En las trincheras
3.5/5
()
Información de este libro electrónico
Relacionado con En las trincheras
Títulos en esta serie (10)
La noria de Beirut: Vida en la ciudad que siempre renace Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLa revancha del reportero: Tras las huellas de siete grandes corresponsales de guerra Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesUn barceloní a Beirut: Viatges d'anada i tornada d'un corresponsal Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLos silencios del 17-A: La investigación sobre los atentados yihadistas de Barcelona y Cambrils Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLos últimos días del África salvaje: La lucha por salvar la fauna y la flora del continente africano Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesCómo somos los catalanes: Cuatro ensayos sobre Catalunya y los catalanes (1938-1947) Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesReporteros de Guerra Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesQuina mena de gent som: Quatre assaigs sobre Catalunya i els catalans (1938-1947) Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEn las trincheras Calificación: 3 de 5 estrellas3/5Sarajevo 1914 (Retorno a la esquina donde Europa se cortó las venas) Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificaciones
Libros electrónicos relacionados
Reporteros de Guerra Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesCuando los republicanos liberaron París Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesMontpensier, biografía de una obsesión Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesViajes: Crónicas e impresiones Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLa jungla polaca Calificación: 3 de 5 estrellas3/5Exiliados republicanos en Septfonds (1939) Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesDeclaración de un vencido Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesHomenaje a Cataluña Calificación: 5 de 5 estrellas5/5El mundo de ayer Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesObras ─ Colección de Herman Melville: Biblioteca de Grandes Escritores Calificación: 1 de 5 estrellas1/5Decadencia y caída Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Madrid 1999: Un viaje urbano Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesManual para viajeros por España y lectores en casa IV: Murcia, Valencia y Cataluña Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLa odisea de la Brigada Abraham Lincoln: Los norteamericanos en la Guerra Civil Española Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLos nadie de la Guerra de España Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl hombre que estaba allí Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLa biblioteca del Capitán Nemo Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesKoba El Temible Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Historias y cuentos de Galicia Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEpisodios nacionales II. El equipaje del rey José Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEn viaje (1881-1882) Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLos nuestros Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLa Cruzada de los Niños Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Cuadernos de Rusia: Diario 1941 - 1942 Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesVoces en el hielo: Testimonios de deportados del Báltico a Siberia Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl Camillero Y La Guerra Civil Española Calificación: 5 de 5 estrellas5/5España guadaña. Arderéis como en el 36: La Memoria Histórica, la Guerra Interminable y otros asuntos afines Calificación: 4 de 5 estrellas4/5¡Zona prohibida!: Mary Borden, una enfermera norteamericana en la Gran Guerra Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesIngenuidad y Creación Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLondres Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificaciones
Guerras y ejércitos militares para usted
Las Guerras Napoleónicas: Una historia global Calificación: 5 de 5 estrellas5/5El camino del guerrero y El arte de la guerra Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesHermanos de sangre: Las historias detrás de la muerte de Carlos Castaño Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Estrategia: El estudio clásico sobre la estrategia militar Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Felipe Ángeles, el estratega Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Pancho Villa / 2 Tomos Calificación: 5 de 5 estrellas5/5La guerra secreta en México Calificación: 3 de 5 estrellas3/5Historia de los Templarios Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Crímenes de los Nazi: Los Atentados más Atroces y Actos Antisemitas Causados por los Supremacistas Blancos Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLa ONU: Una organización en el punto de mira Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Los magos de Hitler: Astrólogos y videntes al servicio del Tercer Reich Calificación: 4 de 5 estrellas4/5El Manifiesto comunista Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Imperios y bárbaros: La guerra en la Edad Oscura Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesHistoria de la Revolución Militar Chilena 1973 - 1990: Historia de Chile 1973 - 1990 Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Del arte de la guerra Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesMi Lucha: "Mein Kampf": (Dos volumenes en Uno) Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Los secretos ocultos del Tercer Reich: Dossiers ocultos del nazismo Calificación: 3 de 5 estrellas3/5El águila y los cuervos: La caída del Imperio romano Calificación: 5 de 5 estrellas5/5La violación de Nanking Calificación: 5 de 5 estrellas5/5La tormenta de la guerra: Nueva historia de la Segunda Guerra Mundial Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Los esclavos de Yucatán Calificación: 1 de 5 estrellas1/5Operación Barbarroja: Una Guía Fascinante de los Primeros Meses de la Guerra entre Hitler y la Unión Soviética entre 1941-1945 Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Mein Kampf (Mi Lucha): Para no olvidar Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Sin novedad en el frente Calificación: 5 de 5 estrellas5/5La caída de Berlín: Anécdotas, secretos y curiosidades de la batalla más cruel de la Segunda Guerra Mundial Calificación: 4 de 5 estrellas4/5La guerra cristera: Aspectos del conflicto religioso de 1926 a 1929 Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Inteligencia militar: Conocer al enemigo, de Napoleón a Al Qaeda Calificación: 4 de 5 estrellas4/5La muerte es mi oficio Calificación: 4 de 5 estrellas4/5
Comentarios para En las trincheras
3 clasificaciones0 comentarios
Vista previa del libro
En las trincheras - Gaziel
La batalla del Marne
I. Preparativos de excursión
Château de Villecerf, 28 de diciembre de 1914
Cuando Fontainebleau era todavía un pequeño lugar rodeado de selva espaciosa y desierta, no frecuentada aún por las raudas jaurías de los reyes de Francia, un preclaro Borbón mandó construir, cerca de aquella aldea, un soberbio castillo destinado a la más linda y suave de sus favoritas.
