Santa Teresa de Lisieux
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La santa murió de manera prácticamente anónima en el Carmelo de Lisieux, con tan solo veinticuatro años, pero hoy en día es conocida y venerada en el mundo entero como la santa del "pequeño camino". Fue la tercera mujer, después de Teresa de Ávila y Catalina de Siena, en ser proclamada Doctora de la Iglesia Universal, además de ser patrona de las misiones junto con san Francisco Javier, y de Francia con santa Juana de Arco.
Depositó el relato de su testimonio de vida en Historia de un alma, una de las obras maestras de la espiritualidad de todos los tiempos.
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Santa Teresa de Lisieux - Loredana Zolfanelli
Lisieux.
Introducción
No habían pasado aún veinte años tras su muerte cuando Pío XI proclamó a Teresa de Lisieux «la santa más grande de los tiempos modernos». Teresa del Niño Jesús batió todos los récords de la historia de la santidad: fue beatificada en 1923 y canonizada al cabo de tan solo dos años, el 17 de mayo de 1925, constituyendo una excepción a los términos previstos por el código de derecho canónico.
Su imagen, las iglesias dedicadas a ella y las estatuas que la representan se encuentran en gran número. Amada por pontífices, religiosos y misioneros, así como por el pueblo, que se dirige a ella con inalterada confianza, Teresa de Lisieux sigue representando todavía hoy un soplo de aire fresco dentro de la Iglesia universal. Pese a la brevedad de su vida, que duró poco más de veinticuatro años, la devoción de Teresa se difundió por todo el mundo. Si bien era casi desconocida en el momento de su muerte, no tardó en alcanzar una enorme popularidad, digna de los grandes santos que siguen siendo objeto del amor del pueblo de Dios merced a la sencillez y autenticidad del mensaje que testimoniaron con su experiencia.
La joven carmelita poseía mucho de la época en que vivió, empezando por su lenguaje, cargado de afectividad, devoción y temor de ofender a Dios con el pecado; pero se distinguió en su tiempo por el coraje y la audacia con que osó adentrarse en los territorios inexplorados de la faz de Dios, que la llamaba a compartir el sufrimiento de la pasión, aunque entregándose enteramente a su amor misericordioso. Levantando el vuelo sobre las angostas visiones de su época, que en su sentir expresaban una imagen de Dios indigna de su amor, Teresa no acudió a Dios en busca de la justicia vengadora, sino en pos de la misericordia y el amor que aspira a la plena comunión con los hombres.
Aun integrada en el ambiente del Carmelo, orden consagrada a la contemplación del misterio de Dios y a una forma de vida bastante rigurosa, Teresa supo animar su vida de fe y la de los demás. Con la experiencia de su existencia llegó a la esencia del mensaje de Cristo y lo difundió de un modo sumamente original en el mundo que la rodeaba. Esta audacia espiritual, iluminada por la gracia del Espíritu Santo, impregnó sus escritos, de entre los cuales el más famoso es Historia de un alma, una autobiografía dividida en tres partes. Es preciso sumergirse en esas páginas, cargadas de humanidad y vida interior en la presencia de Dios y de la Virgen María, para comprender la riqueza y la novedad de su camino espiritual dentro de la Iglesia y para la salvación de los pecadores.
Iluminada por la sabiduría de Dios, Teresa de Lisieux, pese a carecer de preparación teológica, entregó al mundo la doctrina del «pequeño camino» para llegar hasta las más altas cumbres de la santidad. La pequeñez del hombre se convierte en grandeza ante el Altísimo tan solo si es capaz de despojarse de sí mismo: antes que una doctrina, el «pequeño camino» es la experiencia personal de Teresa, una trayectoria vital que unió la contemplación del misterio de Dios a la plenitud del amor por las cosas más pequeñas, por los obstáculos y los fracasos más insignificantes de la vida, con una intensidad de amor que nunca menguó.
La santa siempre aspiró a grandes cosas, aunque comprendió que solo podía realizarlas volviéndose pequeña, como un niño en brazos de su madre.
La vida de Teresa
Una infancia feliz
No es poco lo que se sabe de la vida de santa Teresa de Lisieux y, de hecho, gran parte de los avatares de su existencia se conocen gracias a su autobiografía, Historia de un alma, escrita de su puño y letra, con gran lujo de detalles e inusitada intensidad. El texto consta de tres manuscritos, correspondientes a tres periodos diferentes de su recorrido vital, que constituyen la principal fuente de información —y, por supuesto, la más autorizada— sobre los detalles de su existencia y de su singular experiencia de fe.
En el preámbulo del manuscrito A, Teresa cuenta que esta historia de juventud fue escrita por Él (Dios) mismo, y que desea dedicar su contenido a la madre Inés (su hermana Paulina), superiora de las carmelitas, con la intención de darle a conocer la historia de su alma.
En la historia de mi alma, hasta mi entrada en el Carmelo, distingo tres periodos bien definidos; el primero, a pesar de su corta duración, no es el menos fecundo en recuerdos: se extiende desde el despertar de mi razón hasta la partida de nuestra madre querida para la patria celestial.¹
Teresa pertenecía a una familia más o menos acomodada, que además de disfrutar de bienestar vivía en profunda armonía de corazón y espíritu. Y precisamente la historia de su familia es el telón de fondo sin el cual no es posible comprender la figura de esta santa. Sus padres, Luis y Celia Martin, habían anhelado en su juventud consagrar su vida a Dios: Celia quería formar parte de la congregación de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl; mientras que el deseo de Luis era retirarse a la soledad del Gran San Bernardo para seguir la regla agustina de silencio y contemplación, en sintonía con su temperamento.
Sin embargo, las puertas de la vida en el claustro se cerraron ante ellos: ninguno de los dos fue acogido en estas órdenes y no pudieron abrazar la tan deseada carrera religiosa; por lo que decidieron, tras recorrer un camino espiritual y siguiendo el consejo de su confesor,