No hay duda de que la Biblia, desde sus primeras páginas, establece un lenguaje completamente machista hacia las mujeres. La subordinación de Eva a Adán se pone de manifiesto en el Génesis, de igual manera que ella es culpada por el pecado original y condenada por Dios a sufrir grandes dolores durante el parto por morder el fruto prohibido. Sin embargo, el mensaje de la Biblia se torna contradictorio conforme damos el paso a los evangelios del Nuevo Testamento. Frente a la estructura tan patriarcal que existía en Israel en el siglo I d. C., encontramos a un Jesús acompañado por mujeres, que se acercaba y hablaba con ellas abiertamente. Esta clase de actos por su parte podían interpretarse como una actitud de cierto rechazo hacia la superioridad masculina que imperaba en la época.
La controversia, por tanto, está servida. El Nuevo Testamento esboza la presencia de una mujer, de nombre María Magdalena, que parece cercana a Jesús. Muchos han asegurado que, tras la muerte del nazareno, ella se habría erigido como líder del movimiento cristiano primitivo. En contraposición a esta idea, la Iglesia ha buscado desde época temprana desprestigiar su figura: desde los siglos VI y VII, san Gregorio Magno, papa entre el 590 y el 604, reforzó la idea de que María Magdalena era, en origen, una prostituta. Para ello se basó en lo mencionado por y previamente por acerca de María («Jesús resucitó en la madrugada, el primer día de la semana, y se apareció primero a María Magdalena, de la que había echado siete demonios») y mezcló su figura con la de una prostituta que le lavó los pies a Jesús con sus lágrimas, se los secó con su cabello y los ungió con perfume (). Se