Esta mansión, escondida en un parque donde se reúnen el aire más puro y el más grato silencio, experimentó con el tiempo grandes y favorables mudanzas. Sus fundadores murieron, y el castillo y su parque fueron pasando a través de manos que supieron embellecerlos lenta y exquisitamente. Continuadas generaciones de hombres de clara estirpe o de elevado ingenio dejaron algo de su fuerza o su gloria en aquel apartado lugar. Y un día Voltaire, buscando un retiro sedante, pudo escribir en el parque, bajo la fina quietud de los árboles, algunos versos pomposos de su Henriade.
Pero llegados los tiempos de la Revolución, el famoso castillo cayó convertido en ruinas. Los campesinos sublevados y hambrientos, bailaron por las noches con alegría infernal alrededor de los escombros y a la luz de las hogueras. Hoy sólo quedan del antiguo edificio los cimientos hundidos bajo tierra, el parque inmenso y silencioso, y un grande y viejo caserón que antes sirvió de hospedería al castillo. En él habita actualmente el heredero de sus antiguos dueños, hombre noble y cultísimo, de trato exquisito, cuya amistad me honra y me deleita.
A mediados de diciembre, una tarde fría y nebulosa de invierno, yo subía despacio la cuesta que va desde una aldea cercana hasta el enorme portalón del castillo. Era mi primera visita a aquel histórico lugar desde mi vuelta a Francia, y los motivos que me inducían a acudir a mi amigo eran sobremanera graves y abrumadores. Acababan de demostrarme, en París, que toda tentativa para visitar los campos memorables del Marne sería por completo inútil.
Hallé a mi amigo —a quien llamaré en adelante monsieur de Villecerf— instalado en un pequeño salón de su casa, cuyos muros están recubiertos por viejas molduras. M. de Villecerf se hallaba sentado en un profundo sillón, al amor de la lumbre, departiendo con un viejo señor envuelto en un amplio carrick ceniciento. A los lados de la gran chimenea, los montantes de mármol salvados de una cámara del antiguo castillo, reproducían los bustos juveniles y tersos de dos gentilísimas doncellas. El áureo resplandor del hogar se proyectaba sobre la superficie del mármol. Al temblor de las llamas, los cuerpos sonrosados parecían palpitar bajo la tibia caricia del fuego. Tres candelabros de plata alumbraban, con velas delgadas, el centro de la estancia. Y a través de las ventanas se veía extinguirse, sobre la masa densa y azulada del parque, la luz crepuscular.
Estaba yo tan preocupado con mis malandanzas que, sin dar tiempo a que me presentara al viejo señor desconocido, expuse mi situación a M. de Villecerf y le pregunté si tenía en su mano algún medio eficaz para sacarme de mi pesimismo. Yo quería, a todo trance, ir a recorrer las llanuras del Marne y llegar hasta las líneas de fuego.
