recordar con mucha claridad, sólo una pequeña parte de un recuerdo que me atrapa y me hace sonreír cada vez que atraviesa mi mente y aunque pasen los días, no olvido mi pasado al que fui condenado.

    Confieso que, desde hace un tiempo, mi salud no ha sido del todo buena y sé muy bien, que la gente cercana a mí, habla sobre mi muerte a mis espaldas, pero yo sé bien lo que sucede, yo sé qué es lo que dicen, así como sé, que este es el momento de volver a ese lugar, ese mundo que tanto repudié cuando estuve ahí por primera vez, pero hoy, a mi avanzada edad, reconozco que es un lugar al que volvería gustoso, un lugar al que de hecho, debo volver, no hay otra opción, mi tiempo está llegando.

    No hay ninguna escapatoria, el día está cerca y sí, me duele partir, pero no hay alternativa, no puedo retrasar lo que ya se había escrito en este libro llamado vida, sólo me queda guardar todos esos recuerdos y revivirlos con alegría, nostalgia y todas esas sensaciones que me han inundado a lo largo de este tiempo.

    No hay duda de que voy a extrañar mucho este lugar y por ningún motivo puedo negarlo, pero todos tenemos que partir algún día, pues, lo único que nos hace iguales a nosotros los humanos, es que todos vamos a morir algún día.

    -Peter Cranston.

    CAPITULO I

    COMENZAR DE NUEVO

    A tempranas horas de en la madrugada, la gente ya se alistaba porque dentro de poco una hermosa luz se asomaría en el celeste firmamento, una luz que irradiaba calor y alegría a los londinenses, indicándoles que en el destino tenían escrito un día más de vida, un día que debían aprovechar como si ese fuera el último de su vida, un buen día para querer, disfrutar, reír y perdonar.

    La casa de Peter Cranston comenzó a ser rosada por aquellos rayos dorados hasta que esta se iluminó por completo, despertándolo de golpe, pues el chico ya iba algo tarde al colegio. Apresurado se levantó de la cama, se cambió la ropa y bajó a desayunar lo más rápido que pudo para después correr hacia la escuela y ver si lograba llegar a tiempo.

    Con los zapatos desgastados y la camisa sudada, Peter llegó a su salón de clases justo antes de que la maestra cerrara la puerta de su salón. Al entrar, Peter se sentó junto a la ventana. Aun suspirando y recuperando el aliento, el chico hizo un esfuerzo para saludar al compañero que tenía a un lado, quien se limitó a voltear el cuerpo e ignorarlo, haciéndose el de los oídos sordos, intentando aparentar que nadie lo había llamado.

    -Hola- repitió Peter, pero el muchacho de al lado insistía en no responder, así que éste decidió voltearse y dejar de insistir, así como hacía todos los días al llegar y ser ignorado por diferentes personas en el aula.

    Era bien sabido en ese pequeño colegio londinense que Peter tenía muchos problemas de integración en la escuela, pero aun así nadie tomó cartas en el asunto y nadie se compadecía para ayudarlo, aunque a decir verdad, eso nunca afectó las notas de Peter, puesto que él siempre fue un excelente estudiante.

    Las horas pasaron muy lentamente, pues como todos sabemos, cuando te pasas casi todo el día sentado frente a un escritorio, recibiendo toneladas de información, todo se vuelve tedioso y en este caso era más aburrido, porque Peter sólo escuchaba cosas que ya sabía, desgraciadamente, tenía que continuar ahí por obligación, escuchando a los profesores y esperando la hora de volver a casa, hora que finalmente llegó y sin demorar un solo segundo, Peter salió de la escuela inmediatamente, comenzando a caminar de regreso a casa para ayudar a sus queridos padres, quienes seguramente lo estarían esperando para poder trabajar la cosecha del mes.

    Cuando Peter llegó a su pequeña casa, localizada en uno de los barrios más pobres de los dominios londinenses, el chico abrió la pequeña puerta que conducía al también pequeño jardín.

    -¡Hijo! Ya estás aquí- lo abrazó su madre- Llegaste antes de lo esperado.

    -Es día de cosecha, quiero estar aquí todo el tiempo que me sea posible- respondió Peter de manera inocente- Me gusta ayudar con eso.

