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El día de la boda
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Libro electrónico147 páginas1 hora

El día de la boda

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Información de este libro electrónico

Cuando Kate le pidió a Nick que fuera su acompañante en una boda, él aceptó, pero con reticencias. Para su sorpresa, aquel favor le resultó muy agradable... demasiado agradable, tanto que, de pronto, era incapaz de reprimir la atracción que sentía por Kate. A medida que llegaba la noche, el sentimiento fue haciéndose más profundo y se convirtió en algo que ninguno de los dos había experimentado jamás.
Pero al calor de la noche le siguió el frío de la mañana. ¿Habrían arruinado su amistad sólo por dejarse llevar? ¿O acaso habían encontrado por fin lo que ambos habían estado buscando durante tanto tiempo?
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento30 oct 2014
ISBN9788468755908
El día de la boda
Autor

Kathryn Ross

Kathryn Ross is a professional beauty therapist, but writing is her first love. At thirteen she was editor of her school magazine and wrote a play for a competition, and won. Ten years later she was accepted by Mills & Boon, who were the only publishers she ever approached with her work. Kathryn lives in Lancashire, is married and has inherited two delightful stepsons. She has written over twenty novels now and is still as much in love with writing as ever and never plans to stop.

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    El día de la boda - Kathryn Ross

    Editado por Harlequin Ibérica, S.A.

    Núñez de Balboa, 56

    28001 Madrid

    © 2001 Kathryn Ross

    © 2014 Harlequin Ibérica, S.A.

    El día de la boda, n.º 1271 - noviembre 2014

    Título original: The Night of the Wedding

    Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

    Publicada en español en 2002

    Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

    Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

    ® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

    ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

    Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

    I.S.B.N.: 978-84-687-5590-8

    Editor responsable: Luis Pugni

    Conversión ebook: MT Color & Diseño

    www.mtcolor.es

    Índice

    Portadilla

    Créditos

    Índice

    Capítulo 1

    Capítulo 2

    Capítulo 3

    Capítulo 4

    Capítulo 5

    Capítulo 6

    Capítulo 7

    Capítulo 8

    Capítulo 9

    Capítulo 10

    Capítulo 11

    Publicidad

    Capítulo 1

    Stephen iba a pedirle que se casara con él?, se preguntaba Kate mientras volvía a casa del trabajo. Se le había ocurrido de repente, pero la idea no la hizo sentir una explosión de alegría.

    ¿Por qué no se alegraba? Llevaban dos años viviendo juntos y estaban de acuerdo en que, si las cosas funcionaban, se comprometerían el día de su segundo aniversario. Las cosas funcionaban entre ellos… ¿o no?

    Kate estaba exasperada consigo misma. Claro que las cosas funcionaban. A Stephen le gustaba su trabajo y ella estaba encantada con el suyo, como editora en Temple y Tanner. Y a los dos les fascinaba vivir en Amsterdam.

    Amsterdam era una ciudad muy hermosa. Los altos y majestuosos edificios brillaban bajo la luz del atardecer, su imagen reflejándose en las tranquilas aguas del canal. Las terrazas de los cafés estaban llenas de gente que salía de trabajar y se encontraba con sus amigos, como ella iba a encontrarse con Nick Fielding.

    La idea de verlo sí la llenaba de alegría.

    Llevaban cinco semanas sin verse porque él había tenido que viajar a Londres y lo echaba de menos. Echaba de menos su conversación y su risa contagiosa. Nick siempre la hacía reír.

    Él la vio mientras cruzaba el puente en bicicleta, sonriendo, con la melena oscura empujada hacia atrás por el viento. Llevaba pantalones grises, un jersey de color rosa y una mochila a la espalda. Como siempre, iba conduciendo con una sola mano y demasiado aprisa.

    La observó mientras bajaba de la bicicleta y la ataba a un poste, sin dejar de sonreír. Kate tenía treinta y dos años, solo uno menos que él, pero parecía tener dieciocho. No había cambiado mucho desde su época universitaria, pensó, mientras se acercaba entre las mesas.

    —Hola, niña —la saludó, dándole un beso en la mejilla. Su piel era suave y olía a… ¿miel? ¿A rosas?

    —Hola, Nick.

    —¿Has cambiado de colonia?

    —Sí. Stephen me la regaló hace tiempo y he decidido usarla antes de que pierda el olor. ¿Te gusta? —sonrió Kate, sentándose a su lado.

    —Sí.

    Estaba guapísima; tenía una piel preciosa y sus ojos verdes brillaban, tan traviesos como siempre.

    —¿Qué tal el viaje?

    —Bien, pero me alegro de haber vuelto. La oficina de Londres es un caos. Me pasé la primera semana ordenando papeles.

    —Seguro que han respirado tranquilos cuando te fuiste —rio ella—. Eres un perfeccionista.

    —Cuando tienes tu propio negocio, debes serlo.

    La camarera se acercó y pidieron dos cafés.

    Kate se dio cuenta entonces de que la mujer que estaba sentada a su lado no apartaba los ojos de Nick. Su amigo era muy guapo, la verdad. Tenía un físico estupendo y parecía lo que era, un hombre de negocios. Llevaba una chaqueta de ante color nuez y una camisa blanca que destacaba el tono bronceado de su piel.

    Y ella se sentía orgullosa de ser su amiga. Habían pasado muchas mujeres por la vida de Nick Fielding, pero su amistad se mantenía firme. Por mucho tiempo que estuvieran sin verse, siempre era como si acabaran de estar juntos. Se sentían muy cómodos el uno con el otro.