Vi con sorpresa que, al oír mis palabras, se dibujaba en el rostro de M. de Villecerf una fina sonrisa de gozo. Mi amigo, después de escucharme, se quedó meditando durante breve rato, con la cabeza en la mano. Y de pronto, alzándose con un impulso muy suyo, franco y cordial, vino hacia mí, me tomó de la diestra y me dijo:
—Venga usted acá, ambiciosillo inexperto pero afortunado. No se apure usted. Yo no veo ningún medio para hacer que usted llegue hasta las líneas de fuego. Pero puede hacer algo mejor que eso. Mi esposa está todavía en Burdeos, en casa de mis padres. Mis hijos han vuelto al colegio. Yo estoy, por lo tanto, completamente solo, y voy a aprovechar esta ocasión para arreglar un asunto muy importante y urgente de mis tierras del Marne. Dentro de algunos días yo iré a Vitry-le-François. Si usted quiere acompañarme, queda usted invitado desde este momento... Tengo el gusto de presentarle a monsieur Popinot, el administrador de mi patrimonio del Marne, persona cultísima y muy amiga mía, que nos acompañará en nuestra excursión.
Quedé absorto y como anonadado de gozo, al oír a mi amigo. Saludé a M. Popinot y entonces observé que tenía el rostro dulce y expresivo, el pelo cano, la barba argentada, el color tostado, y los ojos límpidos y serenos de un viejo poeta.
Pasamos la noche en apacible amistad, hablando de nuestra próxima excursión. M. de Villecerf me dijo que, de sus tres automóviles, sólo conservaba un viejo Panard de cuarenta caballos, que a pesar de sus achaques servía admirablemente para nuestra excursión. Baltasar, el criado irlandés de M. de Villecerf, nos acompañaría. Y para no dejarla sola con la servidumbre, vendría también con nosotros el amor de los amores de mi amigo, Faulette, la galga inglesa, ha salido a mi encuentro, poniendo sus patas sobre mis hombros, alta y erguida, moviendo la cola y acercando a mi rostro la punta húmeda de su hocico.
M. de Villecerf estaba aguardando de pie, con una mano apoyada contra la capota de su viejo Panard, y la otra colgando airosamente de su cinturón de cuero amarillo. Llevaba puesto un abrigo de pardo color, amplio y holgado como un manto antiguo. Sus botas de campo brillaban, tersas y bruñidas, ciñendo la curva firme de las piernas. Los pliegues bombachos de un pantalón cetrero le cubrían los muslos. Tenía, como siempre, su ancho plastrón de seda negra anudado al cuello, sirviendo de fondo lustroso a los haces plateados de su luenga barba. Y puesta gallardamente sobre la cabeza —con la arrogancia de un mozo y la distinción inimitable que a menudo acompaña a la alcurnia— llevaba una soberbia montera de terciopelo, color verde mar, con una hoja seca de laurel atravesada en la cinta.
M. Popinot estaba a su lado, en actitud silenciosa y benigna, como puesto a la sombra de su noble señor. Llevaba dos libros apretados debajo del brazo, como un colegial. Le he preguntado si eran alguna compilación de leyes o prontuario administrativo. M. Popinot me ha respondido casi avergonzado, mirándome con sus ojos serenos de viejo poeta:
—Es una vieja edición holandesa del texto latino de los Comentarios de César.
Y M. de Villecerf ha añadido:
—M. Popinot es un amante apasionado de la antigüedad.
En esto, he mirado despacio por la extensión de los campos que la terraza del castillo domina, y he visto que el día se alzaba sobremanera límpido. Baltasar, el criado de M. de Villecerf, ha terminado de colocar en el coche un verdadero arsenal de cosas útiles y provechosas: cajas de conserva, aguas minerales, vinos, quesos, mantas, ropas, abrigos, planos de carreteras, guías, un admirable botiquín de campaña, una lámpara de alcohol, y todo cuanto pudiera aconsejar la previsión más discreta.
Por fin, M. de Villecerf nos ha invitado a subir en el automóvil. Faulette se ha acurrucado a nuestros pies, como una suave y palpitante alfombra. Y una vez cerrada la capota del coche, Baltasar ha puesto en marcha el motor, y el auto ha comenzado a andar con impulso insensible. En aquel instante, M. de Villecerf ha dicho:
—Por mi parte, señores, estoy dispuesto a no volver a mi casa en todo un mes. Por ahora tenemos seguro llegar hasta Vitry-le-François. Una vez allí, veremos qué nos dicen. Pero si nos dejan seguir adelante, no hemos de parar, señores, hasta llegar al propio campamento del Kaiser.
M. Popinot y yo, muy contentos y dispuestos, hemos jurado seguirle sin vacilar, extendiendo las manos con un gesto de conjura teatral. El auto atravesaba el portalón del castillo. Toda la servidumbre estaba allí para despedir a su dueño, repartida en dos cortas y respetuosas