    -Verás, Peter, tu padre y yo ya casi hemos terminado con todo esto- respondió ella, aun con una sonrisa en el rostro- ¿Por qué no entras a casa a descansar un rato? La duquesa Elizabeth te está esperando, quiere darte una noticia.

    -¿Qué tipo de noticia?- preguntó Peter.

    -No lo sé, cariño, pero estoy seguro de que es algo excelente, ya lo verás- respondió su madre para quitarle algo de nervios al muchacho.

    -De acuerdo…- dijo sin decir una sola palabra más.

    Peter caminó por el pequeño jardín y se acercó a aquella verja blanca que le permitía el paso hacia su casa. Nervioso, dio un par de pasos sobre el pequeño camino de piedras, avanzando hacia la puerta principal de su hogar, finalmente estiró su brazo y abrió la puerta de un fuerte jalón.

    Al entrar, se dio cuenta casi al instante de que su casa estaba un tanto obscura, algo que sin duda desconcertó un poco al chico, pues aún había mucha luz afuera y el sol aún brillaba sobre su casa. Finalmente, el chico comenzó a mirar el lugar de un lado a otro, notando que casi todos los pequeños pedazos de tela que hacían labores de cortinas, bloqueaban la mayoría de las ventanas, evitando una buena parte de la luz que debería invadir la casa en ese preciso instante.

    -¿Por qué les gusta que la casa esté así de obscura?- murmuró Peter con algo de disgusto.

    Dispuesto a alumbrar un poco la casa, caminó hacia una de las ventanas (de hecho la más grande de ellas) y lentamente removió aquel pedazo de tela que evitaba el paso de la luz, acto seguido, giró el cuerpo, levantó la mirada y se acercó hacia la siguiente ventana, hasta que escuchó una voz bastante conocida, tanto, que no le tomó más de dos segundos en reconocer que aquella voz era de la Duquesa.

    -Peter- repitió ella.

    -Oh… Buenas tardes- saludó el chico, acompañado de una reverencia en honor a la Duquesa.

    -Puedes levantarte, muchacho- le dijo ella, acompañada de una pequeña risa - Ya te dije que no necesitas hacer eso cada vez que me vez… Es suficiente decir un simple hola.

    -Disculpa- respondió Peter con una sonrisa en el rostro.

    -Verás Peter, vine aquí para hablar contigo- le dijo poniéndole una mano en el hombro- ¿Tendrás un par de minutos?

    -Claro… Sí… Los que necesites- respondió un poco sonrojado.

    -Mira, tus padres y yo hemos estado hablando de ti… Ya sabes, de tu escuela y de la forma de relacionarte de los demás y todos coincidimos en que necesitas cambiar de aire- le explicó la duquesa Elizabeth- Por tanto, entre todos hemos decidido que irás a Western Bay.

    -¿Es en serio?- preguntó Peter boquiabierto- No digo que sea malo, de hecho es una idea maravillosa, pero… ¿Por qué?

    -Verás, como ya te lo había mencionado, tus padres y yo creemos que tu forma de relacionarte con los demás ha sido un poco… Limitada durante un buen tramo de tiempo y quiero serte honesta, todos creemos que éste no es tu lugar- explicó- Necesitas hacer un cambio en tu vida, hacer nuevos amigos, volverte más independiente y todo eso.

    -¿Sabes que yo siempre quise que llegara este día?- confesó Peter- Toda mi vida quise irme para allá, quería al menos estar en ese lugar por un tiempo.

    -Me alegra muchísimo que lo tomes de esa manera, Peter- dijo Elizabeth con una aquella bonita sonrisa que la caracterizaba.

    -¿Y cuándo voy a partir hacia allá?- preguntó sin contener ese sentimiento de emoción que lo invadía.

    -Aún no lo sabemos- confesó- Pero estamos intentando que pueda ocurrir lo más rápido posible… Quizá sólo sean un par de días los que continúes aquí en Londres.

    -Sólo tengo una pregunta…

    -Adelante- dijo ella mirándolo a los ojos.

    -¿Con qué dinero voy a ir para allá? Mis padres no tienen mucho dinero y me imagino que ir hacia Western Bay debe ser un poco… Difícil para ellos.

    -No te preocupes por eso, Peter- le respondió poniendo la mano sobre su hombro- Tus padres no van a gastar un solo centavo en eso, sabes que para esto estoy yo, para apoyarlos a ustedes tres con lo que precisen.