    —Espero que no hayas estado trabajando todo el tiempo —sonrió Kate, cuando la camarera desapareció—. Se supone que debías enseñarle Londres a Serena, ¿no?

    Nick se encogió de hombros.

    —Las cosas no salieron como esperaba.

    —¿Qué quieres decir?

    —Que hemos cortado.

    —¿En serio? —exclamó ella, sorprendida. Aunque, en el fondo de su corazón, sabía que Nick nunca llegaría a nada con Serena—. Lo siento mucho.

    —Qué se le va a hacer.

    —¿Fuiste tú quien cortó la relación? —preguntó Kate, clavando sus ojos verdes en los ojos oscuros del hombre.

    —No, hemos sido los dos —contestó él, apartando la mirada.

    Kate no se lo creía. Serena era una rubia preciosa, pero intuía que era ella quien estaba más interesada.

    —¿Qué pasó? Serena estaba deseando ir a Londres contigo.

    —Lo pasamos bien… y luego nos separamos como amigos. Queríamos cosas diferentes.

    La camarera les llevó los cafés y Kate se quedó pensativa un momento. Seguramente Serena quería formalizar su relación y Nick no estaba dispuesto. Como siempre. Lo había visto muchas veces. Su amigo no parecía dispuesto a formalizar una relación con nadie.

    —Qué pena. Me caía bien Serena.

    —A mí también —sonrió él.

    —Pero no lo suficiente.

    —Los dos estuvimos de acuerdo en que había llegado el momento de separarnos.

    —Si solo llevabais cinco meses saliendo… Pero claro, cinco meses son muchos para ti, ¿no? —sonrió Kate.

    —¿Cinco meses? ¿Los has contado?

    —Las mujeres recordamos esas cosas.

    —Yo creo que Serena no.

    —De todas formas, tus relaciones no duran más que unos meses, Nick. Y has salido con Serena más tiempo que con nadie… excepto con Jayne, claro.

    —¿Tú crees que sigo enamorado de Jayne?

    Kate no había dicho eso. Su relación con Jayne había terminado dos años antes, pero estaba segura de que fue Nick quien decidió cortar.

    —No… lo que digo es que tienes un problema con las relaciones serias.

    —¿Y eso es malo?

    —Tienes que sentar la cabeza algún día.

    —¿Por qué?

    —Pues… ¿no quieres casarte y tener hijos?

    —No. De hecho, estoy empezando a pensar que la variedad es la salsa de la vida —sonrió su amigo.

    —No lo dices en serio, ¿verdad?

    —No —contestó él, tomando un sorbo de café—. Pero prefiero estar solo que mal acompañado.

    —En eso estoy de acuerdo —dijo Kate, pensativa.

    ¿Era Stephen el hombre de su vida?, se preguntó. Y le sorprendió hacerse esa pregunta. Stephen llevaba una temporada un poco nervioso, pero seguramente era porque iba a pedirle que se casara con él. Cuanto más lo pensaba, más claro lo veía. Cuando le preguntó por la mañana a qué hora volvería del trabajo, seguramente era porque pensaba reservar mesa en algún restaurante. Por eso estaba tan serio.

    Kate sonrió. Todo iba a salir bien.

    —Pues a mí me gustaría tener niños.

    —Tienes mucho tiempo para eso —murmuró Nick.

    —¿Ah, sí? —rio ella—. Tengo treinta y dos años. No puedo seguir posponiéndolo mucho tiempo.

    —Cuando llegue el momento y el hombre adecuado, lo sabrás.

    Quizá sería así cuando Stephen le pidiera en matrimonio. Cuando dijera las palabras, aquellas dudas desaparecerían y sabría que él era el hombre de su vida. Estaba acusando a Nick de no querer comprometerse, pero quizá ella tenía el mismo problema.

    —Siempre has sido un fatalista —dijo, sonriendo—. Y creo que también yo lo soy. Por ejemplo, creo que hay alguien para todo el mundo… que nuestra pareja ideal está por ahí, esperando.

    Nick sonrió.

    —Eso no es ser fatalista, Kate. Es ser un romántico.

    —Las almas gemelas existen. Mira tus padres, por ejemplo. Siguen enamorados después de casi cincuenta años, ¿no?

    —Sí, es verdad. Por cierto, me han dado recuerdos para ti.

    Ella sonrió. Le caían muy bien los padres de Nick. Y sus hermanos. Eran una familia muy unida y envidiaba el ambiente en el que había crecido. Ella era hija única y sus padres se habían divorciado cuando era una niña. Por eso se pasaba las horas muertas en casa de Nick. Rachael, su hermana pequeña, casada y con hijos en Australia, había sido su mejor amiga.

    —¿Qué tal con Stephen? —preguntó él entonces.

    —Bien.

    Algo en su tono de voz lo alarmó.

    —Tienes algo que decirme, ¿verdad?

    Kate apartó la mirada.

    —Hoy hace dos años que estamos juntos.

    —Felicidades.

    —Gracias. No puedo creer que hayan pasado dos años.

    —¿Y?

    —No puedo esconderte nada, ¿eh? Pero la verdad es que no hay mucho que contar.

    —Sí lo hay. Lo veo en tus ojos.

    —No estoy segura pero… creo que Stephen va a pedirme que me case con él.

    Después de eso, hubo un silencio. Y Kate se

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