    -Wow- Peter se quedó boquiabierto- ¿Es en serio?

    -En serio- asintió la joven- Lo único que falta es terminar de pagar tu entrada al barco, pero no te preocupes, yo me encargaré de eso, sólo dame un par de días.

    Sin decir nada, Peter se cubrió la cara con ambas manos y trató de contener esa mezcla de sentimientos que lo invadían.

    -Ve a hacer tus maletas Peter- le dijo su padre, quien entró a la casa junto a su pareja.

    Sin pensarlo un segundo más, Peter retiró las manos de su rostro y corrió hacia las escaleras tan rápido como pudo, para llegar a su cuarto y terminar pronto.

    El padre de Peter clavó la mirada en las escaleras durante un par de segundos y cuando se aseguró de que su hijo ya no se encontraba ahí, giró la cabeza hacia la Duquesa.

    -¿Y cómo se lo tomó?- le preguntó el padre con una sensación de nervios que recorría su cuerpo de pies a cabeza- ¿Dijo algo malo acerca de esto?

    -Sólo puedo decirte que esto va a hacerle muy bien- respondió ella con seguridad.

    -¿Cómo reaccionó él cuando le contaste el plan?- insistió la madre, aun con los nervios devorándola lentamente.

    -Dijo que su sueño era ir un tiempo a Western Bay, además él se veía muy feliz con todo esto, no deberían preocuparse tanto.

    -De acuerdo- suspiró la madre- ¡Peter, ven aquí un momento por favor!

    -¡Bajo en un minuto! ¡Estoy guardando mi ropa en mi mochila para cuando me vaya a Western Bay!- respondió el chico desde la planta alta de la pequeña casa.

    -¡Luego terminarás con eso, por favor baja un segundo, te necesito aquí abajo!- insistió la madre.

    Peter no respondió, sólo se escucharon algunos pasos que se acercaban a la escalera y que cada vez se hacían más ruidosos.

    -Ya estoy aquí- dijo el chico parado frente a las escaleras.

    -Ven aquí, hijo- pidió su padre.

    Peter asintió con la cabeza y se acercó a su padre mediante pasos cortos pero firmes, finalmente, estando frente a su padre, lo miró a los ojos y esperó a que su padre dijera o hiciera algo.

    Su padre poco a poco comenzó a agacharse hasta nivelar su estatura con la de su hijo y acto seguido, puso la mano sobre su hombro, mirándolo directamente a los ojos.

    -Peter, hijo mío- dijo entre suspiros- ¿Estás seguro de que quieres hacer esto? No podemos obligarte a hacerlo, queremos que también sea tu decisión.

    -Sí, estoy seguro padre- respondió Peter con toda seguridad y firmeza.

    -¿También sabes que después de abordar el barco no hay vuelta atrás, verdad?

    -Sí padre, lo sé- afirmó- Estaré bien, no debes preocuparte.

    -Entonces vámonos- dijo la madre, causando que el rostro del muchacho cambiara por completo en instante.

    -¿A Western Bay?- preguntó sorprendido.

    -No- respondió la madre soltando una pequeña carcajada que mosqueó un poco a su hijo.

    -¿Entonces a dónde iremos?- preguntó Peter- Iremos al jardín o algo así.

    -No- negó su padre con un tono muy seco- Tú sólo síguenos a tu madre y a mí.

    -¿Pero y mi mochila?

    -No te preocupes por eso, no es necesario.

    -¿Cómo dices?- preguntó Peter casi perdiendo la cabeza- ¡Voy a estar meses ahí en Western Bay! ¡Claro que es necesario llevar una mochila para cargar todas mis cosas!

    -¿Confías en mí?

    -Sí- respondió casi al instante- Pero aun no entiendo nada de lo que estás planeando.

    -Si confías en mí, entonces vámonos.

    Peter asintió y siguió a sus padres al exterior de su pequeña casa. Los tres caminaron varios minutos por los pequeños caminos de tierra y grava que los dirigirían al centro de Londres.

    -¿Qué hacemos aquí?- Peter preguntó desganado- A mí no me gusta venir a este lugar.

    -¿Confías en mí?- reiteró el padre.

    Peter torció los ojos ante su padre, quien llevaba una sonrisa burlesca en el rostro, al igual que su madre. El tiempo seguía pasando rápidamente, pero el camino se volvía cada vez más arduo. Peter, cansado se detuvo unos segundos para recuperar el aliento, mientras que sus padres continuaban caminando, diciendo que ya faltaba muy poco para llegar.

    -Estamos aquí- dijo el padre de Peter al arribar a una pequeña planicie.

    -¿Y qué hay de interesante aquí?- preguntó Peter de muy mala gana, ya que la larga caminata merecía una gran sorpresa- ¿Por qué me trajeron a este lugar?

    -Detrás de ti- le dijo su madre.

    -No voy a caer- respondió Peter quien inmediatamente se cruzó de brazos y se negó a girar.

    -¿De qué hablas?- preguntó la madre, ahora más confundida que su propio hijo.

    -No voy a caer en esa broma, madre- respondió Peter, ya un poco malhumorado.

    -Sólo confía en mí.

    Esta vez, sin estar tan convencido como con su padre, giró el cuerpo lentamente hasta que por fin miraba completamente todo el panorama que antes se ocultaba a sus espaldas.

    -¿Qué se supone que debo mirar?

    -¿Qué ves a lo lejos hijo?- preguntó su madre.

    Peter comenzó a pasar sus ojos por toda la zona, examinando lenta y cuidadosamente cada pequeño detalle que sus ojos alcanzaba a apreciar, pero seguía sin encontrar un motivo por el que sus padres lo habían llevado hasta ahí.

    -No veo nada, sólo personas caminando y gente vendiendo cosas en la sombra de allá.

    -¿Y qué es lo que venden esas personas, hijo?

    -Pescado… Pan… Animales… Creo que esas son navajas… Y… ¡No es cierto!

    -Sí lo es- respondió su madre de manera victoriosa.

    -¿Cómo sabías que aquí había chocolate?- preguntó Peter con su mandíbula casi tocando el suelo.

    -¿Nunca has escuchado esa frase que dice que las madres lo saben todo?

    -No…- respondió Peter como tratando de recordar.

    -Eso no es cierto- desmintió el padre, casi soltando una gran carcajada- Tu madre miente, Peter, Elizabeth me dijo que viniéramos aquí, ni siquiera nosotros sabíamos lo que había.

    -¿En serio?- preguntó Peter entre risas.

    -En serio- respondió su padre.

    -¿Y qué estás esperando, hijo? Acércate a comprar algo- lo animó su madre.

    -Pero no tenemos dinero- respondió Peter- Además aún no es navidad, nunca he recibido uno en otra fecha.

    -Hijo, no te preocupes por eso- animó su padre guiñándole el ojo a su hijo- Acércate.

    Emocionado, Peter avanzó lentamente hacia el sujeto con el puesto de chocolates y comenzó a mirar todas las formas y colores del chocolate que estaban exhibidos.

    -Buenas tardes, chico- saludó amablemente aquel vendedor, quien aún estaba sentado en una silla de madera y fumando un cigarrillo- ¿Qué llevarás?

    -Deme una barra, por favor- pidió Peter.

    -Claro que sí- respondió el hombre levantándose de su silla para sacar una barra de chocolate de una pequeña caja de madera.

    -¿Cómo haces para que no se derritan todos tus chocolates en un día caluroso?- preguntó Peter inocentemente.

    -Siempre estoy a la sombra de este edificio, es un lugar muy fresco, así que siempre están a salvo aquí- respondió- Además, estos chocolates son especiales, están hechos para no derretirse jamás.

    -¡Eso es asombroso!- exclamó Peter- De seguro tienes mucho tiempo trabajando aquí.

    -Sí, en realidad tengo varios años- respondió con nostalgia- Llevo ya algunas décadas trabajando en equipo con mi esposa, ella hace el chocolate y yo trabajo en darles aquellas formas que a la gente que le encanta ver y después vengo aquí todas las tardes a venderlo y a disfrutar de Londres.

    -Usted debe amar su trabajo, señor- suspiró Peter.

    -Claro que sí- respondió él con una sincera sonrisa pintada en la boca que lo decía todo- Pero como puedes ver, ya estoy un poco viejo y ya no es tan fácil para mí estar aquí.

    -Comprendo.

    -Bueno, pequeño amigo- le dijo el hombre estirando el brazo y ofreciéndole la barra de chocolate- Ten un buen día.

    -Espera… Aún no te he pagado.

    -No es necesario, considéralo como un obsequio de mi parte, muchacho- se negó.

    -No, amigo, no podemos aceptarlo- le dijo su padre quien había escuchado toda a conversación- Compraré todo.

    -¿Todo, señor? ¿Está usted seguro?- preguntó asombrado el hombre del puesto.

    -Claro que sí- afirmó su padre- ¿Cuánto quiere por todos ellos?

    -Papá, no gastes todo tu dinero en mí- le dijo Peter.

    -No lo sé- respondió él, pensativo y nervioso- Quizá unas siete libras y trece chelines podrían ser suficientes para mí.

    -De acuerdo.

    Peter, impresionado, se quedó mirando a como su padre sacaba de su pantalón roto, una bolsa de tela en la que contenía muchísimas monedas que poco a poco empezó a contar, chelín por chelín y penique por penique hasta que por fin juntó la cantidad que el vendedor había pedido por toda su mercancía.

    -Se lo agradezco mucho, señor, fue un placer haberme topado con ustedes- le dijo el hombre.

    -Gracias a usted- dijo el padre de Peter, guiñándole el ojo.

    -Déjeme ayudarlo a guardar todo- se ofreció el hombre, tomando varias bolsas de papel, comenzando a colocar decenas de chocolates en ellas.

    Peter, completamente boquiabierto, se limitó a observar la manera en la que sus padres y aquel señor guardaban los chocolates mientras imaginaba el sabor de cada uno de ellos y admiraba cada figura que había sido esculpida cuidadosamente en muchos de los trozos de chocolate.

    Finalmente, cuando sus padres y el amable señor embolsaron el último chocolate, Peter se acercó y tomó todas las bolsas de chocolate que pudo, acto seguido, sus padres tomaron las bolsas restantes y fueron a buscar algún lugar donde sentarse para pasar un momento agradable los tres, juntos.

    Caminaron varios metros hasta que encontraron cobijo bajo la sombra de un árbol, donde se sentaron y comenzaron a conversar todo tipo de cosas, algo que hacía mucho no sucedía, pues sus padres generalmente tenían mucho trabajo y muy poco tiempo libre, aunque es cierto que siempre invertían gran parte de ese tiempo en él.

    -¿Qué es lo que más vas a extrañar de Londres cuando vayas a Western Bay?- le preguntó su madre.

    -A ustedes- respondió Peter sinceramente- Y creo que también voy a extrañar a la Duquesa.

    -Sí, ella es buena persona- afirmó la madre.

    -También es linda- dijo el chico con algo de vergüenza- Pero es un poco mayor que yo.

    El padre de Peter no pudo contener una pequeña risa que logró ocultar por unos segundos, hasta que soltó una gran carcajada que en un instante acompañaron los otros dos integrantes de su familia.

    -Ya encontrarás a alguien más en Western Bay- lo animó su padre poniéndole el brazo sobre el hombro derecho.

    Las horas pasaron rápidamente y el sol no tardó mucho en ir a esconderse una vez más, dejando que la estrellada noche volviera a reinar, al menos unas horas más.

    Peter y sus padres recorrieron un par de metros hasta llegar a aquel camino de grava que debían seguir para volver a casa a descansar en esa linda y tranquila noche después de un día que los tres describieron con una sola palabra: perfecto.

    Después de recorrer varios metros durante un poco más de media hora, los Cranston llegaron a casa, agotados pero felices. Peter, quien había tenido uno de los mejores días de su vida, subió hacia su habitación y aunque notó algo extraño en ella, decidió no darle mucha importancia y se acostó sobre su cama, dejando encendida una vela que se encontraba a un lado de su cama, encima de un mueble de madera.

    Las estrellas del cielo londinense brillaban como si esa fuera su última noche alumbrando el firmamento, siempre entregando una radiante luz que encantaba a todos los ciudadanos. Peter, aun tendido sobre su cama, dirigió su vista hacia la ventana con la misma admiración de siempre, pensando si desde Western Bay podría observar un cielo tan estrellado como aquel que cobijaba a la ciudad que lo vio nacer.

    Pasaron varios minutos, incluso horas, hasta que el chico se cansó de mirar el cielo y finalmente cayó en un profundo sueño. La madre de Peter subió las escaleras y entró al cuarto con su hijo como lo hacía todas las noches. En silencio avanzó hasta la cama y se acercó hacia su hijo para darle un beso de buenas noches y

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